Caofonía
Frankétienne
Traducción:
Celso Medina
El
legendario poeta haitiano Frankétienne (nacido Franck
Étienne Ravine-Sèche,
12 de abril de 1936),
suscribe aquí una obra testamentaria: reflexión sobre el tiempo, la
escritura y la ciudad bajo la forma de una larga carta a su hijo
Rodney Saint-Éloi. De Puerto Príncipe a Montreal, la voz del viejo
escritor corre en ecos, estalla en miles de saberes y delicias en
esta lengua de la que él solo conoce las locuras arcanas. Frankétienne es uno de los grandes escritores contemporáneos,
forjador de lenguas y de imaginarios. Este texto es un fragmento de
su libro Caofonía (Chaophonie),
publicado en 2014 por Éditions Mémoire d’encrier
Prefacio
Querido
Franck, mi viejo padre, he tenido noticias del país esta mañana.
Continúo pensando en ti. Difícil, sabes, imainar Puerto Prínciped
sin tu rostro, sin tus palabras, sin tu vertiginosa prosa. Hemos
hablado este otoño, ante del anuncio del premio Nobel. Ese premio
que esperas,fiebroso, todos los años. Un poco triste que esta
lotería literaria no haya tocado aún tu puerta. Me has hablado de
este oído que relaja el cuerpo, de la vejez y de los años que te
quedan por vivir… No me pareció bien escucharte. El Frankétienne
en quien yo amo la manera y la locura sigue siendo una metáfora,
ciudadela de sombras y de luces. Miro en mí esta imagen: el hombre
y su contrario, el rey y su loco, esa mezcla de ser y no ser. Ese
ogro, genial megálomano, que sueña con mucha frecuencia con el niño
que ha sido y no fue. Ese coloso que, todas las mañanas, compone el
canto del alba. Te imagino enclaustrado, girando, rico de ebriedad-
en el interior de esta catedral de esquisofía, esta casa-museo-,
hundido en el hueco negro de este país tan devastado y tan tocado.
Escucho tu voz como una mano extendida: mi hijo, mi hijo, mi hijo. La
ternura exige estar a la altura de la filiación y de la belleza. Te
he pedido escribir un texto corto para colección Cadastre. Un breve
ensayo. Una perorata para continuar la conversación de padre a hijo.
Una carta de urgencia. Háblame de ti. Háblame de la espiral de la
vida, de tu vida. Un escritor legendario cuenta el camino de su caos,
de sus obsesiones. Entonces, ¡escríbeme una carga ahogada de amor!
Necesito de tu voz. Tengo necesidad de un padre, de un pueblo de un
ramo de lila para fijar el horizonte. Y también, de un testamento de
luz para la ruta. ¿Puedes devolverme eso que he perdido?
Rodney
P.-S.
: Te ruego que estreches muy fuerte contra tu corazón a
Marie-Andrée.
Fuego
de paradojas. Juego de metáforas. De ayer a mañana cómo desatar
las lianas de hoy entrelazadas en la nada cuando el presente no
ofrece sino un ínfimo chance de asir el tiempo que pasa y que se
borra.
Me
has pedido, hijo, escribirte una pequeña obra que forme parte de una
colección que hable de nosotros mismos en nuestras grandezas y en
nuestras miserias. Pero, te lo he dicho ya, casi no escribo. Excepto
cuando se trata de la poesía frecuentemente opaca de lo intangible,
de lo esquivo, de lo fugaz, del lado misterioso.
Haití,
hueco negro. Pero hoy el hueco negro está por todas partes. Inmensos
huecos negros avalan el planeta entero. Conflictos destructores por
los cuatros horizontes del mundo. Los sismos. Los tsunamis. Las
inundaciones. Las hambrunas. Las epidemias. La corrupción. Las
injusticias. Los crímenes. Las violencias. Los terrores
imprevisibles. El SIDA. El cólera. La chikungunya.El Ébola y su
respecto agresivo. Sin olvidar la maquinaria diabólica de
depredadores que continúan todavía laborando en las entrañas de
nuestro planeta para agotar el petróleo, el oro, la plata, el uranio
y tantas otras fuentes enterradas en nuestra corteza terrestre y en
los fondos marinos.
Pienso
a menudo en ti, hijo, que hoy vives lejos de mí, tanto que mis
recuerdos se entretejen en mi memoria. Y entonces, todo se mezcla.
Nuestras palabras y nuestros silencios, que entrelazan en un
mestizaje asombroso. ¡Cuántas veces no hemos intentado pulverizar
las mentiras, para encontrar la incandescencia de los sueños!
Sé
que orientas maravillosamente tu barca hacia las islas de la luz. Yo,
por mi parte, espero lo imposible, no puedo sino escribir poesía
para intentar mantener la respiración. Y reivindico mi ambigüedad.
Tengo la convicción de que nada es más saludable que la opacidad
poética para expresar la trascendencia de los grandes misterios de
este mundo.
Es
evidente que atravesamos un inmenso espacio de vértigo en el
interior de un laberinto tenebroso. El enigma toma cuerpo en lo
indecible y en lo híbrido una cacofonía, como un ladrido del sol
ardiente. Tesoro de eternidad en la crueldad de las imágenes. Mi
cine poético se prolonga más allá de lo impredecible. Lo he dicho
todo en el registro del tiempo que pasa sin dejar huellas.
Ah!
Hijo, has nacido santo y alabo tu alto nacimiento.
Tu
labor luminosa ha llegado a mí. Te esfuerzas, hijo, en editar obras
que cada vez turban nuestras neuronas en la memoria de de los
tinteros que reflejan el arco iris.
Pero,
¿qué valor tienen todas las literaturas del mundo frente a un
inocente que ha sido asesinado?
¿Cuál
es el peso de todas las bibliotecas de los pueblos enteros frente a
un niño que muere de hambre?
Entonces,
una sola frase en un libro puede salvar toda la humanidad.
La
escritura implica un riesgo mayor entre la urgencia de decir y el
fuego del silencio.
Toda
obra es un reto al futuro. Por ello comprendo el sentido profundo de
tu sueño colmado de paradojas y de retos.
A
distancia, justificas mi rabia y valoras mi locura. Eres mi cómplice.
Aún
sin acabar, alumbro la profecía en las brasas de mi apalabra y
propulso mis visiones en las alas de mi voz. Prolongas mis gritos en
las vibraciones de los signos escritos. Tú y yo, estamos unidos por
un inmenso viento de connivencia hasta el aliento del silencio.
Grieta
de falsa alarma bajo la mentira quemante de las campanas cacofónicas
y de las armas tenebrosas, pero la vida sigue en pie rompiendo los
gritos de los salvajes. Y el pánico de los pueblos en llamas no
apagará la última lámpara. Y la acción agonizante de las frutas
maduras bajo las ruedas del azar, el puro reto de traducir lo
inasible. Violentamente beso el sol y la luna y devoro las
distancias en lo vivo de mis deseos.
Toda
la fiebre de nuestra isla en el futuro del huracán.
No
olvides nunca, hijo, que agitando las luces con la arena y el agua tu
paciencia laboriosa hará nacer un nuevo paisaje y tu oasis terminará
por comerse el desierto más inmenso.
Entre
música y silencio, la noche se borra lentamente bajo una
quincallería de estrellas. Espero pacientemente la maduración de
tus sueños en el florecimiento del alba. En cuanto a la obra
inédita, ella surgirá del huevo en el turno del mediodía en la
cocina del sueño en las fauces del sol.
¡Oh
mi amor perdido, rescatado, perdido en la estación del terror! Los
astros enigmáticos, brotan, se arremolinan y se encariñan en tu
vientre de en el momento de las bisagras rotas.
Fantasía
nocturna. Delirio erótico. Demencia alucinante. Ha llovido toda la
noche.
En
las pulsiones de la rabia y de la codicia, devoro mi ángel en las
especies de la tormenta
Del
entrelazamiento y de los frotes quemantes de los cuerpos desnudos,
apilados en el campo muy estrecho de una barraca, ardían y se
derretían las manchas sangrientas de la muerte pestilente y
asquerosa.
Casi
todas las prisiones parecen sórdidos mataderos.
Ver
y saber tocar tantear escarbar los números de las sombras en las
derivas del sexo.
Ella
arrastra su cuerpo por encima del abismo. Ella que me ama todavía.
Imagen
drogada de humus de espejo embarazado. Un molino de vértigo hasta
los tallos de la ebriedad.
Me
he esforzado en matar mis demonios por conseguirlos puro y más
hermosos que en la temporada de la damisela, las alas por matar a mis
demonios para encontrarla pura y más hermosa que antes en la
temporada de damisela, las alas debajo de las axilas. Escucho la
música las gotas de lluvia vina.
Luz
desfasada de lámparas raquíticas bajo el paño de cubierta
irregular, la falsa blancura de las banderas ensangrentadas ocultara
los ladridos cacofónicos de los perros esqueléticos errando
alrededor de los cadáveres de los niños cacofónicos.
Gravé
en mi sensual memoria los olores y las formas de las calles sin
salidas en la ruidosa fornicación de los corredores anónimos,
estrechos y sinuosos.
Tantas
lágrimas intranquilas asolaron el rostro arrugado de la mujer
insular que nada quedó de ella, fuera de su calvicie de las horas
de desnudez eterna, la brecha de la nada.
El
tiempo defenestrado de un huracán desvergonzado prolonga la danza
ruidosa, el pánico de las puertas rotas, los címbalos y los gongs
de la muerte desvestido bajo las piedras del silencio.
Sol
sin cobertura en su viril belleza quemando en su viril belleza
quemante les artripailles de la depravación. Y el ojo ardiendo
desflora el polígono maldito en el país imposible.
La
miro bañarse toda desnuda, tendida en un montón de guijarros
grisáceos.
Un
largo clítoris, que parecía más a un violín que a un pene, me
inspiraba a la vez miedo y envidia. Padecía un insoportable miedo,
una suerte de espanto insoportable frente a esta criatura andrógina
cuando abría sus largos muslos para enjabonar la opulencia de su
sexo monstruoso. Sentía crecer en mis entrañas un deseo
inexplicable de una terrible ambigüedad. Todavía era,
paradojalmente en la edad de diez años, un niño ingenuo, anormal,
vicioso y sutilmente delincuente en los límites de la desvergüenza
y de la tentación mortal.
El
tiempo se fue en tropiezos interminables. El día se ha oscurecido. Y
la noche se espesa en el giro de las tinieblas ahogadas de cangrejas
y de playas mal curadas.
Solo
el amor perdido en el espinazo de mi perro. Una sombra que no se
desvanece en el contorno de la carne femenina con toques de
nostalgia. Vana tentativa de coser los desgarres del paisaje, las
heridas de la ruta, la fisura del viaje, en los nudos inasibles del
huevo que rueda en caminos insólitos.
He
saboreado mi cine de soledad nocturna en el tiempo de la lluvia.
Escultura
mosaica y masiva de escritura en imágenes musicales en la furia de
las curvas de velocidad profética de donde surgirá lo imprevisible,
la belleza del silencio en dolor laborioso. Respuesta ardiente
meditando bajo la fiebre de las preguntas mudas, sin razones, sin
horizontes, entre sentidos y no sentidos. Las misteriosas afinidades
me acercan a las esfinges.
Mi
amigo Manno Ménard me lo ha recordado recientemente en un espiral de
paradojas y de signos imposibles, tanto que puedo oler la inminencia
de los desastres y la opulencia de las catástrofes.
Retén
tu aliento, hijo! Fracaso y estruendo aleatorio de los escombros,
cuando los rascacielos se hunden bajo los dados del desastre, el
compromiso roto en el declive de las finanzas, la oportunidad
pulverizada de una magia pulverizada, la boca cerrada y melancólica
por la extinción vocal. El silencio del oráculo no anuncia ningún
milagro.
Retén
tu aliento, hijo. Una civilización milenaria golpeada por in iceberg
de males se está hundiendo. Un barco de maleficios acelera su
naufragio. Derrotero y quiebra en la infernal nada de la decadencia.
Insisto
en retener tu aliento, hijo. La laringe y la faringe del profeta
pronto a explotar en tsunami de arena sedienta de sombra en el
desierto de la esfinge.
De
la vida dolorosa en la patética sobrevivencia, de lo difícil a lo
imposible, el balance trágico de las grandes utopías oscila
vacilante de una respiración quizás indescifrable, entre el coraje
de vivir y la ambigüedad del suicida, la verdad nunca es fácil en
lo absoluto del grito.
Nuestros
cerebros y nuestras tripas tramadas de incertidumbres, el destino
maquillado de azar y travesti de lo imprevisible, tanto nos tientan y
tropezamos para conseguir la divina lámpara en el fondo de nosotros.
La
hegemonía del vellocino de oro en la cumbre de los lupanares, la
hipertrofia de los centros bancarios en el corazón de las
metrópolis, los escandalosos entierros de las orgullosas catedrales
financieras, la supremacía de lo superfluo y del lujo arrogante, la
proliferación de los bidjonnelles babelianos y meselianos seducen a
los ingenuos y los débiles. Los zagribailles fascinantes y los
deslumbrantes oropeles en el interior de los castillos y de los
templos, las prácticas mafiosas corruptoras han contribuido mucho a
la caída de los valores esenciales del humanismo reivindicativo.
Degeneración
atroz. Delincuencia amarga. Depravación y corrupción. Licuefacción
de las grandes virtudes republicanas y ciudadanía en la escala
planetaria.
Entonces,
¿quién por ceguera y cobardía, tendrá miedo del fin de nuestro
mundo ya ahogado en una marea de maldiciones milenarias?
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