Porvenir adentro
Celso Medina
El filósofo Unamuno, en uno de los pueblos de Salamanca |
Para Cirilo Flores (1998) es factible
localizar en la subjetividad de Miguel Unamuno tres espacios: lo íntimo, que se
realiza en el diario, lo público, que se manifiesta en la conferencias y lo
privado, cuyo medio de realización es la carta.
“Adentro”, uno de los tres ensayos que publicara en 1900
Miguel de Unamuno, con el título Tres
ensayos, se ubica dentro del llamado espacio “privado”. El texto es una
carta de respuesta a un escritor. Aquí se produce la confesión ante un amigo
que le pide algunos consejos respecto a varios temas, el más prevaleciente es
el referido al porvenir.
El futuro es uno de los grandes mitos de la modernidad. A su
alrededor se construyeron las principales utopías, que tematizaron la felicidad
como punto de llegada del devenir humano. La modernidad es un proyecto
fundamentalmente teleológico. Su programa de felicidad repuso en el espacio
social la imagen de Titán, rey de lo victorioso, dios de lo logrado. La vida
para la modernidad no juega a los horizontes de la rosa de los vientos, sino
que se obsesiona por el norte, por la vía recta que nos llevaría a la meta.
Para posibilitar el hombre apto para ese recorrido, fue necesario prefigurar a
un ser que tuviera sed de perfección.
Frente a ese panorama, he aquí a Unamuno aconsejando la
imperfección como modelo de porvenir. Destacando que el camino hacia la
felicidad no es una línea recta, sino más bien sinuosa. Ya tiene conciencia de
que el hombre es una especie de “mono enfermo”, cuya grandeza estriba en su
finitud. Y tramando sus paradojas llega a decir que para alcanzar la meta, no
hay que perseguirla, porque podría encontrársela y, en consecuencia, borrarla
del espacio de aspiribilidad humana. El porvenir existe si se le recorre, nunca
si se le prefigura. Y el hombre no se tiene más a sí mismo para ese recorrido.
“No llegará muy lejos, de seguro, quien nunca sienta
cansancio” (p.418), nos dice Unamuno. Y con ello está trasuntando su idea de la
humildad, como esencia de lo verdaderamente humano. Quien no experimenta
cansancio, no ha caminado. Porque sólo el cuerpo anda; las ideas y los
prejuicios, viven en el pasado. Y con ellos no se puede recorrer el porvenir. Y
el hombre es un ser de cuerpo. Piensa, ora, camina con toda la memoria encima
de sí. Por lo tanto, es importante “la conciencia de poquedad”, porque no somos
Titán, sino simplemente hombres, que sólo tenemos como palanca de arranque la
vida interior.
Para aspirar a ese porvenir hay que buscar en el “adentro”.
Pero buscar allí implica desbrozar mucha hierba que medra y arredra la
intimidad. Y unas de esas brozas es la codicia, que a veces se vende como
ambición. La codicia es la resignación al pasado. El imán que siempre nos lleva
hacia atrás. Nos hace temeroso ante el enigma, nos hace prisioneros de lo ya
dado. La codicia es la avaricia, que nos retiene en la repetición de lo ya
historiado. Por eso el consejo: “... vale más que en tu ansia por perseguir a
cien pájaros que vuelan te broten alas, que no el que estés en tierra con tu
único pájaro en la mano” (p.419). Esas alas son las que permiten ubicarnos en
las direcciones que sopla la rosa de los vientos.
En el fondo de todo descubrimos a un Unamuno jugando con las
parejas contradictorias. Y una de esas parejas es la condición finitud- infinitud
del hombre, que le permite en primer lugar tener conciencia de sus límites y a
la vez soñar con lo eterno, hacer piruetas en lo impensable. Por ello la necesidad
de “apuntar hacia lo inasequible”.
Y el reino de lo impensable está en el escritor. No es azaroso
que el remitente del ensayo-carta sea un escritor. Es a él, precisamente, a
quien Dios más le ha dado alas. Por ello
el porvenir para este personaje tiene una especial connotación. Y surge la idea
del público, al cual generalmente se desciende. Unamuno aconseja buscar el
público del porvenir, ése que no se conforme con refugiarse en el pasado y
retribuya al creador con halagos. La mira debe ir más allá, según nuestro
pensador. Y ese “allá” tiene un espacio muy concreto: “¡mi centro está en mí!”
Pero, ¿dónde está ese “mí”? De nuevo insiste en el “adentro”,
cuyo escenario es la naturaleza.
Pero ese porvenir no es el despliegue de una teleología. Es
un viaje que goza viajando, que labora en el nunca llegar, para siempre seguir.
Por ello la ruta es el recorrido. Como diría Antonio Machado, el camino se hace
al andar. Pero se anda porque hay sed de infinitud. Por ello “¡Nada de plan previo, que no eres edificio!” El
avance es sobre un en sí mismo que se enriquece en cada paso que da. Por ello
este consejo: “Vive al día, en las olas del tiempo, pero asentado sobre tu roca
viva, dentro del mar de la eternidad; al día en la eternidad, es como debes
vivir” (p. 420).
El viaje hacia el porvenir que nos propone Unamuno no tiene
bitácora. El trazo lo hace el paso de nuestro andar. La orientación sinuosa no
se refugia en ningún norte. “Cualquier punto de la rosa de los vientos” es la
partida de un viaje que goza su travesía, aspirando siempre una meta que se renueva
permanentemente. El camino andado no se desandará, para evitar que el “pasado
sea tirano del porvenir”.
El porvenir va siempre de la mano de la ambición. Ésta es una
potencia que impulsa hacia lo ascensional. La imagen de vuelo está asociada a
ese recorrido, donde el hombre crece hacia sí mismo, sin dejarse arropar por
las ideas preestablecidas, que prejuician su futuro.
“Resignación activa” es otra de las expresiones paradojales
de Unamuno que sirven para armar su concepción del porvenir. No es esto una
práctica pesimisa, nihilista, sino más bien una especie de teología libertaria.
Aconseja no “apesadumbrarse por el pasado ni acongojarse por lo irremediable...”. Hay que “mirar al
porvenir siempre”.
El porvenir unamuniano se concibe como
un espacio del adentro, donde el hombre deba ser el mismo su idea y no se
sacrifique a entelequias que limiten su subjetidad. Pero esa concepción no abre puertas al
individualismo. El ser humano no es una isla, pero tampoco un mar disuelto en
la exterioridad. Por ello aboga por una dialéctica relacional con la sociedad:
“Busca la sociedad; pero ten cuenta que sólo lo que de la sociedad recibas
serás tú en la sociedad y para ella. Aspira, a recibir de la sociedad todo, sin
encadenarte....”.
Larga e infinita podría ser esta glosa del pensamiento de
Unamuno en su ensayo “Adentro”. Las sugerencias abren demasiadas brechas
temática. En el fondo, percibimos como esencial una idea de futuro anti
moderna, con metas que permanentemente cambian, porque la fijeza de la llegada
es finitud para el hombre.
En la parte final de esta carta-consejo, Unamuno niega la
linealidad del futuro moderno. “En vez de decir, pues, ¡adelante!, o ¡arriba!,
di. ¡adentro!” , enfatiza. Y, ¿cómo buscar
ese adentro? : “Para ello tienes que hacerte universo, buscándolo dentro
de ti”.
2 comentarios:
Me encanta ese texto no sólo por lo que dice sino sobre todo por la manera cómo se dice.
El texto es vital por su contenido, una especie de loa a la utopia de la felicidad sistemica , a la linealidad del mito del progreso infinito. " en vez de decir adelante....tienes que hacerte universo, buscandolo dentro de ti"
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