martes, 23 de octubre de 2018


Caofonía
Frankétienne
Traducción: Celso Medina





El legendario poeta haitiano Frankétienne (nacido Franck Étienne Ravine-Sèche, 12 de abril de 1936), suscribe aquí una obra testamentaria: reflexión sobre el tiempo, la escritura y la ciudad bajo la forma de una larga carta a su hijo Rodney Saint-Éloi. De Puerto Príncipe a Montreal, la voz del viejo escritor corre en ecos, estalla en miles de saberes y delicias en esta lengua de la que él solo conoce las locuras arcanas. Frankétienne es uno de los grandes escritores contemporáneos, forjador de lenguas y de imaginarios. Este texto es un fragmento de su libro Caofonía (Chaophonie), publicado en 2014 por Éditions Mémoire d’encrier


Prefacio

Querido Franck, mi viejo padre, he tenido noticias del país esta mañana. Continúo pensando en ti. Difícil, sabes, imainar Puerto Prínciped sin tu rostro, sin tus palabras, sin tu vertiginosa prosa. Hemos hablado este otoño, ante del anuncio del premio Nobel. Ese premio que esperas,fiebroso, todos los años. Un poco triste que esta lotería literaria no haya tocado aún tu puerta. Me has hablado de este oído que relaja el cuerpo, de la vejez y de los años que te quedan por vivir… No me pareció bien escucharte. El Frankétienne en quien yo amo la manera y la locura sigue siendo una metáfora, ciudadela de sombras y de luces. Miro en mí esta imagen: el hombre y su contrario, el rey y su loco, esa mezcla de ser y no ser. Ese ogro, genial megálomano, que sueña con mucha frecuencia con el niño que ha sido y no fue. Ese coloso que, todas las mañanas, compone el canto del alba. Te imagino enclaustrado, girando, rico de ebriedad- en el interior de esta catedral de esquisofía, esta casa-museo-, hundido en el hueco negro de este país tan devastado y tan tocado. Escucho tu voz como una mano extendida: mi hijo, mi hijo, mi hijo. La ternura exige estar a la altura de la filiación y de la belleza. Te he pedido escribir un texto corto para colección Cadastre. Un breve ensayo. Una perorata para continuar la conversación de padre a hijo. Una carta de urgencia. Háblame de ti. Háblame de la espiral de la vida, de tu vida. Un escritor legendario cuenta el camino de su caos, de sus obsesiones. Entonces, ¡escríbeme una carga ahogada de amor! Necesito de tu voz. Tengo necesidad de un padre, de un pueblo de un ramo de lila para fijar el horizonte. Y también, de un testamento de luz para la ruta. ¿Puedes devolverme eso que he perdido?
Rodney
P.-S. : Te ruego que estreches muy fuerte contra tu corazón a Marie-Andrée.



Fuego de paradojas. Juego de metáforas. De ayer a mañana cómo desatar las lianas de hoy entrelazadas en la nada cuando el presente no ofrece sino un ínfimo chance de asir el tiempo que pasa y que se borra.
Me has pedido, hijo, escribirte una pequeña obra que forme parte de una colección que hable de nosotros mismos en nuestras grandezas y en nuestras miserias. Pero, te lo he dicho ya, casi no escribo. Excepto cuando se trata de la poesía frecuentemente opaca de lo intangible, de lo esquivo, de lo fugaz, del lado misterioso.
Haití, hueco negro. Pero hoy el hueco negro está por todas partes. Inmensos huecos negros avalan el planeta entero. Conflictos destructores por los cuatros horizontes del mundo. Los sismos. Los tsunamis. Las inundaciones. Las hambrunas. Las epidemias. La corrupción. Las injusticias. Los crímenes. Las violencias. Los terrores imprevisibles. El SIDA. El cólera. La chikungunya.El Ébola y su respecto agresivo. Sin olvidar la maquinaria diabólica de depredadores que continúan todavía laborando en las entrañas de nuestro planeta para agotar el petróleo, el oro, la plata, el uranio y tantas otras fuentes enterradas en nuestra corteza terrestre y en los fondos marinos.
Pienso a menudo en ti, hijo, que hoy vives lejos de mí, tanto que mis recuerdos se entretejen en mi memoria. Y entonces, todo se mezcla. Nuestras palabras y nuestros silencios, que entrelazan en un mestizaje asombroso. ¡Cuántas veces no hemos intentado pulverizar las mentiras, para encontrar la incandescencia de los sueños!
Sé que orientas maravillosamente tu barca hacia las islas de la luz. Yo, por mi parte, espero lo imposible, no puedo sino escribir poesía para intentar mantener la respiración. Y reivindico mi ambigüedad. Tengo la convicción de que nada es más saludable que la opacidad poética para expresar la trascendencia de los grandes misterios de este mundo.
Es evidente que atravesamos un inmenso espacio de vértigo en el interior de un laberinto tenebroso. El enigma toma cuerpo en lo indecible y en lo híbrido una cacofonía, como un ladrido del sol ardiente. Tesoro de eternidad en la crueldad de las imágenes. Mi cine poético se prolonga más allá de lo impredecible. Lo he dicho todo en el registro del tiempo que pasa sin dejar huellas.
Ah! Hijo, has nacido santo y alabo tu alto nacimiento.
Tu labor luminosa ha llegado a mí. Te esfuerzas, hijo, en editar obras que cada vez turban nuestras neuronas en la memoria de de los tinteros que reflejan el arco iris.
Pero, ¿qué valor tienen todas las literaturas del mundo frente a un inocente que ha sido asesinado?
¿Cuál es el peso de todas las bibliotecas de los pueblos enteros frente a un niño que muere de hambre?
Entonces, una sola frase en un libro puede salvar toda la humanidad.
La escritura implica un riesgo mayor entre la urgencia de decir y el fuego del silencio.
Toda obra es un reto al futuro. Por ello comprendo el sentido profundo de tu sueño colmado de paradojas y de retos.
A distancia, justificas mi rabia y valoras mi locura. Eres mi cómplice.
Aún sin acabar, alumbro la profecía en las brasas de mi apalabra y propulso mis visiones en las alas de mi voz. Prolongas mis gritos en las vibraciones de los signos escritos. Tú y yo, estamos unidos por un inmenso viento de connivencia hasta el aliento del silencio.
Grieta de falsa alarma bajo la mentira quemante de las campanas cacofónicas y de las armas tenebrosas, pero la vida sigue en pie rompiendo los gritos de los salvajes. Y el pánico de los pueblos en llamas no apagará la última lámpara. Y la acción agonizante de las frutas maduras bajo las ruedas del azar, el puro reto de traducir lo inasible. Violentamente beso el sol y la luna y devoro las distancias en lo vivo de mis deseos.
Toda la fiebre de nuestra isla en el futuro del huracán.
No olvides nunca, hijo, que agitando las luces con la arena y el agua tu paciencia laboriosa hará nacer un nuevo paisaje y tu oasis terminará por comerse el desierto más inmenso.
Entre música y silencio, la noche se borra lentamente bajo una quincallería de estrellas. Espero pacientemente la maduración de tus sueños en el florecimiento del alba. En cuanto a la obra inédita, ella surgirá del huevo en el turno del mediodía en la cocina del sueño en las fauces del sol.
¡Oh mi amor perdido, rescatado, perdido en la estación del terror! Los astros enigmáticos, brotan, se arremolinan y se encariñan en tu vientre de en el momento de las bisagras rotas.
Fantasía nocturna. Delirio erótico. Demencia alucinante. Ha llovido toda la noche.
En las pulsiones de la rabia y de la codicia, devoro mi ángel en las especies de la tormenta
Del entrelazamiento y de los frotes quemantes de los cuerpos desnudos, apilados en el campo muy estrecho de una barraca, ardían y se derretían las manchas sangrientas de la muerte pestilente y asquerosa.
Casi todas las prisiones parecen sórdidos mataderos.
Ver y saber tocar tantear escarbar los números de las sombras en las derivas del sexo.
Ella arrastra su cuerpo por encima del abismo. Ella que me ama todavía.
Imagen drogada de humus de espejo embarazado. Un molino de vértigo hasta los tallos de la ebriedad.
Me he esforzado en matar mis demonios por conseguirlos puro y más hermosos que en la temporada de la damisela, las alas por matar a mis demonios para encontrarla pura y más hermosa que antes en la temporada de damisela, las alas debajo de las axilas. Escucho la música las gotas de lluvia vina.
Luz desfasada de lámparas raquíticas bajo el paño de cubierta irregular, la falsa blancura de las banderas ensangrentadas ocultara los ladridos cacofónicos de los perros esqueléticos errando alrededor de los cadáveres de los niños cacofónicos.
Gravé en mi sensual memoria los olores y las formas de las calles sin salidas en la ruidosa fornicación de los corredores anónimos, estrechos y sinuosos.
Tantas lágrimas intranquilas asolaron el rostro arrugado de la mujer insular que nada quedó de ella, fuera de su calvicie de las horas de desnudez eterna, la brecha de la nada.
El tiempo defenestrado de un huracán desvergonzado prolonga la danza ruidosa, el pánico de las puertas rotas, los címbalos y los gongs de la muerte desvestido bajo las piedras del silencio.
Sol sin cobertura en su viril belleza quemando en su viril belleza quemante les artripailles de la depravación. Y el ojo ardiendo desflora el polígono maldito en el país imposible.
La miro bañarse toda desnuda, tendida en un montón de guijarros grisáceos.
Un largo clítoris, que parecía más a un violín que a un pene, me inspiraba a la vez miedo y envidia. Padecía un insoportable miedo, una suerte de espanto insoportable frente a esta criatura andrógina cuando abría sus largos muslos para enjabonar la opulencia de su sexo monstruoso. Sentía crecer en mis entrañas un deseo inexplicable de una terrible ambigüedad. Todavía era, paradojalmente en la edad de diez años, un niño ingenuo, anormal, vicioso y sutilmente delincuente en los límites de la desvergüenza y de la tentación mortal.
El tiempo se fue en tropiezos interminables. El día se ha oscurecido. Y la noche se espesa en el giro de las tinieblas ahogadas de cangrejas y de playas mal curadas.
Solo el amor perdido en el espinazo de mi perro. Una sombra que no se desvanece en el contorno de la carne femenina con toques de nostalgia. Vana tentativa de coser los desgarres del paisaje, las heridas de la ruta, la fisura del viaje, en los nudos inasibles del huevo que rueda en caminos insólitos.
He saboreado mi cine de soledad nocturna en el tiempo de la lluvia.
Escultura mosaica y masiva de escritura en imágenes musicales en la furia de las curvas de velocidad profética de donde surgirá lo imprevisible, la belleza del silencio en dolor laborioso. Respuesta ardiente meditando bajo la fiebre de las preguntas mudas, sin razones, sin horizontes, entre sentidos y no sentidos. Las misteriosas afinidades me acercan a las esfinges.
Mi amigo Manno Ménard me lo ha recordado recientemente en un espiral de paradojas y de signos imposibles, tanto que puedo oler la inminencia de los desastres y la opulencia de las catástrofes.
Retén tu aliento, hijo! Fracaso y estruendo aleatorio de los escombros, cuando los rascacielos se hunden bajo los dados del desastre, el compromiso roto en el declive de las finanzas, la oportunidad pulverizada de una magia pulverizada, la boca cerrada y melancólica por la extinción vocal. El silencio del oráculo no anuncia ningún milagro.
Retén tu aliento, hijo. Una civilización milenaria golpeada por in iceberg de males se está hundiendo. Un barco de maleficios acelera su naufragio. Derrotero y quiebra en la infernal nada de la decadencia.
Insisto en retener tu aliento, hijo. La laringe y la faringe del profeta pronto a explotar en tsunami de arena sedienta de sombra en el desierto de la esfinge.
De la vida dolorosa en la patética sobrevivencia, de lo difícil a lo imposible, el balance trágico de las grandes utopías oscila vacilante de una respiración quizás indescifrable, entre el coraje de vivir y la ambigüedad del suicida, la verdad nunca es fácil en lo absoluto del grito.
Nuestros cerebros y nuestras tripas tramadas de incertidumbres, el destino maquillado de azar y travesti de lo imprevisible, tanto nos tientan y tropezamos para conseguir la divina lámpara en el fondo de nosotros.
La hegemonía del vellocino de oro en la cumbre de los lupanares, la hipertrofia de los centros bancarios en el corazón de las metrópolis, los escandalosos entierros de las orgullosas catedrales financieras, la supremacía de lo superfluo y del lujo arrogante, la proliferación de los bidjonnelles babelianos y meselianos seducen a los ingenuos y los débiles. Los zagribailles fascinantes y los deslumbrantes oropeles en el interior de los castillos y de los templos, las prácticas mafiosas corruptoras han contribuido mucho a la caída de los valores esenciales del humanismo reivindicativo.
Degeneración atroz. Delincuencia amarga. Depravación y corrupción. Licuefacción de las grandes virtudes republicanas y ciudadanía en la escala planetaria.
Entonces, ¿quién por ceguera y cobardía, tendrá miedo del fin de nuestro mundo ya ahogado en una marea de maldiciones milenarias?



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