lunes, 1 de octubre de 2018


El socialismo y su ética
Celso Medina

Es muy obvio, el Socialismo no goza hoy del prestigio que tuvo en el siglo pasado. Montado en el buque de la utopía moderna, su ilusión fue tan grande como la decepción que hoy invade a quienes aún le tenemos fe, no porque su mentor opositor tradicional, el capitalismo, ofrezca mejores perspectivas, sino porque el aura utópica ha entrado en el umbral de la pesadilla. Hace algunos años, en el espacio que tenía el amigo Rigoberto Lanz en El Nacional, dimos a conocer este texto,que ahora reproduzco, cuyo contenido reitero hoy con la misma convicción de esos otros tiempos. 





Toda religión que no sea la suya propia, es invención humana: la suya, en cambio, revelación divina.

Karl Marx



Uno de los más famosos trucos ideológicos de las ciencias positivistas fue naturalizar el hecho histórico; es decir, establecer causas físicas a fenómenos que tienen un origen humano. Por ejemplo, se creó la idea de que la economía no tendría otro caldo de cultivo sino el mercado, que si no hay ricos no hay riquezas; es decir, la necesidad “natural” del Capitalismo, como fuente de riquezas de las civilizaciones.


Aceptemos que el Socialismo burocrático europeo fracasó. Pero, ¿podemos afirmar que su antítesis, el Capitalismo, ha sido definitivamente exitoso? Pongámonos de acuerdo en qué entendemos por éxito. El Capitalismo apuntaló la modernización, incrementó la materialidad, hizo posible la concreción de sueños que inicialmente no eran sino ficciones. Sí. Pero, ¿a quién ha hecho feliz esas realizaciones? Ricos y no riquezas fue la consecuencia de esa insurgencia del nuevo régimen económico.

Las voces que loan al capitalismo, asociándolo a democracia y libertad, actúan como meros sofistas cuando arman sus argumentos laudatorios. Pero fenómenos como la depredación acelerada de la naturaleza, la reinsurgencia de enfermedades medievales, el hambre generalizada, el sida, las guerras religiosas, alimentadas por Occidente, entre otros hechos, son constataciones evidentes de que el Capitalismo ha sido un sistema nefasto para la humanidad, y que más que crear felicidad lo que ha fabricado son nuevos ricos y su par, la pobreza.

El Capitalismo como sistema ha dado muestra fehaciente de inhumanidad. En ese sentido comparto plenamente la afirmación de François Houtar cuando expresa que “el proyecto nuevo debe empezar por una deslegitimación clara y radical del Capitalismo, en su lógica misma y en sus aspectos concretos en cada sociedad”. Esa deslegitimación debería comenzar por poner en evidencia el andamiaje racional que lo sustenta. La prédica de Marx de que el Capitalismo lleva dentro de sí su propia destrucción, no ha resultado del todo cierta. No es a su propia destrucción hacia donde apunta sino hacia la destrucción misma de la humanidad.

Ese repensar es más urgente para la América Latina, a la que la división social internacional del trabajo le otorgó el papel de periferia, y de productora de materias primas que han venido alimentando los grandes capitales occidentales, desdibujando sus culturas y creándole relaciones de dependencia. En ellos urge un radical cambio de timón. Ese viraje puede ir a caballo con el ideario del Socialismo.

Houtar sostiene que el Socialismo más que un concepto es un proyecto. Concepción que se propone como una cura contra el dogmatismo. Podemos, entonces, inclinarnos por un Socialismo Idiosincrásico, tal como lo pensó José Carlos Mariátegui en el Perú de principios de los años 30 del siglo pasado. Un socialismo, en su caso, de campesinos e indígenas, con un proletariado muy tímido, que hiciera una hermenéutica efectiva del marxismo. En el caso de Venezuela, ese ideal socialista se postula en el marco de una comunidad latinoamericana, cuyas fuerzas interculturales deben procurar una dialéctica solidaria.

Venezuela vive una coyuntura política compleja, que muchos denominan la transición hacia el Socialismo. Ese proceso habría que curarlo contra el peligro de reproducir el cortoplacismo de la Tercera Internacional (Komintern), que solo sirvió para reponer el sistema capitalista, profundizando sus lacras más perversas; verbigracia: véase lo que es hoy la antigua Unión Soviética, un país tomado por los otrora burócratas convertidos en los magnates capitalistas explotadores del pueblo ruso.

¿Cuál es la sociedad que aspiramos los que convergemos en el Socialismo? Somos de los que no creen en la utopía. Ese fue el señuelo moderno para que nos interesáramos permanentemente en el futuro, descuidando nuestros presentes. La utopía se asocia a la perfección; y el hombre es hombre porque es imperfecto. Como lo afirma José Luis Pardo, el hombre es un ser que puede caer, lo que lo sostiene no es el equilibrio sino el desequilibrio. Esa posibilidad de caer nos une. Vivimos para no caer. Me inclino, entonces, con Foucault, por las heterotopías; es decir, por la asociación de soñantes que construyen su futuro en el presente. Saberse propenso a la caída, nos hace pensar no con el cerebro sino con el hombro, para ponérselo al otro para que no caiga. Así, pues, la sociedad a la que aspiramos es aquella donde los espacios se comparten, no como entregas sino como diálogos.

Esas heterotopías podrían alimentarse de un ideario ecologista. Y en eso deberíamos dejar los pruritos modernizantes, y sumergirnos en las enseñanzas de nuestros indígenas. Nuestros hermanos incas nos legaron su pachamama, la madre tierra, a la que no le debemos solo veneración sino empatía. Rescatemos en ella el valor auténticamente revolucionario, aquel que nos conceptualizara Marx: el valor de uso. Para tal propósito habría que sobrepasar la racionalidad instrumental, y situarnos en la visión cosmológica, que prevé que somos de la misma sangre que circula por la naturaleza en toda su plenitud.

Para potenciar ese ideario sería necesario enfrentar radicalmente el mecanismo por excelencia deshumanizador del capitalismo: el valor cambiario, aquel que concibe la tala de un bosque, la destrucción de un río como una simple abstracción que derivará en mercancía. Recordemos a Marx:

Al prescindir de su valor de uso, prescindimos también de los elementos materiales y de las formas que los convierten en tal valor de uso. Dejarán de ser una mesa, una casa, una madeja de hilo o un objeto útil cualquiera. Todas sus propiedades materiales se habrán evaporado.

Esa desmaterialización del mundo ha construido una perversa metafísica, en la que la naturaleza ha tomado el vacuo cuerpo de la abstracción. Ese proceso ha sacrificado la felicidad de la humanidad, polarizándola en ricos y pobres. La producción está al servicio de una sofisticación, que ostenta brillo, y que esconde profundas desigualdades.

Irrumpir contra la cultura cambiaria implica cambiar los nombres a las cosas. Habrá que dejar de hablar de clientes, para hablar de ciudadanos. Habrá que revisar la palabra privado, y quitarle su fuerza predadora. No confundir lo privado con lo íntimo, ese espacio donde el hombre se ensimisma, para rememorar las experiencias que ha experimentado con los otros. Que lo privado no prive a nadie, que más bien propicie el intercambio dialogal.

Habrá también que repensar en el Estado y borrarle su acepción anuladora. Que sea el motor de lo público, y que no cosifique al ser, convirtiéndolo en simple ficha de los ideologismos. Que la democracia sea fin y medio a la vez. Que el protagonismo sea una concreción, no teatro proselitista. Una democracia no es la suma de todos, ni la síntesis de todos, sino la red del diálogo, que no procura el consenso estéril sino la sangre de la diversidad.

Y sobre todo, el Socialismo tiene que ser ético. Lo que implica que su más caro anhelo debería ser crear hombres libres y responsables. La libertad en su dimensión absoluta es una perversidad, porque si alguien tiene una libertad ilimitada, en algún momento se apropiará de la libertad de los otros. La ética es esencialmente la acción que dota al ser humano de capacidad para actuar sin coerción. Que el hombre pueda elegir debería ser la meta de una sociedad socialista. Socializar las decisiones. Para eso es necesario un profundo proceso educativo, que conciba al hombre no como una máquina aprendiente, sino como un ser que se forma. Por ello el estado socialista debería desescolarizar la escuela, dotarla de un clima ecologizante, que permee su formación por todos los poros físicos y espirituales del ser humano.

Esa ética socialista tendría que privilegiar la política; o mejor dicho rescatarla, para convertir a todos los hombres en seres capaces de tomar decisiones. Así su protagonismo moldeará una auténtica democracia.

Por último, quiero reafirmar que la lucha contra el Capitalismo debe ir dirigida esencialmente contra su racionalidad, sustentada en primer lugar en la sumisión de la sociedad a la ley del valor cambiario. Esa transición tiene que ocuparse de radicalizar la deslegitimación del Capitalismo. No se trata de urdir un aparato propagandístico que venda al socialismo como una mercancía ideológica. De lo que se trata es de tramar un mundo ejemplarizante, donde el sentido inhumano del capitalismo se ponga en evidencia. No es una prédica contra los ricos, sino de una deconstrucción del modo de enriquecimiento que genera pobrezas materiales y espirituales.

s.

2 comentarios:

Nilza Centeno dijo...

Estimado Celso, me he enganchado en los anzuelos que desde este valioso texto, lanza tu Pez de Tierra Firme. Esas carnadas, son bocados que logro digerir y aunque hallo empatía en tus argumentos, crece con ellos esta sensación de incertidumbre e impotencia. Es cierto, asumir la construcción de un proyecto socialista ha supuesto una elección, una entrega total y en ese empeño hemos transitado con nuestras convicciones e inventiva, pero hoy nuestro perfil está en baja moral, sobre todo cuando echamos atrás la mirada y valoramos lo que ha significado sumergirnos, precisamente en la profundidad del saber indígena. Un tema que nos toca muy de cerca porque en la construcción del proyecto socialista, no hemos dejado de hacer desde ahí nuestros aportes y exhorto para que surja realmente un proyecto deslindado de viejas rémoras.
Hoy somos espectadores de un concierto que desentona y pone en riesgo nuestra opción de seguir escuchando las voces de la espiritualidad y el equilibrio de la cosmogonía indígena. Ciertamente circula otra sangre en la naturaleza, es el ocre que mana de la tierra a fuerza de presión y mercurio, es la extinción de cada especie en la fauna y flora, es la savia de la selva que se va secando en cada árbol milenario que sucumbe ante el deslave y el alud con el cruento proceso de extracción minera, “legal e ilegal” “artesanal o industrial”. Ah!, pero el mundo ya conoce de nuestro criptoactivo, una criptomoneda que además de petróleo, se respalda y certifica con oro, diamantes y demás minerales, y se avala con la creación de un Arco Minero que hace más vulnerable la vida de los pueblos indígenas, como si la flecha se tensara pero de manera invertida. Hemos asistidos a muchas de las asambleas donde varios pueblos indígenas del estado Bolívar, debaten, dialogan con las instituciones del Estado en torno a este plan, que a nuestro entender produce un efecto placebo y en nada aporta a las comunidades. Frases hechas instalan esos diálogos: “son ustedes los dueños de la tierra” “cada comunidad debe blindarse construyendo su plan de vida” “la educación y la salud deben ser de calidad para ustedes”,etc. Se sigue presentando este plan esta suerte de “caballo de Troya” a los indígenas, que luego caen en manos de proyectistas y metodólogos, o representantes de ONG, para elaborar los consabidos proyectos que al ser presentados ante las instancias "competentes" pasan a convertirse en una sentencia de muerte. Ante esta realidad afirmamos el infortunio de nuestros hermanos indígenas por estar asentados en esas tierras de gran riqueza mineral, parece una condena. Estamos convencidos, entonces que en el respaldo de la invención de un criptoactivo, va la acelerada desaparición de las culturas indígenas, una gran cuota de sacrificio que al venir sobregirada con la impronta de una salida para la recuperación económica en estos tiempos de crisis, resultaría la ruina de nuestra identidad, un daño irreparable! Entonces mi estimado amigo, permíteme volver sobre el título de tu texto: El socialismo: ¿y su ética?...
Agradezco la existencia de este espacio, y tu palabra agitadora. Nos queda mucho por decir, pero vaya esta reflexión como catarsis.

Unknown dijo...

Celso. Tu escrito tan pertinente en este tiempo que transita por la desesperanza, los discursos sin asideros, las palabras endurecidas, es un punto de detenimiento para pensar nuestro futuro. Por que si el asunto se trata de no encontrar posibilidad en el pensamiento de
la izquierda, de pasar una aplanadora, que es lo que se muestra en el escenario político, entonces habrá que decirle al capitalismo " viva el rey" con toda su fuerza despolitizadora.
Gracias.