El peligro de que
desaparezca la política
Celo Medina
Ilustración: Celso Medina |
Ahora que muy pocos desean saber
de política, acudo yo a hablar de la educación como política. La
reticencia con lo político pudiera deberse a que lo hemos
considerado como asunto ajeno. Y el problema no es que hemos dejado
la política a los políticos, sino que ellos pocas veces hacen
política, más bien hablan de ella. Una muela o una rodilla deben
cumplir sus funciones silenciosamente. Cuando se dejan sentir, es
para jodernos la vida. Así tendría ser la política, debe funcionar
sin que hablemos de ella. Sin embargo, en Venezuela esta actividad es
ejercida por perorateros sin ideas, especie de perritos pavlovianos
cuyo pensamiento ha sido sustituido por el reactivismo; es decir, el
dime qué dices tú, adversario, para enrostrarte mi negación. Y en
vez argumentos, pululan las consignas y los tópicos.
Pero la culpa de que la política
se haya reducido a eso la tiene la educación, porque se ha limitado
a hacer de ella un simple predicado, sin sustantivos sólidos. La
educación es política o no lo es, porque la política es la gran
escuela, la que zurce el espacio donde los hombres nos juntamos. De
modo que si hubiese que rescatar la política, correspondería a la
escuela ponerla al servicio no del hombre, sino del mundo en que él
existe.
Nosotros, los seres humanos somos
más artificio que naturaleza. Cuando ya todo estaba creado, Dios se
percata de un olvido: el hombre. De modo que somos los olvidados de
Dios o seres "de más", como diría el filósofo español
Eugenio Trías. Tuvimos que hacernos nuestra morada en ese cosmos
perfecto, donde estábamos condenados a vivir con los otros.
Realmente, no sabemos si eso es una condena realmente o un premio. Y
para vivir juntos, se nos dio dos recursos esenciales: la lengua y la
ética. Con el primero construimos la historia, avistamos el pasado,
para traerlo al presente y proyectamos futuros. Con la segunda,
evitamos matarnos los unos con los otros.
Sin duda, fue un reto demasiado
pesado: siendo los seres más débiles, se nos encomendó no que
domináramos la realidad, sino que nos construyéramos nuestro mundo.
Karel Kosik ha dicho que "... el mundo solo es cuando existe el
hombre". Pero ese mundo se nos dio con dos aditamentos: el deseo
y el interés. Podíamos reconstruir lo dado, plegarlo y desplegarlo
a nuestras anchas, pero bajo la dialéctica de esos polos.
Y precisamente fue la ética lo
que les faltó a los dinosaurios para sobrevivir. Nosotros, seres
ínfimos y débiles, ideamos otras fuerzas para no perecer. Por eso
aún podemos hablar hoy.
El papel de la educación en su
rescate de la política tiene en la ética una gran aliada. Concibo
que esta es absolutamente idiosincrásica. Nadie experimenta la ética
del otro. Y la política sería esa suma de las éticas particulares.
Si eso fuese así, no tendríamos necesidad de moral, porque los
valores no necesitarían ni de leyes, normas o costumbres para que el
mundo funcionara en su plenitud justa.
Para la convivencia, la ética
buscó refugio en la moral, la gran fabricadora de los predicados
valorativos. ¿Cuáles son los atributos que constituyen esos
predicados? El más relevante es la virtud, cuyo concepto algunos
confunden con el adjetivo "bueno". Intentemos ilustrarlo:
¿la palabra "buena" qué significa cuando hablamos de la
Madre de Calcuta o de Jennifer López? Seguro que ustedes se reirán
de este ejemplo. Pero hay dos criterios para el concepto: el moral y
el estético. Los griegos decían que se es bueno porque se es
virtuoso y se practica la virtud. Pero, ¿qué es la virtud? Para
ellos, el heroísmo en su máxima expresión. Y estaba supeditada al
hombre exitoso. Siglos después Maquiavelo decía que la principal
virtud de un gobernante es no dejarse quitar el poder. Las rebeliones
cambian de moral si son victoriosas. Basta ganar una guerra para
convertir la muerte, la destrucción en poderosas virtudes.
Para Hannah Arendt "La
política, en sentido estricto, no tiene tanto que ver con los
hombres como con el mundo que surge entre ellos”. Le toca a la
educación edificar ese mundo, donde el hombre vive con dramatismo la
dialéctica de vivir junto al otro. Quienes habitan ese espacio
serian agentes éticos. Como Sócrates, nos pensamos como seres que
perseguimos meta, pero considerando que otros también tienen metas.
De modo que será necesario un pacto con ellos, que la realización
de ese telos no impida que también otros la logren.
Un agente ético (político) es
un pájaro con alas cortas. No es cierto que sea libre totalmente;
quizás, su única libertad sea la de tomar decisiones, en un marco
de plausibilidad y de responsabilidad. La libertad no necesariamente
nos hace felices. Descartes decía que "La libertad consiste
solamente en lo que hacemos y pensamos de tal forma que ninguna
fuerza externa nos limite". El filósofo del racionalismo está
aquí haciendo patente la gran soberbia de la modernidad, el
titanismo de un Occidente que encumbró la irracionalidad como valor.
Por supuesto, es falso que seamos todo poderoso frente a las fuerzas
externas. Hasta Superman tiene su kriptonita.
El hombre debe vivir porque tiene
derecho a la vida, no porque es un deber vivir. La vida no es una
obligación.
Pero la modernidad se asentó en
la moral del deber. Impuso como un imperativo la gestión de logros.
Cuidar de sí, significó labrarse un destino para forjar un espacio
donde viviéramos bajo el rótulo de un nombre, que por sí mismo
garantizase el deber de la identidad.
Pero ser autónomo no implica
individualidad. Con la autonomía se simplificó el
en sí, convirtiéndolo
en una virtualidad, al amparo de un futuro de proxemia muy lejana. Se
pensó que el hombre, pues, no es lo que es sino lo que será. Su
cuidado de sí significa esmerarse por construir un telos que lo
salve de la ruina, que lo conserve sano, que lo prepare para un
desenlace tranquilo.
La proxemia de esa moral del
deber individual nos encamina hacia el futuro, pero cuando este
llega, morimos.
Vivir la vida como un goce por
supuesto implica estrechar la proxemia entre vida y práctica. Cuidar
de sí para experimentar la vida como una existencia, no como un
proyecto.
Vivir en el goce no es plantearse
la vida como un drama de hedonismos o de desafíos frívolos. Se nos
dio una naturaleza y se nos puso en ella, no para desafiarla, sino
para que se hiciera posible nuestra existencia. Nacimos para vivir,
no para sobrevivir. No somos naturaleza, sino seres en la naturaleza.
Pero si le damos a la educación
el papel de reivindicadora de la política, habrá que reconstruir el
discurso que la hace coto de los politólogos o de sus oficiantes
partidistas. Y para comenzar esa labor, habría que adentrarnos a sus
conceptos más habituales. Diría que a sus dos más capitales: la
democracia y el pueblo.
La democracia fue un concepto
obliterado por muchos siglos. Son los filósofos ilustrados y la
Revolución Francesa los que intentan reponer la antigua institución
griega en Occidente.
Guy Debord sostiene que “Todo
lo que era absoluto se ha tornado histórico”. Al historizarse el
concepto democracia, su configuración fue víctima de las grandes
contradicciones. Los ilustrados pensaron en una ciudadanía
universal, concibiendo al hombre como un ser cuya naturaleza es tener
derechos. Se llegaba a ser hombre naciendo. Pero ese tratado de buena
voluntad se estrellaba contra la realidad. El mundo no fue de
iguales, sino más bien de desiguales. Y la contradicción mayor es
que la minoría dominaba en ese mundo de desequilibrios, unas veces
sustentados con argumentos cínicos y otras veces con perversos
sistemas de opresión.
Occidente se vio obligado a
revisar la democracia griega, sobre todo en aquello del ocio como
principio de acción. Para las clases dominantes la libertad vale
bien poco si ella limita su preocupación esencial: crear riquezas.
Ese propósito bien pronto cambió: todo terminó creando ricos, más
que riquezas. Le convino más las ideas de Darwin, en el sentido de
hacerse fuerte para imponerse a los débiles. Y leyó tardíamente a
Rousseau, en lo atinente a la necesidad de un pacto social que
permitiera que las sociedades no fuesen objeto fácil de la entropía
(desorden). Se trataba de reinar, pero con nuevos garrotes, los
garrotes ideológicos de la nueva democracia revestida de una
institucionalidad donde todos se creyeran iguales.
El mundo que concebimos para esa
reivindicación de la democracia debe estar habitado por un
ser-sujeto; es decir, un ciudadano pleno de derechos, responsable de
cómo se administra ese mundo. Así, podremos desterrar un manido
concepto de pueblo, que hasta ahora no ha sido sino coartada para
justificar aberrantes desigualdades.
Cuando nos inclinamos por la
educación como política, pensamos en la formación del hombre
contemporáneo, que vive en lo que Maclaren denomina el "estado
transnacional, especie de cosmos pluriversal, pero que cierta
vertiente de la modernidad se interesa por presentar como
"universal", para que convirtamos ese mundo que hemos
creado con la cultura como una gran vitrina del mercado. Y ese
trabajo tiene en la escuela su gran aliada. Dice el pedagogo
canadiense: "Estamos entrenando a nuestros estudiantes para que
se conviertan en ciudadanos consumidores y no en ciudadanos
democráticos". En virtud de eso, el espacio escolar existe
pensando en el hombre que trabaja y el hombre que consume. La
Educación se convirtió en un subsector de la economía. Instruir es
la obsesión, edificar la cultura de lo utilitario es propósito de
todas las renovaciones curriculares que se plantean. El saber se
piensa como herramienta para operar en el mundo, donde supuestamente
sería inútil todo humanismo. Karel Kosit, en su dramática acción
de pensar contra el simplismo de la autocracia estalinista polaca,
nos advertía:
"La práctica utilitaria
inmediata y el sentido común correspondiente ponen a los hombres en
condiciones de orientarse en el mundo, de familiarizarse con las
cosas y manejarlas, pero no les proporciona una comprensión de las
cosas y de la realidad".
La política es la cura contra la
cosificación del mundo que el hombre ha venido construyendo con su
imaginación y creación. Y le toca a la educación metamorfosearse
en política, para darle un plus crítico que le permita al hombre
ser ciudadano.
Max Scheler a comienzos del siglo
XX advertía que "... en ningún momento de la historia el
hombre se ha vuelto tan problemático ante sus propios ojos como en
el presente". El presente aquel es hoy más patente. Por ello
nos alarma otra advertencia de Hannah Arendt: "El peligro es que
lo político desaparezca absolutamente". Peligro que amenaza al
género humano, puesto que sin política el mundo que construimos
podría convertirse en suma de individuos, no viviendo, sino
sobreviviendo en el tremedal de subjetividades arrinconadas en los
egoísmos.
1 comentario:
Extraordinaria reflexiòn, como suelen ser las de Celso.
Publicar un comentario