sábado, 15 de junio de 2019

Lilas sobre la tierra muerta

Celso Medina


En memoria de mi abuela, Manuela Medina

y
de mi madre, Cruz Enoe,
en el primer aniversario de su muerte





Abril es el mes más cruel, engendrando
Lilas de la tierra muerta, mezclando
Memoria y deseo, removiendo
Raíces muertas con lluvias primaverales.

T.S. Eliot. Tierra baldía


Error, amor, coliflor…
En la pizarra las palabras todas terminan en vocal no acentuada. Yo he entendido muy mal las reglas de acentuación.
Terror, amor, coliflor. Se acentúan, profesor. Y quedo en ridículo. Me paro- muy faramallero yo- y coloco acentos. Sólo se acentúan las palabras agudas cuando estas terminan en vocal o en consonantes n y s. Y me siento pequeñísimo.
Pero en mi oreja o en todo mi cuerpo,  otros ruidos revolotean, inquietándome. Son los sonidos de mi casa, en Caigüire.

« Querido Michel Serres »

David Djaïz

Michel Serres frente al río Garonne



El pasado primero de junio falleció Michel Serres, uno de los intelectuales franceses longevos (nació en 1930), como Levi-Straus, Ricouer y el aún vivo Edgar Morin. Fue un filósofo e historiador de las ciencias, miembro de la Academia Europea de Ciencias y Artes y de la Academia Francesa. Autor de una extensa obra en la que se entreveran la literatura, la filosofía y las ciencias. David Djaïz es un joven ensayista francés y profesor de Science-Po Paris, nacido en la misma ciudad donde nació Serres (Angen). Escribe esta carta para poner de manifiesto la admiración de su generación por el filósofo fallecido.  


Me permitiré tutearte, lo que no me atrevería a hacer si no me sintiera autorizado por la tradición normalista, a la que estabas tan apegado. Nací en Agen en 1990, sesenta años después de ti, el año en que fuiste elegido para la Academia Francesa, la coronación de una carrera literaria en Francia. Como todos los niños  de Agen, crecí con tu estatua viviente. En casa mis amigos de la infancia, tu retrato reinaba en las salas de estar, con tu vestido verde y tu tupida ceja de Gascón. En esas largas tardes de aburrimiento y verano, el sol arrojaba una luz dura sobre esas cejas que me asustaban un poco. En mi infancia, la gente hablaba de ti: encontraban tus libros complicados, demasiado complicados, pero les encantaron tus habilidades narrativas y el acento de Gascón que trataste, no sin un toque de dandismo. Agen ya te había rendido homenaje porque los gascones no esperan la muerte para honrar a sus grandes. El campus universitario llevaba tu nombre. También sabía que habías escrito a Hergé, mi amigo. Pero yo tenía una pasión infantil; su nombre era Tintín. Coleccioné sus álbumes, tanto en color como en blanco y negro, en francés y en todos los idiomas del mundo. Recibido en el hypokhâgne por Enrique IV, recién llegado de mi provincia, te  olvidadé un poco. Solo tenía ojos para los pensadores sistemáticos, a los que desafiabas: Kant, Hegel, Husserl, Heidegger, cuyos sistemas nos gustaba hacer y deshacer en los pasillos del internado hasta la mitad de la noche.