sábado, 23 de julio de 2016

¿A qué juegan los literatos?

A propósito de: Hélène Merlin-Kajman. Leer en la boca del lobo. La literatura, una zona a defender


Florent Coste


Ilustración; Celso Medina


Con Leer en la boca del lobo, Hélène Merlin-Kajman viene  a aportar una pieza nueva en el dossier de la “crisis de la literatura” que se ha cristalizado luego de una decena de años alrededor de dos problemas conexos- el de la dificultad de definir la literatura; y el de una difícil unificación teórica de los estudios literarios. Se trata de un libro que se toma el tiempo de desmarcarse y de rebarajar las cartas. Leer en la boca del lobo busca en efecto desplazar el debate sobre un plan pedagógico, para abrirlo a la cuestión decisiva de las virtudes democráticas de la literatura. Este ensayo, si no se toma como una militancia, como lo sugiere su título, no concede nada  a una cierta forma de compromiso en las situaciones concretas de lectura, que examina con paciencia y atención. Se sustenta en efecto en una serie de experiencias concretas de lectura, de la que la autora sirve de testimonio[1], y donde los textos leídos (Baudelaire, Cardinal de Retz, Daudet, Molière, Shakespeare, Zola, etc.) alimentan la ocasión de análisis reflexivos circunstanciados, capaces de poner en crisis las interpretaciones transmitidas por reflejos teóricos y rutinas hermenéuticas.
Si la literatura es una “zona a defender”, no lo es en el sentido de un patrimonio precioso que tendríamos que proteger, en una postura defensiva, de la impronta de la cultura de masa que, asechándonos, interferiría en las capacidades de discernimiento, de deliberación y de crítica que ofrece oportunamente una cultura literaria y humanista. Si los alumnos se muestran reacios frente a una novela de Balzac o a una pieza de Corneille, y siempre prestos a refugiarse en los productos culturales cuyos accesos son menos reservados, es realmente en razón de una relación aséptica con la literatura, cuya enseñanza ha sido sistematizada al filo de los años. Es decir, más que lamentarse sobre los factores exógenos que dañan a las instituciones literarias, el ensayo tiene la valentía de colocarse antes las puertas teóricas y metodológicas, y ocuparse activamente del espacio de compartimiento que ofrece notablemente un aula.

El diagnóstico de la anestesia literaria
El libro de Hélène Merlin-Kajman descansa sobre una constatación tan difícil de desmentir. Para ello va al encuentro del habitus del profesional de la literatura. Nuestra relación con la literatura ha sido poco a poco desrealizada bajo el efecto de una vulgata formalista, que concibe la lectura como una desilusión- prorrogando la sospecha platónica hacia la mimesis. La enseñanza de la literatura suele arraigarse en la ilusión referencial, al desenterrar, a través del tamiz de la estilística, la retórica o la intertextualidad, los efectos del lenguaje, el laminar los caminos que jugamos ante los escritores, fundamentalmente los manipuladores, el instigar lecturas ingenuas que se adhieren al referente de los textos y que crean su palabra de los “seres de papel”. Con todas esas teorías de la pérdida de la inocencia, la lectura literaria académica se cuida de no caer en la lectura de primer grado, sin preocuparse más de cómo una obra actúa sobre nosotros[2]. Una literatura de frescura artificial se envuelve en una suerte de celofán metodológico.
Para esta deriva escolástica, la experiencia de la literatura ha sido sacrificada en el altar de las lecturas internalistas. La crisis de la literatura es, en consecuencia, la de su compartir: porque ella ha sido transmitida por los profesores que se sienten obligados a abstraerse en una impasible objetividad y a reprimir las reacciones ordinarias de los lectores y la literatura termina por suscitar la insensibilidad y la indiferencia[3]. Ciertamente,  la supresión del referente ha sido compensando por los placeres perversamente impuesto- aquel del hermoso bucle de la lectura alegórica sobre ella misma, la del puro goce auto referencial del texto, el de brillante localización de la parodia, etc.-, pero tales operaciones continúan realizándose violando el investimento afectivo, cognitivo, ético y político de los lectores que se dejan atrapar por esa literatura. En lugar de rendir cuenta, los estudios literarios han devenido  ejercicios de detección del artificio literario, del subterfugio retórico, de la puesta en escena narrativa. El lector académico se presenta como experto, haciendo todo lo posible por distinguirse de la muchedumbre de los lectores ordinarios, un poco ingenua y pasiva frente a las trampas que el dispositivo literario construye a sus espaldas. Los profesores y los investigadores en literatura son conducidos a una costosa separación entre la experiencia privada de la lectura y la transmisión académica de la literatura[4]. No contenta con responder a esa separación, Hélène Merlin-Kajman duda, en razón de que la ficción teórica de la lectura literaria puede ser la norma de toda lectura, y prefiere asentar sus teorías de la literatura en las reacciones ordinarias y colectivas de lectores, cuando el adulto lee una historia al niño, cuando se intercambian recomendaciones de lectura, cuando el profesor comparte un textos con sus estudiantes, y se atenúan las dudas, las preguntas y las controversias.

Transiciones y compartimiento de la literatura
Más que persistir en pensar que “en una cámara vacía, sobre una mesa, un libro espera su lector” [5] refugiado en su interior, Leer en la boca del lobo contribuye a redimensionar de manera saludable la escala de la lectura, más allá de la subjetividad estrecha en su cara a cara interpretativo del texto. La lectura es una acción que se conjuga con más frecuencia con la primera persona del plural; leemos, incluso antes de que pretendamos que leemos; leemos, a veces en concierto, a menudo en la asimetría propia de toda transmisión, con alguien que nos guía y nos acompaña (familiares, hijos, marido, amigos, profesor, estudiantes, colegas).
Tal posición se apoya en algunas hipótesis simples pero fuertes sobre la naturaleza del lenguaje: puesto que nos bañamos en un lenguaje que nos precede y nos une, toca entonces denunciar la inconsciencia de la mitología del lenguaje privado del que la literatura se vuelve prisionera, como la ficción del “texto nada más que el texto” (p. 175), para suponer más bien que se compromete en la lectura de “mi yo relacionado: ligado al libro, a otros lectores, a niños, a alumnos, a investigadores” (p. 19). Lejos de defender un enfoque discontinuo, el ensayo presenta simplemente la literatura como un conjunto de usos más intensos del lenguaje ordinario[6]. Así la cuestión de la definición de la literatura no debe reducirse más a la búsqueda de criterios de literariedad capaz de circunscribir un corpus canónico en los bordes nítidos que se dan unívocamente a un lector ideal[7].  Hay que bifurcarse hacia la cuestión de las modalidades de su compartimiento. En ausencia de un cierto número de cualidades o de propiedades internas, Hélène Merlin-Kajman busca entonces reconocer una cierta disponibilidad de los textos a dejarse compartir en las experiencias comunes donde se construyen los sujetos[8]. La literatura es una “zona a defender”, en el sentido en que ella se presenta como un terreno vago cuya frágil cohesión no tiene sino prácticas instituyentes que compartir,  que operan entre sí y entre los demás. 
Es lo que ella llama, a partir de Winnicott, el “compartimiento transicional”[9]. Para el psicoanalista británico, podemos definir un aire transicional como una zona intermediaria de juego, donde se  co-constituyen, en un vaivén incesante, el sujeto y el mundo, para que el primero aprenda progresivamente a hacer frente- así el bebé que aprende el mundo a través de un objeto que exteriorice el seno de la madre, también del niño que pierde su miedo al médico jugando a “doctor”, de igual manera en el ritual que facilita la vida social por la manipulación de los sustitutos simbólicos. Lo mismo sucedería estos juegos como la literatura- experiencias de la transmisión y de la continuidad social, fuentes de compartimiento que coordinan los procesos de subjetivación y de socialización, posibilitándole afrontar el mundo[10].

Cultura del trauma y retorno a la emoción
En la medida en que hace de la lectura oral de los padres a los niños una relación paradigmática de la literatura, se comprende que el ensayo suscriba la perspectiva de Walter Benjamin, quien sostiene, en “El Contador”, que “el arte de contar está a punto de perderse”, y con él, “la facultad de intercambiar experiencias “[11]. Sensible a la transmisibilidad y al compartimiento colectivo de la literatura, el análisis de Hélène Merlin-Kajman adopta así una parte del diagnóstico benjaminiano sobre la pobreza de la experiencia[12]. En efecto, parecería que la aplicación celosa de las cuadrículas de origen formalista contribuye a la erosión de los marcos que permiten dar una apariencia pública a lo que la literatura nos hace vivir.  En este caso, la literatura no podría entonces sacarnos de nuestro letargo y producirnos el efecto sino a través de vías extremas de choque, de la brutalidad, de la crudeza del testimonio. “Hoy, la literatura, cualquiera sean los textos escogidos, sirve muy a menudo para hundir a los lectores en el infierno, como si el hundimiento en el infierno fuese la única experiencia capaz de revelar y excitar los sentimientos humanos” (p. 275). Esta cultura del trauma, a la cual nuestra sociedad post-genocida resume exageradamente el deber de la memoria[13], sería la única válvula para remediar el espasmo de nuestra facultad de representación.
No obstante, hay que destacar que el ensayo se protege del lloriqueo decadente que nos condena a ser traumatizados definitivamente mudos y de aquellos que se toman para sí con mucha exageración  la palabra heredada de Benjamin- como lo ha señalado recientemente Olivier Cadiot[14]. Sin el menor tono alarmista que nos impida experimentar, la constatación de un empobrecimiento de esa experiencia, no supone aquí nada irremediable. Todo el ensayo trabaja para retomar un material más rico y menos ambiguo, y con ello una vocación terapéutica, en nuestras experiencias de la literatura, a buena distancia de los “ejercicios traumáticos efectuados con fines de endurecimiento” (p. 120) que se produce cotidianamente en la enseñanza literaria. Leer en la boca del lobo considera la literatura como un dominio abierto en el que se pueden trazar las fuentes para compartir las experiencias y construir espacios comunes.
La desafección que sufren los estudios literarios tendría como consecuencia una represión de las afecciones- las maneras como la literatura nos afecta. Pero nos nos engañemos considerando el retorno a las emociones en literatura, que propone aquí el ensayo, como un retorno al péndulo en provecho de algo primario subjetivista o una expansión de lo compasivo. En vez de sustraer las subjetividades siempre replegadas sobre sus propios traumas, o en vez de retomar exclusivamente su preferencia por las almas sensibles en detrimento de los corazones secos, el enfoque de Hélène Merlin-Kajman consiste más bien en desechar todas esas dicotomías entre estética y conocimiento, de las que Goodman decían justamente que eran tiránicas[15]. La concepción abierta, procesual, transicional de la subjetividad que ella misma defiende impide abismarse en las suntuosidades de la introspección (como único criterio de verdad de las emociones). El marco de análisis adoptado supone en efecto que las emociones no se alojen en algún estado mental interior, sino que surjan más bien en los medios favorables, donde las reacciones son absolutamente indisociables de su expresión pública y racional. La ambición de Hélène Merlin-Kajman no es entonces descartar las ventajas de lo interior y lo exterior, sino, al contrario, rearticular más intensamente la acción de sentir y la de comprender, en provecho de un funcionamiento a la vez cognitivo y emocional, en el interior de los espacios comunes “emprendibles”, es decir favorables a la expresión, a la discusión y al compartimiento de las reacciones plurales.

Comunes medidas y medidas comunes
Por último, es útil exhibir dos presupuestos en apariencia problemáticos en este enfoque transicional: En primer lugar, el mundo se supone que es una fuente de aprehensión, el mundo, en su exterioridad, es violento; debe ser  por lo tanto aceptado tal y como es, y su aceptación es, según Winnicott, una “tarea sin fin” (p. 15)[16]. No quiere decir esto que no podamos ceder frente a él, ¿podemos cambiarlo?, o aun más, ¿qué nos priva de la capacidad crítica y de la revuelta? En realidad, el enfoque transicional de la literatura se distancia con tal política de resignación. Considera la literatura como un juego libre y creativo con  el cual negociamos márgenes de maniobras y que abre campos a nuevas intervenciones. Así “la lectura literaria (…) parece propicia para ayudar a los individuos, en la singularidad de sus trayectos, a fraguarse un camino, a establecerse en el lenguaje, en la sociedad” (p. 275). No siendo exterior, la literatura, al compartir, nos coloca de nuevo en la silla de montar del lenguaje ordinario, de suerte que ella nos permite afirmarnos como contribuyentes activos de las condiciones de vida que son nuestras. Hélène Merlin-Kajman espera en consecuencia “de la literatura que se ajuste matiz a matiz en lo que (los alumnos) son capaces de sentir y de decir, de la misma manera como el mundo se expande por cada uno de ellos, el mundo común, pero cada quien en sus propios modos y por sus vías propias, sin que ningún pasaje sea forzado” (p. 127). El compartir transicional, como lo llama el autor, es “esencial en la subjetivación de ciudadanos en democracia” (p. 17-18), en la medida en que puede crear las condiciones de una mayor conmensurabilidad entre los sujetos, sus idiomas, sus reacciones. De allí, la cuestión de las comunes medidas dadas directamente en la cuestión de las medidas comunes que convendría tomar para construir un futuro político auténticamente colectivo y democrático.
En síntesis, el libro de Hélène Merlin-Kajman ofrece una oportunidad de reflexionar no solo sobre las teorías literarias que una vida democrática digna de ese nombre debería exigir, sino también sobre las nuevas formas de pedagogía, que tal reconocimiento debería implicar.  Se lee en ella una profesión de fe por una pedagogía pluralista y antidogmática, que vuelve resueltamente la espalda al unilateralismo dirigista de los profesores y críticos  “que se convierten de pronto en predicadores laicos” (p. 177). Contra una concepción patrimonial de la literatura, según la cual sería suficiente que haya textos y que queramos que circulen, deberíamos preferir la transmisión de manera distinta a la de un mundo lineal y asimétrico: como una circulación, imprevisible y sorprendente, de experiencias.








[1] No se trata, para Hélène Merlin-Kajman, de instituir su forma interior como el patrón de toda experiencia de lectura, sino de presentarse, simplemente, como punto de entrada de las experiencias compartidas de lectura. “Yo tengo la tarea de analizar lo que se juega en el compartir literario poniéndome a mí como punto de encuentro y el impacto entre la práctica de la investigación y la práctica pedagógica, mundo interno y mundo externo. He estudiado así este espacio transicional y, ocupándolo, busco hacerlo como testigo” (p.20).


[2] “La ilusión referencial es una aberración”, diría Jérôme David, “El compromiso (ontológico)”, fragmentos de un discurso teórico. Nuevos elementos de léxico literario, Emanuel Boujo (di.), Nantes, Ediciones Nouvelles Cécile Defaut, 2015, 2.1021, p. 71. Ver igualmente Jérôme David (dir.), La lectura en primer grado, Versants, 57/1, 2010.


[3] “¿El rechazo de la ilusión referencial no sería un eco traumático que ejerce una violencia invisible? Si ese diagnóstico es justo, no habría que sorprenderse que los niños no lean: su deseo (en dificultades) de excitación traumática se llena de mejor manera por otros objetos culturales distintos al texto literario.  Está en juego nada menos que el juego del compartir: el rechazo de la ilusión referencial constituye una negativa del consentimiento” (p. 54).

[4] “El lector privado y el lector profesional parece entonces habitar ahora dos planetas totalmente extraños” (p. 19).
[5] Georges Poulet, La consciencia crítica, Paris, José Corti, 1971, p. 275.

[6] “El lenguaje nos precede y nos une. La literatura moviliza en un muy algo grado lo que en el lenguaje se enlaza” (p. 271).

[7] “Definida por un modo de compartir específico, la literatura no se encuentra en un corpus ya presente, guardado o cuestionado como patrimonio, como reservorio de grandes obra” (p. 273).

[8] “La literatura tal y como la he definido aquí, o más bien, tal como lo he intentado, no es otra cosa que el nombre de un compartir: compartir transicional que pone en contacto, para el bienestar común, subjetividades abiertas, prestas a transformarse aunque de modo imprevisible”  (p. 271)

[9] Es esencial revisar paralelamente a Leer en la boca del lobo, el artículo “Transicionalidad” que Hélène Merlin-Kajman incorporó en Fragmentos de un discurso teórico, op. cit, p. 371-400 y donde precisa claramente que tal enfoque no impone necesariamente una lectura psicoanalítica de los textos. Se reporta igualmente en el sitio Mouvement Transitions animado por Hélène Merlin-Kajman y reunido alrededor de este principio según el cual “la literatura no existe como objeto con miras a un comentario o a un saber sólo si han existido por primera vez como una práctica relacional, de transición”.

[10] “ (…) según mi parecer, la literatura debe entenderse como este conjunto de textos que aspiran a producir efectos sobre la sensibilidad de los lectores (terror y p piedad, seguro, pero también risa, curiosidad, maravillamiento, simpatía, indignación, etc.) de modo de abrir un campo de experiencia a la vez singular en cada quien y sin embargo, de una manera común, sin ninguna preocupación práctica inmediata. » (p. 272)

[11] Walter Benjamin, « Le contador. Reflexiones sobre la obra de  de Nicolas Leskov », Œuvres III, Paris, Gallimard, Folio Essais, 2000, p. 114-151, p. 115.

[12] “Reconocemos lo que Benjamin llamaba “pobreza de la experiencia”. No obstante “la experiencia” es para él lo vivido, del que el hombre puede “dar una apariencia pública”, que puede exponer a los otros en un relato. La experiencia se empobrecería o se perdería cuando la estabilidad, la previsibilidad de los marcos que la permitan se destrocen” (p. 74); “Reconocemos lo que Bejamin llama “pérdida de la experiencia” y comprendemos como puede ver en el cuento oral el signo inverso de la experiencia: pasando de bucle en bucle, vehiculando un consejo, el cuento oral, tal como lo define Benjamin, establece y presupone un mundo fiable: un mundo marcado por el consentimiento” (p. 45).

[13] “La estética del choque, de la crudeza sexual y de la violencia física ha devenido invasiva y hegemónica, comprendida en ella en la enseñanza secundaria donde el deber de la memoria está muy confrontada con la exigencia de confrontación traumática con la realidad” (p. 268)

[14] “En esta historia de la decadencia están también las gentes queriendo que le soplemos en la oreja. Seres maravillosos, pensadores, a la vez rigurosos y fantásticos. No hay nada que transmitir, nos dicen ellos: no nos podemos fiar más de las experiencias. Henos aquí ahogados en lo reciente eterno; sin luces del pasado que vengan a esclarecer un rostro desconocido de la casa que habitas. En síntesis, se nos ha explicado que estábamos muertos. No se nos ha visto sino llorar, organizarnos para vivir llorando- con un cierto buen humor. Volvemos a la casa desfasado y esta es la partida: malestar de estrés post-traumático por todo el mundo; todos somos soldados más o menos próximos del teatro de operaciones. Los libros felizmente levantan  los muros para lamentarse; Mínima Moralia, es ya algo”.  (Olivier Cadiot, Historia de la literatura reciente. Tome 1, Paris, P.O.L, 2016, p. 37-38).

í[15] Nelson Goodman,  Lenguajes del arte, Un enfoque de la teoría de los símbolos trad. J. Morizot, Paris, Hachette, 2005, p. 290.

[16] « Transicionalidad », art. cit., p. 393.

Tomado de

Florent Coste, « À quoi jouent les littéraires ? », La Vie des idées , 16 juin 2016. ISSN : 2105-3030. URL : http://www.laviedesidees.fr/A-quoi-jouent-les-litteraires.html.
Traducción: Celso Medina

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