sábado, 25 de agosto de 2018


Esplendores y miserias de las utopías
Celso Medina



Ilustración: Celso Medina
La utopía es un relato de imaginería perfectista. Se propone como un espacio de futuro. Northon Frye dice que ella imagina "el ideal de una sociedad que no vivimos, pero que debemos vivir" (1982:64). Su telos es un paraíso, donde el presente será negado. Su trama se produce en lo que la narratología llama in media res; es decir, se abrevia cualquier introducción y nos ubica desde el comienzo en el propio corazón de los hechos. De tal manera que la utopía no diagnostica, patentiza su proyecto en un relato, cuyo argumento es la felicidad.
Si algo caracteriza a la utopía es su afecto por el sistema. Por eso ella nace al amparo de1 concepto de ciudad. Esta última surge como contrapelo de lo natural, es un artificio que se coloca encima de lo ya dado por Dios. El espacio urbano, entonces, requiere de la máquina ordenadora, que precise los universos donde se dividan las tareas los hombres: espacios para rezar, espacios para el placer, espacios para gobernar, etc.
La primera utopía de la que se tiene información en Occidente, es la de Platón. No está propiamente planteada a modo de relato, si no a manera expositiva en diálogos de La República y Leyes. Su sentido de la felicidad es elitista, porque para el filósofo griego la libertad era un concepto reducido desde el punto de vista social, así como para toda la sociedad griega. Armonía y orden caracterizan la Atlántida de su sueño. Allí existiría una comunidad ideal, con hombres sintiéndose y funcionando a la perfección en un engranaje totalmente sistémico. El individuo no existe; sólo el ciudadano. De allí que en la pedagogía contemple la expulsión de los poetas líricos, puesto que los mismos impulsaban el despertar de la individualidad. Por el sentimiento era posible traspasar las fronteras de la ciudadanía y atentar contra el interés del modelo de Estado. Por ello la tragedia y la épica era más aleccionantes, porque detrás de ella estaba el tema colectivo. Dice al respecto Lewis Mumford que: "... Platón hace su República inmune al cambio; una vez constituida, el modelo de orden permanece estático, como en la sociedades de insectos, con las cuales guarda una estrecha semejanza" (1982:35).
El utopismo platónico fue un proyecto de perfeccionismo elitista y excluyente. Planteaba un porvenir de felicidad para una nobleza, cuyo liderazgo debía estar en manos de reyes filósofos. Además, ideada al amparo del modelo de ciudad griega, postulaba una sociedad dividida en oficios; claro, cada uno de ellos se correspondía con la jerarquía social.
Reaparece en el siglo XVI la utopía en Tomás Moro (1478-1535), con mejor intención, en un marco histórico signado por la intolerancia. El lugar otro de futuro que planteó este intelectual inglés era un paraíso, donde todas las creencias se toleraban y a nadie se perseguía por abrigar una que otra religión. El rey Utopo hace de su tierra una isla. Originalmente su espacio se comunicaba con tierra firme, el ordenó que cerraran la comunicación con exterior, para preservarla de los vicios de la intolerancia que reinaba más alláde susfronteras. Esa autarquía se producía como consecuencia de un rechazo al mundo contemporáneo del autor. Su época estuvo signada por la intolerancia religiosa. Pero persiste el ideal elitista, clasista, la división social del trabajo. Esa tolerancia no impedía la existencia de la esclavitud.
Utopía era para Moro el "buen lugar" (eutopía). El espacio de un futuro donde las religiones se expresarían sin problemas. Para existir, debía idearse un mundo aparte, autárquico, que se autoabasteciera y que perdiera todo contacto con ese mundo donde la intolerancia había contaminado todo. Ese nivel de felicidad debía sacrificar la libertad. El precio que se pagaba por ella era el de la sumisión a un poder central, guardián del bienestar general. De nuevo desaparece la autonomía. Y la posibilidad de pensar se aliena. Es el mal de la utopía: la armonía implica desigualdad. La ausencia de conflictos, comporta una voluntad centralista y un conjunto de voluntades subsumido a esa centralidad.
Francis Bacon(1561-1535) postula su Nueva Atlántida bajo la égida de la productividad tecnológica, anticipándose a un motivo que caracterizaría a las contrautopías. Avizoraba el encumbramiento de las ciencias como proyecto de felicidad humana y la noción de máquina no como simple aparato, sino como engranaje sistémico.
Para Gianni Vattimo las utopías de Moro, Tomaso Campanella (1568-1639) y Bacon trasuntan proyectos de absoluta racionalidad. Nos dice: "Propiamente, el término utopía tiene que ver con la producción de una realidad optimal merced a una planificación racional..." (1991:99). Así, pues, que esos relatos utópicos parecen volcados sobre una noción de un futuro virtual, sin espacio concreto, pero que, erigiéndose en metáforas de un paraíso, aleccionasen al hombre acerca de la posibilidad de mundos mejores. Es decir, esos utopistas eran portadores de una promesa de felicidad, donde el dolor se abolía gracias a la armonía, que evitaba cualquier conflicto.
Está ausente de la utopía la posibilidad de la conciencia dialéctica hegeliana. La conciencia individual no existe. Sólo la colectiva. La vida se propone como un ritual de obediencia y de mandato. El universo se reparte a cada quien según su oficio. Se trata de ser sólo un engranaje más; sólo así funciona la armonía y desparecen los conflictos.
Pero la "historia es el más obstinado crítico de las utopías" (1982:41), nos dice Lewis Mumford. Porque parece tener razón Hegel, al sostener que la conciencia es un complejo dialéctico, no una simple voluntad que funciona aislada. La modernidad y su proyecto iluminista se han encargado de corroborar que la felicidad no es meta que se alcanza por la voluntad ideológica de la razón. Y lo que es peor: ya nadie apuesta por ella, porque la fragmentación del presente universo la ha relativizado en extremo.
De manera pues que hoy podemos agradecer que ese espacio imaginario de las utopías no se localice jamás, puesto que su realización plantearía gravísimos daños a la libertad. Popper ha dicho que "... aquellos que querían erigir el cielo sobre la tierra han creado siempre únicamente un infierno" (1999:211).
Si fuésemos consecuentes con cierta etimología de la palabra utopía, con aquella que la sitúa en un no espacio, este concepto podría mantenerse hoy en día. Y ese "no espacio" podríamos definirlo como el deseo de infinito; un deseo que jamás debe hacerse finito, porque ya no seria utopía. Y no sólo hablaríamos del espacio, sino también de los hombres que lo ocuparían. Por lo tanto, habría que "desteleogizar" la noción y asumirla como búsqueda de una felicidad deseada permanentemente, pero siempre prorrogada. Se trataría de una utopía cínica, que se atreviese a dialogar sin cortapisas con el causalismo del orbe sistémico.
Vivimos lo que se ha dado en llamar la muerte de las utopías. ¿Es que existieron alguna vez? ¿No será que el desaliento que propenden los postmodernos deviene de la certeza de que esas utopías no eran más que leyendas? ¿Simples relatos que servían de excusas para alimentar ideologías mesiánicas?
En Platón, Moro, Campanella y Bacon puede localizarse un ideal de felicidad planteado a manera de alegoría. Un relato que desplegaba una intraintencionalidad vocera de un proyecto de vida feliz.
Pero ocurre una paradoja: el relató utópico se deforma totalmente cuando la modernidad apuntala toda su parafernalia de la felicidad que devendría del nuevo mundo de la razón y la ciencia. El siglo XVIII, debió haber reimpulsado ese utopismo, puesto que su proyecto parecía tener cercana a la felicidad. La prédica de Leibniz de que el destino del hombre es un una proyección positiva, de inmediato fue contestada por filósofos y escritores como Voltaire o Swift. Si el ideal utópico tradicional representaba un ideal de sociedad que negaba el presente, postulando un futuro de mejoras, los citados escritores elaboran sus tramas con una alerta: el mundo que vendría sería peor. El Cándido es una contestación irónica a Leibniz. Las monsergas retóricas del Dr. Panglos se erigen en críticas muy acerbas a un pensamiento que había pecado de optimismo extremo. Swift en Los viajes de Gulliver,ironiza con una sociedad no-humana, la de los seres-caballos, en detrimento de los hombres. Sus naufragios hacen que el protagonista entre en contacto con comunidades, sarcásticamente situadas en tierras no occidentales, que le refuerzan su conciencia de lo que Judith Shklar llama "la condenación pura" (1982:145).
La evaluación que hacen estos escritores de la sociedad que emergía plena de optimismo arroja una total disidencia. Ésta se profundizaría en el siglo XIX, sobre todo en los románticos. Dos obras son emblemáticas de esa posición: Franskesteiny El doctor Jekyll y el señor Hyde, de Mary Shelley y R.L. Stevenson, respectivamente. En la primera novela, publicada en 1818, pareciera configurarse la principal advertencia frente a la tan endiosada ciencia: la razón podría crear pesadillas, parafraseando el nombre de una importante obra de Francisco de Goya. El protagonista de esta obra deseaba "igualarse a Dios", pero el fruto de su deseo no fue sino su propia destrucción. Stevenson, por su parte, en su novela, publicada en 1886, nos pone frente a otra alerta, tal vez más cruel: el hombre es fatalmente perverso; la perversidad le es inherente; por lo tanto, habría que reescribir el mito de la inocencia humana. Se podría decir que esa marcha hacia un futuro positivo anunciada por el iluminismo se frustró. Y esa frustración se manifiesta en una nueva escritura de la utopía que abandona pronto su papel de alegoría de la felicidad, para optar por la ironía. Entonces, podríamos hablar de la contrautopía.

 Sobre la contrautopía
Si la utopía postulaba la sociedad que quería, la contrautopía va a describir la sociedad que no quiere. Se la pudiera denominar como utopía negativa. Ella relata la historia de la optimización de la sociedad, de la felicidad; sólo que bajo el tamiz de la ironía. Ya hemos señalado algunos antecedentes de la contrautopía: los libros de Shelley y de Stevenson. Sólo que ellos, según Vattimo, se estructuran a manera de exemplum; es decir están hechos para mostrar una moraleja final: esto va a pasar si seguimos haciendo esto. El género que tratamos aquí se comporta de otra manera. Es estructuralmente irónico. Las historias están armadas por escritores de un enorme conocimiento acerca de las ciencias, que especulan e imaginan mundos de perfección verosímiles, según el entramado epistemológico de la ciencia moderna.
Creo que estas contrautopías parecen un revival de las ideas de libertad de Kant y Fichte. Parecen ellas poner a la ciencia contemporánea en escenas éticas.
Horkheimer ha alertado en varios de sus libros sobre el advenimiento de un poder cuasi invisible que se yergue en desmedro de la libertad del sujeto. Ese enemigo del sujeto y de su subjetividad no se parece al déspota tradicional que esclavizaba al hombre. Es un ente omnipresente, de múltiples cabezas, y de múltiples garrotes. La razón moderna se empeña en desconocer lo que identifica a la modernidad: su diversidad. Y a través de múltiples mecanismos se propone vender la homogeneidad como panacea de armonía. Al respecto nos dice el citado autor alemán:
La razón se ha desintegrado en la medida en que era la proyección ideológica precisamente de la mala universalidad, en la que los sujetos aparentemente autónomos experimentan hoy su futilidad. La desintegración de la razón y la de! individuo son una y la misma cosa. "El yo es insalvable" y a la autoconservación se le escapa su sujeto. (1973:158).

La "mala universalidad" es el tema capital de las contrautopías. Ellas no hacen sino confirmar las anomalías de una propuesta de historia que se instaura a través de la muerte del sujeto. Una propuesta que se alimentó de una gran metafísica. Vattimo explica, recordando a Heidegger, dicha metafísica: "Desde el punto de vista heidegeriano, como es sabido, metafísica es aquel pensamiento que considera al ser como un sistema de objetos rigurosos concatenados entre sí por el principio de causalidad" (1999:99-100). Ese rigorismo sistémico está presente en las utopías y tenían un propósito mesiánico, aleccionador. Sus escritores creen que el mundo que vivenes injusto; por lo que proponen ese otro, donde la armonía y la homogeneidad iban a borrar los conflictos. Es decir, proponían el mundo que querían. Contrariamente, como ya hemos dicho anteriormente, los contrautopistas exponen el mundo que no quieren. Se declaran abiertamente en contra de ese "un sistema de objetos rigurosos concatenados", que termina liquidando la libertad.
No es casualidad que las contrautopías construyan su imaginario a partir de la jerga cientificista y que algunas veces se le confunda con la ciencia-ficción. Ya Fritz Lang en 1926 con su película Metrópolis comenzaba a apuntalar un destino apocalíptico del hombre. El hombre máquina terminará en el futuro no sólo siendo un robot, sino un triste engranaje en la rigurosidad de la razón. Y contemporáneamente filmes como BladeRunnero Doce Monos, la serie de El Planeta de los Simios, configuran la visión contrautópica en el cine.
Para decirlo en palabras de Gianni Vatíimo, la contrautopía "produce sus modelos perfectamente negativos" (1999:97).

Bibliografía:
Alfaya, Javier. "Contra la utopía". Diario El Mundo.Madrid. Lunes, 10 de mayo de 1999. Edición Digital.
Fichte, Johann Gottblieb. Reivindicación de la libertad del pensamiento. México: Editorial Porrúa, 1994.
Frye, Northon. "Diversidad de utopías literarias". En Utopías y Pensamiento utópico. Espasa-Calpe. Madrid, 1982. Pp. 55-81.
Hegel, Federico G. La fenomenología delespíritu. Caracas: Editorial del Instituto Pedagógico deMaturín, 1989.
Horkheheimer, Max. Teoría crítica. Seix Barral. Barcelona, 1973.
Kant, Manuel. Fundamentación de la metafísica de las costumbres. Crítica a la razón pura. La paz perpetua. Estudio Introductorio y análisis de las obras por Francisco Larroyo. Editorial Porrúa. México, 1995.
Mumford, Lewis. "La utopía, la ciudad y la máquina". En: En Utopías y Pensamiento utópico.Espasa-Calpe. Madrid, 1982. Pp. 31 -54.
Ocaña, Enrique. El Dioniso moderno y la farmacia utópica. Anagrama. Barcelona, 1993.
Popper, Karl. La responsabilidad de vivir.Altaya. Madrid, 1999.
Shklar, Judith. "Teoría política de la utopía: De la melancolía a la Nostalgia. En: En Utopías y Pensamiento utópico. Espasa-Calpe. Madrid, 1982. Pp. 139-154.
Vattimo, Gianni. Etica de la interpretación.Paidós Studio. Barcelona, 1991.
Tomado de mi libro La Literatura frente al pesimismo (2000)

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