sábado, 29 de junio de 2019

Las máscaras de la filantropía
Celso Medina


Ilusstración Celso Medina


Santo Tomás,cuando quiso defender a la iglesia cristiana, a la que culpaban de la destrucción del Imperio Romano, se vio en la necesidad de inventar su concepto de Libre Albedrío. Dijo: no fue Dios quien nos hizo malo o bueno. Él le dio al ser humano la posibilidad de optar entre la maldad y la bondad. De modo que el pecar es una facultad del hombre. Quienes no somos muy afectos a los dogmas religiosos, nos gusta ese concepto, pues nos ayuda a dilucidar lo que se entiende realmente por libertad, el derecho esencial a optar sin coerciones, bajo un horizonte histórico y de responsabilidad.
Kant habla de dos fuerzas que coercionan al hombre: una fuerza exterior, proveniente de la moral y las costumbre y otra fuerza, salida de la mismidad del hombre. Ambas fuerzas limitan el accionar humano. Lo controlan, le ponen límites. Asesinar, por ejemplo, es una fuerza destructiva que lo evita la fuerza moral o esa fuerza íntima. No matamos al prójimo por dos razones: porque nos meten presos (la moral heterónoma, externa) o porque tenemos un respeto por el otro, que tiene derecho a vivir ( la moral autónoma, interna).
El hombre es un ser que “llega a ser”, parafraseando a Simone Beavoir. Tienes límites y su destino es deslastrarse en lo que pueda de los handicaps naturales con los que nace. Diría que todo ser humano sueña con ser pájaro, para volar por el mundo que su propia imaginación ha forjado. Pero esa utopía pronto se derrumba, y más que volar, caminamos erguidos, siempre retando el equilibrio. De modo que somos “un ser que puede caer” (José Luis Pardo). Y lo que limita la libertad es ese miedo a la caída, porque pudiera ser que no tengamos el coraje necesario para levantarnos y acojamos nuestro hundimiento con una comodidad perversa. 
Una manera de restarle fuerza a ese libre albedrío es la caridad. Es una de las virtudes teologales, que consiste en “amar a Dios sobre todas las cosas”, y sobre todo al hombre, pues se piensa que él es, según el didacta Comenio checo, su “epítome”.  
Don Bosco apostaba por la filantropía, pensaba que los derechos humanos podían satisfacerse por la “buena voluntad”. Algo distinto pensaba Fichte, quien  decía: “Conmigo, sé justo, no caritativo”. Porque la caridad parte de un principio bien utópico del cristianismo: basta ser hijo de dios para ser bueno. Y dios insufla bondad. Pero el hombre tiene perversidad; no sé si Dios es quien se la da, pero la tiene. De modo que si los derechos los acuerdan los hombres, alguien tendrá que comprometerse a a que se cumplan. Hasta ahora, Dios ha sido impotente para hacerse respetar frente a su rebaño. Entonces, las leyes tienen la palabra. Ayudar a los pobres en Don Bosco, pasa por hacer de la caridad su telos. Y por ese telos sacrifica su derecho político. Claro, la “mano derecha tenía que enterarse de lo que hace la mano izquierda”: doy limosna, que conste que la doy. Y puedo darla solo sí la voz crítica del sacerdote hace mutis. 
Pero en vedad, la caridad existe porque persiste y se profundiza la desigualdad. Porque hay un telos expreso que hace cada día más utópica la bondad cristiana. La caridad no es la bondad que ideó Cristo; es las más amarga de su desfiguración: humilla al hombre pensando al necesitado como un hambriento, un menesteroso, al que se le encierra en estigmas reductores. Se enfatiza más en que se sepa que la mano que le ayuda tiene que existir para que el “beneficiado” siga llevando una vida que no es vida, sino sobrevivencia. Eso lo emulan no solo las sociedades filantropicas, que lavan impuestos y expian pecados, sino los estados, sus gobiernos, no importa el casillero ideológico donde se  ubique. 
Pienso que a lo que hay que regresar es a la política. Y debemos hacerlo para dar vigencia a los derechos que los hombres hemos venido conquista a fuerza de sangre, sudor y lágrimas.
Para reponer la política en el escenario humano, tendríamos que superar los nominalismos reductores: sobre todo ese vacuo y tramposo nombre de “pueblo”, que hemos comprado esa tramposa denominación sin percatarnos de que se vende sobre todo bajo el manto de una filantropía cosificadora. Los derechos de los hombres no son órganos, como las manos o los pies, con los que nacemos. Cuando nacemos, somos apenas una larva que se convertirá en crisálida con la fuerza de la vida. De modo que los derechos no son regalos, son el logros que nos ha hecho humanos. Y su defensa debe darse en el espacio político. 

3 comentarios:

Raúl Rogelio López Ávila dijo...

El estimado profesor y amigo Celso Medina. En un bello artículo titulado: “Las máscaras de la filantropía”. Nos pasea por los conceptos de libertad y política. Allí nos dice: que la libertad es “el derecho esencial a optar sin coerciones, bajo un horizonte histórico y de responsabilidad”. Concepto en el que estamos de acuerdo. Pero la contradicción se asoma en el artículo al decir que “Kant habla de dos fuerzas que coercionan al hombre: una fuerza exterior, proveniente de la moral y las costumbre y otra fuerza, salida de la mismidad del hombre”. Nos parece que la moral en Kant no es coercitiva. Ni externamente ni interiormente. Si la moral fuera coercitiva no podría ser libertad, esto es, actuar sin coacciones. No puede serlo porque la moral en Kant es la libertad misma. El mismo Kant en una nota al pie de página en Crítica a la Razón Práctica (2003, pág. 4) nos advierte: “Para que en esto no se pretenda ver inconsecuencias considerando que ahora denomino a la libertad condición de la ley moral y luego sostengo en este estudio que la ley moral es la condición bajo la cual adquirimos por vez primera conciencia de la libertad, me limitaré a recordar que la libertad es en todo caso la ratio essendi de la ley moral y la ley moral la ratio cognoscendi de la libertad. En efecto, si no pensáramos previamente la ley moral en nuestra razón con claridad, nunca tendríamos derecho a suponer algo que fuera libertad (aunque ésta no se contradiga). Pero si no hubiera libertad, no cabría hallar en nosotros la ley moral”1.
Es cierto que Kant definía a la libertad como obediencia a una ley, pero una ley que se da uno mismo, por cumplimiento del deber, sin coacción alguna. Kant modifica esa posición cuando confía que los conflictos producidos por la codicia, la ambición, el afán de dominio, conducirán a una sociedad regida por el derecho en vez de la moral. Pero su concepción de moralidad no se modifica, sigue siendo el de la libertad sin coacción. Hay, pues, en Kant diferencia entre el derecho (libertad externa) y la libertad interna (moralidad). Para Kant no existe coacción en la moralidad, sino en el derecho. En La metafísica de las Costumbres nos dice: “derecho y coacción significan, pues, una y la misma cosa”2. Hablar de coacción moral es quitarle estética a la política.

1. Immanuel Kant: Critica de la Razón Práctica. Traducción de J. Rovira Armengol. 2003, Editorial La Página S.A. Editorial Losada S.A. Buenos Aires.
2. La metafísica de las Costumbres. Editorial Tecnos S.A. 1989, pág. 25

Alfredo León dijo...

Mucho de lo que habla el articulo se relaciona con la palabra tolerancia. Respeto lo que piense el otro pero tambien quiero que el otro respete lo que yo pienso.
Las sociedades llamadas civilizadas no se caracterizan precisamente por ser altruistas y con Estado regalador. Con esos regalos te compran y te obligan a condicionarte. Es preferible un trabajo bien remunerado que una bolsa de comida. El futuro vislumbra un Estado que promueva el emprendimiento.

omar dijo...

El enjundioso artículo escrito por el Profesor Celso Medina , me ha motivado a hacer algunas breves referencias a los tópicos tratados. Como bien lo plantea Celso, la caridad parte del principio fundamental del cristianismo que establece amar a Dios sobre todas las cosas, y a tu prójimo como a ti mismo.Por extensión, la caridad se entiende comúnmente por filantropía o ayuda al que no tiene, al menesteroso y presupone que unos tienen en exceso y otros simplemente tienen recursos limitados. Partimos del hecho que esta desigualdad existe, que ha existido pero que se ha mitigado en los últimos siglos con el desarrollo de la techne y la evolución de las formas políticas que incluyen el estado laico, la división de los poderes, el desarrollo del estado benefactor en sociedades avanzadas etc. . Visto en este contexto, creo que la caridad debe ser asumida como una categoría personal, inmanente al individuo, a su conciencia, tanto al que es profundamente religioso como al que no lo es. No debería haber humillación cuando se recibe con agradecimiento ni tampoco tiene que ser símbolo de aprovechamiento inescrupuloso cuando se ejerce desinteresadamente en condiciones puntuales. Transformarla en políticas de estado, eso sí, termina pervirtiendo su intención moral y ética. El estado caritativo es tan peligroso o más que aquel estado que desatiende los deberes fundamentales para los cuales los ciudadanos los han creado: asegurar gobernabilidad y/o convivencia. El discurso de la dadiva colectiva, de la promesa de felicidad nacional al pueblo sin exigir esfuerzos, es parte del culto a la irresponsabilidad el cual generalmente termina en regímenes totalitarios o populistas . Decía Peter Drucker, que el hombre ha pasado de la creencia de la salvación por la fe en la Edad Media, a la salvación por la sociedad en la edad contemporánea mediante “un orden social temporal incorporado en un estado igualmente temporal”. El socialismo científico es un ejemplo de esta mitología, donde se plantea la promesa de una sociedad utópica, eterna e igualitaria, de un atractivo y seducción extraordinario. En una sociedad sin clases la caridad no sería necesaria o en todo caso sería llevada a cabo exclusivamente por el estado, léase el partido comunista.
Tal como el protestantismo en su momento introdujo cambios culturales y mentales más allá de lo estrictamente religioso frente a la ortodoxia de Roma (seguramente con otros elementos) , hoy es necesario un marco ético renovado en las democracias Occidentales que entre otras cosas “descosifique” la filantropía o en palabras más simples, el amor por nuestros semejantes . En este sentido comparto la preocupación de Celso sobre superar el concepto engañoso y difuso de “pueblo”, en nombre del cual se han erigido tiranías y democracias defectuosas. Friedich Von Hayek expresaba en su libro, The Fatal Conceit, que Rousseau había inventado el dudoso concepto de “la voluntad popular”( podíamos traducirlo: el Pueblo) a “ través del cual las personas se convertían en un solo ser , en un individuo”. Partíamos de lo colectivo para llegar al ser humano y no al revés. Si comenzamos por el individuo seguramente valoraremos más al ser humano, a sus derechos, a sus prerrogativas emocionales, morales e intelectuales. En cambio, si partimos de entelequias colectivistas, por muy elaboradas que ellas sean, terminaremos tarde o temprano coartando los derechos civiles de los ciudadanos en el nombre de un fin superior. El hombre solo puede ser libre en sociedad bajo el orden que imponen las leyes debidamente consensuadas y no en la soledad “del buen salvaje”. Con ellas (las leyes) se podrá minimizar esa perversidad inherente en el hombre que menciona Celso y a la cual pertenece una caridad mal interpretada. A las máscaras de la filantropía debemos anteponer la transparencia de la igualdad de oportunidades a través de la educación, aceptando nuestras diferencias, pero reforzando los deberes y no solo los derechos. De esta manera forjaremos un mundo con menor desigualdad donde la filantropía sea una extrema rareza.