El canto de los náufragos
Jean Michel Maulpoix
Dedicado a hacer y a pensar la poesía, Jean
Michel Maulpoix (1952) es un poeta francés que enseña en la Universidad Paris 3
y dirige la revista Nouveau Recueil, dedicada a la literatura a la crítica.
Presidió la Maison des écrivains de
2004 a 2007. Ha publicado una abundante obra poética y crítica.
Ilustración: CelsoMedina |
Somos los náufragos de la lengua.
De un país a otro vamos, colgados a los árboles
Flotando en nuestras frases
Estos son los restos de un viejo barco desde
hace mucho tiempo destrozado
Pero el deseo nos sostiene todavía, mientras vamos
a la deriva
para esculpir en estas planchas la estatuas de
sirenas de cabellos azules
y cantar siempre con estos pulmones
Imitamos al mar
No intentamos nada estúpido en el gran horizonte.
El mar, colgado al mar.
Tiembla y deslízate sobre el mar.
Sus movimientos de falda, sus golpes de espaldas, sus
redundancias
y todo ese azul que viene a nosotros en los grandes
horizontes
del mar
Amamos las maneras como se va en el barco
Nos encanta cómo va
el barco
balanceándose de
una ola a otra, danzando su
emoción por
encontrar el mar
y su curioso sonido
de campana
cuando la música se
despliega sobre la gran partitura
del mar.
El mar es un cielo
azul caído
Aquí hace ya mucho
tiempo que el cielo perdió sus llaves
en el mar
¿Bajo cuáles soles
nos hemos perdido ahora?
Nos quemamos en la playa de pedazos de cadáveres
Pues así son las palabras con sus huesos y sus
humos.
Manojos de fémures y de metacarpios
Fogatas de hierbas olorosas y polvos que
crepitan
Es un prado seco que se incendia cerca del mar
Altas llamas cabeza abajo saltan entre las
escobas
Y de repente ese busto de mujer moldeado en la
crepitación
ofrece este furioso amor
lanzando hacia el cielo la extensa queja.
¿Quién calcinó el corazón?
Solo, él avanza hacia ella, sobre la mole del granito
estrecho
embarcando hacia el
vacío su cuerpo perecedero
Ella, la gran ola durmiente
lanza hacia él sus gavillas y sus enaguas
Él, el pequeño hombre recto sobre el dique con un
creyón
pegado contra ella, pero separado
Ambos, aunque tan próximos, se pierden de vista
El uno contra el otro apretujándose, el corazón mal
amarrado.
No llenaremos al
mar con nuestras lágrimas.
Más bien
sostengamos con nuestros cantos el esfuerzo de las tempestades
que vierte sobre
nuestras cabezas sus gritos y sus jabones
Y cuando nuestros
ojos descoloridos no vean nada
sabremos aún mejor
lo qué es el mar
Las escamas habrán
caído cubriendo nuestro
corazón
y nuestra piel
nacarada finalmente será tan blanca
que ya no temeremos
al loco amor de las sirenas.
¿Por qué no podemos
echar raíces en el
mar
como lo hacen los
ahogados y las algas?
Llevaremos sin pena sobre nuestras espaldas
el cielo azul que no
se desvanece sino que sueña
colores
Y la lana cálida de
las espumas
Y los frutos
venenosos del mar
a los que nunca
mordió labio humano
Estaremos de vuelta
en el infinito jardín.
en la salud de los dos en alta mar
En los cálices y los ciborios
Bebemos golosamente el mar
Ninguna agua nos sacia
Tenemos hambre de sal
Nuestros labios están ávidos
En el agua azul, siempre es domingo
cuando se arrodilla el pez de oro.
Traducción: Celso Medina
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