sábado, 15 de junio de 2019

Lilas sobre la tierra muerta

Celso Medina


En memoria de mi abuela, Manuela Medina

y
de mi madre, Cruz Enoe,
en el primer aniversario de su muerte





Abril es el mes más cruel, engendrando
Lilas de la tierra muerta, mezclando
Memoria y deseo, removiendo
Raíces muertas con lluvias primaverales.

T.S. Eliot. Tierra baldía


Error, amor, coliflor…
En la pizarra las palabras todas terminan en vocal no acentuada. Yo he entendido muy mal las reglas de acentuación.
Terror, amor, coliflor. Se acentúan, profesor. Y quedo en ridículo. Me paro- muy faramallero yo- y coloco acentos. Sólo se acentúan las palabras agudas cuando estas terminan en vocal o en consonantes n y s. Y me siento pequeñísimo.
Pero en mi oreja o en todo mi cuerpo,  otros ruidos revolotean, inquietándome. Son los sonidos de mi casa, en Caigüire.
Y aquí en la misma oreja o en el mismo cuerpo,  Eliot revolotea también. Abril es el mes más cruel. Mes cruel, sí. Más concreto: el 21 de abril yo paso por la vergüenza de no entender cabalmente la regla de acentuación de las palabras agudas. Una hora antes, había estado callado frente la profesora que asomaba su perfume en mi nariz, cuando me corregía los ejercicios de caligrafía. 13 años eran suficientes para imaginarme a aquella mujer morena bailando conmigo en «La Petateca». Y uno diciendo: cómo se enamoró usted de mí, mientras la guitarra de Santana en «Zamba pa'ti» actúa como sedante y el hombro de la profesora es mi almohada. Tú eres distinto. Me gusta tu pelo… Pero qué va. Eran vapores de la fantasía.
Nada ajeno a mi nerviosismo ocurre. Ni siquiera a las muchachas que tengo al lado como compañeras les digo algo. Salgo con el cuaderno todo rayado de rojo. Tengo una letra pésima.
La clase de correspondencia es para lucirme. Sé redactar. Muy estimado señor: Acudo a usted con la finalidad de solicitar de su empresa cotización de los precios de los artículos insertos en la lista anexa. Agradecería  responda a la mayor brevedad, dado que pronto abrirá las puertas nuestro almacén. Sin más nada a que hacer referencia, me despido de usted. Atentamente... Gerente General.  Sí; soy gerente, un flamante gerente, surgido del arduo trabajo fíccional que nos pone a hacer la profesora. Unas veces me gusta ponerme presidente. Y tengo muchos capitales suscritos y pagados. Me imagino ganancias astronómicas. Soy todo un empresario próspero que ayuda a que la patria sea más grande. 
Y aquí, Eliot dice Abril es el mes más cruel: engendra/lilas de la tierra muerta... Y el profesor cita a Bergson y afuera llueve. El ruido de la lluvia apenas hace audible la clase.
Ese día no llovía, recuerdo. Salí temprano; tenía la primera clase a las siete. No llevo el uniforme. Quiero que todos me vean con mi nueva camisa. Estrenar es para mí un acto jubiloso. Este día me siento bello, hermoso. No entiendo por qué las carajitas no se fijan en mí. 
La camisa me la trajo mi mamá. Estoy muy feliz con su presencia. Pocas veces la veo; sólo en diciembre o en Semana Santa. Ahora está por muchos días en la casa. La abuela está muy enferma. Desde hace dos años vive disminuyéndose por una trombosis (¿será trombosis una palabra aguda, grave o esdrújula?).  Ella la está cuidando ahora. 
Antes de irme a la escuela, paso por el cuarto de la abuela. La veo muy  mal hoy. Le tomo las manos y no se las siento. Me gustan esas manos que se desplazan por cada cuenta del rosario, diciendo su oración con una boca que se acopla a sus ojos, para vigilarnos, a Jesús y a mí. No vale dormirse, porque el pellizco en la oreja nos despierta al son de “El diablo en la oreja te dice, no reces, sigue durmiendo”. 
Y cada poema de Andrés Eloy Blanco leído por el profesor se cruza con la imagen de la abuela en su cama, calladita, sin poder maniobrar sobre su rosario para salvar a sus nietos pecadores. En el patio de la escuela, un apamate con su morado me  recuerda a la abuela con su vestido violeta floreado, pasando sus manos largas y elegantes por encima de las cuentas del rosario. Yo, apenas si muevo los labios y el Padre Nuestro comienza con un padre nuestro que estás... y concluye con un amén casi agónico. Entre las dos frases, puro susurros. Y la abuela vuelve a repetir  “el diablo en la oreja te sigue diciendo: no reces, sigue durmiendo”, previo a su pellizco. Realmente despierto de inmediato, no por el temor al diablo, sino por el escozor  en mis orejas. 
Qué pena de medio luto 
tiene la flor de Apamate 
qué pena de medioluto, 
desde que tú te marchaste.

Tu marcha me echó en las ventanas 
los morados de la tarde 
la sangre me quedó viuda .
como la flor de Apamate

Es abril; sí, no mayo. Pero ya florecen los apamates. En la casa no hay. Sólo crecen yaques altos y lo único morado son las trinitarias. El morado es medioluto. Y cuando regreso a mi casa de Caigüire comprendo que cuando se muere una abuela, una madre o un hermano… las mujeres deben vestir de negro. Si no tienen vestido de ese color (o no color, según me dice mi profesor de Educación Artística) tiñen sus vestidos domingueros o sabatinos. 
El profesor cita de memoria el poema de Andrés Eloy. Y  rememoro los apamates que había visto. En el centro de Cumaná abundan. Unas veces, cuando vamos a pie hasta la casa, jugamos para hacer más llevadero el tiempo. Nos divertimos apostando a los números de las placas de los carros. Cobramos o pagamos con almendrones. A los apamates, ni lo vemos. Cómo no tienen frutas. Pero  pienso que podía ser poeta, como Andrés Eloy y escribir un poema a los yaques del patio de mi casa. Pero son tan feos. Entonces pienso en la abuela; en su vestido violeta floreado medio luto .Tal vez sus flores son de apamate. Y en la clase de inglés, lo escribo.
Abuela, en tus flores moradas
Van mis ansias amadas 
Yo te las ofrezcos 
Sin que me des refrescos

Quiero salir de la clase para mostrárselo al profesor de Castellano. Profesora, un permiso que voy al baño. Pero no. Me quedo tranquilo. Y el verbo «To Be» me entretiene.
La casa es un montón de gritos. ¿Cuáles son las raíces que arraigan, qué ramas crecen/en estos escombros pétreos? La casa es un montón de llanto. Me miro llegar con mi nueva camisa, mis cuadernos Caribe, uno de los cuales guarda el poema a la abuela. La casa se me va acercando y en mí se va acercando una certeza: ha muerto la abuela.
Abuela, aquí estoy. Ruega por mí, tú que mueres hoy. Primera vez que veo que alguien distinto a ti dirige el rosario. 
Abuela, poco supiste de nuestros pecados. Ahora lo confieso: nos robamos tres bolívares de la limosna del Santo Sepulcro esta Semana Santa en la Iglesia Santa. Sí; nos fugábamos de la escuela y nos bañábamos a escondidas en la playa. Sí, asistimos a reuniones en la Casa del Partido Comunista. Allí hablan pestes de los curas y de las monjas. Sí, le hicimos un hueco al techo del Bar del Viejo Pedro y nos hacíamos la paja con los aros de cardón que conseguíamos en el cerro de Caigüire. Por ello, sálvanos, abuela… reza en tu cielo un rosario por nosotros, por estos nietos que quedan aquí en este valle de lágrimas. Ora por nosotros pecadores en la hora de nuestra muerte
Estas son tus manos, ahora frías, antes cálidas tanto para la caricia como para el castigo. Siempre prestas a la arepa redonda, al majarete o al arroz con coco, que comíamos y vendíamos. Siempre dispuestas a curar la herida que nos producían nuestras travesuras. 
Ella murió esta mañana, justamente cuando el profesor explicaba la acentuación de las palabras agudas. Ahora su rosario cuelga sobre el espaldar de la cama de hierro. Un tropel de gente va girando sobre ella. Mi nariz conoce ahora el olor del apamate. El lila floral nos perfuma. 
Mis manos retuvieron sus manos por mucho tiempo, hasta que vino mi madre y me las quitó. Ahora otras manos recorren las cuentas del rosario. 
¿Aquel cadáver que plantaste el año pasado en tu jardín ha comenzado a germinar? El árbol chorrea gotas sobre el rostro de la muchacha apurada; seguramente viene tarde a un examen o alguien la espera. «Miércoles de Ceniza». Un mundo muerto avivándose. Eliot convoca el ánima de viejas tradiciones. Y yo me veo con la frente encenizada. En mi se diluye una hostia-cristo. Pero me gusta volver de nuevo a Tierra baldía. Es un gusto doloroso; porque abril, sí es el mes más cruel. Aún toco la mano fría de la abuela, ese veintiuno de abril, el día en que los apamates estaban de medioluto. Y la casa era un montón de llantos...

7 comentarios:

Alfredo León dijo...

Me gustó mucho ese texto dedicado a tu abuela. Me impresionó esa frase:"trombosis será una palabra aguda, grave o esdrujula". Esa relación del vestido morado con los apamates es destacable. Tambien tus anecdotas de las clases y todas aquellas experiencias de juventud. Lo tendré como uno de mis favoritos. Magistral.

Luis Emeterio Gonzalez dijo...

Lo inevitable tiene olor a novedad en tus palabras. Poeta.

Luis Emeterio Gonzalez dijo...

Lo inevitable tiene olor a novedad en tus palabras. Poeta.

Nilza Centeno dijo...

Vaya texto,Celso!
Definitivamente leer tu palabra envuelta en ese estilo narrativo, es toda una experiencia. Como dice Jorge Larrosa:"siempre tiene algo de primera vez, algo de sorprendente".
La experiencia con este texto es vívida. Un homenaje que desde tu infancia y adolescencia testimonian tu singularidad y acariciamos contigo las manos vibrantes en el rosario de tu abuela, percibimos en nuestro olfato y pupila ese olor y color lila de los apamates, y el morado de las trinitarias, saboreamos nuestro dulce favorito: el majarete! Ah, pero se queda en nosotros ese perfume y esa imagen de la maestra inspiradora de personajes y de enamoramientos.Se queda como acento de nuestra propia nostalgia.

Gracias!

Beatriz Level dijo...

“Podría ser poeta y escribirle un poema a los yaques del patio...pero son tan feos”. Puesto que toda esta narración es una evocación, viene a mi mente un recuerdo; hace ya algunos años (no muchos), cuando fue mi profesor en alguna asignatura de los primeros semestres en pregrado (ya no recuerdo cuál), usted nos pidió escribir un ensayo: yo intenté escribir sobre el progreso pero terminé escribiendo sobre unos pájaros negros, esos que llaman “toldos” y usted me dijo (imagino que por la incoherencia entre lo que supuestamente iba a plantear y lo que término siendo aquel “ensayo”: ¿por qué escribiste sobre esos pájaros tan feos? No respondí, no me atreví a decirle, por timidez, que para mí no eran feos, que las bandadas de esos pájaros, que en las tardes ennegrecían el cielo, me parecía el más hermoso de los espectáculos. Hoy en día sé que lo visto depende tanto de la imagen en sí como de quien la mira, y que “lo que el objeto mirado devuelve no es sino una mirada dirigida a quien mira”. Tal vez los Yaques no eran tan feos, así como tampoco lo eran los Toldos. Quizás, ahora que ha pasado tanto tiempo, que la rivalidad con los Apamates huyó, y que ya es poeta, pueda escribirle un poema a los yaques de aquel patio.

Clea dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Clea dijo...

Me encantó este texto tan sentido, tan vívido y evocativo. Fui y conocí a su abuela, su niñez, su casa, de un tirón. La maravilla de la literatura! Aplausos y respetos, mi tutor.