sábado, 29 de junio de 2019

El canto de los náufragos

Jean Michel Maulpoix


Dedicado a hacer y a pensar la poesía, Jean Michel Maulpoix (1952) es un poeta francés que enseña en la Universidad Paris 3 y dirige la revista Nouveau Recueil, dedicada a la literatura a la crítica. Presidió la Maison des écrivains   de 2004 a 2007. Ha publicado una abundante obra poética y crítica.   



Ilustración: CelsoMedina




Somos los náufragos de la lengua.
De un país a otro vamos, colgados a los árboles
Flotando en nuestras frases
Estos son los restos de un viejo barco desde
hace mucho tiempo destrozado
Pero el deseo nos sostiene todavía, mientras vamos
a la deriva
para esculpir en estas planchas la estatuas de
sirenas de cabellos azules
y cantar siempre con estos pulmones
Imitamos al mar
No intentamos nada estúpido en el gran horizonte.
El mar, colgado al mar.
Tiembla y deslízate sobre el mar.
Sus movimientos de falda, sus golpes de espaldas, sus
redundancias
y todo ese azul que viene a nosotros en los grandes horizontes
del mar
Amamos las maneras como se va en el barco
Nos encanta cómo va el barco
balanceándose de una ola a otra, danzando su
emoción por encontrar el mar
y su curioso sonido de campana
cuando la música se despliega sobre  la gran partitura
del mar.
El mar es un cielo azul caído
Aquí hace ya mucho tiempo que el cielo perdió sus llaves
en el mar
¿Bajo cuáles soles nos hemos perdido ahora?
Nos quemamos en la playa de pedazos de cadáveres
Pues así son las palabras con sus huesos y sus
humos.
Manojos de fémures y de metacarpios
Fogatas de hierbas olorosas y polvos que
crepitan
Es un prado seco que se incendia cerca del mar
Altas llamas cabeza abajo saltan entre las
escobas
Y de repente ese busto de mujer moldeado en la
crepitación
ofrece este furioso amor
lanzando hacia el cielo la extensa queja.
¿Quién calcinó el corazón?
Solo, él avanza hacia ella, sobre la mole del granito estrecho
embarcando hacia el  vacío su cuerpo perecedero
Ella, la gran ola durmiente
lanza hacia él sus gavillas y sus enaguas
Él, el pequeño hombre recto sobre el dique con un creyón
pegado contra ella, pero separado
Ambos, aunque tan próximos, se pierden de vista
El uno contra el otro apretujándose, el corazón mal amarrado.
No llenaremos al mar con nuestras lágrimas.
Más bien sostengamos con nuestros cantos el esfuerzo de las tempestades
que vierte sobre nuestras cabezas sus gritos y sus jabones
Y cuando nuestros ojos descoloridos no vean nada
sabremos aún mejor lo qué es el mar
Las escamas habrán caído cubriendo nuestro
corazón
y nuestra piel nacarada finalmente será tan blanca
que ya no temeremos al loco amor de las sirenas.
¿Por qué no podemos echar raíces en el
mar
como lo hacen los ahogados y las algas?
Llevaremos sin pena sobre nuestras espaldas
el cielo azul que no se desvanece sino que sueña
colores
Y la lana cálida de las espumas
Y los frutos venenosos del mar
a los que nunca mordió labio humano
Estaremos de vuelta en el infinito jardín.
en la salud de los dos en alta mar
En los cálices y los ciborios
Bebemos golosamente el mar
Ninguna agua nos sacia
Tenemos hambre de sal
Nuestros labios están ávidos
En el agua azul, siempre es domingo
cuando se arrodilla el pez de oro.

Traducción: Celso Medina   


                                                

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