viernes, 3 de agosto de 2018


Entrevista imaginaria a Cruz Salmerón Acosta: 

“El verdadero poema es el que el poeta escribe con su propio llanto”

Celso Medina





"Yo morí y vino la lluvia a apagar el fuego que fue mi vida. Troqué mi vida por la lluvia. Hoy ha llovido en raudales. Ha mucho tiempo la canícula urde el infierno diario de estos pobladores de Manicuare. La lluvia llenó todo Manicuare menos las hendiduras de mi vacío, cavado por la lepra".
Así, a quemarropa, comenzó a hablar. Iba como barco fantasma al naufragio del cementerio. Entre barriales, estigmatizando su último naufragio de la arcilla amarilla y ocre que traen los riachuelos que bajan a cántaros de los cerros, hasta hace poco surtido de fuego. Para llegar a la entrevista peleé con la bravura del mar e hice un rodeo al tiempo; llegué veinticinco años antes de  yo nacer. Él iba entre los hombros de los manicuarenses.

Había nacido el año 1892; aquí en Manicuare. Y murió ayer, en franco lance con la muerte, que le vino a paso lento, pero abriendo hendiduras se­guras.
¿Cómo fue lo de tu enfermedad?
—Ese secreto está sólo aquí: en mi ataúd. Es el único sitio capaz de albergarlo. Con ello burlo a la historia, empeñada más en buscar chismes para montar su torre de babel.
Pero se habla de una hermosa mujer, vesti­da de negro, que conociste una vez en Caracas, a la que hiciste el amor una sola vez e intentaste buscar y jamás hallaste. De ella se decía que era bella y misteriosa; que vivía además en una casa misteriosa.
—Para que veas ya uno no puede llevarse a la tumba sus intimidades. ¿Quién te contó eso? Todo lo divulgan; ¿Qué irá a decir Conchita, mi novia, Mi cordera?
¿Cómo fue tu vida realmente?
—El destino me sembró en este paraje, en un oscuro pesimismo, con la ilusión en un abismo y poniendo también en otro mi esperanza.
¿Nunca pensaste en el suicidio?
—Eso fue un escándalo propagado en Cumaná y que le llegó a mi novia Conchita. Eso nunca lo pensé; siempre confié en que podría sanar. Yo siem­pre amé la vida. Para vivir me bastó sólo que el amor floreciera en mí y el alma rimase poesía. Nun­ca aspiré acabar mis días de una manera violenta y trágica; estuve resignado a que mi corazón expirase pianísima y melancólicamente, como esos pajarillos prisioneros que se mueren de nostalgia.
¿Cómo viviste  toda tu enfermedad?
—Aprendí a hacer de mi vida un sueño agra­dable y estuve bajo la influencia de una alucinación amorosa.
Una vez estuviste preso; en la prisión pasa­ron cosas muy interesantes. El motivo de esa pri­sión al parecer tiene relación con el asesinato de tu hermano Antoñico.
—Yo no presencié su muerte. Estaba en el Guarataro. Lo mató el Comisario Ángel Mejías, en una discusión en la gallera. Le dio cinco tiros. La gente enardecida linchó a Mejías. Y su cadáver quedó tirado en la calle, sin que nadie quisiera recogerlo. El cadáver de mi hermano también estaba tirado en el suelo, esperando el bote que lo llevaría hasta Cumaná. Se presentó el bote; había que llevarlos allí mismo. El pueblo no quería; yo intervine. Se accedió a llevarlos. Estuve preso en Cumaná. Fue más de un año. Allí conocí al negro Santoya. Un día me dijo: —Yo quiero que sepa que no me he fugado por acompañarlo. No quiero dejarlo solo. Aquí puede pasar algo un día y yo estaré allí. A los hombres como usted no los toca nadie, porque yo estoy aquí para defenderlo. Y así pasó. Salí en libertad y no pasó una semana y se fugó Santoya. Un día a las dos de la madrugada, con el perol de inmundicias sobre los hombros, caminaba en direc­ción al Manzanares entre dos filas. El río estaba muy crecido. Cuando llegaron al puerto de la Popa de Zamora, se lanzó a la corriente. Fue cosa de se­gundos. Dispararon por puro formulismo. Se inter­nó en el monte. Santoya a menudo se hacía acom­pañar de muchos hombres fieros y se apoderaba de las armas de las pequeñas guarniciones de los mu­nicipios. Lo mataron, después de una cruel cacería. Contrataron a un asesino a sueldo. Lo sorprendie­ron dormido en el soberado. El ruido de los máuseres lo despertó. Bajó con las manos en alto. Sabía que su vida dependía de un hilo. Midió la distan­cia; quiso fugarse, pero en el más leve movimiento, fue sorprendido por el fuego que le dejó sus vísce­ras en el techo.
¿Por qué hablas con tanto entusiasmo de ese personaje?
—Es que la vitalidad de mi existencia se nu­tría fundamentalmente de la vida de mi pueblo. Si aprendí a vivir fue por ellos. Con ellos mi enfer­medad, casi no la sentí. Santoya es esa especie de reencarnación de una rebeldía que llevan los hom­bres pisoteados desde tiempos inmemoriales.
Hablando ya del tema político, hoy vino Pe­dro Elías Aristiguieta buscando prosélitos para in­vadir a Cumaná dentro de 11 días, con un vapor llamado "Falke", que es comandado por Román Delgado Cbalbaud. Rafael Antonio está comprome­tido en esa invasión.
—Yo morí ayer. Si me entero cabalmente de esa invasión a lo mejor hubiera muerto en esa ba­talla
Alguien ha dicho que tu vida es mucho más importante que tu poesía.
—Bueno. Yo no sé nada de estética. Sólo sé que viví a plenitud mi oscuro pesimismo. Mi vida fue un torneo de saltos; viví de abismo en abismo, pero jamás sentí el vértigo de su altura. Mi ilusión era un ave cautiva, que como no pudo volar, soltó sus trinos al mar. Siempre puse mi esperanza entre abismos. Pero siempre fui esperanzado. La vida fue tan sagrada, que sólo la cambié por la lluvia.
 —Pienso que el mejor poema es aquel que jamás logra escribir el poeta. Porque en él está su vida. Y su vida es tan inconmensurable, que no es po­sible medirla a través de los signos. Poesía es un asalto a la vida; es quitarle su santidad y tomarla como blasón. Y mi mal no tuvo más remedio que la vida. Yo diría como dirá Prieto Figueroa posteriormente: “A la herida /yo le pongo un centímetro de amor/y cicatriza". Mi vida fue una herida a la que todos los días yo le ponía centímetros de amor. Y mira que sufría mucho, tuve muchas heri­das; pero gasté toda mi vida poniéndole amor. Eso fue mi poesía; cubrir de amor todas las heridas que surgen diariamente. ! ! !Es el hacer la gran cicatriz existencial
¿Qué  autores leíste? ¿Alguno de ellos in­fluenció en ti determinadamente?
—Si: la vida. En ella aprendí que el verdadero poema es el que el poeta escribe con su propio llanto. Mi elemento de inspiración fue el paisaje, en donde mi alma se retrataba. Aprendí desde muy temprano a robarle el alma al paisaje. Así vino el azul y el verde añoranza. Conocía sólo esos colores. Mi retina se adhirió a ellos con el tesón de quien busca acercarse a un espejo y se percata, que no es mi imagen la que me mira, sino el fuego de un fantasma, que corre por doquiera en tu existencia. Ya extinguido mi último celaje, me convertí en el delincuente; en robador de alma. Y andaba tras de todos, cual bruja latosa, buscando almas con que alimentar mi existencia. En Caracas y en Cumaná aprendí a hacer sonetos diáfanos. Pero aquí logré conseguir la catadura de una palabra escrita con el propio dolor. Recuerdo a Darío. Me imaginé ser Job, que sentía crecer su llaga, en la dimensión del amor que sentía por Dios. Pero poco a poco, me fui diferenciando de Job. Vino Kirkergaard y me inspiró mucha lástima, ya que su dolor le vino por los libros. Tuve que buscarme en mi espejo, en mi mar, en una cumbre lejana, divisada en mi morada triste, desde donde auscultaba la nostalgia de mis andanzas quijotescas por mi Cumaná.
— ¿Te hiciste poeta en tu angustia?
—Me sentí poeta viendo el cielo tornarse .tris­te en los atardeceres. Así fui creciendo en la mise­ria de mi dolor. Aprendí que podía no escribir sino ponerme en el piélago de una angustia que supo dar sus pasos lentos, pero seguros a mi existencia. Nacieron en mí abrojos. Mi cuerpo fue un mar de espinas, a donde acudía con religiosidad a exigir o reclamar su cuota de sangre. Mi vida supo sujetarse a ese camino. Cada verso mío es espejo de ese recorrer, dejando a un lado espinas que apronto aparecen en cualquier parte. Aquí   a falta de flor, crecerán abrojos. Pero como mi muerte no es capaz de producirse hoy diré: se comprende he vivido.                           ¿Cómo fue el amor con Conchita?
—Ella fue el amor no profanado. El esplendor de mi carrera hacia el aliviadero de mi dolor. Con ella aprendí a querer a todas las mujeres. Ella me ha dicho que debo seguir ritmando mi vida. El único camino que me ofrece. Un día quiso casarse conmigo; yo me negué. Estaba muy con­fundido; no entendía si era amor o piedad. Quiero que escribas un homenaje a su fidelidad.
¿Qué piensas de Mallarmé, Baudelaire, Rimbaud?
—No seas pedante muchacho. Por aquí nadie conoce a esos señores. Sólo Ramos Sucre, que parece ser un predestinado de las letras. Yo no lo entiendo y por eso me gusta. Se cansa uno de entender todo lo que dicen. A veces siente uno ganas de decirle a "los poetas: —Tírame una rara. Pero todos quieren hacerse legibles.
Tu poesía es muy clara.
—No.  Lo fue mi espejo.
¿Hablamos un poco más de José Antonio Ramos Sucre?
—El fue muy severo. Quería que yo fuera poeta. Me dijo muchas veces que debería preocu­parme más por la literatura; pero yo no estaba en eso y me interesaba vivir otras cosas tan válidas como la literatura. A él le gustó el poema "Cielo y Mar". Siempre me escribía; nunca vino a visi­tarme, era muy sensible. Hoy ha escrito un artí­culo en El Universal, con motivo de mi muerte.
El se suicidará pronto.
—Siempre temí que terminaría en eso. A me­nudo me habla de sus dolores;  de su insomnio, de que hay una impertinente amada que perturba su paz. El es muy raro; allá en Cumaná lo trata­ron muy mal. A su ciudad natal regresará sólo muerto. Cuando muera, la gente si lo querrá. Porque para eso sí que es buena la gente: para hacer que uno descanse tranquilo en su tumba. No hay nada que despierte tanto entusiasmo, co­mo el contribuir para la compra de un ataúd.
Arreciaba la lluvia. Iba a su lado. El barro amarillo iba irrigando nuestros trajes. El iba tran­quilo. Cavilaba. Me contaron que a mediados de julio se estaba poniendo mal. Siempre iba gente a buscarlo. Había una sequía inmensa en la Pe­nínsula. El dijo: No se vayan. Yo iré a buscar la lluvia.
¿Cómo fue ese acto mágico de anunciar la lluvia?
—No sé. El destino me sembró aquí. Toda la vida la pasé aquí, sin más blasón que el amor como única forma de vivir. Pero quiso él darme la anunciación de la buena nueva. Me adelanté a los hechos y le insté a que no abandonará estas tierras. Y mira, hoy casi no es posible que llegue al cementerio. Me abalanzo sobre las aguas. To­dos luchan con los arroyos para que mi cuerpo no sucumba en sus cauces. Si fue un acto mágico. Y también  reconfortador.
Seguía la procesión; muy atareada. Los arro­yos seguían bajando a cántaros. Y todos seguían impávidos hasta el pequeño Cementerio, ubicado en el extremo del pueblo. El ataúd negro, tornose ocre por el barro.
—-Desde aquí veo por última vez el pedazo de mar y de cielo y una montaña de azul profun­do. Ellas forman la vista de eterno duelo. Y ya que he hecho mi rincón de vida, mi alma se trueca en pájaro errabundo. Esta mañana amanecí quie­to, lacerado por las miradas piadosas de todos.
Ya anochecía. Íbamos al sitio. Entramos en pro­cesión. La fosa estaba llena de agua. Todos se pu­sieron a sacar agua, y en un rincón del cementerio el ataúd había sido tapado con un encerado. Acam­pamos. El agua decreció. Comenzamos la última etapa del entierro. Y mientras más bajaba, más de­crecían las gotas. Comenzaron a echarle las pala­das. Y en la última palada, apareció el arco iris, señal inequívoca de no más lluvia. Todos regresa­ron acongojados. Ya no les importaba resbalar en el barro. Habían perdido la devoción de tanto tiempo.

4 comentarios:

Nilza Centeno dijo...

Estimado Celso, poeta amigo, cuánto de magia hay en tu palabra que se cruza y abre compás a la nuestra que canta. El exquisito banquete que ahora nos ofreces en homenaje al poeta Cruz Salmerón Acosta, nutre proteicamente el proyecto de musicalización de poesía que hace tiempo venimos desarrollando. A propósito, actualmente estamos trabajando de Cruz Salmerón Acosta los textos: Azul, Piedad, Mirándonos, Cielo y Mar. Gracias por el “abracadabra”, ojalá la vida nos conceda prontamente,la dicha de mostrar ese trabajo.
Un abrazo!

Unknown dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Unknown dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Unknown dijo...

Leyendo esta entrevista inmediatamente me vino a la mente una película venezolana que vi hace unos cuantos años "La Casa de Agua" un filme creo que de la década de los 80. Es una película de ficción, no es documental, pero sin duda está inspirada en la vida de Salmerón Acosta. Lo raro es que al buscar el argumento de la película no se encuentra ninguna alusión al poeta. Allí vemos la versión cinematográfica de su lucha entre la poesía y su militancia política. La vi hace mucho tiempo pero recuerdo esa imagen del funeral, que usted describe en su entrevista, (entre la lluvia y el barro) de aquel poeta que muere enfermo de lepra, solo y aislado, en un pueblito del estado Sucre del que la lluvia se olvidó.