Entrevista imaginaria a
Cruz Salmerón Acosta:
“El verdadero poema es el
que el poeta escribe con su propio llanto”
Celso
Medina
"Yo
morí y vino la lluvia a apagar el fuego que fue mi vida. Troqué mi vida por la
lluvia. Hoy ha llovido en raudales. Ha mucho tiempo la canícula urde el
infierno diario de estos pobladores de Manicuare. La lluvia llenó todo
Manicuare menos las hendiduras de mi vacío, cavado por la lepra".
Así, a
quemarropa, comenzó a hablar. Iba como barco fantasma al naufragio del
cementerio. Entre barriales, estigmatizando su último naufragio de la arcilla
amarilla y ocre que traen los riachuelos que bajan a cántaros de los cerros,
hasta hace poco surtido de fuego. Para llegar a la entrevista peleé con la
bravura del mar e hice un rodeo al tiempo; llegué veinticinco años antes
de yo nacer. Él iba entre los hombros de
los manicuarenses.
Había nacido
el año 1892; aquí en Manicuare. Y murió ayer, en franco lance con la muerte,
que le vino a paso lento, pero abriendo hendiduras seguras.
— ¿Cómo
fue lo de tu enfermedad?
—Ese secreto
está sólo aquí: en mi ataúd. Es el único sitio capaz de albergarlo. Con ello
burlo a la historia, empeñada más en buscar chismes para montar su torre de
babel.
—Pero
se habla de una hermosa mujer, vestida de negro, que conociste una vez en
Caracas, a la que hiciste el amor una sola vez e intentaste buscar y jamás
hallaste. De ella se decía que era bella y misteriosa; que vivía además en una
casa misteriosa.
—Para que
veas ya uno no puede llevarse a la tumba sus intimidades. ¿Quién te contó eso? Todo
lo divulgan; ¿Qué irá a decir Conchita, mi novia, Mi cordera?
— ¿Cómo
fue tu vida realmente?
—El destino
me sembró en este paraje, en un oscuro pesimismo, con la ilusión en un abismo y
poniendo también en otro mi esperanza.
— ¿Nunca
pensaste en el suicidio?
—Eso fue un
escándalo propagado en Cumaná y que le llegó a mi novia Conchita. Eso nunca lo
pensé; siempre confié en que podría sanar. Yo siempre amé la vida. Para vivir
me bastó sólo que el amor floreciera en mí y el alma rimase poesía. Nunca
aspiré acabar mis días de una manera violenta y trágica; estuve resignado a que
mi corazón expirase pianísima y melancólicamente, como esos pajarillos
prisioneros que se mueren de nostalgia.
— ¿Cómo
viviste toda tu enfermedad?
—Aprendí a
hacer de mi vida un sueño agradable y estuve bajo la influencia de una
alucinación amorosa.
—Una vez
estuviste preso; en la prisión pasaron cosas muy interesantes. El motivo de
esa prisión al parecer tiene relación con el asesinato de tu hermano Antoñico.
—Yo no
presencié su muerte. Estaba en el Guarataro. Lo mató el Comisario Ángel Mejías,
en una discusión en la gallera. Le dio cinco tiros. La gente enardecida linchó
a Mejías. Y su cadáver quedó tirado en la calle, sin que nadie quisiera recogerlo.
El cadáver de mi hermano también estaba tirado en el suelo, esperando el bote
que lo llevaría hasta Cumaná. Se presentó el bote; había que llevarlos allí
mismo. El pueblo no quería; yo intervine. Se accedió a llevarlos. Estuve preso
en Cumaná. Fue más de un año. Allí conocí al negro Santoya. Un día me dijo: —Yo
quiero que sepa que no me he fugado por acompañarlo. No quiero dejarlo solo.
Aquí puede pasar algo un día y yo estaré allí. A los hombres como usted no los
toca nadie, porque yo estoy aquí para defenderlo. Y así pasó. Salí en libertad
y no pasó una semana y se fugó Santoya. Un día a las dos de la madrugada, con
el perol de inmundicias sobre los hombros, caminaba en dirección al Manzanares
entre dos filas. El río estaba muy crecido. Cuando llegaron al puerto de la Popa de Zamora, se lanzó a la
corriente. Fue cosa de segundos. Dispararon por puro formulismo. Se internó
en el monte. Santoya a menudo se hacía acompañar de muchos hombres fieros y se
apoderaba de las armas de las pequeñas guarniciones de los municipios. Lo
mataron, después de una cruel cacería. Contrataron a un asesino a sueldo. Lo
sorprendieron dormido en el soberado. El ruido de los máuseres lo despertó.
Bajó con las manos en alto. Sabía que su vida dependía de un hilo. Midió la distancia;
quiso fugarse, pero en el más leve movimiento, fue sorprendido por el fuego que
le dejó sus vísceras en el techo.
— ¿Por
qué hablas con tanto entusiasmo de ese personaje?
—Es que la
vitalidad de mi existencia se nutría fundamentalmente de la vida de mi pueblo.
Si aprendí a vivir fue por ellos. Con ellos mi enfermedad, casi no la sentí.
Santoya es esa especie de reencarnación de una rebeldía que llevan los hombres
pisoteados desde tiempos inmemoriales.
—Hablando
ya del tema político, hoy vino Pedro Elías Aristiguieta buscando prosélitos
para invadir a Cumaná dentro de 11 días, con un vapor llamado
"Falke", que es comandado por Román Delgado Cbalbaud. Rafael Antonio
está comprometido en esa invasión.
—Yo morí
ayer. Si me entero cabalmente de esa invasión a lo mejor hubiera muerto en esa
batalla
—Alguien
ha dicho que tu vida es mucho más importante que tu poesía.
—Bueno. Yo
no sé nada de estética. Sólo sé que viví a plenitud mi oscuro pesimismo. Mi
vida fue un torneo de saltos; viví de abismo en abismo, pero jamás sentí el
vértigo de su altura. Mi ilusión era un ave cautiva, que como no pudo volar,
soltó sus trinos al mar. Siempre puse mi esperanza entre abismos. Pero siempre
fui esperanzado. La vida fue tan sagrada, que sólo la cambié por la lluvia.
—Pienso que el mejor poema es aquel que jamás
logra escribir el poeta. Porque en él está su vida. Y su vida es tan
inconmensurable, que no es posible medirla a través de los signos. Poesía es
un asalto a la vida; es quitarle su santidad y tomarla como blasón. Y mi mal no
tuvo más remedio que la vida. Yo diría como dirá Prieto Figueroa
posteriormente: “A la herida /yo le pongo un centímetro de amor/y cicatriza".
Mi vida fue una herida a la que todos los días yo le ponía centímetros de amor.
Y mira que sufría mucho, tuve muchas heridas; pero gasté toda mi vida
poniéndole amor. Eso fue mi poesía; cubrir de amor todas las heridas que surgen
diariamente. ! ! !Es el hacer la gran cicatriz existencial
— ¿Qué autores leíste? ¿Alguno de ellos influenció en
ti determinadamente?
—Si: la
vida. En ella aprendí que el verdadero poema es el que el poeta escribe con su
propio llanto. Mi elemento de inspiración fue el paisaje, en donde mi alma se
retrataba. Aprendí desde muy temprano a robarle el alma al paisaje. Así vino el
azul y el verde añoranza. Conocía sólo esos colores. Mi retina se adhirió a
ellos con el tesón de quien busca acercarse a un espejo y se percata, que no es
mi imagen la que me mira, sino el fuego de un fantasma, que corre por doquiera
en tu existencia. Ya extinguido mi último celaje, me convertí en el
delincuente; en robador de alma. Y andaba tras de todos, cual bruja latosa,
buscando almas con que alimentar mi existencia. En Caracas y en Cumaná
aprendí a hacer sonetos diáfanos. Pero aquí logré conseguir la catadura de una
palabra escrita con el propio dolor. Recuerdo a Darío. Me imaginé ser Job, que
sentía crecer su llaga, en la dimensión del amor que sentía por Dios. Pero poco
a poco, me fui diferenciando de Job. Vino Kirkergaard y me inspiró mucha
lástima, ya que su dolor le vino por los libros. Tuve que buscarme en mi
espejo, en mi mar, en una cumbre lejana, divisada en mi morada triste, desde
donde auscultaba la nostalgia de mis andanzas quijotescas por mi Cumaná.
— ¿Te
hiciste poeta en tu angustia?
—Me sentí
poeta viendo el cielo tornarse .triste en los atardeceres. Así fui creciendo
en la miseria de mi dolor. Aprendí que podía no escribir sino ponerme en el
piélago de una angustia que supo dar sus pasos lentos, pero seguros a mi existencia.
Nacieron en mí abrojos. Mi cuerpo fue un mar de espinas, a donde acudía con
religiosidad a exigir o reclamar su cuota de sangre. Mi vida supo sujetarse a
ese camino. Cada verso mío es espejo de ese recorrer, dejando a un lado espinas
que apronto aparecen en cualquier parte. Aquí a falta de flor, crecerán abrojos. Pero como mi
muerte no es capaz de producirse hoy diré: se comprende he vivido. ¿Cómo fue el
amor con Conchita?
—Ella fue el
amor no profanado. El esplendor de mi carrera hacia el aliviadero de mi dolor.
Con ella aprendí a querer a todas las mujeres. Ella me ha dicho que debo seguir
ritmando mi vida. El único camino que me ofrece. Un día quiso casarse conmigo;
yo me negué. Estaba muy confundido; no entendía si era amor o piedad. Quiero
que escribas un homenaje a su fidelidad.
— ¿Qué
piensas de Mallarmé, Baudelaire, Rimbaud?
—No seas
pedante muchacho. Por aquí nadie conoce a esos señores. Sólo Ramos Sucre, que
parece ser un predestinado de las letras. Yo no lo entiendo y por eso me gusta.
Se cansa uno de entender todo lo que dicen. A veces siente uno ganas de decirle
a "los poetas: —Tírame una rara. Pero todos quieren hacerse legibles.
—Tu
poesía es muy clara.
—No. Lo fue mi espejo.
— ¿Hablamos
un poco más de José Antonio Ramos Sucre?
—El fue muy
severo. Quería que yo fuera poeta. Me dijo muchas veces que debería preocuparme
más por la literatura; pero yo no estaba en eso y me interesaba vivir otras
cosas tan válidas como la literatura. A él le gustó el poema "Cielo y
Mar". Siempre me escribía; nunca vino a visitarme, era muy sensible. Hoy
ha escrito un artículo en El Universal, con motivo de mi muerte.
—El se
suicidará pronto.
—Siempre
temí que terminaría en eso. A menudo me habla de sus dolores; de su insomnio, de que hay
una impertinente amada que perturba su paz. El es muy raro; allá en Cumaná lo
trataron muy mal. A su ciudad natal regresará sólo muerto. Cuando muera, la
gente si lo querrá. Porque para eso sí que es buena la gente: para hacer que
uno descanse tranquilo en su tumba. No hay nada que despierte tanto entusiasmo,
como el contribuir para la compra de un ataúd.
Arreciaba la
lluvia. Iba a su lado. El barro amarillo iba irrigando nuestros trajes. El iba
tranquilo. Cavilaba. Me contaron que a mediados de julio se estaba poniendo
mal. Siempre iba gente a buscarlo. Había una sequía inmensa en la Pe nínsula. El dijo: No se
vayan. Yo iré a buscar la lluvia.
— ¿Cómo
fue ese acto mágico de anunciar la lluvia?
—No sé. El
destino me sembró aquí. Toda la vida la pasé aquí, sin más blasón que el amor
como única forma de vivir. Pero quiso él darme la anunciación de la buena
nueva. Me adelanté a los hechos y le insté a que no abandonará estas tierras. Y
mira, hoy casi no es posible que llegue al cementerio. Me abalanzo sobre las
aguas. Todos luchan con los arroyos para que mi cuerpo no sucumba en sus
cauces. Si fue un acto mágico. Y también reconfortador.
Seguía la
procesión; muy atareada. Los arroyos seguían bajando a cántaros. Y todos
seguían impávidos hasta el pequeño Cementerio, ubicado en el extremo del
pueblo. El ataúd negro, tornose ocre por el barro.
—-Desde aquí
veo por última vez el pedazo de mar y de cielo y una montaña de azul profundo.
Ellas forman la vista de eterno duelo. Y ya que he hecho mi rincón de vida, mi
alma se trueca en pájaro errabundo. Esta mañana amanecí quieto, lacerado por
las miradas piadosas de todos.
Ya anochecía. Íbamos al
sitio. Entramos en procesión. La fosa estaba llena de agua. Todos se pusieron
a sacar agua, y en un rincón del cementerio el ataúd había sido tapado con un
encerado. Acampamos. El agua decreció. Comenzamos la última etapa del
entierro. Y mientras más bajaba, más decrecían las gotas. Comenzaron a echarle
las paladas. Y en la última palada, apareció el arco iris, señal inequívoca de
no más lluvia. Todos regresaron acongojados. Ya no les importaba resbalar en
el barro. Habían perdido la devoción de tanto tiempo.
4 comentarios:
Estimado Celso, poeta amigo, cuánto de magia hay en tu palabra que se cruza y abre compás a la nuestra que canta. El exquisito banquete que ahora nos ofreces en homenaje al poeta Cruz Salmerón Acosta, nutre proteicamente el proyecto de musicalización de poesía que hace tiempo venimos desarrollando. A propósito, actualmente estamos trabajando de Cruz Salmerón Acosta los textos: Azul, Piedad, Mirándonos, Cielo y Mar. Gracias por el “abracadabra”, ojalá la vida nos conceda prontamente,la dicha de mostrar ese trabajo.
Un abrazo!
Leyendo esta entrevista inmediatamente me vino a la mente una película venezolana que vi hace unos cuantos años "La Casa de Agua" un filme creo que de la década de los 80. Es una película de ficción, no es documental, pero sin duda está inspirada en la vida de Salmerón Acosta. Lo raro es que al buscar el argumento de la película no se encuentra ninguna alusión al poeta. Allí vemos la versión cinematográfica de su lucha entre la poesía y su militancia política. La vi hace mucho tiempo pero recuerdo esa imagen del funeral, que usted describe en su entrevista, (entre la lluvia y el barro) de aquel poeta que muere enfermo de lepra, solo y aislado, en un pueblito del estado Sucre del que la lluvia se olvidó.
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