Sonría,
usted está en Túnez
Habib
Selmi
Souriez,
vous êtes en Tunisie ! /Edit. Sindbad/Actes
Sud, 2013
Fragmento
de la novela, traducida del árabe (Tunisie) al francés
por
Françoise Neyrod. La versión del francés al español es de Celso
Medina
Nada
ha cambiado en la residencia, excepto las plantas: ellas han
crecidido: los ciprés, los laureles están más altos ahora, y dan
sombra. Trajinando mi valija voluminosa, y gracias a la luz de la
calle, logro evitar los huecos, los gatos que corren entre los
detritus, la comida que los habitantes han lanzado allí.
No
tuve problemas para conseguirla a pesar de las construcciones que han
brotado como champiñones alrededor, pues está situada en la calle
Abou al-Qâssim al-Châbî, muy cerca del puesto de policía que no
se puede ver, ni siquiera en la noche.
Un
largo camino cubierto de piedras atraviesa el parque, y desde allí,
a otros, más pequeños, conducen a los inmuebles de la residencia.
Arrastrando mi gruesa valija, y gracias a la luz de la calle, puedo
evitar los huecos, los gatos que corren entre los detritus, los
desperdicios de comida que los habitantes arrojan allí. No consigo
el timbre en la entrada del inmueble donde habita mi hermano Ibrahim
y subo la escalera a tientas, en la noche. No hay sino cuatro pisos,
Ibrahim está en el ultimo; él no podría vivir en otro piso,
cualquiera que sea, pues el solo pensar que hombre y mujeres coman,
duerman, se laven, hagan el amor, pisen, defequen “justo sobre mi
cabeza”, como dice, sería un verdadero tormento y le haría la
vida imposible.
Ibrahim
me abraza largamente, afectuosamente. De todos mis hermanos, es quien
me es más cercano, pues tenemos casi la misma edad: tengo solo un
año más que él. Pero Yousra, su mujer, no me abraza de esa manera.
Me da la mano, de lejos, y apenas la tiende sobre la mía. Consigo
ese comportamiento muy extraño, y no comprendo que en el momento en
que Ibrahim dice:
-Has
visto, Yousra lleva el velo.
Y
como para mostrar claramente que no tiene nada que ver con eso,
precisa:
-Ha
sido ella quien lo ha decidido… Yo, no me meto en eso.
Yousra
asienta:
-Hace
tiempo que lo pensaba. Y Dios- alabado sea- me abrió las puertas del
Bien…
Wael,
su hijo único, viene hacia mí y se lanza a mis brazos. No esperaba
verlo a una hora tan avanzada, mañana no es día libre. Ibrahim me
explica que ha querido permanecer despierto hasta mi llegada; para
saludarme, verme pues, espera mucho hablar conmigo, pero sobre todo
para saber lo que le traigo como regalo. Pero Yousra no le había
hablado de eso, ya que ella sabía que iría a verlos.
Le
di una caja de chocolates; la había comprado en la tienda duty free
de Orly para desembarazarme de las monedas que quedaban en mis
bolsillo. Yousra destacó que conocía bien esas cajas, muchos de sus
vecinos las compraban para sus niños en los grandes almacenes
franceses Carrefour que están abiertos hace dos años en Túnez; con
ello ella quiere decir que el regalo no es caro, que no corresponde
de ninguna manera a lo que un hombre como yo, que vive en Francia,
debe traer, después de una larga ausencia, al hijo único del
hermano que le es más cercano.
Afortunadamente,
habría comprado otra coa para Wael; de hecho, para mí, la caja de
chocolate no era verdaderamente un regalo. Y para disipar el
malentendido, me esmeré en precisar, ante que nos instaláramos
alrededor de la mesa donde se veía los platos que Yousra sabía eran
mis favoritos, que tenía dos regalos para él. Le pedí a Ibrahim me
diera en seguida la valija, la abrí, tome una bolsa de plástico y
se la di a Wael, que me miraba con ojos brillantes. Sin esperar,
metió la mano en la bosa, sacó el pantalón y la camisa que le
había dado, y se los dio a Yousra, como si el regalo no fuese para
él, sino para ella.
La
camisa es marrón, el pantalón azul claro, y la tela es muy buena
calidad; fue mi mujer Catherine quien hizo la escogencia. Le había
dicho que me acompañara a las compras pues me fio enteramente en su
gusto, sobre todo en lo que concierne a los niños. Estaba seguro que
serían del agrado de Ibrahim y de Youstra, pero temía mucho que no
fuese de la talla de Wael; en efecto, no lo había visto desde hace
cinco años, y no me acordaba muy bien de la edad que tenía en este
momento.
Youstra
ajusta su velo. Con una mano toma la camisa; con la otra, el
pantalón; los examina, no pronuncia una palabra. Comprendo que no he
escogido una buena talla, son muchas más grandes.
-Se
las pondría el próximo verano, dice Ibrahim.
Intenta
consolarme un poco:
- La
camisa es muy bonita, y el pantalón todavía más.
La
ropa francesa es italiana, son de lo mejor que hay.
Yousra
asienta. La ropa le gusta, se ve, pero está contrariada porque su
hijo no pueda llevarla de inmediato, que tenga que esperar todo un
año. Como la mayoría de las mujeres del barrio, le gusta alardear
de lo que tiene. Habría querido que Wael, desde la mañana
siguiente, al saltar de la cama, mostrara su nueva ropa, para que
quienes lo conocían y los que no lo conocían, todos en el barrio,
lo vieran, sabiendo que su tío que vive en el extranjero le había
traído regalos muy caros.
Simulo
que no me he dado cuenta:
-Fue
Catherine la que los escogió.
Ibrahim
palpa la tela:
-Alabado
sea Dios…Tiene gusto… Sabe escoger bien.
Yousra
dobla cuidadosamente la ropa, la pone en la bolsa. Luego sale del
salón para acompañar a Wael que va a acostarse. El silencio se
instala, pesado. Siempre tengo mucho que hablar con Ibrahim luego de
una larga ausencia. Es un verdadero diluvio de preguntas: ¿Cómo va
el trabajo? ¿La vida? ¿Cómo se la lleva con nuestros hermanos y
sus esposas, con nuestros sobrinos y sus maridos? ¿Y con las otras,
próximas o menos próximas, aquellas que viven aún en el pueblo de
Majâz al-Bâb, allí en donde hemos nacido todos nosotros, y
aquellos que han partido a Béja, en el Norte? Cuando me canso de
hacerle preguntas, me complace recordarle las historias del tiempo
pasado, y nos reímos. Pero no tenía verdaderamente deseos de
hablar. Sabía muy bien que Yousra es de ese tipo de mujeres que no
se declaran fácilmente satisfechas, sobre todo si se trata de
regalos que vienen del extranjero, y que ella dice con mucha
franqueza lo que piensa de lo que se le ofrece. Sé que me quiere
bien, y que verdaderamente se contenta cuando vengo a verlos. Pero
ahora, debo reconocerlo, no comprendo su actitud. Verdaderamente, no
me esperaba que reaccionara así, que estuviera contrariada hasta ese
punto por una razón tan fútil.
Ibrahim
se percató de mi incomodidad; me preguntó cómo había sido el
viaje, a qué hora despegó el avión de Orly, cuánto tiempo había
de Paris a Túnez. Evidentemente, hace su mejor esfuerzo para no
involucrarse en la conversación. Como apenas le respondo, se levanta
y prende el televisor:-
-Pronto
comenzará el noticiero.
Comenzábamos
justamente a escuchar las noticias, cuando Yousra se nos unió; por
momentos miraba las noticias, pero eso la ponía de mal humor:
-Estamos
cansados de esas palabras que no quieren decir nada, dice con
impaciencia. Apaga eso.
Luego
señaló la mesa:
-De
todos modos, vamos a comer, la comida se enfría.
Terminamos
la comida, tomé el primer vaso de té verde de menta que Yousra ha
preparado exclusivamente para mí, aunque no me gustaba tomarlo a una
hora tan avanzada. Veo que ha dejado mi valija abierta en el piso. Y
me acuerdo de los regalos que he traído para Yousra e Ibrahim; los
había olvidado, como habíamos estado tan ocupado con los de Wael.
Siempre, cuando llegó a su casa en la noche, no se los doy sino en
la mañana. Pero esta vez, quiero cumplir con eso antes de que nos
vayamos a dormir.
Quiero
desembarazarme en seguida, lo más pronto posible, de la cuestión de
los regalos. Quisiera hacerlos olvidar lo que ha pasado con Wael,
hacerme perdonar mi error de alguna manera.
Suspiro
con gran alivio. Yousra está encantada con lo que le traje, una
suerte blusa de seda. Le había pedido a Catherine comprarle un
vestido de buena calidad, pero no sabía que lleva velo; la blusa es
de manchas cortas y delante es transparente. Yousra la vuelve a
ponerla en el cartón
-Muchas
gracias.
-¿Llevas
el velo y te vas poner una blusa como esa? Se sorprende Ibrahim.
Ella
ríe:
-¿Entonces?
La llevaré en la casa, cuando esté sola. Para salir, me pondré
por encima el safsârî1,
y
nadie la verá.
-¿Una
blusa como esa? Habrá gente que la vea… Si no, ¿para qué
usarla?
-La
verás tú, dice ella, un poco tierna, un poco coqueta.
Ibrahim
toma la camisa que le he regalado:
-Mañana,
me la pondré… Una bella camisa como todas las que vienen de
París… Todos los colegas de mi oficina la verán.
Luego
se voltea hacia mí:
-Ahora,
en Túnez, se ve a todas mujeres con velo…
Yousra
dirigie hacia él sus grandes ojos negros. Sonríe:
-¿Qué
quieres decir?
Su
pregunta me sorprendió, pensé que guardaría silencio, ahora que
lleva el velo. Pero no, ella no vacila en tomar la palabra cuando
quiere, como siempre la he visto hacer. Parece que siempre es siempre
ella, a pesar del cambio experimentado en su apariencia exterior, lo
que la hace diferente a las otras, lo que hace que la aprecie, que me
guste hablar con ella con franqueza sobre la situación de las
mujeres. Lo que no puedo permitirme con mis otras cuñadas, con las
que la conversación no va más allá de lo que exige la cortesía y
las buenas costumbres.
-Quiero
decir que las tunecinas portan velos. Pero no abandonan el jean
ajustado.
-¿Y
por qué tienen ellas que abandonarlos? … Siempre y cuando lleven
por encima un vestido amplio.
-¿Y
la mini?
-¿Cuál
es la diferencia entre la mini y el jean? Lo esencial es que la
mujer se cubra ante los hombres.
Ibrahim
permanece un momento silencioso, luego apunta con malicia:
-Y
eso no es todo… He escuchado decir que algunas mujeres con velo
llevan un bikini.
Yousra
suelta una risotada. Ibrahim ríe, dice también:
-Te
imaginas… El velo arriba, y el bikini abajo!
Y
se vuelve hacia mí, mirándome bien la cara: puedes darme una
opinión sobre la cuestión. Pero no digo nada. Yousra lleva a la
cocina los cubiertos, los platos y el resto de la comida
-Dios
perdónalos a todos… Dios es misericordioso.
Ella
termina de limpiar la mesa, me mira; veo que tiene maquillaje en los
párpados.
-Se
diría que estás cansado, dice ella bostezando.
Ibrahim
se levanta, también bostezando.
-Yousra
te ha preparado nuestro cuarto… Dormirás allí, dice él.
Sabía
que ellos querrían que tomara su cuarto, como la última vez. Me
negué rotundamente, y dije en tono categórico:
- Dormiré
aquí.
Yousra
no comprendió:
¿Dónde?
¿Aquí? ¿Sobre el canapé?
- Exactamente,
sobre el canapé; y no cambiaré de opinión.
Sabían
quera era testarudo, que si tomaba una decisión, no la echaba para
atrás nunca, hicieran lo que hicieran; sobre todo cuando se trataba
de una cuestión de ese orden.
Ellos
intercambiaron miradas. No dijeron nada.
1Velo
blanco que se lleva por encima del vestido (nota del traductor
francés)
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