Esplendores y miserias de las utopías
Celso Medina
Ilustración: Celso Medina |
La
utopía
es un relato de imaginería perfectista. Se propone como un espacio
de futuro. Northon Frye dice que ella imagina "el ideal de una
sociedad que no vivimos, pero que debemos vivir" (1982:64). Su
telos es un paraíso, donde el presente será negado. Su trama se
produce en lo que la narratología llama in
media res;
es decir, se abrevia cualquier introducción y nos ubica desde el
comienzo en el propio corazón de los hechos. De tal manera que la
utopía no diagnostica, patentiza su proyecto en un relato, cuyo
argumento es la felicidad.
Si
algo caracteriza a la utopía
es su afecto por el sistema.
Por eso ella nace al amparo
de1
concepto
de ciudad.
Esta última
surge como contrapelo de lo natural,
es
un artificio que se coloca encima de lo ya dado por Dios. El espacio
urbano, entonces, requiere de la máquina ordenadora, que precise los
universos donde se dividan las tareas los hombres: espacios para
rezar, espacios para el placer, espacios para gobernar, etc.
La
primera utopía
de la que se tiene información en Occidente, es la de Platón. No
está propiamente planteada a modo de relato, si no a manera
expositiva en diálogos de La
República
y Leyes.
Su sentido de la felicidad es elitista, porque para el filósofo
griego la libertad era un concepto reducido desde el punto de vista
social, así como para toda la sociedad griega. Armonía y orden
caracterizan la Atlántida de su sueño. Allí existiría una
comunidad ideal, con hombres sintiéndose y funcionando a la
perfección en un engranaje totalmente sistémico. El individuo no
existe; sólo el ciudadano. De allí que en la pedagogía contemple
la expulsión de los poetas líricos, puesto que los mismos
impulsaban el despertar de la individualidad. Por el sentimiento era
posible traspasar las fronteras de la ciudadanía y atentar contra el
interés del modelo de Estado. Por ello la tragedia y la épica era
más aleccionantes, porque detrás de ella estaba el tema colectivo.
Dice al respecto Lewis Mumford que: "... Platón hace su
República inmune al cambio; una vez constituida, el modelo de orden
permanece estático, como en la sociedades de insectos, con las
cuales guarda una estrecha semejanza" (1982:35).
El
utopismo platónico
fue un proyecto de perfeccionismo elitista y excluyente. Planteaba un
porvenir de felicidad para una nobleza, cuyo liderazgo debía estar
en manos de reyes filósofos. Además, ideada al amparo del modelo de
ciudad griega, postulaba una sociedad dividida en oficios; claro,
cada uno de ellos se correspondía con la jerarquía social.
Reaparece
en el siglo XVI
la
utopía
en Tomás Moro (1478-1535), con mejor intención, en un marco
histórico signado por la intolerancia. El lugar
otro de
futuro que planteó este intelectual inglés era un paraíso, donde
todas las creencias se toleraban y a nadie se perseguía por abrigar
una que otra religión. El rey Utopo hace de su tierra una isla.
Originalmente su espacio se comunicaba con tierra firme, el
ordenó
que cerraran
la comunicación
con exterior, para
preservarla de
los vicios de la intolerancia que reinaba más alláde
susfronteras.
Esa autarquía se producía como
consecuencia de
un rechazo al mundo contemporáneo
del
autor. Su época estuvo signada por la intolerancia
religiosa.
Pero persiste el ideal elitista, clasista, la división social del
trabajo. Esa tolerancia no impedía la existencia de la esclavitud.
Utopía
era
para Moro el "buen lugar" (eutopía). El espacio de un
futuro donde las religiones se expresarían sin problemas. Para
existir, debía idearse un mundo aparte, autárquico, que se
autoabasteciera y que perdiera todo contacto con ese mundo donde la
intolerancia había contaminado todo. Ese nivel de felicidad debía
sacrificar la libertad. El precio que se pagaba por ella era el de la
sumisión a un poder central, guardián del bienestar general. De
nuevo desaparece la autonomía. Y la posibilidad de pensar se aliena.
Es el mal de la utopía: la armonía implica desigualdad. La ausencia
de conflictos, comporta una voluntad centralista y un conjunto de
voluntades subsumido a esa centralidad.
Francis
Bacon(1561-1535) postula su Nueva
Atlántida
bajo la égida de la productividad tecnológica, anticipándose a un
motivo que caracterizaría a las contrautopías. Avizoraba el
encumbramiento de las ciencias como proyecto de felicidad humana y la
noción de máquina no como simple aparato, sino como engranaje
sistémico.
Para
Gianni Vattimo las utopías
de Moro, Tomaso Campanella (1568-1639) y Bacon trasuntan proyectos de
absoluta racionalidad. Nos dice: "Propiamente, el término
utopía tiene que ver con la producción de una realidad optimal
merced a una planificación racional..." (1991:99). Así, pues,
que esos relatos utópicos parecen volcados sobre una noción de un
futuro virtual, sin espacio concreto, pero que, erigiéndose en
metáforas de un paraíso, aleccionasen al hombre acerca de la
posibilidad de mundos mejores. Es decir, esos utopistas eran
portadores de una promesa de felicidad, donde el dolor se abolía
gracias a la armonía, que evitaba cualquier conflicto.
Está
ausente de la utopía la posibilidad de la conciencia dialéctica
hegeliana. La conciencia individual no existe. Sólo la colectiva. La
vida se propone como un ritual de obediencia y de mandato. El
universo se reparte a cada quien
según
su oficio. Se trata de ser sólo un engranaje más; sólo así
funciona la armonía y desparecen los conflictos.
Pero
la "historia es el más
obstinado crítico de las utopías" (1982:41), nos dice Lewis
Mumford. Porque parece tener razón Hegel, al sostener que la
conciencia es un complejo dialéctico, no una simple voluntad que
funciona aislada. La modernidad y su proyecto iluminista se han
encargado de corroborar que la felicidad no es meta que se alcanza
por la voluntad ideológica de la razón. Y lo que es peor: ya nadie
apuesta por ella, porque la fragmentación del presente universo la
ha relativizado en extremo.
De
manera pues que hoy podemos agradecer que ese espacio imaginario de
las utopías
no se localice jamás, puesto que su realización plantearía
gravísimos daños a la libertad. Popper ha dicho que "...
aquellos que querían erigir el cielo sobre la tierra han creado
siempre únicamente un infierno" (1999:211).
Si
fuésemos
consecuentes con cierta etimología de la palabra utopía, con
aquella que la sitúa en un no espacio, este concepto podría
mantenerse hoy en día. Y ese "no espacio" podríamos
definirlo como el deseo de infinito; un deseo que jamás debe hacerse
finito, porque ya no seria utopía. Y no sólo hablaríamos del
espacio, sino también de los hombres que lo ocuparían. Por lo
tanto, habría que "desteleogizar" la noción y asumirla
como búsqueda de una felicidad deseada permanentemente, pero siempre
prorrogada. Se trataría de una utopía cínica, que se atreviese a
dialogar sin cortapisas con el causalismo del orbe sistémico.
Vivimos
lo que se ha dado en llamar la muerte de las utopías.
¿Es que existieron alguna vez? ¿No será que el desaliento que
propenden los postmodernos deviene de la certeza de que esas utopías
no eran más que leyendas? ¿Simples relatos que servían de excusas
para alimentar ideologías mesiánicas?
En
Platón,
Moro, Campanella y Bacon puede localizarse un ideal de felicidad
planteado a manera de alegoría. Un relato que desplegaba una
intraintencionalidad vocera de un proyecto de vida feliz.
Pero
ocurre una paradoja: el relató
utópico se deforma totalmente
cuando
la modernidad apuntala toda su parafernalia
de la felicidad que devendría del nuevo mundo de la razón y la
ciencia. El siglo XVIII,
debió
haber reimpulsado ese utopismo, puesto que su proyecto parecía tener
cercana a la felicidad. La prédica de Leibniz de que el destino del
hombre es un una proyección positiva, de inmediato fue contestada
por filósofos y escritores como Voltaire o Swift. Si el ideal
utópico tradicional representaba un ideal de sociedad que negaba el
presente, postulando un futuro de mejoras, los citados escritores
elaboran sus tramas con una alerta: el mundo que vendría sería
peor. El
Cándido es
una contestación irónica a Leibniz. Las monsergas retóricas del
Dr. Panglos se erigen en críticas muy acerbas a un pensamiento que
había pecado de optimismo extremo. Swift en Los
viajes de Gulliver,ironiza
con una sociedad no-humana, la de los seres-caballos, en detrimento
de los hombres. Sus naufragios hacen que el protagonista entre en
contacto con comunidades, sarcásticamente situadas en tierras no
occidentales, que le refuerzan su conciencia de lo que Judith Shklar
llama "la condenación pura" (1982:145).
La
evaluación
que hacen estos escritores de la sociedad que emergía plena de
optimismo arroja una total disidencia. Ésta se profundizaría en el
siglo XIX,
sobre
todo en los románticos. Dos obras son emblemáticas de esa posición:
Franskesteiny
El
doctor Jekyll y el señor Hyde,
de
Mary Shelley y R.L. Stevenson, respectivamente. En la primera novela,
publicada en 1818, pareciera configurarse la principal advertencia
frente a la tan endiosada ciencia: la razón podría crear
pesadillas, parafraseando el nombre de una importante obra de
Francisco de Goya. El protagonista de esta obra deseaba "igualarse
a Dios", pero el fruto de su deseo no fue sino su propia
destrucción. Stevenson, por su parte, en su novela, publicada en
1886, nos pone frente a otra alerta, tal vez más cruel: el hombre es
fatalmente perverso; la perversidad le es inherente; por lo tanto,
habría que reescribir el mito de la inocencia humana. Se podría
decir que esa marcha hacia un futuro positivo anunciada por el
iluminismo se frustró. Y esa frustración se manifiesta en una nueva
escritura de la utopía que abandona pronto su papel de alegoría de
la felicidad, para optar por la ironía. Entonces, podríamos hablar
de la contrautopía.
Sobre la contrautopía
Si
la utopía
postulaba la sociedad que quería, la contrautopía
va a describir la sociedad que no quiere. Se la pudiera denominar
como utopía negativa. Ella relata la historia de la optimización de
la sociedad, de la felicidad; sólo que bajo el tamiz de la ironía.
Ya hemos señalado algunos antecedentes de la contrautopía: los
libros de Shelley y de Stevenson. Sólo que ellos, según Vattimo, se
estructuran a manera de exemplum; es decir están hechos para mostrar
una moraleja final: esto va a pasar si seguimos haciendo esto. El
género que tratamos aquí se comporta de otra manera. Es
estructuralmente irónico. Las historias están armadas por
escritores de un enorme conocimiento acerca de las ciencias, que
especulan e imaginan mundos de perfección verosímiles, según el
entramado epistemológico de la ciencia moderna.
Creo
que estas contrautopías
parecen un revival de las ideas de libertad de Kant y Fichte. Parecen
ellas poner a la ciencia contemporánea en escenas éticas.
Horkheimer
ha alertado en varios de sus libros sobre el advenimiento de un poder
cuasi invisible que se yergue en desmedro de la libertad del sujeto.
Ese enemigo del sujeto y de su subjetividad no se parece al déspota
tradicional que esclavizaba al hombre. Es un ente omnipresente, de
múltiples cabezas, y de múltiples garrotes. La razón moderna se
empeña en desconocer lo que identifica a la modernidad: su
diversidad. Y a través de múltiples mecanismos se propone vender la
homogeneidad como panacea de armonía. Al respecto nos dice el citado
autor alemán:
La
razón
se ha desintegrado en la medida en que era la proyección ideológica
precisamente de la mala universalidad, en la que los sujetos
aparentemente autónomos experimentan hoy su futilidad. La
desintegración de la razón y la de! individuo son una y la misma
cosa. "El yo es insalvable" y a la autoconservación se le
escapa su sujeto. (1973:158).
La
"mala universalidad" es el tema capital de las
contrautopías.
Ellas no hacen sino confirmar las anomalías de una propuesta de
historia que se instaura a través de la muerte del sujeto. Una
propuesta que se alimentó de una gran
metafísica.
Vattimo explica, recordando a Heidegger, dicha metafísica: "Desde
el punto de vista heidegeriano, como es sabido, metafísica es aquel
pensamiento que considera al ser como un sistema de objetos rigurosos
concatenados entre sí por el principio de causalidad"
(1999:99-100). Ese rigorismo sistémico está presente en las utopías
y tenían un propósito mesiánico, aleccionador. Sus escritores
creen que el mundo que vivenes injusto; por lo que proponen ese otro,
donde la armonía y la homogeneidad iban a borrar los conflictos. Es
decir, proponían el mundo que querían. Contrariamente, como ya
hemos dicho anteriormente, los contrautopistas exponen el mundo que
no quieren. Se declaran abiertamente en contra de ese "un
sistema de objetos rigurosos concatenados", que termina
liquidando la libertad.
No
es casualidad que las contrautopías
construyan su imaginario a partir de la jerga cientificista y que
algunas veces se le confunda con la ciencia-ficción. Ya Fritz Lang
en 1926 con su película Metrópolis
comenzaba a apuntalar un destino apocalíptico del hombre. El hombre
máquina terminará en el futuro no sólo siendo un robot, sino un
triste engranaje en la rigurosidad de la razón. Y contemporáneamente
filmes como BladeRunnero
Doce
Monos,
la serie de El
Planeta de los Simios,
configuran la
visión
contrautópica en el cine.
Para
decirlo en palabras de Gianni Vatíimo,
la contrautopía
"produce sus modelos perfectamente negativos"
(1999:97).
Bibliografía:
Alfaya,
Javier. "Contra la utopía".
Diario
El Mundo.Madrid.
Lunes, 10 de mayo de 1999. Edición Digital.
Fichte,
Johann Gottblieb. Reivindicación
de la libertad del pensamiento. México:
Editorial Porrúa, 1994.
Frye,
Northon. "Diversidad de utopías
literarias". En
Utopías y
Pensamiento
utópico. Espasa-Calpe.
Madrid, 1982. Pp. 55-81.
Hegel,
Federico G. La
fenomenología
delespíritu.
Caracas:
Editorial del Instituto Pedagógico deMaturín, 1989.
Horkheheimer,
Max. Teoría
crítica. Seix
Barral. Barcelona, 1973.
Kant,
Manuel. Fundamentación
de la metafísica de las costumbres. Crítica a la razón pura. La
paz perpetua. Estudio
Introductorio y análisis de las obras por Francisco Larroyo.
Editorial Porrúa. México, 1995.
Mumford,
Lewis. "La utopía,
la ciudad y la máquina". En: En
Utopías y
Pensamiento
utópico.Espasa-Calpe.
Madrid, 1982. Pp. 31 -54.
Ocaña,
Enrique. El
Dioniso moderno y la farmacia utópica. Anagrama.
Barcelona, 1993.
Popper,
Karl. La
responsabilidad de vivir.Altaya.
Madrid, 1999.
Shklar,
Judith. "Teoría
política de la utopía: De la melancolía a la Nostalgia. En: En
Utopías y Pensamiento utópico. Espasa-Calpe.
Madrid, 1982. Pp. 139-154.
Vattimo,
Gianni. Etica
de la interpretación.Paidós
Studio. Barcelona, 1991.
Tomado de mi libro La Literatura frente al pesimismo (2000)
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