Testimonio de su hermano, Rafael
Salmerón Acosta:
En torno a la muerte
de Cruz Salmerón Acosta
Rafael Antonio Salmerón Acosta conversa conmigo . Nos acompañan jóvenes que integran el Centro Cultural "Salmerón Acosta" |
A mediados del mes de julio se iba
sintiendo mal y vino por aquí un médico a verlo; lo trajo López Orihuela de
Cumaná. La gente acudía constantemente a verlo; se quejaban de la sequedad que
laceraba a la Península. Querían irse. Entonces él dijo: “No se vayan; cuando
yo muera les voy a mandar mucha agua”. Pasaron días y participamos a la
familia de su gravedad. Vino mucha gente y vino también Alberto Salaya, un
gran amigo que le ayudó a bien morir. Ya para el 28, por ahí, estaba mal; muy
mal. Pero con una conversación correcta. El día antes de morir, en la mañana,
mamá se angustiaba y todos allá; y entonces él, en una de esas, le dijo a mamá:
“¿Qué vamos hacer? ¿Hasta cuándo esta agonía?
“Confórmense”. Pasaron así algunas
horas y en la noche comenzó la gravedad. Por ahí como a las nueve de la noche
ya casi ni se entendía lo que hablaba. Se fue muriendo lentamente y tranquilo.
Se hacen los arreglos para el entierro; se participa a Cumaná; la prensa da la
noticia. Empiezan a llegar a Cumaná invitados. Llega la Banda del Estado. Viene
el cura que estaba en La Angoleta, en unas fiestas. Pero como a las diez y
media de la mañana empieza la lluvia; era el 30 de julio. El murió el 29, como
a las nueve y media de la mañana. Apareció el doctor Rafael Antonio Machado, su
gran amigo, con muchas personas. Esa era la única lancha motor que había por
aquí. El agua arreciaba y no pudieron venir. Entre esos que vinieron recuerdo
yo a no te aseguro si el que fue rector de la Universidad Central, un - señor
de apellido Nery (el papá era muy amigo de él). Se presenta, pues, que hay que enterrarlo. Ya eran como las ocho
de la noche. Resolvemos enterrarlo. Partimos bajo la lluvia. Y desde que
salimos de aquí en ese torrencial aguacero; eran torrenteras de aguas. Y esa urna
como barco fantasma. La gente cargándolo uno con otros porque el arroyo venido
de los cerros, querían arrebatárnoslo de las manos. Y la banda del Estado
tocando una marcha fúnebre que hacía más triste el momento. Hasta que llegamos
al cementerio. La fosa tenía que achicarse; estaba rebosada de agua. Hubo que
depositarlo ahí; encima tenía un encerado. Hasta que la lluvia aplacara. Y por
más que achicábamos, la tumba no se vaciaba. Hasta que por fin, cuando aplacó
un poco el agua, lo enterramos. Y con la última palada de tierra, terminó la
lluvia.
Ya la angustia no le cabía en el
cuerpo; y devino en muerte. Sus azules, salido del panorama diseñado desde su
morada, en El Guarataro, se acunaron en su urna y marcharon grávidos. El
paisaje contradictorio de Manicuare ya no tendría cantor. Sequedad-frescura-
Azul-Cardones- tierra seca-agua que no refresca: contemplaban el postrer
suspiro de un bardo acicateado por un mal que lentamente, pero abriendo surcos
seguros, cerró el hálito del poeta.
Rafael Antonio Salmerón Acosta, último
vestigio de esa hermandad vital, rememora ahora la muerte de su hermano. Allá,
frente al mar de Manicuare, teniendo como égida la esfinge de su hermano en
un busto que mira hacia el azul, Rafael Antonio se retrotrae a la memoria.
Cuenta y exalta con fulgor la imagen de su hermano. “Jamás he conocido un
hombre de su cualidad”, — dice. La vitalidad que laureó su memoria, la sintió
en la forma como vivió el poeta. Pese a su enfermedad, fue un ser pletórico de
alegría. Y era el líder de su pueblo. Su morada parecía un oráculo.
En varias oportunidades Rafael Antonio
copió poemas del poeta, cuando éste no pudo utilizar sus manos. Las arrugas de
Rafael Antonio esconden facciones emparentadas con su hermano. Sus ojos ya -
no se sabe si son azules o verde; pero ellos si guardan el recuerdo de la
odisea de angustia del poeta.
Se quedó toda su vida en el Guarataro.
Su misión: contarles a todos lo que fue el poeta. Ya tiene 78 años. No se
siente arrepentido de haber dedicado tantos años a rememorar la vida de Cruz
María. Suponemos que diariamente desanda la memoria para posarse en pasajes de
la vida de su hermano.
La casa del poeta guarda la cama, en
donde dio su postrer aliento. Vemos el baño. Y nos asomamos a la ventana, desde
donde tantas veces el poeta diseñó su azul. En los alrededores de la casa
nacieron flores. En tierra inhóspita crecieron tulipanes coloridos. “Nacieron -
con el tesón más que con el abono”.
Ya sentado en su chinchorro, de frente
al mar, cuenta rasgos de la vida de su infausto hermano. Y tras un silencio (al
parecer para hilvanar ideas o para irse al recuerdo), cuenta que su hermano
murió contento, ya que tuvo grandes amigos y siempre recibía visitas de
personas que le mostraron cariño. Su madre fue su preocupación más importante.
Pero a ella ni a su padre, les hizo un poema. Sentía que no le venía
totalmente; era tanto el afecto por ellos que todo se volvía vano, ante la inmensidad
de cosas que bullían en su humanidad. Y a ella le confesó que su muerte era un
cierre del telón de su dramática vida. Y
su pregunta: "¿Hasta cuándo?”, era la dilucidación de que ahí termina el
dolor.
Una agonía que comenzó en 1918, cuando
la “gripe española”, lo refugió definitivamente en su morada. Agonía que se
extinguía ese 29 de julio de 1929, fecha en la cual se fue tras la áurea de su
- "Azul".
La Profecía de la lluvia en un momento en que la sequedad hacía estrago
en Manicuare, salvó la emigración de sus pobladores que ya no soportaban tan
larga sequía. Lluvia que vino a cántaros y llenó quebradas, elementos del
paisaje que impedían el entierro del cadáver. Y la última palada dio el punto
final a la tempestad. Con ella también se fue un espíritu ganado para el
sufrimiento y en cuya integridad reverdeció la lucidez .
Cumaná, Junio de 1978
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