viernes, 26 de julio de 2019

Fragmentos de Un diario del infierno

Antonin Artaud

Poeta, dramaturgo, ensayista, novelista, director escénico y actor francés (1896-1948). Autor de una amplia obra que explora la mayoría de los géneros literarios, utilizándolos como caminos hacia  osadas vÍas que retan los límites del saber vital.



A André Gaillard


Ni mi grito ni mi fiebre son míos. Esa desintegración de mis fuerzas segundas, de esos elementos disimulados del pensamiento y del alma, concibe solo su constancia. 

Es algo que está a mitad de camino entre el color de mi atmósfera típica y la punta de mi realidad.

No tengo tal necesidad de alimento sino de una suerte de elemental conciencia. Ese nudo de la vida donde la emisión del pensamiento se descuelga.

Un nudo de asfixia central.

Simplemente preguntenme sobre una verdad clara, es decir que permanezca en un solo extremo.

El problema de mi decrepitud no se presenta ya bajo su ángulo únicamente doloroso. Siento que los factores nuevos intervienen en la desnaturalización de mi vida y que tengo una conciencia nueva de mi íntimo desperdicio. 

Veo en el hecho de lanzar el dado y de lanzarme en la afirmación de una verdad presente, por muy aleatoria que sea, toda la razón de mi vida. 

Permanezco, durante horas, en la impresión de una idea, de un sonido. Mi emoción no se desarrolla en el tiempo, no sucede en el tiempo. Los reflujos de mi alma están de acuerdo con la idealidad del espíritu. 

Al colocarme frente a la metafísica estoy hecho en función de esa nada que llevo encima.

Ese dolor plantado en mí como una esquina, en el centro de mi realidad más pura, en este emplazamiento de la sensibilidad donde los dos mundos del cuerpo y del espíritu se juntan, he aprendido a distraerme por el efecto de una falsa sugestión.

En el espacio de este minuto que dura la iluminación de una mentira, me fabrico un pensamiento de evasión, me lanzo en una falsa pista indicada por mi sangre. Cierro los ojos de mi inteligencia, y dejo hablar en mí lo informulado, me doy la ilusión de un sistema cuyos términos se me escapan. Pero de ese minuto de error me queda el sentimiento de haberme maravillado en lo desconocido de algo real. Creo en las conjuraciones espontáneas. En las rutas a las que mi sangre me adentra no puedo sino  descubrir una verdad. 

La parálisis me gama y me impide cada vez más volver sobre mí mismo. Ya no tengo más punto de apoyo, más base… me busco no sé dónde. Mi pensamiento no puede ir donde mi emoción y las imágenes que se levantan en mí la impulsan. Me siento castrado hasta en el más mínimo impulso. Termino por verlo a través de mí mismo, a fuerza de renuncia en todos los sentidos de mi inteligencia y de mi sensibilidad.  Habría que comprender que es el  hombre vivo el que es tocado en mí y que esta parálisis que me ahoga está en el centro de mi personalidad usual y no de mi sentido de hombre predestinado. Estoy definitivamente al lado de la vida. Mi suplicio es también sutil, tan refinado como amargo. No habría que hacer esfuerzos de imaginación insensatos, multiplicados por el abrazo de esta asfixia sofocante  para llegar a pensar mi mal. Y  me obstino tanto  en esta prosecución, en esta necesidad de fijar de una vez por todas el estado de mi ahogo…  

Haces bien en aludir a esta parálisis que me amenaza. Ella me amenaza en efecto y me domina día tras día. Ella existe ya y como una horrible realidad. Ciertamente, aún hago (¿pero hasta cuándo?)  lo que quieren mis miembros, pero sucede que hace mucho tiempo que  ordeno más  mi espíritu, y que mi inconsciente todo me manda con impulsos que vienen del fondo de mis rabias nerviosas y del torbellino de mi sangre. Imágenes acuciantes y rápidas, y que no pronuncian en mi espíritu sino palabras de cólera y de odio ciego, pero que pasan como cuchilladas o rayos en un cielo engullido.
   
Esas formas terroríficas avanzan, siento que el desespero que ellas me aportan está vivo.   Se deslizan hacia ese nudo de la vida después de la cual las rutas de la eternidad se abren. En verdad, es la separación por siempre. Deslizan sus cuchillos contra ese centro en que me siento hombre, cortan los ataques vitales que me acercan al sueño de mi lúcida realidad. 

Formas de una desesperanza capital  verdaderamente vital,
encrucijadas de las separaciones,
encrucijadas de la sensación de mi carne,
Abandonadas por mi cuerpo   ,
Abandonadas de todo sentimiento posible en el hombre.
No puedo compararlas sino en ese estado quel conseguimos en el seno de un delirio
debido a la fiebre,en el curso de una profunda enfermedad.    
 
Es esta antinomia entre mi facilidad profunda y mi exterior dificultad la que crea el tormento en el que duermo. 

El tiempo puede pasar y las convulsiones sociales del mundo arrasar los pensamientos de los hombres, estoy salvado de todo pensamiento que se moje en los fenómenos. 

Traducción del francés: Celso Medina

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