jueves, 9 de agosto de 2018


El peligro de que desaparezca la política

Celo Medina


Ilustración: Celso Medina

Ahora que muy pocos desean saber de política, acudo yo a hablar de la educación como política. La reticencia con lo político pudiera deberse a que lo hemos considerado como asunto ajeno. Y el problema no es que hemos dejado la política a los políticos, sino que ellos pocas veces hacen política, más bien hablan de ella. Una muela o una rodilla deben cumplir sus funciones silenciosamente. Cuando se dejan sentir, es para jodernos la vida. Así tendría ser la política, debe funcionar sin que hablemos de ella. Sin embargo, en Venezuela esta actividad es ejercida por perorateros sin ideas, especie de perritos pavlovianos cuyo pensamiento ha sido sustituido por el reactivismo; es decir, el dime qué dices tú, adversario, para enrostrarte mi negación. Y en vez argumentos, pululan las consignas y los tópicos.
Pero la culpa de que la política se haya reducido a eso la tiene la educación, porque se ha limitado a hacer de ella un simple predicado, sin sustantivos sólidos. La educación es política o no lo es, porque la política es la gran escuela, la que zurce el espacio donde los hombres nos juntamos. De modo que si hubiese que rescatar la política, correspondería a la escuela ponerla al servicio no del hombre, sino del mundo en que él existe.
Nosotros, los seres humanos somos más artificio que naturaleza. Cuando ya todo estaba creado, Dios se percata de un olvido: el hombre. De modo que somos los olvidados de Dios o seres "de más", como diría el filósofo español Eugenio Trías. Tuvimos que hacernos nuestra morada en ese cosmos perfecto, donde estábamos condenados a vivir con los otros. Realmente, no sabemos si eso es una condena realmente o un premio. Y para vivir juntos, se nos dio dos recursos esenciales: la lengua y la ética. Con el primero construimos la historia, avistamos el pasado, para traerlo al presente y proyectamos futuros. Con la segunda, evitamos matarnos los unos con los otros.
Sin duda, fue un reto demasiado pesado: siendo los seres más débiles, se nos encomendó no que domináramos la realidad, sino que nos construyéramos nuestro mundo. Karel Kosik ha dicho que "... el mundo solo es cuando existe el hombre". Pero ese mundo se nos dio con dos aditamentos: el deseo y el interés. Podíamos reconstruir lo dado, plegarlo y desplegarlo a nuestras anchas, pero bajo la dialéctica de esos polos.
Y precisamente fue la ética lo que les faltó a los dinosaurios para sobrevivir. Nosotros, seres ínfimos y débiles, ideamos otras fuerzas para no perecer. Por eso aún podemos hablar hoy.
El papel de la educación en su rescate de la política tiene en la ética una gran aliada. Concibo que esta es absolutamente idiosincrásica. Nadie experimenta la ética del otro. Y la política sería esa suma de las éticas particulares. Si eso fuese así, no tendríamos necesidad de moral, porque los valores no necesitarían ni de leyes, normas o costumbres para que el mundo funcionara en su plenitud justa.
Para la convivencia, la ética buscó refugio en la moral, la gran fabricadora de los predicados valorativos. ¿Cuáles son los atributos que constituyen esos predicados? El más relevante es la virtud, cuyo concepto algunos confunden con el adjetivo "bueno". Intentemos ilustrarlo: ¿la palabra "buena" qué significa cuando hablamos de la Madre de Calcuta o de Jennifer López? Seguro que ustedes se reirán de este ejemplo. Pero hay dos criterios para el concepto: el moral y el estético. Los griegos decían que se es bueno porque se es virtuoso y se practica la virtud. Pero, ¿qué es la virtud? Para ellos, el heroísmo en su máxima expresión. Y estaba supeditada al hombre exitoso. Siglos después Maquiavelo decía que la principal virtud de un gobernante es no dejarse quitar el poder. Las rebeliones cambian de moral si son victoriosas. Basta ganar una guerra para convertir la muerte, la destrucción en poderosas virtudes.
Para Hannah Arendt "La política, en sentido estricto, no tiene tanto que ver con los hombres como con el mundo que surge entre ellos”. Le toca a la educación edificar ese mundo, donde el hombre vive con dramatismo la dialéctica de vivir junto al otro. Quienes habitan ese espacio serian agentes éticos. Como Sócrates, nos pensamos como seres que perseguimos meta, pero considerando que otros también tienen metas. De modo que será necesario un pacto con ellos, que la realización de ese telos no impida que también otros la logren.
Un agente ético (político) es un pájaro con alas cortas. No es cierto que sea libre totalmente; quizás, su única libertad sea la de tomar decisiones, en un marco de plausibilidad y de responsabilidad. La libertad no necesariamente nos hace felices. Descartes decía que "La libertad consiste solamente en lo que hacemos y pensamos de tal forma que ninguna fuerza externa nos limite". El filósofo del racionalismo está aquí haciendo patente la gran soberbia de la modernidad, el titanismo de un Occidente que encumbró la irracionalidad como valor. Por supuesto, es falso que seamos todo poderoso frente a las fuerzas externas. Hasta Superman tiene su kriptonita.
El hombre debe vivir porque tiene derecho a la vida, no porque es un deber vivir. La vida no es una obligación.
Pero la modernidad se asentó en la moral del deber. Impuso como un imperativo la gestión de logros. Cuidar de sí, significó labrarse un destino para forjar un espacio donde viviéramos bajo el rótulo de un nombre, que por sí mismo garantizase el deber de la identidad.
Pero ser autónomo no implica individualidad. Con la autonomía se simplificó el en sí, convirtiéndolo en una virtualidad, al amparo de un futuro de proxemia muy lejana. Se pensó que el hombre, pues, no es lo que es sino lo que será. Su cuidado de sí significa esmerarse por construir un telos que lo salve de la ruina, que lo conserve sano, que lo prepare para un desenlace tranquilo.
La proxemia de esa moral del deber individual nos encamina hacia el futuro, pero cuando este llega, morimos.
Vivir la vida como un goce por supuesto implica estrechar la proxemia entre vida y práctica. Cuidar de sí para experimentar la vida como una existencia, no como un proyecto.
Vivir en el goce no es plantearse la vida como un drama de hedonismos o de desafíos frívolos. Se nos dio una naturaleza y se nos puso en ella, no para desafiarla, sino para que se hiciera posible nuestra existencia. Nacimos para vivir, no para sobrevivir. No somos naturaleza, sino seres en la naturaleza.
Pero si le damos a la educación el papel de reivindicadora de la política, habrá que reconstruir el discurso que la hace coto de los politólogos o de sus oficiantes partidistas. Y para comenzar esa labor, habría que adentrarnos a sus conceptos más habituales. Diría que a sus dos más capitales: la democracia y el pueblo.
La democracia fue un concepto obliterado por muchos siglos. Son los filósofos ilustrados y la Revolución Francesa los que intentan reponer la antigua institución griega en Occidente.
Guy Debord sostiene que “Todo lo que era absoluto se ha tornado histórico”. Al historizarse el concepto democracia, su configuración fue víctima de las grandes contradicciones. Los ilustrados pensaron en una ciudadanía universal, concibiendo al hombre como un ser cuya naturaleza es tener derechos. Se llegaba a ser hombre naciendo. Pero ese tratado de buena voluntad se estrellaba contra la realidad. El mundo no fue de iguales, sino más bien de desiguales. Y la contradicción mayor es que la minoría dominaba en ese mundo de desequilibrios, unas veces sustentados con argumentos cínicos y otras veces con perversos sistemas de opresión.
Occidente se vio obligado a revisar la democracia griega, sobre todo en aquello del ocio como principio de acción. Para las clases dominantes la libertad vale bien poco si ella limita su preocupación esencial: crear riquezas. Ese propósito bien pronto cambió: todo terminó creando ricos, más que riquezas. Le convino más las ideas de Darwin, en el sentido de hacerse fuerte para imponerse a los débiles. Y leyó tardíamente a Rousseau, en lo atinente a la necesidad de un pacto social que permitiera que las sociedades no fuesen objeto fácil de la entropía (desorden). Se trataba de reinar, pero con nuevos garrotes, los garrotes ideológicos de la nueva democracia revestida de una institucionalidad donde todos se creyeran iguales.
El mundo que concebimos para esa reivindicación de la democracia debe estar habitado por un ser-sujeto; es decir, un ciudadano pleno de derechos, responsable de cómo se administra ese mundo. Así, podremos desterrar un manido concepto de pueblo, que hasta ahora no ha sido sino coartada para justificar aberrantes desigualdades.
Cuando nos inclinamos por la educación como política, pensamos en la formación del hombre contemporáneo, que vive en lo que Maclaren denomina el "estado transnacional, especie de cosmos pluriversal, pero que cierta vertiente de la modernidad se interesa por presentar como "universal", para que convirtamos ese mundo que hemos creado con la cultura como una gran vitrina del mercado. Y ese trabajo tiene en la escuela su gran aliada. Dice el pedagogo canadiense: "Estamos entrenando a nuestros estudiantes para que se conviertan en ciudadanos consumidores y no en ciudadanos democráticos". En virtud de eso, el espacio escolar existe pensando en el hombre que trabaja y el hombre que consume. La Educación se convirtió en un subsector de la economía. Instruir es la obsesión, edificar la cultura de lo utilitario es propósito de todas las renovaciones curriculares que se plantean. El saber se piensa como herramienta para operar en el mundo, donde supuestamente sería inútil todo humanismo. Karel Kosit, en su dramática acción de pensar contra el simplismo de la autocracia estalinista polaca, nos advertía:
"La práctica utilitaria inmediata y el sentido común correspondiente ponen a los hombres en condiciones de orientarse en el mundo, de familiarizarse con las cosas y manejarlas, pero no les proporciona una comprensión de las cosas y de la realidad".
La política es la cura contra la cosificación del mundo que el hombre ha venido construyendo con su imaginación y creación. Y le toca a la educación metamorfosearse en política, para darle un plus crítico que le permita al hombre ser ciudadano.
Max Scheler a comienzos del siglo XX advertía que "... en ningún momento de la historia el hombre se ha vuelto tan problemático ante sus propios ojos como en el presente". El presente aquel es hoy más patente. Por ello nos alarma otra advertencia de Hannah Arendt: "El peligro es que lo político desaparezca absolutamente". Peligro que amenaza al género humano, puesto que sin política el mundo que construimos podría convertirse en suma de individuos, no viviendo, sino sobreviviendo en el tremedal de subjetividades arrinconadas en los egoísmos.

1 comentario:

miguel mendoza barreto dijo...

Extraordinaria reflexiòn, como suelen ser las de Celso.