“Escribir no es escribir”
Yannick Torlini
Ilustración: Celso Medina |
Yannick Torlini es un joven escritor nacido en Nancy, Francia. Se autodefine como explorador de la "malangue" (milengua). "Escribe textos ante todo. Trabaja la lengua al mismo tiempo que ella lo trabaja. No sabe dónde se encuentra. Trabaja. Trabaja con frecuencia. Escribe contra la angustia y el desastre."
Escribir no es escribir. Escribir no es
eso, no es la idea misma de escribir, de formar letras, palabras, signos.
Cuando digo “escribir”, no escribo, designo un acto fluido, móvil, indistinto.
Escribir no es escribir, implica otra cosa que escribir, que el solo hecho de
escribir. Puedo interrogarme sobre eso. O más bien: el escribir interroga el
escribir, me interroga en mi práctica del escribir, esta pesadez que nos
impulsa a formar palabras. Quiero interrogarme sobre eso.
Puedo hacer una lista de lo que sé y de lo que ignoro. Puedo hacer
una lista móvil y sin fin. Escribir es hacer una lista de lo que está en
movimiento y no tiene fin. Puedo reducir el hecho a eso únicamente.
No sé lo que es escribir. No sé en qué momento se puede decir que
se escribe. Sé por lo tanto que escribir solicita siempre muchos gestos y
partes del cuerpo- la cabeza, el brazo, la mano, la lengua, las lenguas, quizás
un poco de la voz también, las falanges, huesos y tendones y toda una serie de
músculos puestos en movimiento en diversos instantes y además simultáneamente
todo eso alrededor de un objeto, de una materialidad- pero no sé lo que es el
fondo del escribir. Lo que hace arcilla de eso, el mortero de eso. Lo que
hace que cuando trazo palabras sobre el papel, o que toco algunas frases sobre
el teclado, solo, sentado frente a mi oficina, este acto que hago sin
verdaderamente tener conciencia de su peso, de su gravedad, y de su repetición
secular- todo eso se llama escribir. No sé lo es eso que llaman escribir. Como
el escribir es nombrado por el gesto de escribir. Habría algunas veces que
olvidar el nombre.
Hay que “escribir” y “escribir”. Escribir no es escribir. Escribir
desborda todas las nociones, incluso la de la literatura.
Sé que hay una lengua. Sé que en mi boca algo bulle, habla y a
veces se pega, como decía Christophe Tarkos. Sé que la “lengua” designa a la vez
el idioma y el órgano. Sé eso. Que la lengua tiene una materialidad móvil. Que
la lengua impulsa un doble juego. Que la lengua es la vez particular y común.
Que se nos ha dado una desde el nacimiento, o casi. Que ella no ha sido
escogida, esta lengua. Que no he podido intervenir en esta constitución, en su
lenta elaboración, en su proceso de modelaje. Que ella se me ha dado
enteramente. Sé que no puedo repetirla, incluso que ella misma me repite, esa
lengua. Sé que puedo participar en nuestra lenta erosión, amasándola.
Sé que escribir se hace necesariamente en esta lengua, esta lengua
del Nosotros, por la cual no tuve palabra que decir. Esta lengua que se me pega
como una piel. Ella no me pertenece, y por lo tanto estoy fuera de ella. Ella
no está en mí. No me pertenece. No tiene una posesión definitiva. Es exterior a
mí, y estoy integrado en ella, amasado, aplastado, incrustado entre los ecos.
Sé que escribir se hace necesariamente en esta lengua de las voces, de las
multitudes, de las derivas y de las incomprensiones. Sé que escribo en esta
lengua del Nosotros. Puedo a veces desesperar, y decir me que escribir no es
finalmente sino un acto de Nosotros, bien lejos de toda creación personal.
Podría repetir eso y desesperar miles de veces. No lo hago. En todos mis
recomienzos, no lo hago. Conservo a pesar de todo algo que se llama esperanza.
No sé lo que es escribir. Por lo tanto escribo. Ensayo. Ensayo
aún. Ensayo siempre un poco más, abandonado al fracaso. Hago como si puedo, con
lo que yo tengo. Con lo que Nosotros me ha dado. Pruebo a conseguir una lengua
en el fondo de la lengua, en el suelo y en los huesos de la lengua, y bajo a la
superficie. Sé que esto no es evidente. Que hay una lucha, de la lengua del
Nosotros, contra la lengua del Nosotros. Una lucha de esta lengua que cada día
se alisa un poco más- para llevarnos hacia los desastres que conocemos bien
porque, sí: este mundo es un desastre- y contra esta misma lengua. Puedo pensar
que escribir es un desdoblamiento. Que escribir no una posición fácil de tener.
Que escribir no es angustia de la carne que retorna contra la carne misma. No
pienso engañarme diciéndome esto. Pienso que todo desastre, todo origen del
desastre, pasa ante todo por un acto lingüístico.
Escribir implica fuerzas que no sé ni expresar, ni manifestar.
Escribir es una manera de volver al mundo como un guante. Utilizar la lengua
para volver con el mundo. No sé si eso se produce cada vez que escribo. Pero
escribir queda en esta lucha frente al abismo y a lo oscuro. Esta lucha que no
es sino un modo de dar vueltas. No sé lo que es escribir. Sé lo que es
recomenzar.
Más que una apertura al mundo, escribir es un repliegue, un lento
trabajo, una reptación, un modo de enterrarse en la noche. Sé que el acto de
escribir es y será siempre un acto político, una resistencia a las fuerzas de
la obra, a lo que se dice, a la policía que mantiene lo que hay que decir, esta
policía que se insinúa en los menores hechos, gestos y palabras. Sé eso, pues
escribir es una oposición insostenible frente a la lengua del Nosotros, a esta
lengua que define, delimita, asigna, juzga, zarandea, diagnostica,
consiente, uniforma, raspa, esclerotiza. Podría continuar esta lista larga. No
sé si existe un fin.
No sé lo que aún se puede aún escribir en esta lengua. Como es aún
posible estar y moverse en esta lengua. Pero es siempre posible excavar.
Siempre excavar. Desviarse. Desviarse. Perforar (obviamente la lengua). De
batirse contra las identidades del Nosotros. No sé lo que es escribir, no sé
que estoy en el escribir, cambio sin cesar, pero no sé cuando mi mano traza los
signos, es siempre esta idea que guarda en mí. Esta obsesión que no para por la
identidad Una, Única, Uniforme. La lengua del escribir desborda las
cosas.
Soy un hombre joven, tengo veintisiete años. Mido casi un metro
setenta y ocho. Peso ochenta kilos. Soy más bien moreno, los ojos marrones y el
mentón retraído. Mi voz es débil, mi paso pesado. Tengo una materialidad.
Escribo. Soy un nombre joven que escribe en su materialidad, en su lengua material.
Nosotros - y esto es, a veces yo me incluyo- digo que escribo poesía. Eso
también, yo lo ignoro. No puedo hablar de poesía. No quiero saber lo que es la
poesía. Incluso quisiera entender la palabra poesía. Digo, más frecuentemente,
que escribo textos. Que hago textos. Puedo decir que soy un hombre joven que
hace textos. Hablo de mi lengua: mi lengua, mala-lengua. La lengua sucia. No he
conseguido mejor para designar este fenómeno que excavar la frase, que excavar
el desastre, que excavar con los dedos de sangre y en mí mismo igualmente, como
en una arcilla, piel ahuecada, los músculos, los huesos- pero la milengua roe
esta lengua del Nosotros de la que estoy enteramente hecho. Sé eso. Sé que
tengo veinte siete años, que soy un hombre joven que escribe, sin saber lo que
es escribir. Sé eso. Sé que trabajo la milengua, en tanto que ella me trabaja:
soy un hombre joven trabajado por esta idea, absolutamente angustiado por esta
idea. Esta idea de que escribir es trabajar una materia.
Sé que escribir no es escribir, sino conseguir una lengua. Lucho
con el mundo, contra el mundo, por eso, para conseguirme en la lengua, para
desbordar mi cuerpo y que no quiera hacer una identidad. Sé que escribir no es
escribir, sino cavar y excavar y dar vueltas en lo oscuro. Declarar la guerra
de las sombras. Declarar la guerra a lo que en nosotros forma los discursos
establecidos. Lo que determina. Sé eso. Sé que escribir no es salir. Sé eso. Sé
que escribir es trabajar una lengua del interior para hacerse suyo. Sé que hay
una materialidad en eso. Sé que se le nombra algunas veces esa “voz”. Pienso
que habría que olvidar los nombres. Pienso que escribir es nombrar todo
olvidando los nombres.
Escribir no es escribir. Escribir es hacer una lengua que no es
lengua. Sé que esta lengua es capaz de hablar de los movimientos del mundo, de
oponerse a la entropía reinante. Asegúrese de no ser, pero para convertirse.
Puedo asirme a eso, para luchar con el mundo, contra el mundo. Puedo asirme a
eso. No puedo sino asirme a eso, con esta materialidad que es mía. Soy un
hombre joven. Tengo veintisiete años. No sé siempre lo que es escribir, sino
hago textos, me amaso mi lengua, y la devuelvo a mi boca. Yo me evito. Me
abordo. Creo aún en las grandes luchas universales.
Tomado de https://diacritik.com/2016/06/02/ecrire-nest-pas-ecrire-par-yannick-torlini-ecrire-aujourdhui/. Traducción; Celso Medina
1 comentario:
Interesante visión de la "lengua Peregrina", de la fuerza interior de la palabra que nos invade, nos culpa, nos retuerce verdades y que de una u otra forma nos transmuta entre un mar de sensaciones de las cuales nadie es dueño, son solo objetos dignos de prestamos casuales. Interesante autor...
R.S.
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