viernes, 30 de agosto de 2019

“Escribir no es escribir”

Yannick Torlini


Ilustración: Celso Medina

Yannick Torlini es un joven escritor nacido en Nancy, Francia. Se autodefine como explorador de la "malangue" (milengua). "Escribe textos ante todo. Trabaja la lengua al mismo tiempo que ella lo trabaja. No sabe dónde se encuentra. Trabaja. Trabaja con frecuencia. Escribe contra la angustia y el desastre." 



Escribir no es escribir. Escribir no es eso, no es la idea misma de escribir, de formar letras, palabras, signos. Cuando digo “escribir”, no escribo, designo un acto fluido, móvil, indistinto. Escribir no es escribir, implica otra cosa que escribir, que el solo hecho de escribir. Puedo interrogarme sobre eso. O más bien: el escribir interroga el escribir, me interroga en mi práctica del escribir, esta pesadez que nos impulsa a formar palabras. Quiero interrogarme sobre eso.

Puedo hacer una lista de lo que sé y de lo que ignoro. Puedo hacer una lista móvil y sin fin. Escribir es hacer una lista de lo que está en movimiento y no tiene fin. Puedo reducir el hecho a eso únicamente. 
No sé lo que es escribir. No sé en qué momento se puede decir que se escribe. Sé por lo tanto que escribir solicita siempre muchos gestos y partes del cuerpo- la cabeza, el brazo, la mano, la lengua, las lenguas, quizás un poco de la voz también, las falanges, huesos y tendones y toda una serie de músculos puestos en movimiento en diversos instantes y además simultáneamente todo eso alrededor de un objeto, de una materialidad- pero no sé lo que es el fondo del escribir. Lo que hace arcilla de eso, el mortero de eso. Lo que hace que cuando trazo palabras sobre el papel, o que toco algunas frases sobre el teclado, solo, sentado frente a mi oficina, este acto que hago sin verdaderamente tener conciencia de su peso, de su gravedad, y de su repetición secular- todo eso se llama escribir. No sé lo es eso que llaman escribir. Como el escribir es nombrado por el gesto de escribir. Habría algunas veces que olvidar el nombre. 
Hay que “escribir” y “escribir”. Escribir no es escribir. Escribir desborda todas las nociones, incluso la de la literatura. 
Sé que hay una lengua. Sé que en mi boca algo bulle, habla y a veces se pega, como decía Christophe Tarkos. Sé que la “lengua” designa a la vez el idioma y el órgano. Sé eso. Que la lengua tiene una materialidad móvil. Que la lengua impulsa un doble juego. Que la lengua es la vez particular y común. Que se nos ha dado una desde el nacimiento, o casi. Que ella no ha sido escogida, esta lengua. Que no he podido intervenir en esta constitución, en su lenta elaboración, en su proceso de modelaje. Que ella se me ha dado enteramente. Sé que no puedo repetirla, incluso que ella misma me repite, esa lengua. Sé que puedo participar en nuestra lenta erosión, amasándola. 
Sé que escribir se hace necesariamente en esta lengua, esta lengua del Nosotros, por la cual no tuve palabra que decir. Esta lengua que se me pega como una piel. Ella no me pertenece, y por lo tanto estoy fuera de ella. Ella no está en mí. No me pertenece. No tiene una posesión definitiva. Es exterior a mí, y estoy integrado en ella, amasado, aplastado, incrustado entre los ecos. Sé que escribir se hace necesariamente en esta lengua de las voces, de las multitudes, de las derivas y de las incomprensiones. Sé que escribo en esta lengua del Nosotros. Puedo a veces desesperar, y decir me que escribir no es finalmente sino un acto de Nosotros, bien lejos de toda creación personal. Podría repetir eso y desesperar miles de veces. No lo hago. En todos mis recomienzos, no lo hago. Conservo a pesar de todo algo que se llama esperanza.
No sé lo que es escribir. Por lo tanto escribo. Ensayo. Ensayo aún. Ensayo siempre un poco más, abandonado al fracaso. Hago como si puedo, con lo que yo tengo. Con lo que Nosotros me ha dado. Pruebo a conseguir una lengua en el fondo de la lengua, en el suelo y en los huesos de la lengua, y bajo a la superficie. Sé que esto no es evidente. Que hay una lucha, de la lengua del Nosotros, contra la lengua del Nosotros. Una lucha de esta lengua que cada día se alisa un poco más- para llevarnos hacia los desastres que conocemos bien porque, sí: este mundo es un desastre- y contra esta misma lengua. Puedo pensar que escribir es un desdoblamiento. Que escribir no una posición fácil de tener. Que escribir no es angustia de la carne que retorna contra la carne misma. No pienso engañarme diciéndome esto. Pienso que todo desastre, todo origen del desastre, pasa ante todo por un acto lingüístico. 
Escribir implica fuerzas que no sé ni expresar, ni manifestar. Escribir es una manera de volver al mundo como un guante. Utilizar la lengua para volver con el mundo. No sé si eso se produce cada vez que escribo. Pero escribir queda en esta lucha frente al abismo y a lo oscuro. Esta lucha que no es sino un modo de dar vueltas. No sé lo que es escribir. Sé lo que es recomenzar. 
Más que una apertura al mundo, escribir es un repliegue, un lento trabajo, una reptación, un modo de enterrarse en la noche. Sé que el acto de escribir es y será siempre un acto político, una resistencia a las fuerzas de la obra, a lo que se dice, a la policía que mantiene lo que hay que decir, esta policía que se insinúa en los menores hechos, gestos y palabras. Sé eso, pues escribir es una oposición insostenible frente a la lengua del Nosotros, a esta lengua que define, delimita, asigna, juzga,   zarandea, diagnostica, consiente, uniforma, raspa, esclerotiza. Podría continuar esta lista larga. No sé si existe un fin. 
No sé lo que aún se puede aún escribir en esta lengua. Como es aún posible estar y moverse en esta lengua. Pero es siempre posible excavar. Siempre excavar. Desviarse. Desviarse. Perforar (obviamente la lengua). De batirse contra las identidades del Nosotros. No sé lo que es escribir, no sé que estoy en el escribir, cambio sin cesar, pero no sé cuando mi mano traza los signos, es siempre esta idea que guarda en mí. Esta obsesión que no para por la identidad Una, Única, Uniforme. La lengua del escribir desborda las cosas. 
Soy un hombre joven, tengo veintisiete años. Mido casi un metro setenta y ocho. Peso ochenta kilos. Soy más bien moreno, los ojos marrones y el mentón retraído. Mi voz es débil, mi paso pesado. Tengo una materialidad. Escribo. Soy un nombre joven que escribe en su materialidad, en su lengua material. Nosotros - y esto es, a veces yo me incluyo- digo que escribo poesía. Eso también, yo lo ignoro. No puedo hablar de poesía. No quiero saber lo que es la poesía. Incluso quisiera entender la palabra poesía. Digo, más frecuentemente, que escribo textos. Que hago textos. Puedo decir que soy un hombre joven que hace textos. Hablo de mi lengua: mi lengua, mala-lengua. La lengua sucia. No he conseguido mejor para designar este fenómeno que excavar la frase, que excavar el desastre, que excavar con los dedos de sangre y en mí mismo igualmente, como en una arcilla, piel ahuecada, los músculos, los huesos- pero la milengua roe esta lengua del Nosotros de la que estoy enteramente hecho. Sé eso. Sé que tengo veinte siete años, que soy un hombre joven que escribe, sin saber lo que es escribir. Sé eso. Sé que trabajo la milengua, en tanto que ella me trabaja: soy un hombre joven trabajado por esta idea, absolutamente angustiado por esta idea. Esta idea de que escribir es trabajar una materia. 
Sé que escribir no es escribir, sino conseguir una lengua. Lucho con el mundo, contra el mundo, por eso, para conseguirme en la lengua, para desbordar mi cuerpo y que no quiera hacer una identidad. Sé que escribir no es escribir, sino cavar y excavar y dar vueltas en lo oscuro. Declarar la guerra de las sombras. Declarar la guerra a lo que en nosotros forma los discursos establecidos. Lo que determina. Sé eso. Sé que escribir no es salir. Sé eso. Sé que escribir es trabajar una lengua del interior para hacerse suyo. Sé que hay una materialidad en eso. Sé que se le nombra algunas veces esa “voz”. Pienso que habría que olvidar los nombres. Pienso que escribir es nombrar todo olvidando los nombres. 
Escribir no es escribir. Escribir es hacer una lengua que no es lengua. Sé que esta lengua es capaz de hablar de los movimientos del mundo, de oponerse a la entropía reinante. Asegúrese de no ser, pero para convertirse. Puedo asirme a eso, para luchar con el mundo, contra el mundo. Puedo asirme a eso. No puedo sino asirme a eso, con esta materialidad que es mía. Soy un hombre joven. Tengo veintisiete años. No sé siempre lo que es escribir, sino hago textos, me amaso mi lengua, y la devuelvo a mi boca. Yo me evito. Me abordo. Creo aún en las grandes luchas universales. 



Tomado de https://diacritik.com/2016/06/02/ecrire-nest-pas-ecrire-par-yannick-torlini-ecrire-aujourdhui/. Traducción; Celso Medina

1 comentario:

Anónimo dijo...

Interesante visión de la "lengua Peregrina", de la fuerza interior de la palabra que nos invade, nos culpa, nos retuerce verdades y que de una u otra forma nos transmuta entre un mar de sensaciones de las cuales nadie es dueño, son solo objetos dignos de prestamos casuales. Interesante autor...

R.S.