Domingo
Rogelio León:
“Todo nuestro hacer debe ser transferible”*
Liminares: Poeta, etnógrafo y maestro. Nació en un pueblecito montañés, donde no había ni siquiera acceso en bestias, desciende de los últimos indígenas chaimas que poblaron los cerros de Caripe. Fue maestro durante treinta años, autor de los libros Caripe: historia y oralidad, Tradiciones escénicas, populares y folklóricas del estado Monagas, de los poemarios Alicascos y Catador de cuchillos; este último con epígrafes tramados de voces chaimas. Pero, además, es impulsor de publicaciones culturales como Profundidad y Pez de Plata.
Celso Medina
Foto de Randy Sierra |
La
imagen que perdura
La señora Pastora tiende ropa en su patio,
cerca del pomalaquero. De repente, cae un pájaro herido. Ella lo recoge, lo cura con esmero: con un
algodoncito lo va limpiando, le da de
comer, y lo introduce con ternura en los
anchos bolsillos de su bata. De allí volará, cuando esté curado definitivamente. Su hijo, Domingo Rogelio, para perpetuar la
imagen de la madre, cada mañana, antes de cepillarse, lanza un puñado de arroz
y de pico a los nidos que hay en los árboles de su casa. También, “les
pongo cambur, naranjas... Eso lo aprendí de mamá”.
Zacarías
y los libros
“Fuimos una familia muy tribal, demasiado
tribal. Cuando mi papa murió, mi madre tenía 31 años. No tuvo después más
marido. Éramos seis hermanos. Yo, el único varón. Las cosas que pasaron, casi
toda las recordábamos en conjunto, porque lo que sucedía nos conseguía juntos. Por el ejemplo, el asombro de las
primeras letras. Mi mama leía muchísimo. Leía la letra de imprenta, la cursiva
no. Tampoco conocía los números. Cuando
veía una fecha, la saltaba”.
Un errante cosechador de café, Zacarías, fue quien
inició a la familia en los libros. “Recorría todos los pueblos en tiempos de
cosecha. En la casa le dábamos comida, café”.
La mamá le contócómo aprendió a leer. “Tenía
que buscar café para vender, le lavaba
la ropa a la gente. Veía a los hijos
de la adinerada familia de losLuongos
aprendiendo. Esas lecciones costaban dos
bolívares semanales. “Ella se quedaba pegada de la pared viendo cómo era aquello”.
Zacarías dejaba libros en la casa, y se iba para la montaña a recoger
café. Recuerda los primeros libros que leyó, de la editora Thor. “Mi mama leía y nos contaba. El Medico de las locas, El
Conde Monte Cristo, los libros de Salgari, Genoveva de Bravante, El
Coche número trece. En la noche nos contaba lo que leía. Te hablaba de El Conde Cristo, de La Mano
del muerto, que fue el libro que no le gustó. Este último es del hijo de
Alejandro Dumas. Cuenta que una mano de
muerto le da una cacheta a alguien. Eso
le enfurecía. Así fue como entramos a ese hechizo. Mama abría la boca y nos
quedábamos extasiados. Hay un libro del que nos
hablaba, era El Parnaso venezolano.
Se lo sabía de memoria. Nos recitaba
completa “La Vuelta a la patria”. Tenía una asombrosa memoria.
La
familia baja la montaña
Nació la familia en una montaña a la que
accedía sólo por farallones, muy resbalosos.Para moverse había que pegarte de
raíces y de ramas. Mi papa sembraba café.
Poco a poco los italianos fueron
apoderándose de los cultivos. “Tuvimos que irnos a la orilla del río. A un
sitio que uno no conocía. No sabíamos decir nada. El desplazamiento fue
masivo. Casi toda la gente bajo. Comenzó el choque. Te decían ¿dónde dejaste la
flecha, ¿a cuántos has matado?, ¿y después
que ustedes matan, se comen
los hombre?Si alguien veía un gusano,
decían dale al indio que lo coja”.
Nacido
25 años después del Cometa Halley
“Tenías
que tener un nombre. En la prefectura buscaban testigos para hacer un
justificativo, quienesatestiguaban que te conocían de trato y comunicación. A
mí me dijeron que había nacido el 4 de agosto. Cuando a mi mama le preguntaron,
utilizó como referente la salida del
Cometa Halley, que fue en 1910.
Preguntaba cuando cuántos años tenía esa
niña, ah... entonces el nació en 1935”.
Pero el padre murió cuando apenas bajaban de la montaña. Se
ubicarona orillasdel río, como pudieron.
“Hicimos un ranchito de barro. Mama dirigía todo y decía
todo. Subsistíamos de ir cada dos días a la montaña a recoger challotas,
que eran silvestres y de pajareras,
lechosas muy pequeñas... recogíamos cangrejos, los caracoles llamados Guácara,
guama y la leña, que eran los trozos secos que
caían de los árboles.Tuvimos que
resignarnos a recoger el café que los cosecheros dejaban caer de sus canastos. Alborotábamos las hojas, para conseguir
los granos. Nosotros los trillábamos, los tostábamos para la casa y para
salir a vender. Era dura la cosa.
La
madre y los galerones
No recuerda algún reproche de su madre. “Lo
que sé se lo debo más a mi mamá que a la
escuela. Nunca nos golpeó. Pero nos hablaba”. Rememora los galerones. “Mi mama no pelaba uno”. Se daban
en las calles de Caripe, los días de los
velorios de cruces, o en los alumbrados, que eran ceremonias dedicadas la
Virgen del Valle, para pagar promesas.Se cantaba de todo.“Gracias a los
galerones mama sabía dónde quedaba Rusia, qué es una fosa marina,
historia de Venezuela, historia universal, mitología griega, etc. Esa
información la aprendió de boca de esos cantores. Eso erauna cátedra abierta.
Los galenoristas fueron mis mejores maestros”
Padre
fuerte, pero querendón
Las imágenes de su padre las tiene tatuadas. Murió
en un accidente. “Cuando quiero
recordarlas, se me vienen con una
precisión absoluta. Recuerdo la noche del velorio. Mi mama, llorando, pegada a
una cerca. Recuerdo para dónde me mandaron.
Recuerdo a mi papá muerto”.Recurre a una
anécdota: “Un día me encomendaron a un barbero para que me me cortara el pelo,
y este me rapó toda la cabeza. El Negro Silva, así se llamaba el barbero, se
perdió temeroso de mi papá. Para
esconder mí rapado, mi padre me compró un sombrero margariteño, que en ese tiempo llamaban Huevo Frito. Era muy
colorido, y costaba algo de dinero, del que
no disponíamos mucho en ese tiempo. Lo hizo para que no se burlaran de mí en la escuela, pero qué va: la maestra me obligó a
quitármelo, y llovieron conchas de cambur y tusa de maíz que los alumnos
escondían en la parte baja de los pupitres. Mi papa estuvo mucho tiempo buscando al
barbero”. Recuerda a su padre,
con sus manos cuadradas. “Era un indio vigoroso, fuerte. Era muy serio pero
querendón. Te apretaba fuerte, pero con cariño”.
Muchos
amigos…
Mi mamá y todos nosotros vendíamos cosas. Mi
mama hacia arepas, tenía gracias para hacerlas. La maestra MariitaRodrìguez la
convenció para que me mandara a la escuela. “Allí tuve muchísimos amigos,
porque era muy cobarde... nunca entré en el negocio de pelear. Siempre andaba
bien. Nunca me metí en pandillas... en eso de que tú me salvas, yo te salvo, no
iba conmigo”.
El cine de Caripe fue determinante en su
vida. “Uno pasaba toda la semana tratando de conseguir un real…Un real era lo
que costaba un kilo de lisa salada, con la que comía toda una familia. ¿Cómo
conseguía uno ese real? O iba a recoger
café al monte, café rastrero, como lo
llamábamos. Y vendía una medida por un centavo. O empezaba por esos
montes a buscar nidales de gallinas. Las
casas antes no tenían cercas, las gallinas ponían en cualquier parte. Entonces,
uno las oía cantar, y conseguía los huevos, que vendía a centavo cada uno. De
modo que uno hacía cinco con el café,
otros centavos con los huevos, y cuando
le faltaba, se guindaba a hacer mandadados. Y no era que nos mandaban, sino que
uno iba y preguntaba: ¿Usted no va a
comprar nada señora Teresa? Cuando se ponía muy difícil, cargaba los carteles,
que pintaban de noche. Si era pequeño, lo llevaba uno solo, si era grande, lo
cargábamos entre varios. Íbamos por la calle y donde estaba la gente sentada en
la puerta, dábamos la vuelta y nos parábamos frente a ella. Así nos ganábamos la entrada al cine”.
La
marcha furtiva a Cumanà
Terminada la primera, se marchó, a escondidas
de su mamá, a Cumaná. Ya me había hecho
amigo de la persona que pasaba las
películas. Con él consiguió que lo pusieran a vender tickets. Quería seguir
estudiando. De su sueldo le daba una parte a su madre, y con la otra fue
haciendo su futuro ajuar: “Me compré una
maleta, de esas de cuero, y entre semana y
semana adquirí unas camisitas y las iba guardando. “Recuerdo que compraba pañuelos, de los llamados Pirámide”.
Cuando ya tenía su maleta llena y había hecho unos ahorros, le dijo a un amigo que llevaba café en un camión a Cumaná,
que quería irse con él. Se fue a las tres de la mañana, sin avisarle a su madre.
Ya en Cumaná, siente su
primer primer sentimiento de orfandad. Cuenta que el amigo lo dejó solo con su
maleta en una plaza. “Me senté solito en un banco. Con unas ganas de llorar,
como tú no tienes ideas. Jamás he vuelto
a sentir esa sensación. Estaba en plena inscripción en el liceo Antonio
José de Sucre. Se me acercò una señora que estaba esperando el autobùs con un
muchacho, y me preguntò qué hacía allí sentado con esa maleta, ¿de dónde vienes
tú?, ¿dónde está tu mamá? Le conté lo que me pasaba. La señora no lo podía
creer. Me dijo: ¿tú sabes cómo estará tu
mamá ahora, vuelta porque no sabe de ti? Me preguntó a qué había venido, me presentó a su hijo, Josè, quien se había inscrito en el liceo. Me preguntó si quería que me
inscribiera en el liceo. Costaba veinte bolívares la inscripción. Me inscribió.
Me dijo que no podía dejarme allí, pero que tampoco podía llevarme para su casa. Me dijo que conocía a
una señora de Caripe, que vivía en Caigüiré. Bueno, la señora me compró un snow ball, y me llevó casa de la señora,
que conocía a mi mamá. Me regañò. Pero al final, aceptó que me quedara en su
casa. Me dijo que podía darme la comida, pero que no podía lavarme la ropa,
que no había agua, y que para bañarme tenía que ir a una casa del frente, donde
tenía que pagar una locha por el baño. Estuve como tres días sin moverme de
allí. Poco tiempo pudo estar Rogelio
Leòn en el liceo; luego se inscribe en la Escuela Normal “Pedro Arnal”. Se
gradùa de maestro.
Tres
vertientes: etnógrafo popular, escritor y maestro
No sé si soy esas cosas que dices. Creo que
lo que más me gusta es dar. No le pongo precio a lo que hago. Puedo estar todo
un día dándole información a la gente y por eso no recibo ninguna remuneración. Eso es lo que mejor he
hecho, lo que más me gusta hacer: dar. En la biblioteca van muchas señoras con
sus hijos, a que le explique cosas,
jóvenes de las universidades de la región y otras personas.
Le gustò siempre estar en el aula. “Nunca fui
sino maestro, no quise ser supervisor ni director, ni subdirector. Nunca he
creído en un programa. El programa surge a medida que se van haciendo las
cosas. No creo en control de un
lineamiento, estoy convencido de que la
necesidad que tú tienes no es esa que
contempla el programa. Está más allá. No sería el cumplimiento de una meta, el
recorrido de un camino. Al final, lo
importante es lo que aprendes. Lo bueno fuese que uno tuviese la oportunidad de llegar hasta donde quisiese”.
Confiesa que en verdad, no era esa la
profesión que quería. “Me inclinaba más por la medicina. Le hice un
planteamiento al padre de un amigo que estudio conmigò. Tenía mucho real. Le
pedí que financiera mis estudios en Caracas, y que le pagaría el último centavo
que me prestara cuando ejerciera. No aceptó mi propuesta. Cuando regresè de
Cumaná, terminé mi bachillerato en el Liceo Sanz, de Maturín, en la promoción
61-62. Fui de la misma promoción de los estudiantes Guerra y Millán, asesinados
por la policía del estado y grupos
políticas del entonces partido de gobierno”. Hizo un poema que se repartió el
día del entierro, y se volvió a editar posteriormente. Pero no pudo iniciarsw
en la Universidad. “Tuve que ocuparme de mi mamá, que ya estaba muy mayor, mis
hermanos se habían ido. Estaba soltero en ese tiempo. Pudo más la nostalgia y
la responsabilidad que retomar los estudios”.
Cumanà
y sus inicios en la cultura
Su inmersión en los asuntos de la cultura,
comenzó en la propia Escuela Normal. Cuando estudiaba segundo año ganò un
concurso en homenaje a Andrés Bello. Luego vino la revista Sucre, que la
dirigía Marco Tulio Badaracco. En ella
escribía Humberto Guevara, José Agustín Fernández, en ese entonces director de
la biblioteca Armando Zuloaga Blanco, donde se mantenía leyendo.
Cuando se le acabò el poco dinero que tenía, conseguiò trabajo en el único periódico de Cumaná, Renacimiento, dirigido
por Juan José Acuña. La imprenta estaba muy cerca del liceo Sucre. “Solía ir a
allá a buscar el papel sobrante. Un día Acuña me preguntó si me quedaba
tiempo para que trabajara con él. Le
dije que sí, y esa misma tarde empecè. Me
iniciè con los chibaletes,
limpiàndolos y guardando las
letras. Empezó a pagarme diez bolívares,
con el tiempo me subió a quince, con el compromiso de que me ocupara de la corrección”.
Desde ese trabajo, se hizo amigo de los
poetas cumaneses.”Les corregía sus textos y salían puliitos”. Cuenta còmo
publicò su primer poema: “Cuando se muere el poeta Humberto Guevara, que
siempre andaba con una siempre viva en su paltó, comenzó todo ese chorreròn de
poetas a llevar poema al periódico. Pasamos como tres días publicando poemas
dedicados a èl. Muy tímidamente, le di a Acuña un poemita. No me dijo nada. Corrigiendo,
vi mi poema. No sé como ese ejemplar llegó a mi pueblo. Cuando volví a Caripe,
todo el pueblo había desfilado por la casa. Mira, ve… en un periódico, el hijo de Pastora”.
Luego
en la revista Sucre publicò un texto sobre la Cueva el Guácharo. En Maturín, se
conectó con Juan José Betancourt, de la
revista de Maturín.
Mi mamá influyó mucho en eso. Ella tenía una
forma muy particular de hablar. Algunas veces miraba la luna, y me decía: esa
luna salió como para los poetas. Siempre
andaba con su Andrés Eloy, con su Pérez Bonald, con Schiller... Eso me movió
ciertas fibras. También Cumaná contribuyó mucho. Por ejemplo, yo hablaba mucho
con Agustín Fernández. En cierto modo él fue decisivo para mí, él me hablaba,
me explicaba...me hablaba del libro y de las cosas... Me prestaba libros para
que me los llevara a casa. Y eso había una diferencia en edad muy marcada, yo
era un guaricho de trece años. Y Juan José Acuña, que de vez en cuando me
regalaba un poemario... Juan de Dios Pesa.
Tuve una hermana que me dio fortaleza...
Delia, la mayor. Ella dio conciencia sobre la memoria, sobre la fulguración de
nuestra etnia chaima. Mi último libro publicado, Catador de cuchillos, recoge
su impronta. Cada poema está precedido de epígrafes en idioma chaima, que son
fulguraciones que recuerdo de mi hermana. Mi abuela, también fue importante.
Ella hablaba del agua no porque el agua se bebiera, sino porque el agua te
invitaba con su voz a beber.
Yo he sido de los hombres más sedentarios. Lo
más lejos que he ido es San Felipe, porque estaba enamorado, mi esposa es de
allí. Dos veces he ido a Caracas, no conozco Guayana. Conozco los tepuyes por los libros. Me pregunta lo
quieras, y te diré dónde queda. Lo sé por los libros.
El oficio
Todas esas cosas están vinculadas. Cuando tú
coges la palabra, y la usa, ya estás poetizando. El hecho de que voz salga, se
acomode, se organice, se prepare para ser entendida, o impacte... ya estás
creando. No puede explicarle a un niño algo ciencia, como si le enseñaras a
hacer un bloque. Cuando le hablas del árbol, de su raíz, le estás hablando de su esencia, que no es la palabra mecánica,
la palabra semántica... le estás hablando de la palabra vida. Ser
maestro y ser poeta es lo mismo. El maestro no le da está dando nada al alumno,
le está dando la posibilidad de que él llegue a... Es lo que hace un poeta, le da el poema a la
gente para que él llegue a... En lo etnográfico, cómo separar al poeta y al
maestro del entorno, del contexto, de la fuente del conocimiento que se le
ofrece al niño.
No creo que mi obra tenga trascendencia
nacional o internacional. Mi preocupación es como una profesión de fe. Uno
escribe, enseña, averigua lo que nos rodea con la idea de trascender.
Yo me diera por satisfecho si lo que hago
pudiera redundar en la necesidad de alguien. Que alguien lo necesite, que
alguien lo use... eso me hace sentir bien.
No hay justificación para que lo que tú hagas
se quede contigo. Todo nuestro hacer debe ser transferible. No tiene sentido
atesorarlo, quedarse con eso. Por ejemplo, si eres capaz de hacer un poema, eso
no es suficiente para que lo atesores
como tuyo. Eso tiene que llegar a la necesidad y tratar de satisfacerla.
Digo yo...
No... No he hecho escuela. No se hace escuela porque se quiera
hacer, sino porque un cúmulo de cosas te engarza. Te llevan, te conjunta con
otras o te reclaman. No es mi caso.
Yo creo en el otro. Hay un principio chaima,
que repetía mi abuela: cuando tú quieres ver con claridad, ver con un ojo tuyo
y con un ojo de otro. Yo creo en otro,
como tal y no como cual. Si voy a creer
en otro como cuál, entonces me van a decir, tú crees en fulano.
Me considero un hombre afortunado. Tengo 74
años y veo bien, hablo bien, no se enreda la lengua. Tengo las sensaciones perfectas.
Puedo acariciar a mis nietos, oírlos, reírme, jugar con ellos. Ir donde mis
amigos, los oigo, los comparto. Voy donde yo quiera. A què más puedo
aspira?
Sería la utopía. Frente a una situación
transitoria, cuál sería la imagen? La de la utopía. Tenemos que seguir pensado que aquí y solo aquí está la posibilidad de lo que tú haces, del o que escribes, de lo que escribe otro. Por ahí anda la cosa.
¿Una frase? No soy muy añorante. Creo que la
mejor época que le ha tocado vivir, es la que vive ahora, esta que vivimos. Si me hubiera
tocado vivir en la época de la independencia, creo que no hubiera tenido cabida allí. El heroísmo del
Negro Primero, què va. No se aviene conmigo. Esta es la época en la que yo he
hecho las cosas y me he
sentido cómodo en ella.
A la muerte, miedo no le tengo. Como están breve. Cuando llegue, que
llegue. Eso no agita, no me estremece. Nunca he pensado en ella. No me
interesa.
¿Cielo o el infierno? Estoy más cerca de
Stephan Hawkins que de Madame Bablascky.
Comparto. No soy un devoto ni del miedo, ni del amor puro.
Recuerdo también a mi
abuela, la mama de mi mama, que fue el último vestigio puro
de la etnia. Ella no pudo
asimilar el cambio. Le decíamos Mama Juana. Ella es una imagen que no he
podido borrar. Ella era el nexo
indiscutible con lo de allá. Todo lo que hablaba era de allá.
Tomado del libro Gente que hace escuela,
publicado por Banesco y compilado por Antonio López Ortega, el año 2012. Pp.
228-237.
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