viernes, 30 de agosto de 2019


Porvenir adentro
Celso Medina

El filósofo Unamuno, en uno de los pueblos de Salamanca



Para Cirilo Flores (1998) es factible localizar en la subjetividad de Miguel Unamuno tres espacios: lo íntimo, que se realiza en el diario, lo público, que se manifiesta en la conferencias y lo privado, cuyo medio de realización es la carta.

“Adentro”, uno de los tres ensayos que publicara en 1900 Miguel de Unamuno, con el título Tres ensayos, se ubica dentro del llamado espacio “privado”. El texto es una carta de respuesta a un escritor. Aquí se produce la confesión ante un amigo que le pide algunos consejos respecto a varios temas, el más prevaleciente es el referido al porvenir.

El futuro es uno de los grandes mitos de la modernidad. A su alrededor se construyeron las principales utopías, que tematizaron la felicidad como punto de llegada del devenir humano. La modernidad es un proyecto fundamentalmente teleológico. Su programa de felicidad repuso en el espacio social la imagen de Titán, rey de lo victorioso, dios de lo logrado. La vida para la modernidad no juega a los horizontes de la rosa de los vientos, sino que se obsesiona por el norte, por la vía recta que nos llevaría a la meta. Para posibilitar el hombre apto para ese recorrido, fue necesario prefigurar a un ser que tuviera sed de perfección.
Frente a ese panorama, he aquí a Unamuno aconsejando la imperfección como modelo de porvenir. Destacando que el camino hacia la felicidad no es una línea recta, sino más bien sinuosa. Ya tiene conciencia de que el hombre es una especie de “mono enfermo”, cuya grandeza estriba en su finitud. Y tramando sus paradojas llega a decir que para alcanzar la meta, no hay que perseguirla, porque podría encontrársela y, en consecuencia, borrarla del espacio de aspiribilidad humana. El porvenir existe si se le recorre, nunca si se le prefigura. Y el hombre no se tiene más a sí mismo para ese recorrido.
“No llegará muy lejos, de seguro, quien nunca sienta cansancio” (p.418), nos dice Unamuno. Y con ello está trasuntando su idea de la humildad, como esencia de lo verdaderamente humano. Quien no experimenta cansancio, no ha caminado. Porque sólo el cuerpo anda; las ideas y los prejuicios, viven en el pasado. Y con ellos no se puede recorrer el porvenir. Y el hombre es un ser de cuerpo. Piensa, ora, camina con toda la memoria encima de sí. Por lo tanto, es importante “la conciencia de poquedad”, porque no somos Titán, sino simplemente hombres, que sólo tenemos como palanca de arranque la vida interior.
Para aspirar a ese porvenir hay que buscar en el “adentro”. Pero buscar allí implica desbrozar mucha hierba que medra y arredra la intimidad. Y unas de esas brozas es la codicia, que a veces se vende como ambición. La codicia es la resignación al pasado. El imán que siempre nos lleva hacia atrás. Nos hace temeroso ante el enigma, nos hace prisioneros de lo ya dado. La codicia es la avaricia, que nos retiene en la repetición de lo ya historiado. Por eso el consejo: “... vale más que en tu ansia por perseguir a cien pájaros que vuelan te broten alas, que no el que estés en tierra con tu único pájaro en la mano” (p.419). Esas alas son las que permiten ubicarnos en las direcciones que sopla la rosa de los vientos.
En el fondo de todo descubrimos a un Unamuno jugando con las parejas contradictorias. Y una de esas parejas es la condición finitud- infinitud del hombre, que le permite en primer lugar tener conciencia de sus límites y a la vez soñar con lo eterno, hacer piruetas en lo impensable. Por ello la necesidad de “apuntar hacia lo inasequible”.
Y el reino de lo impensable está en el escritor. No es azaroso que el remitente del ensayo-carta sea un escritor. Es a él, precisamente, a quien Dios más  le ha dado alas. Por ello el porvenir para este personaje tiene una especial connotación. Y surge la idea del público, al cual generalmente se desciende. Unamuno aconseja buscar el público del porvenir, ése que no se conforme con refugiarse en el pasado y retribuya al creador con halagos. La mira debe ir más allá, según nuestro pensador. Y ese “allá” tiene un espacio muy concreto: “¡mi centro está en mí!”
Pero, ¿dónde está ese “mí”? De nuevo insiste en el “adentro”, cuyo escenario es la naturaleza.
Pero ese porvenir no es el despliegue de una teleología. Es un viaje que goza viajando, que labora en el nunca llegar, para siempre seguir. Por ello la ruta es el recorrido. Como diría Antonio Machado, el camino se hace al andar. Pero se anda porque hay sed de infinitud. Por ello “¡Nada  de plan previo, que no eres edificio!” El avance es sobre un en sí mismo que se enriquece en cada paso que da. Por ello este consejo: “Vive al día, en las olas del tiempo, pero asentado sobre tu roca viva, dentro del mar de la eternidad; al día en la eternidad, es como debes vivir” (p. 420).
El viaje hacia el porvenir que nos propone Unamuno no tiene bitácora. El trazo lo hace el paso de nuestro andar. La orientación sinuosa no se refugia en ningún norte. “Cualquier punto de la rosa de los vientos” es la partida de un viaje que goza su travesía, aspirando siempre una meta que se renueva permanentemente. El camino andado no se desandará, para evitar que el “pasado sea tirano del porvenir”.
El porvenir va siempre de la mano de la ambición. Ésta es una potencia que impulsa hacia lo ascensional. La imagen de vuelo está asociada a ese recorrido, donde el hombre crece hacia sí mismo, sin dejarse arropar por las ideas preestablecidas, que prejuician su futuro.
“Resignación activa” es otra de las expresiones paradojales de Unamuno que sirven para armar su concepción del porvenir. No es esto una práctica pesimisa, nihilista, sino más bien una especie de teología libertaria. Aconseja no “apesadumbrarse por el pasado ni acongojarse por  lo irremediable...”. Hay que “mirar al porvenir siempre”.
El porvenir unamuniano se concibe como un espacio del adentro, donde el hombre deba ser el mismo su idea y no se sacrifique a entelequias que limiten su subjetidad.  Pero esa concepción no abre puertas al individualismo. El ser humano no es una isla, pero tampoco un mar disuelto en la exterioridad. Por ello aboga por una dialéctica relacional con la sociedad: “Busca la sociedad; pero ten cuenta que sólo lo que de la sociedad recibas serás tú en la sociedad y para ella. Aspira, a recibir de la sociedad todo, sin encadenarte....”.
Larga e infinita podría ser esta glosa del pensamiento de Unamuno en su ensayo “Adentro”. Las sugerencias abren demasiadas brechas temática. En el fondo, percibimos como esencial una idea de futuro anti moderna, con metas que permanentemente cambian, porque la fijeza de la llegada es finitud para el hombre.
En la parte final de esta carta-consejo, Unamuno niega la linealidad del futuro moderno. “En vez de decir, pues, ¡adelante!, o ¡arriba!, di. ¡adentro!” , enfatiza. Y, ¿cómo buscar  ese adentro? : “Para ello tienes que hacerte universo, buscándolo dentro de ti”. 

2 comentarios:

Beatriz Level dijo...

Me encanta ese texto no sólo por lo que dice sino sobre todo por la manera cómo se dice.

omar dijo...

El texto es vital por su contenido, una especie de loa a la utopia de la felicidad sistemica , a la linealidad del mito del progreso infinito. " en vez de decir adelante....tienes que hacerte universo, buscandolo dentro de ti"