viernes, 27 de julio de 2018


Queremos tanto a Enrique

Celso Medina






Sirva este título cortazariano para despedir a un amigo al que queremos seguir queriendo. Con él fraguamos una amistad que hermanó el respeto, la admiración y el afecto. Queremos a este amigo por su coherencia, porque supo hacer de él un personaje transparente. Tres facetas caracterizaron su vida: la docencia, la literatura y la de estudioso. Todas ellas fueron tejidas de una ética, que le permitió teñir su hacer profesional con una particular utopía. Por eso, queremos tanto a Enrique, a este que se nos va, pero que queda sólido como raíz en nuestra memoria.
Nuestra relación con Enrique Pérez Luna es tan amplia que no sabemos cuándo verdaderamente lo conocimos. Creo que fue en la casa del Partido Comunista, en Cumaná, en momentos en que ejercía la Secretaría Juvenil de ese partido en Sucre; con su discurso  medido, de altísima carga poética, donde Neruda y Antonio Machado coqueteaban con Marx y Lenín. Éramos militantes, él de la Juventud Comunista; yo, de la juventud del MEP, donde el virus del socialismo se había hecho patente, luego de que los oportunistas que siguieron al viejo Prieto se volvieran a su AD, porque el MEP se achicaba y no brindaba esperanzas que llenaran las expectativas de los calculadores que creyeron que el valioso maestro orejón les iba a catapultar al poder y a sus privilegios. Estaba yo en el limbo; no sabía si inclinarme por las orejas del margariteño o por el gallo de Gustavo Machado. En ese limbo participé en las “emulaciones”, algo así como vender Tribuna Popular y otras actividades donde Enrique ejercía un prominentemente liderazgo.
Regresé a nuestro MEP. Pero la vocación de izquierdista y la creencia en el socialismo se vio solidificada con esas jornadas de TP y con las arengas del joven comunista. Posteriormente nos vimos en la Escuela de Educación de la Universidad de Oriente, en Cumaná. Con mucho brillo académico, Enrique se había licenciado en la Mención Educación Técnica Mercantil. Luego se incorpora al Departamento de Psicología e Investigación. Y durante mucho tiempo fue profesor de Estadística Educativa. Fui su alumno; poco brillante, porque a mí la estadística no se me ha dado muy bien. Sobreviví al rigor del profesor y pude enterarme de lo que era un chi cuadrado, un percentil, una media, una proyección, etc. Nuestras relaciones cogieron rumbos nuevos, cuando Enrique comenzó a mostrarnos sus cuentos. Junto a Eduardo Gasca fuimos sus lectores de siempre. Ambos podemos testimoniar la gradual emigración de la estadística a la literatura; luego a una reflexión sobre el hecho educativo. El Enrique de la juventud comunista se convirtió en un valioso intelectual de este país, con una obra literaria importante, consistente en un libro de cuentos, tres novelas editadas y una inédita. Además en el área de Pedagogía, adoptó el camino de la epistemología crítica de la educación y su pensamiento circula hoy por sus libros y por numerosas revistas nacionales e internacionales. Además, fue un impulsor de importantes iniciativas en el campo de la pedagogía, que fueron esencialmente escenificadas en su Escuela de Educación.
Enrique Pérez Luna fue un udista fervoroso. En la UDO hizo su carrera profesional, desempeñándose como docente y líder académico. Fue director de la Escuela de Educación y Humanidades de la UDO. Dirigió y fundó el doctorado en Educación, también dio vida al grupo Escenario, desde donde pudo impulsar importantes iniciativas en pro de la comprensión del hecho educativo en el marco de una sociedad compleja. Luego de treinta y cinco años se jubiló. De allí pasó a ser el primer Vicerrector Académico de la nueva Universidad Territorial “Clodosbaldo Russian”, a la que logró ponerle su sello particular, con una visión de lo educativo inmersa en lo humanístico.
Fui lector, crítico y editor de todos los libros de narrativa de Enrique. En 1980, cuando nos llamó el gobernador Carmelo Ríos para fundar la Biblioteca de Temas y Autores del Estado Sucre, nos atrevimos a publicarle el primer libro a un comunista, que nunca había escondido su militancia; sino, contrariamente: la exponía sin rubor alguno. Eduardo Gasca y yo coincidimos en que La primera resignación y otros relatos era una colección  bien escrita, bien narrada y que valía la pena apostar por ella. No sin algunas objeciones, más políticas que estéticas, el libro se editó; era el primero de la colección de esa Biblioteca. Finalmente se impuso el talante amplio y democrático del entonces gobernador.
Es digna de contar una anécdota que repitió muchas veces Enrique: eran tiempos electorales, y el Partido Comunista había lanzado como candidato a Héctor Mujica. Fui invitados a uno de sus actos políticos y allí Enrique me presentó a Mujica. “Este es mi editor”, le dijo. A lo que Héctor respondió: “Coño, con ese editor estás condenado a morirte de hambre”. Reímos. Y en verdad, no se murió de hambre Enrique, pero tampoco se hizo rico. Luego en 1983 publicamos con Álvaro Carrera su novela También la mar se queda seca, bajo el sello del Fondo Editorial “Carlos Aponte”. Me tocó presentarlo como funcionario de la gobernación, ya que en ese momento era el Director de Cultura del Estado Sucre. El 2007 reeditó esta novela y me pidió que la “re-presentara”, lo que hice con mucho placer, pues esa novela me impresiona mucho por la atmósfera como se escenifica nuestra ciudad, Cumaná.
Enrique Pérez Luna es un autor dedicado a su ciudad natal. Todas sus novelas (la ya citada, Historias de papel (1998), Historias para contarme (2016) y su inédita La ciudad luminosa) cuentan a Cumaná alimentándose de su capital espiritual. A pesar de ser Cumaná una ciudad de héroes, nuestro amigo prefirió relatar la vida de los hombres más humildes de la región, aquellos que sin nombres han ido tejiendo la trama de una región que construye su cotidianidad sin aspavientos. No son personajes victoriosos; más bien son tramadores de la vitalidad de una urbe por donde desfilan estudiantes rebeldes, boxeadores que hicieron de sus victorias dramas, pescadores que más que peces traían a la orilla del mar cumanés hermosas utopías. Si queremos tener una perspectiva de la Cumaná intrahistórica, en estos relatos de Enrique conseguiremos ingredientes que nutren la compleja densidad de nuestra ciudad natal.
Seguiremos queriendo a Enrique Pérez Luna; sus amigos, que recordaremos sus gestos, sus ocurrencias humorísticas, su acerada militancia en el socialismo y en Los Leones del Caracas. Seguiremos queriendo a Enrique Pérez Luna, sus discípulos, con el saber bebido en él, con la firme creencia en una educación realmente liberadora, que coloque al ser humano en espacios de justicia y de amor. Seguiremos queriendo a Enrique Pérez Luna, en el imaginario creado por los personajes de sus relatos y novelas, que dan cuenta del alma de la tierra en que nacimos, vivimos y soñamos.
En fin, querremos siempre a Enrique, porque en buena medida algo de él seremos siempre.


8 comentarios:

Unknown dijo...

Excelente homenaje al Profe Pérez Luna.

Unknown dijo...

Merecido homenaje al profesor Enrique Perez Luna. Trajo a mi memoria vivencias de mi época de estudiante. Yo, preparador docente de Estadistica Educativa y Enrique profesor. Siempre lo recordaré.

Zein Y. dijo...

Hermoso homenaje

Ramón Ordaz dijo...

Inesperada noticia para mí. Cuánto lamento la muerte de Enrique Pérez Luna. Es lo que infiero de tus palabras,poeta. En la memoria que haces de su trayectoria fuentes de albacea, Celso. Certeras, cálidas y afectivas palabras.

Nilza Centeno dijo...

“En un rincón del alma conservo los te quiero que tu pasión me dio…”
Alberto Cortés
Sí, por eso queremos tanto a Enrique! Porque su obra se convirtió en el hilo conductor de nuestras reflexiones como estudiantes, militantes y reclamadores de una pedagogía que a decir de él mismo: “debía insurgir en los espacios académicos para revalorizar la acción docente” en eso andábamos por allá por aquellos años, en el Pedagógico de Maturín, cuando llegó a nuestras manos la primera edición de su libro Pedagogía, dominación e insurgencia. Hicimos nuestro ese discurso, vale decir que fueron menos los “te quiero” recibidos y más los epítetos desagradables por parte de algunos coleccionistas del saber artificial, a quienes increpábamos, irreverentemente. Con ello nos tocaba lidiar y lo hacíamos, eso sí, empinados en la lucha, verbigracia del maestro Luis Beltrán Prieto Figueroa. Nos rebelábamos en contra el discurso del saber constituido e irrefutable que atravesaba el “componente general” y “componente pedagógico” de nuestras carreras, lo hacíamos a pesar del consabido “ajuste de cuentas” del cual nos hacíamos merecedores a final de semestre. Pero nos convocaba el discurso de Pérez Luna, y bajo la sombra del árbol de pumalaca, en la calzada que servía de asiento para nuestro improvisado círculo de lectura, nos convidábamos para beber de aquella fuente que alimentaba nuestro ímpetu de juventud, militantes de la izquierda y miembros del centro de estudiantes.
Para ese entonces no llegué a conocer personalmente a Enrique, pero la relación que establecí con él a través de su discurso y aguda crítica al diseño curricular universitario, se convirtió en palabra de fuego para mí y con ella seguí alumbrando el camino tras la utopía por una “educación otra”. Con esas luces y por ese camino me encontré con seres mágicos, conocí la voz y el canto de la selva amazónica, seguí la huella indígena y en cada pisada, en cada expresión de subjetividad se abría un horizonte de reflexiones, de pensar la existencia a través de la experiencia del ser con “otro”.
Tiempo después, la vida me obsequió la posibilidad de conocer personalmente a Enrique Pérez Luna, hace exactamente un año, en uno de los seminarios del curso postdoctoral en la UDO de Cumaná. Tener frente a mí a un ser que formó parte de mi vida, de quien me sujeté para recorrer caminos, fue lo más parecido a la sensación que nos produce reencontramos con el amor de la juventud, una sensación que no envejece, que más bien oxigena y rejuvenece.
En ese contexto pude comentarle de mi experiencia en las comunidades indígenas, se mostró interesado y me dijo: “es importante establecer el vínculo de esa experiencia con la construcción de una teoría educativa, que incorpore nuevas significaciones, que evidencie esa relación teoría-realidad”. Recibí en esas palabras la resonancia de su obra La pedagogía que vendrá, que representa para mí, un nuevo “te quiero”. Por eso me sumo al sentir y a la expresión: “queremos tanto a Enrique”, porque su obra es un estímulo para seguir desatando con pasión los nudos que impiden “una educación realmente liberadora, que coloque al ser humano en espacios de justicia y de amor”. Por eso, y en gran medida, algo de él seré siempre!

Unknown dijo...

Gracias a los de oficio escribir y narrar, a los poetas. Muestran de manera audaz el mundo intangible. Los que han sido sencillamente geniales no lo hicieron por placer.

Unknown dijo...

Escribir es un arte, y el profesor y poeta Celso Medina ha sabido plasmar con finura, a travès de su pluma aguda el retrato de la personalidad, sensibilidad de un ser humano especial llamado Enrique Pèrez Luna. No es fàcil olvidarlo, como le digo a mis estudiantes, en el firmamento hay estrellas y cometas, tambièn hay docentes estrellas y docentes cometas. Los docentes cometas pasan y los docentes estrellas permanecen, dejan huella, dan calor, dan vida. Enrique Pèrez Luna brillò con luz propia, amò la docencia con sabidurìa hasta el final. Dije que no es fàcil olvidarlo porque fue mi profesor de Estadìstica Educativa en la UDO, nos acompañò en el Doctorado de Innovaciones Educativas, UNEFA, en el Postdoctorado de Educaciòn, UDO. hace tan solo pocos meses. Dios, allì estaba èl, atento dando sugerencias acertadas y asertivas a nuestras producciones acadèmicas. No se si por cosas del destino, lo escuchè, seguì su recomendaciòn y enviè mi trabajo a una revista para someterla arbitraje, pero la verdad, Pèrez Luna como soliamos llamarlo en el àmbito universitario nos dejò una huella imborrable con su obra personal por su calidad humana y acadèmica por su profesionalismo. Recordando a Antonio Machado, caminante no hay camino se hace camino al andar...

Carmen dijo...

Palabras sentidas. Palabras vividas. Palabras que quedan. Así son las palabras para referirse al amigo, al compañero, al colega. En cierto sentido son mis palabras también porque Enrique fue mi profesor, mi tutor de tesis, compañero de estudios doctorales y sobre todo amigo. Un amigo y colega con quienes compartimos en la Fundación Educativa y Cultural Escenario, una militancia pedagógica. Si. Aquella experiencia significó la mejor excusa para formarnos; para soñar con una escuela diferente y al mismo tiempo concretar algunos de esos sueños como el suplemento cultural y educativo Escenario en el que junto con Enrique emprendíamos la aventura de escribir, de organizar, de contactar colaboradores. Todo con la amplitud de horizontes que sólo la convicción de la excelencia puede generar. Y allí estaba el maestro siempre, para afinar los tonos, las melodías, las palabras de aquello que hicimos siempre con tanto amor. Por eso su partida nos duele tanto. Se nos fue un colega, un amigo de altos quilates. Gracias Celso por este regalo.