jueves, 9 de agosto de 2018


Sonría, usted está en Túnez
Habib Selmi

Souriez, vous êtes en Tunisie ! /Edit. Sindbad/Actes Sud, 2013


Fragmento de la novela, traducida del árabe (Tunisie) al francés
 por Françoise Neyrod. La versión del francés al español es de Celso Medina




Nada ha cambiado en la residencia, excepto las plantas: ellas han crecidido: los ciprés, los laureles están más altos ahora, y dan sombra. Trajinando mi valija voluminosa, y gracias a la luz de la calle, logro evitar los huecos, los gatos que corren entre los detritus, la comida que los habitantes han lanzado allí.
No tuve problemas para conseguirla a pesar de las construcciones que han brotado como champiñones alrededor, pues está situada en la calle Abou al-Qâssim al-Châbî, muy cerca del puesto de policía que no se puede ver, ni siquiera en la noche.
Un largo camino cubierto de piedras atraviesa el parque, y desde allí, a otros, más pequeños, conducen a los inmuebles de la residencia. Arrastrando mi gruesa valija, y gracias a la luz de la calle, puedo evitar los huecos, los gatos que corren entre los detritus, los desperdicios de comida que los habitantes arrojan allí. No consigo el timbre en la entrada del inmueble donde habita mi hermano Ibrahim y subo la escalera a tientas, en la noche. No hay sino cuatro pisos, Ibrahim está en el ultimo; él no podría vivir en otro piso, cualquiera que sea, pues el solo pensar que hombre y mujeres coman, duerman, se laven, hagan el amor, pisen, defequen “justo sobre mi cabeza”, como dice, sería un verdadero tormento y le haría la vida imposible.
Ibrahim me abraza largamente, afectuosamente. De todos mis hermanos, es quien me es más cercano, pues tenemos casi la misma edad: tengo solo un año más que él. Pero Yousra, su mujer, no me abraza de esa manera. Me da la mano, de lejos, y apenas la tiende sobre la mía. Consigo ese comportamiento muy extraño, y no comprendo que en el momento en que Ibrahim dice:

-Has visto, Yousra lleva el velo.
Y como para mostrar claramente que no tiene nada que ver con eso, precisa:
-Ha sido ella quien lo ha decidido… Yo, no me meto en eso.
Yousra asienta:
-Hace tiempo que lo pensaba. Y Dios- alabado sea- me abrió las puertas del Bien…
Wael, su hijo único, viene hacia mí y se lanza a mis brazos. No esperaba verlo a una hora tan avanzada, mañana no es día libre. Ibrahim me explica que ha querido permanecer despierto hasta mi llegada; para saludarme, verme pues, espera mucho hablar conmigo, pero sobre todo para saber lo que le traigo como regalo. Pero Yousra no le había hablado de eso, ya que ella sabía que iría a verlos.
Le di una caja de chocolates; la había comprado en la tienda duty free de Orly para desembarazarme de las monedas que quedaban en mis bolsillo. Yousra destacó que conocía bien esas cajas, muchos de sus vecinos las compraban para sus niños en los grandes almacenes franceses Carrefour que están abiertos hace dos años en Túnez; con ello ella quiere decir que el regalo no es caro, que no corresponde de ninguna manera a lo que un hombre como yo, que vive en Francia, debe traer, después de una larga ausencia, al hijo único del hermano que le es más cercano.
Afortunadamente, habría comprado otra coa para Wael; de hecho, para mí, la caja de chocolate no era verdaderamente un regalo. Y para disipar el malentendido, me esmeré en precisar, ante que nos instaláramos alrededor de la mesa donde se veía los platos que Yousra sabía eran mis favoritos, que tenía dos regalos para él. Le pedí a Ibrahim me diera en seguida la valija, la abrí, tome una bolsa de plástico y se la di a Wael, que me miraba con ojos brillantes. Sin esperar, metió la mano en la bosa, sacó el pantalón y la camisa que le había dado, y se los dio a Yousra, como si el regalo no fuese para él, sino para ella.
La camisa es marrón, el pantalón azul claro, y la tela es muy buena calidad; fue mi mujer Catherine quien hizo la escogencia. Le había dicho que me acompañara a las compras pues me fio enteramente en su gusto, sobre todo en lo que concierne a los niños. Estaba seguro que serían del agrado de Ibrahim y de Youstra, pero temía mucho que no fuese de la talla de Wael; en efecto, no lo había visto desde hace cinco años, y no me acordaba muy bien de la edad que tenía en este momento.
Youstra ajusta su velo. Con una mano toma la camisa; con la otra, el pantalón; los examina, no pronuncia una palabra. Comprendo que no he escogido una buena talla, son muchas más grandes.
-Se las pondría el próximo verano, dice Ibrahim.
Intenta consolarme un poco:
- La camisa es muy bonita, y el pantalón todavía más.
La ropa francesa es italiana, son de lo mejor que hay.
Yousra asienta. La ropa le gusta, se ve, pero está contrariada porque su hijo no pueda llevarla de inmediato, que tenga que esperar todo un año. Como la mayoría de las mujeres del barrio, le gusta alardear de lo que tiene. Habría querido que Wael, desde la mañana siguiente, al saltar de la cama, mostrara su nueva ropa, para que quienes lo conocían y los que no lo conocían, todos en el barrio, lo vieran, sabiendo que su tío que vive en el extranjero le había traído regalos muy caros.
Simulo que no me he dado cuenta:
-Fue Catherine la que los escogió.
Ibrahim palpa la tela:
-Alabado sea Dios…Tiene gusto… Sabe escoger bien.
Yousra dobla cuidadosamente la ropa, la pone en la bolsa. Luego sale del salón para acompañar a Wael que va a acostarse. El silencio se instala, pesado. Siempre tengo mucho que hablar con Ibrahim luego de una larga ausencia. Es un verdadero diluvio de preguntas: ¿Cómo va el trabajo? ¿La vida? ¿Cómo se la lleva con nuestros hermanos y sus esposas, con nuestros sobrinos y sus maridos? ¿Y con las otras, próximas o menos próximas, aquellas que viven aún en el pueblo de Majâz al-Bâb, allí en donde hemos nacido todos nosotros, y aquellos que han partido a Béja, en el Norte? Cuando me canso de hacerle preguntas, me complace recordarle las historias del tiempo pasado, y nos reímos. Pero no tenía verdaderamente deseos de hablar. Sabía muy bien que Yousra es de ese tipo de mujeres que no se declaran fácilmente satisfechas, sobre todo si se trata de regalos que vienen del extranjero, y que ella dice con mucha franqueza lo que piensa de lo que se le ofrece. Sé que me quiere bien, y que verdaderamente se contenta cuando vengo a verlos. Pero ahora, debo reconocerlo, no comprendo su actitud. Verdaderamente, no me esperaba que reaccionara así, que estuviera contrariada hasta ese punto por una razón tan fútil.
Ibrahim se percató de mi incomodidad; me preguntó cómo había sido el viaje, a qué hora despegó el avión de Orly, cuánto tiempo había de Paris a Túnez. Evidentemente, hace su mejor esfuerzo para no involucrarse en la conversación. Como apenas le respondo, se levanta y prende el televisor:-
-Pronto comenzará el noticiero.
Comenzábamos justamente a escuchar las noticias, cuando Yousra se nos unió; por momentos miraba las noticias, pero eso la ponía de mal humor:
-Estamos cansados de esas palabras que no quieren decir nada, dice con impaciencia. Apaga eso.
Luego señaló la mesa:
-De todos modos, vamos a comer, la comida se enfría.
Terminamos la comida, tomé el primer vaso de té verde de menta que Yousra ha preparado exclusivamente para mí, aunque no me gustaba tomarlo a una hora tan avanzada. Veo que ha dejado mi valija abierta en el piso. Y me acuerdo de los regalos que he traído para Yousra e Ibrahim; los había olvidado, como habíamos estado tan ocupado con los de Wael. Siempre, cuando llegó a su casa en la noche, no se los doy sino en la mañana. Pero esta vez, quiero cumplir con eso antes de que nos vayamos a dormir.
Quiero desembarazarme en seguida, lo más pronto posible, de la cuestión de los regalos. Quisiera hacerlos olvidar lo que ha pasado con Wael, hacerme perdonar mi error de alguna manera.
Suspiro con gran alivio. Yousra está encantada con lo que le traje, una suerte blusa de seda. Le había pedido a Catherine comprarle un vestido de buena calidad, pero no sabía que lleva velo; la blusa es de manchas cortas y delante es transparente. Yousra la vuelve a ponerla en el cartón
-Muchas gracias.
-¿Llevas el velo y te vas poner una blusa como esa? Se sorprende Ibrahim.
Ella ríe:
-¿Entonces? La llevaré en la casa, cuando esté sola. Para salir, me pondré por encima el safsârî1, y nadie la verá.
-¿Una blusa como esa? Habrá gente que la vea… Si no, ¿para qué usarla?
-La verás tú, dice ella, un poco tierna, un poco coqueta.
Ibrahim toma la camisa que le he regalado:
-Mañana, me la pondré… Una bella camisa como todas las que vienen de París… Todos los colegas de mi oficina la verán.
Luego se voltea hacia mí:
-Ahora, en Túnez, se ve a todas mujeres con velo…
Yousra dirigie hacia él sus grandes ojos negros. Sonríe:
-¿Qué quieres decir?
Su pregunta me sorprendió, pensé que guardaría silencio, ahora que lleva el velo. Pero no, ella no vacila en tomar la palabra cuando quiere, como siempre la he visto hacer. Parece que siempre es siempre ella, a pesar del cambio experimentado en su apariencia exterior, lo que la hace diferente a las otras, lo que hace que la aprecie, que me guste hablar con ella con franqueza sobre la situación de las mujeres. Lo que no puedo permitirme con mis otras cuñadas, con las que la conversación no va más allá de lo que exige la cortesía y las buenas costumbres.
-Quiero decir que las tunecinas portan velos. Pero no abandonan el jean ajustado.
-¿Y por qué tienen ellas que abandonarlos? … Siempre y cuando lleven por encima un vestido amplio.
-¿Y la mini?
-¿Cuál es la diferencia entre la mini y el jean? Lo esencial es que la mujer se cubra ante los hombres.
Ibrahim permanece un momento silencioso, luego apunta con malicia:
-Y eso no es todo… He escuchado decir que algunas mujeres con velo llevan un bikini.
Yousra suelta una risotada. Ibrahim ríe, dice también:
-Te imaginas… El velo arriba, y el bikini abajo!
Y se vuelve hacia mí, mirándome bien la cara: puedes darme una opinión sobre la cuestión. Pero no digo nada. Yousra lleva a la cocina los cubiertos, los platos y el resto de la comida
-Dios perdónalos a todos… Dios es misericordioso.
Ella termina de limpiar la mesa, me mira; veo que tiene maquillaje en los párpados.
-Se diría que estás cansado, dice ella bostezando.
Ibrahim se levanta, también bostezando.
-Yousra te ha preparado nuestro cuarto… Dormirás allí, dice él.
Sabía que ellos querrían que tomara su cuarto, como la última vez. Me negué rotundamente, y dije en tono categórico:
- Dormiré aquí.
Yousra no comprendió:
¿Dónde? ¿Aquí? ¿Sobre el canapé?
- Exactamente, sobre el canapé; y no cambiaré de opinión.
Sabían quera era testarudo, que si tomaba una decisión, no la echaba para atrás nunca, hicieran lo que hicieran; sobre todo cuando se trataba de una cuestión de ese orden.
Ellos intercambiaron miradas. No dijeron nada.

1Velo blanco que se lleva por encima del vestido (nota del traductor francés)

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