sábado, 17 de septiembre de 2022

 

CUATRO POEMAS

NAZIM HIKMET

Traducción: Celso  medina


Poeta, dramaturgo, novelista y traductor turco. 

Nació en 1902, en Salónica que en ese tiempo pertenecía al imperio otomano. Estudió en la Escuela Naval de Turquía, pero por razones de salud nunca pudo ejercer la profesión de Marino. Estudió Sociología y Ciencias Económicas en la Universidad de Moscú. En 1938, publicó los poemas narrativos La epopeya del jeque Bedreddin (Şeyh Bedrettin Destanı, 1936)), en la que glosa la figura de un líder religioso revolucionario del siglo XIV; y Cartas a Taranta Babu (Taranta Babu' ya Mektuplar, 1935), contra la intervención  en Etiopía por las tropas fascistas de Benito Mussolini y recogido en el diario Commune en marzo de 1936. Fue condenado a una pena de 28 años, de los cuales pasó 12 encerrado. Fue privado de la nacionalidad turca, su obra se proscribió. Fue en los años 1960, editada ya su obra completa, cuando se dio a conocer su literatura en su propio país.

Murió en Moscú, 1963.  



Don Quijote

 

El caballero de la eterna juventud

busca, cuando tiene cerca de cincuenta años,

la razón por la cual late su corazón.

Partió una hermosa mañana de julio

para conquistar lo bello, lo verdadero y lo justo.

Frente a él, el mundo

con sus gigantes absurdos y abyectos

y debajo de él, Rocinante

Triste y heroico.

 

Sé,

que caído en esta pasión

y teniendo un corazón de peso tan respetable

no hay nada que hacer, mi Don Quijote, nada que hacer,

hay que batirse con los molinos de viento.

 

Tienes razón,

Dulcinea es la mujer más bella del mundo,

Por supuesto tienes que gritar eso

ante pequeños comerciantes de naderías,

Por supuesto, ellos están obligados a abalanzarse sobre ti

y a golpearte,

Pero eres el invencible caballero de la sed

Sigues viviendo como una llama

En tu armadura pesada

Y Dulcinea se empeña cada día en ser la más guapa.

 

La niñita

 

Soy la que toca en las puertas

En las puertas, una tras otra.

Soy invisible a tus ojos.

Los muertos son invisibles.

Morí en Hiroshima

Hace más de diez años

Soy una niñita de siete años.

Los niños muertos no crecen.

Mi cabello fue lo primero que se incendió,

Mis ojos ardieron, carbonizados.

Pronto me reduje a un puñado de cenizas,

Mis cenizas se esparcieron por el viento.

Esto es lo que queda de mí,

No te pido nada:

No puedo comer, ni siquiera caramelos,

La niña que ardió como papel.

Llamo a tu puerta, tío, tía:

Un ruego. Que no maten a los niños

Y que también puedan comer bombones.

 

 

El globo

 

Ofrezcámosles el globo a los niños, al menos por un día.

Démoselos para que jueguen como una pelota multicolor

Para que jueguen cantando entre las estrellas.

Démosles el globo a los niños,

Démoselos como una enorme manzana

Como un bollo de pan caliente,

Que, aunque sea un día puedan comer hasta saciarse.

Démosles el globo a los niños

Que un día al menos el mundo aprenda la camaradería, 

Que los niños tomen el globo de nuestras manos,

Y que allí planten árboles inmortales.


Los enemigos

 

Ellos son los enemigos de la esperanza, querida,

del agua que fluye, del árbol en la temporada de frutas,

de la vida que crece y se expande.

Pues sus frentes marcadas con el sello de la muerte,

- diente podrido, carne descompuesta -

desparecerán para siempre.

Y por supuesto, seguro querida, seguro supuesto

Sin amo y sin esclavos

¡Este hermoso país se convertirá en un jardín fraterno!

Y en este hermoso país la libertad

Irá de un lado a otro

Magníficamente vestido

con su braga azul.

Ellos son los enemigos de Redjeb, tejedores de Brousse,

Los enemigos de Hassan, más en forma en la fábrica Karabuk,

Los enemigos de la vieja Hatdjen, la pobre campesina,

Los enemigos de Suleyman, el obrero agrícola,

Los enemigos del hombre que soy, que eres tú,

Los enemigos del hombre que piensa.

Pero la patria es la casa de esta gente,

Por tanto, son enemigos de la patria, querida.

Nuestros brazos son ramas cargadas de frutas,

El enemigo los sacude, el enemigo nos sacude día y noche,

Y para dominarnos más fácilmente, más silenciosamente,

Ya no pone la cadena a nuestros pies,

sino en la raíz misma de nuestra cabeza, querida.

 


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