La ensayología o la ontología latinoamericana
.Celso Medina
Domingo Faustino Sarmiento |
Mariano Picón Salas |
José Enrique Rodó |
Andrés Bello |
Lo que aquí llamamos Discurso Ensayológico ocupa un importante espacio en
la cultura latinoamericana de los siglos XIX y XX, aunque lamentablemente muy
debilitado en el presente siglo. A
través de él los intelectuales irradiaron sus ideas, e hicieron circular un
pensamiento que devino en un híbrido de la filosofía con el ensayo.
Antes de adentrarnos a la consideración del Discurso Ensayológico, queremos
poner en claro la definición misma del ensayo.
Sobre
el ensayo
«Así, lector, sabes que yo mismo soy el contenido de mi libro, lo cual no
es razón para que emplees tu ocio en un asunto tan frívolo y tan baladí. Adiós,
pues». Así concluye la presentación del famoso libro Michel de Montaigne, Essais,
editado en 1580, con el que el escritor francés inauguraba un nuevo género
literario. De esa cita podríamos caracterizar los elementos esenciales del ensayo:
a) intimismo y b) levedad temática. A ellos pudiéramos agregar otro elemento:
las citas, que constantemente se observan en sus textos para reforzar sus
ideas, nunca para que ellas ahoguen la voz del autor.
Para George Lukács el Ensayo es
«un juicio, pero lo esencial en él, lo que decide su valor, no es la sentencia
(...), sino el proceso mismo de juzgar» (1975. p.25). El filósofo húngaro está
ratificando el principio fundacional del ensayo: su propensión dialógica, su
disposición a no ser más que un promotor de ideas, sin aspiraciones persuasivas
o manipuladoras. En oposición a los discursos monográficos, este texto no es
persuasivo. Por carecer de conclusiones reductoras, deja abierta la discusión.
Al final sólo plantea interrogantes, sin responderlas dogmáticamente.
Tenemos, entonces, que textualmente el Ensayo puede ser definido de la
siguiente manera: Es un texto compuesto por dos componentes: la presentación de
una idea y la reflexión acerca de ella. Semánticamente se podría definir como
un discurso con un gran tema, sobre el cual giran otros que ilustran al primero.
Un Ensayo es siempre fiel a un tema y sobre él hace girar otros. No es que sea
monotemático, sino que tiene un tema
focal. Desde el punto de vista pragmático, el Ensayo aspira tan sólo a «mostrar
o promover ideas». Su persuasión no llega a la solicitud de adherencia.
Pudiéramos señalar algunos componentes estilísticos del Ensayo que han
marcado pauta:
a) Fragmentarismo. A la
ensayística de Montaigne se le calificó
de fragmentaria. Consideramos que esa tendencia es sólo asunto de estilo.
Siempre ha habido coherencia en el Ensayo, puesto que hay un factor conectante,
el tema focalizador. Tal vez habría que estudiar esa cohesión a partir de una
pragmática que propone este género, en sus comienzos. Los textos de Montaigne,
como partían «de lo ya dado» (Cfr. Lukács, 1975), requerían de informaciones
previas en el lector, para que éste produjera los sentidos.
b) Subjetividad. Este
componente estilístico es clave en Montaigne. Genera una argumentación
intimista, en la que se invita al lector a empatizar con el emisor. Para ese
propósito, se acude al autotestimonio. Las ideas se promueven bajo el
refrendado de las experiencias del autor.
c) La citatividad. Las ideas
que acuden al Ensayo pueden o no pueden ser de su emisor. Lo «ya dado» es
ajeno. Esas ideas ajenas siempre están supeditadas a la idea asumida por el
emisor. La intertextualidad (el texto citado, de otro) es a veces la base fundamental del Ensayo.
De igual manera hay que señalar la presencia de una variedad de órdenes
del discurso en el Ensayo. Un ensayo puede combinar la narración, la descripción,
la argumentación y la exposición.
Un señalamiento de José Luis Gómez Martínez (1981) parece pertinente aquí. El ensayista no es un
especialista; sí lo es, lo sería de la interpretación. El aspira al llamado
"lector del común". Debe
vadear el metalingüismo (especialismo), aspirando a que su reflexión pueda
acceder al mayor número de lectores, y el aparataje de datos y constructos
especializados casi no aparecen en sus textos. La voz del ensayista está
situada en primer plano; las voces ajenas son importantes en tanto que le dan
más eco a la del interpretante. Por eso las citas en el ensayo son escasas y
cuando aparecen apenas si se referencia su fuente. Porque, en definitiva,
importa el sujeto que se expresa, no sólo los conceptos a los que alude. El
conocimiento que se transmite no viene validado por la autoridad que la
sanciona, sino por el sentido de pertenencia del individuo que habla.
Afirma Gómez Martínez: " El ensayista es consciente de su limitación
y, sin embargo, no duda en mostrar sus ideas en el mismo proceso de
adquirirlas" (1981:38). Esta idea encierra un concepto clave para entender
al ensayo como género textual. La verdad no es lo importante, sino su
procesamiento. Cómo se mira el mundo es importante, más que pensar en lo se que
mira. Esta idea puede potenciar a la indagación libre, en el sentido de que
ella no se prejuicia frente al
conocimiento, sino que abre sus poros para que el variado mundo pueda ser
asumido sin más límites que la imaginación.
El
discurso ensayológico
Inserto en esa ambientación del discurso ensayístico, proponemos la
denominación Discurso Ensayológico, a propósito de la presencia de una enorme
cantidad de textos que han procurado una conceptualización de la cultura de
Latinoamérica, desde una visión absolutamente subjetiva. Se trata de un híbrido
textual, donde conviven fronterizamente el ensayo y la filosofía.
Este tipo textual se distingue del Ensayo propiamente dicho porque se
aleja del meme moi que muy bien define Michel de Montaigne, y abriga otro tipo de subjetividad. El je se trueca en nous. De modo que el sujeto que habla en esos textos es un ser que
se expresa desde un espacio colectivo. Su discurso es un espejo que refleja su
cultura, no su existencia individual. Es filosofía por cuanto revela una visión
de mundo, un estar en un espacio socio-cultural. Pero no lo es del todo, porque
sus argumentos no pretenden ni aspiran a convertirse en tratados sistemáticos;
ellos son más bien anotaciones de la bitácora de un viajero que navega con ojos
muy abiertos por el mar complejo de la cultura latinoamericana.
El Discurso Ensayológico es hijo
de la polémica; por lo tanto está muy lejos de ser un texto ideologizante.
Guarda aún el carácter abierto de su género vecino, el Ensayo. Gracias a él se
ha podido forjar una plataforma imaginaria de Latinoamérica que no rehuye a la
complejidad, y que, más bien, la celebra.
Nada más apropiado para definir el texto en cuestión que la filosofía de
anclaje histórico, de José Ortega y Gasset, quien afirma:
El
hombre no es su cuerpo, que es una cosa; ni es su alma, psique, conciencia o
espíritu, que es también cosa. El hombre no es cosa ninguna, sino un drama- su
vida, un puro y universal acontecimiento que acontece a cada cual y en que cada
cual no es, a su vez, sino acontecimiento (1995, 37).
La estructura discursiva del Discurso Ensayológico es también variada. Como es producto de la
afanada existencia de sus autores, toma el cuerpo de la arenga, de la memoria,
de la carta, del registro nervioso del diario. Suele circular en los periódicos
más importantes de las capitales latinoamericanas.
Los
cultores del Discurso Ensayológico Latinoamericano
En América Latina este discurso está profundamente comprometido con los
avatares históricos en los que se vieron envueltos sus intelectuales. Se forja algunas veces paralelo a la lucha
política. En principio tiene la
intención de ser un instrumento político
o de comprensión de la complejidad latinoamericana. Diríamos que se produce en
dos importantes etapas; la primera, la que pudiéramos llamar la de la fundación
de América Latina, generada al calor de la lucha independentista. En el caso de
Venezuela, son muestra de etapa los textos de Simón Bolívar y los de Francisco
de Miranda.
Bolívar en su Discurso de Angostura y en su Carta de Jamaica desarrolla
una escritura profundamente subjetiva, aprecia la realidad latinoamericana
hablando desde un "yo" no solipsista (individualista), sino
profundamente colectivo. Esos textos por supuesto que están influenciados por el
pensamiento de la Ilustración, pero se presentan bajo la óptica de un hombre de
acción, que se propone particularizar las lecturas de los enciclopedistas
franceses e ingleses aterrizándolas en un país profundamente conservador o
ignorante de los cambios europeos. Para tal efecto, adopta el discurso que
promueve sus ideas; lo que lo lleva a hablar para "todo público".
Igual podríamos decir de los numerosos textos que Francisco de Miranda:
cartas, proclamas, planes, artículos, etc. El emisor de esos textos hace gala
de una subjetividad que es vocera de un ideal colectivo. Su discurso se despliega
afanado en hacerse comprender. A pesar de la erudición mirandina, su lenguaje
procura dar el blanco del común de la gente.
El texto que queremos definir es un producto discursivo nacido al calor
de las circunstancias; en sus inicios no se origina en los espacios académicos,
sino en los escenarios sociales y políticos. Nace del “acontecimiento que
acontece”, del avatar de intelectuales que no lo son puramente, sino que
entreveran su pensamiento con ideales de lucha. Su escritura siempre tiene
formas inacabadas, está en permanente reacomodo, revela las contradicciones de
sus autores. La idea emana del acontecimiento, patentiza el drama de unos seres
que viven plenamente su interpelación a la realidad que le tocó vivir. Luego,
cuando se consolidan las universidades republicanas, sus Facultades de Ciencias
Sociales lo acogen y desde sus aulas se teje lo más granado de nuestro
pensamiento. Desde las universidades de Buenos Aires, Santiago, Montevideo, México,
Caracas, etc. se generan las polémicas y las ideas que van poblando nuestro
espectro ontológico. Allí oímos las voces de Domingo Faustino Sarmiento, Andrés
Bello, José Enrique Rodó, José de Vasconcelos, Mariano Picón Salas, entre
otros.
Un ejemplo patente de esa ágora polémica universitaria y periodística, la
produjeron en Chile Andrés Bello y Domingo Faustino Sarmiento, en 1842. Ellos cruzaron sus espadas argumentativas para
discutir en torno a las peculiaridades de la lengua española en la cultura latinoamericana.
Ambos expusieron sus razones desde convicciones muy personales.
Por la ensayología latinoamericana desfilaron numerosas ideas,
acompañadas de los juicios e ideologías de sus autores, quienes la expusieron
con toda la fuerza que le dio su ejercicio de libertad expresiva. Y Latinoamérica es el gran tema de estos textos, que procuran
responder a preguntas cruciales, tales como: ¿Qué la define ontológicamente?
¿Cómo se asume su unidad respetando el complejo diferencial que la caracteriza?
¿Cómo llegamos los latinoamericanos a tener conciencia de un “nosotros”?
Esa ontología de América parte de una definición de este continente. Por
ella han abonado conceptos desde Bolívar, con su idea de la Gran Colombia y José
Martí, quien acuñó la nominación de "Nuestra América", apostando por
una comunidad multicultural. Igualmente se han
discutido los componentes del indigenismo y del europeísmo, pudiéndose
destacar las ideas de Juan Carlos Mariátegui, Leopoldo Zea, Pedro Henríquez
Ureña, Arturo Uslar Pietri, entre otros.
Esta discusión no es un patrimonio de la historia literaria latinoamericana.
Es, más bien, un producto cultural al
que la historia, la filosofía, la sociología y la misma literatura han
contribuido. Su afán fundamental es pensarnos como territorio latinoamericanista,
pero a la vez generar una discursividad capaz de suscitar adherentes a su
imaginario. Para ello tuvo que construir textos no especializados, dirigidos a sectores diversos social y culturalmente y su
medio de difusión más común fue el periodismo.
Pero, ¿Es éste un texto exclusivo de Latinoamérica? Sería atrevido
responder afirmativamente a esta pregunta. No obstante, una cosa sí es segura:
es el texto que más ha invertido esfuerzo por definirnos, por pensarnos como
espacio geohistórico totalmente autónomo. Y eso tiene muchísima importancia
para la idea de introducirnos a una posible historia de las ideas en
Latinoamérica.
El estudio de este discurso podría
ayudar a situarnos en espacios de comprensión permitiendo valorar el papel de
este tipo de textos en la conformación del constructo geopolítico llamado Latinoamérica,
llevado de la mano de una discursividad plena de historia, que se ha
constituido, según Arturo Andrés Roig, “En la “ventana” desde la cual nos
abrimos para mirar el mundo”. Y el ojo que ve desde allí “No es un yo (…) sino
un “nosotros”. Ese deíctico personal tiene un referente; al develarse, explaya
los contextos en los cuales se ha venido cocinando la latinoamericanidad.
Desafortunadamente las Ciencias Sociales actuales de Latinoamérica aprendieron
muy poco de esa tradición discursiva. Las Facultades de Ciencias Sociales, en
las que se impuso el mimetismo intelectual y la desidia epistemológica, hizo
suyas metodologías que difuminaron al pensador y lo cambiaron por lo que el
amigo Aníbal Lares llama “investigadores”, oficio al que se dedicaron la mayoría
de nuestros profesores universitarios, más pendientes de las metodología “dateras”,
que en dar cuenta del estado actual de nuestra ontología.
Los periódicos que en otros tiempos fueron la tribuna de esa ontología,
hoy se dedican a los avatares de la banalidad cotidiana. Los intelectuales
huyeron de sus páginas, y su lugar lo ocupan opinadores que son los escribanos
de la vacuidad anecdóctica.
La Universidad Latinoamericana y los periódicos atraviesan por una crisis
identitaria grave. La Universidad ya no “esclarece”, ni brinda inteligibilidades a las sociedades. Es una máquina con piezas oxidadas, perezosa,
donde se simula el saber. Y los medios, son solo eso: mediadores de lo que la
mediocridad genera. Muy lejos, todos de producir esos portentosos textos que
generó la Ensayología Latinomericana.
Bibliografía
Adorno, Theodor W. (1962).
"El ensayo como forma", en Notas de literatura. Barcelona:
Ariel.
Gómez Martínez, José Luis
(1981). Teoría sobre el ensayo. Salamanca: Sigueme.
Luckács, Georg. (1975)
"Sobre la esencia y forma del ensayo", en El alma y las formas.
Barcelona: Grijalbo.
Ortega y
Gasset, José (1995. Historia como sistema. Madrid: Alianza.
Roig, Andrés Arturo (1981). Teoría y crítica
del pensamiento latinoamericano. México: Fondo de Cultura
Económica.
Zea, Leopoldo (1976). El
pensamiento latinoamericano. Barcelona: Editorial Ariel.
1 comentario:
Valioso artículo. Felicitaciones al autor.
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