sábado, 6 de agosto de 2016

Domingo Rogelio León:
 “Todo nuestro hacer debe ser transferible”*

Liminares: Poeta, etnógrafo y maestro. Nació en un pueblecito montañés, donde no había ni  siquiera acceso en bestias, desciende de los últimos indígenas chaimas que poblaron los cerros de Caripe. Fue maestro durante treinta años, autor de los libros Caripe: historia y oralidad, Tradiciones escénicas, populares y folklóricas del estado Monagas, de los poemarios Alicascos y Catador de cuchillos; este último con epígrafes tramados de voces chaimas. Pero, además, es impulsor de publicaciones culturales como Profundidad y Pez de Plata.


Celso Medina

Foto de Randy Sierra



La imagen que perdura
La señora Pastora tiende ropa en su patio, cerca del pomalaquero. De repente, cae un pájaro herido.  Ella lo recoge, lo cura con esmero: con un algodoncito lo va limpiando, le  da de comer,  y lo introduce con ternura en los anchos bolsillos de su bata. De allí volará, cuando esté curado definitivamente.  Su hijo, Domingo Rogelio, para perpetuar la imagen de la madre, cada mañana, antes de cepillarse, lanza un puñado de arroz y de pico a los nidos que hay en los árboles de su casa. También, “les pongo  cambur, naranjas... Eso lo  aprendí de mamá”.

Zacarías y los libros
“Fuimos una familia muy tribal, demasiado tribal. Cuando mi papa murió, mi madre tenía 31 años. No tuvo después más marido. Éramos seis hermanos. Yo, el único varón. Las cosas que pasaron, casi toda las recordábamos en conjunto, porque lo que sucedía nos conseguía  juntos. Por el ejemplo, el asombro de las primeras letras. Mi mama leía muchísimo. Leía la letra de imprenta, la cursiva no. Tampoco  conocía los números. Cuando veía una fecha, la saltaba”.
Un errante cosechador de café, Zacarías, fue quien inició a la familia en los libros. “Recorría todos los pueblos en tiempos de cosecha. En la  casa le  dábamos comida, café”.
La mamá le contócómo aprendió a leer. “Tenía que buscar café para  vender, le lavaba la ropa a la gente. Veía a los  hijos de  la adinerada familia de losLuongos aprendiendo. Esas lecciones costaban dos  bolívares semanales. “Ella se quedaba pegada de la pared viendo  cómo era aquello”.
Zacarías dejaba libros en la  casa, y se iba para la montaña a recoger café. Recuerda los primeros libros que leyó, de la  editora Thor. “Mi mama leía y  nos contaba. El Medico de las locas, El Conde Monte Cristo, los libros de Salgari, Genoveva de Bravante, El Coche número trece. En la noche nos contaba lo que  leía. Te hablaba de El Conde Cristo, de La Mano del muerto, que fue el libro que no le gustó. Este último es del hijo de Alejandro  Dumas. Cuenta que una mano de muerto  le da una cacheta a alguien. Eso le enfurecía. Así fue como entramos a ese hechizo. Mama abría la boca y nos quedábamos  extasiados. Hay un libro  del que nos  hablaba, era El Parnaso venezolano. Se lo  sabía de memoria. Nos recitaba completa “La Vuelta a la patria”. Tenía una asombrosa memoria.

La familia baja la montaña
Nació la familia en una montaña a la que accedía sólo por farallones, muy resbalosos.Para moverse había que pegarte de raíces y de ramas.  Mi papa sembraba café. Poco a poco  los italianos fueron apoderándose de los cultivos. “Tuvimos que irnos a la orilla del río. A un sitio  que uno no conocía. No  sabíamos decir nada. El desplazamiento fue masivo. Casi toda la gente bajo. Comenzó el choque. Te decían ¿dónde dejaste la flecha, ¿a cuántos has matado?, ¿y después  que  ustedes matan, se comen los  hombre?Si alguien veía un gusano, decían dale al indio que lo coja”.

Nacido 25 años después del Cometa Halley
 “Tenías que tener un nombre. En la prefectura buscaban testigos para hacer un justificativo, quienesatestiguaban que te conocían de trato y comunicación. A mí me dijeron que  había nacido el 4  de agosto. Cuando a mi mama le preguntaron, utilizó como referente la salida del  Cometa Halley, que  fue en 1910. Preguntaba cuando cuántos años  tenía esa niña, ah... entonces el  nació en 1935”.
Pero el padre  murió cuando apenas bajaban de la montaña. Se ubicarona orillasdel río, como  pudieron. “Hicimos un ranchito de barro. Mama dirigía todo y  decía  todo. Subsistíamos de ir cada dos días a la montaña a recoger challotas, que  eran silvestres y de pajareras, lechosas muy pequeñas... recogíamos cangrejos, los caracoles llamados Guácara, guama y  la leña, que eran los trozos  secos que  caían de los árboles.Tuvimos  que resignarnos a recoger el café que los cosecheros dejaban caer de sus  canastos. Alborotábamos las hojas, para conseguir los granos. Nosotros los trillábamos, los tostábamos para la casa y para salir  a vender. Era dura la cosa.

La madre y los galerones
No recuerda algún reproche de su madre. “Lo que sé se lo debo más  a mi mamá que a la escuela. Nunca nos golpeó. Pero nos hablaba”. Rememora los  galerones. “Mi mama no pelaba uno”. Se daban en las calles de Caripe, los días de los  velorios de cruces, o  en los  alumbrados, que eran ceremonias dedicadas la Virgen del Valle, para pagar promesas.Se cantaba de todo.“Gracias a los galerones mama sabía  dónde  quedaba Rusia, qué es una fosa marina, historia de Venezuela, historia universal, mitología griega, etc. Esa información la aprendió de boca de esos cantores. Eso erauna cátedra abierta. Los galenoristas fueron mis mejores maestros”

Padre fuerte, pero querendón
Las imágenes de su padre las tiene tatuadas. Murió en  un accidente. “Cuando quiero recordarlas, se me vienen  con una precisión absoluta. Recuerdo la noche del velorio. Mi mama, llorando, pegada a una cerca. Recuerdo para dónde  me mandaron. Recuerdo a mi  papá muerto”.Recurre a una anécdota: “Un día me encomendaron a un barbero para que me me cortara el pelo, y este me rapó toda la cabeza. El Negro Silva, así se llamaba el barbero, se perdió  temeroso de mi papá. Para esconder mí rapado, mi padre me compró un sombrero margariteño, que en ese  tiempo llamaban Huevo Frito. Era muy colorido, y costaba algo  de dinero, del que no disponíamos mucho en ese tiempo. Lo hizo para que no  se burlaran de mí en la  escuela, pero qué va: la maestra me obligó a quitármelo, y llovieron conchas de cambur y tusa de maíz que los alumnos escondían en la parte baja de los pupitres. Mi papa estuvo mucho tiempo  buscando al  barbero”. Recuerda  a su padre, con sus manos cuadradas. “Era un indio vigoroso, fuerte. Era muy serio  pero  querendón. Te apretaba fuerte, pero  con cariño”.

Muchos amigos…
Mi mamá y todos nosotros vendíamos cosas. Mi mama hacia arepas, tenía gracias para hacerlas. La maestra MariitaRodrìguez la convenció para que me mandara a la escuela. “Allí tuve muchísimos amigos, porque era muy cobarde... nunca entré en el negocio de pelear. Siempre andaba bien. Nunca me metí en pandillas... en eso de que tú me salvas, yo te salvo, no iba conmigo”.
El cine de Caripe fue determinante en su vida. “Uno pasaba toda la semana tratando de conseguir un real…Un real era lo que costaba un kilo de lisa salada, con la que comía toda una familia. ¿Cómo conseguía uno  ese real? O iba a recoger café al monte, café rastrero, como lo  llamábamos. Y vendía una medida por un centavo. O empezaba por esos montes a buscar nidales  de gallinas. Las casas antes no tenían cercas, las gallinas ponían en cualquier parte. Entonces, uno las oía cantar, y conseguía los huevos, que vendía a centavo cada uno. De modo que uno  hacía cinco con el café, otros centavos con los huevos, y  cuando le faltaba, se guindaba a hacer mandadados. Y no era que nos mandaban, sino que uno  iba y preguntaba: ¿Usted no va a comprar nada señora Teresa? Cuando se ponía muy difícil, cargaba los carteles, que pintaban de noche. Si era pequeño, lo llevaba uno solo, si era grande, lo cargábamos entre varios. Íbamos por la calle y donde estaba la gente sentada en la puerta, dábamos la vuelta y nos parábamos frente a ella. Así nos  ganábamos la entrada al cine”.

La marcha furtiva a Cumanà
Terminada la primera, se marchó, a escondidas de su mamá,  a Cumaná. Ya me había hecho amigo de la persona que  pasaba las películas. Con él consiguió que lo pusieran a vender tickets. Quería seguir estudiando. De su sueldo le daba una parte a su madre, y con la otra fue haciendo su futuro ajuar: “Me compré  una maleta, de esas de cuero, y entre semana y  semana adquirí unas camisitas y las iba guardando. “Recuerdo que  compraba pañuelos, de los llamados Pirámide”. Cuando ya tenía su maleta llena y había hecho unos ahorros, le dijo a un  amigo que llevaba café en un camión a Cumaná, que quería irse con él. Se fue a las tres de la mañana, sin avisarle a su madre.
Ya en Cumaná, siente su primer primer sentimiento de orfandad. Cuenta que el amigo lo dejó solo con su maleta en una plaza. “Me senté solito en un banco. Con unas ganas de llorar, como tú no tienes ideas. Jamás he vuelto  a sentir esa sensación. Estaba en plena inscripción en el liceo Antonio José de Sucre. Se me acercò una señora que estaba esperando el autobùs con un muchacho, y me preguntò qué hacía allí sentado con esa maleta, ¿de dónde vienes tú?, ¿dónde está tu mamá? Le conté lo que me pasaba. La señora no lo podía creer. Me dijo: ¿tú  sabes cómo estará tu mamá ahora, vuelta porque no sabe de ti? Me preguntó a qué había  venido, me presentó a su  hijo, Josè, quien se había inscrito  en el liceo. Me preguntó si quería que me inscribiera en el liceo. Costaba veinte bolívares la inscripción. Me inscribió. Me dijo que  no podía  dejarme allí, pero que tampoco podía  llevarme para su casa. Me dijo que conocía a una señora de Caripe, que vivía en Caigüiré. Bueno, la señora me compró  un snow ball, y me llevó casa de la señora, que conocía a mi mamá. Me regañò. Pero al final, aceptó que me quedara en su casa. Me dijo que  podía darme la  comida, pero que no podía lavarme la ropa, que no había agua, y que para bañarme tenía que ir a una casa del frente, donde tenía que pagar una locha por el baño. Estuve como tres días sin moverme de allí.  Poco tiempo pudo estar Rogelio Leòn en el liceo; luego se inscribe en la Escuela Normal “Pedro Arnal”. Se gradùa de maestro.  

Tres vertientes: etnógrafo popular, escritor y maestro
No sé si soy esas cosas que dices. Creo que lo que más me gusta es dar. No le pongo precio a lo que hago. Puedo estar todo un día dándole información a la gente y por eso no recibo  ninguna remuneración. Eso es lo que mejor he hecho, lo que más me gusta hacer: dar. En la biblioteca van muchas señoras con sus hijos,  a que le explique cosas, jóvenes de las universidades de la región y otras personas.
Le gustò siempre estar en el aula. “Nunca fui sino maestro, no quise ser supervisor ni director, ni subdirector. Nunca he creído en un programa. El programa surge a medida que se van haciendo las cosas. No creo en  control de un lineamiento,  estoy convencido de que la necesidad que tú tienes no  es esa que contempla el programa. Está más allá. No sería el cumplimiento de una meta, el recorrido de un camino.  Al final, lo importante es lo que aprendes. Lo bueno fuese que uno tuviese la  oportunidad de llegar hasta donde  quisiese”.
Confiesa que en verdad, no era esa la profesión que quería. “Me inclinaba más por la medicina. Le hice un planteamiento al padre de un amigo que estudio conmigò. Tenía mucho real. Le pedí que financiera mis estudios en Caracas, y que le pagaría el último centavo que me prestara cuando ejerciera. No aceptó mi propuesta. Cuando regresè de Cumaná, terminé mi bachillerato en el Liceo Sanz, de Maturín, en la promoción 61-62. Fui de la misma promoción de los estudiantes Guerra y Millán, asesinados por la policía del  estado y grupos políticas del entonces partido de gobierno”. Hizo un poema que se repartió el día del entierro, y se volvió a editar posteriormente. Pero no pudo iniciarsw en la Universidad. “Tuve que ocuparme de mi mamá, que ya estaba muy mayor, mis hermanos se habían ido. Estaba soltero en ese tiempo. Pudo más la nostalgia y la responsabilidad que  retomar los  estudios”.

Cumanà y sus inicios en la cultura
Su inmersión en los asuntos de la cultura, comenzó en la propia Escuela Normal. Cuando estudiaba segundo año ganò un concurso en homenaje a Andrés Bello. Luego vino la revista Sucre, que la dirigía Marco Tulio  Badaracco. En ella escribía Humberto Guevara, José Agustín Fernández, en ese entonces director de la biblioteca Armando Zuloaga Blanco, donde se  mantenía leyendo.
Cuando se le acabò el poco dinero que tenía,  conseguiò trabajo en el único  periódico de Cumaná, Renacimiento, dirigido por Juan José Acuña. La imprenta estaba muy cerca del liceo Sucre. “Solía ir a allá a buscar el papel sobrante. Un día Acuña me preguntó si me quedaba tiempo  para que trabajara con él. Le dije que sí,  y esa misma tarde empecè. Me iniciè  con los  chibaletes,  limpiàndolos  y guardando las letras. Empezó a pagarme diez  bolívares, con el tiempo me subió a quince, con el compromiso  de que me ocupara de la corrección”.
Desde ese trabajo, se hizo amigo de los poetas cumaneses.”Les corregía sus textos y salían puliitos”. Cuenta còmo publicò su primer poema: “Cuando se muere el poeta Humberto Guevara, que siempre andaba con una siempre viva en su paltó, comenzó todo ese chorreròn de poetas a llevar poema al periódico. Pasamos como tres días publicando poemas dedicados a èl. Muy tímidamente, le di a Acuña un poemita. No me dijo nada. Corrigiendo, vi mi poema. No sé como ese ejemplar llegó a mi pueblo. Cuando volví a Caripe, todo el pueblo había desfilado por la casa. Mira, ve…  en un periódico, el hijo de Pastora”.
 Luego en la revista Sucre publicò un texto sobre la Cueva el Guácharo. En Maturín, se  conectó con Juan José Betancourt, de la revista de Maturín.
Mi mamá influyó mucho en eso. Ella tenía una forma muy particular de hablar. Algunas veces miraba la luna, y me decía: esa luna salió  como para los poetas. Siempre andaba con su Andrés Eloy, con su Pérez Bonald, con Schiller... Eso me movió ciertas fibras. También Cumaná contribuyó mucho. Por ejemplo, yo hablaba mucho con Agustín Fernández. En cierto modo él fue decisivo para mí, él me hablaba, me explicaba...me hablaba del libro y de las cosas... Me prestaba libros para que me los llevara a casa. Y eso había una diferencia en edad muy marcada, yo era un guaricho de trece años. Y Juan José Acuña, que de vez en cuando me regalaba un poemario... Juan de Dios Pesa.
Tuve una hermana que me dio fortaleza... Delia, la mayor. Ella dio conciencia sobre la memoria, sobre la fulguración de nuestra etnia chaima. Mi último libro publicado, Catador de cuchillos, recoge su impronta. Cada poema está precedido de epígrafes en idioma chaima, que son fulguraciones que recuerdo de mi hermana. Mi abuela, también fue importante. Ella hablaba del agua no porque el agua se bebiera, sino porque el agua te invitaba con su voz a beber.

Yo he sido de los hombres más sedentarios. Lo más lejos que he ido es San Felipe, porque estaba enamorado, mi esposa es de allí. Dos veces he ido a Caracas, no conozco Guayana. Conozco los  tepuyes por los libros. Me pregunta lo quieras, y te diré dónde queda. Lo sé por los libros.

El oficio
Todas esas cosas están vinculadas. Cuando tú coges la palabra, y la usa, ya estás poetizando. El hecho de que voz salga, se acomode, se organice, se prepare para ser entendida, o impacte... ya estás creando. No puede explicarle a un niño algo ciencia, como si le enseñaras a hacer un bloque. Cuando le hablas del árbol, de su  raíz, le estás hablando de su  esencia, que no es la palabra mecánica, la  palabra semántica... le  estás hablando de la palabra vida. Ser maestro y ser poeta es lo mismo. El maestro no le da está dando nada al alumno, le está dando la posibilidad de que él llegue a...  Es lo que hace un poeta, le da el poema a la gente para que él llegue a... En lo etnográfico, cómo separar al poeta y al maestro del entorno, del contexto, de la fuente del conocimiento que se le ofrece al niño.
No creo que mi obra tenga trascendencia nacional o internacional. Mi preocupación es como una profesión de fe. Uno escribe, enseña, averigua lo que nos rodea con la idea de trascender.
Yo me diera por satisfecho si lo que hago pudiera redundar en la necesidad de alguien. Que alguien lo necesite, que alguien lo use... eso me hace sentir bien.
No hay justificación para que lo que tú hagas se quede contigo. Todo nuestro hacer debe ser transferible. No tiene sentido atesorarlo, quedarse con eso. Por ejemplo, si eres capaz de hacer un poema, eso no es suficiente  para que lo  atesores  como tuyo. Eso tiene que llegar a la necesidad y tratar de satisfacerla. Digo yo...
No... No he hecho  escuela. No se hace escuela porque se quiera hacer, sino porque un cúmulo de cosas te engarza. Te llevan, te conjunta con otras o te reclaman. No es mi caso.
Yo creo en el otro. Hay un principio chaima, que repetía mi abuela: cuando tú quieres ver con claridad, ver con un ojo tuyo y  con un ojo de otro. Yo creo en otro, como tal y no como  cual. Si voy a creer en otro como cuál, entonces me van a decir, tú crees en fulano.
Me considero un hombre afortunado. Tengo 74 años y veo bien, hablo bien, no se enreda la lengua. Tengo las sensaciones perfectas. Puedo acariciar a mis nietos, oírlos, reírme, jugar con ellos. Ir donde mis amigos, los oigo, los comparto. Voy donde yo quiera. A  què más puedo  aspira?
Sería la utopía. Frente a una situación transitoria, cuál sería la imagen? La de la utopía. Tenemos que  seguir pensado que aquí y solo  aquí está la posibilidad de lo que tú  haces, del o que escribes, de lo  que escribe otro. Por ahí anda la  cosa.
¿Una frase? No soy muy añorante. Creo que la mejor época que le ha  tocado  vivir, es la que  vive ahora, esta que vivimos. Si me hubiera tocado vivir en la época de la independencia, creo que no  hubiera tenido cabida allí. El heroísmo del Negro Primero, què va. No se aviene conmigo. Esta es la época en la que yo  he  hecho  las cosas y me he sentido  cómodo  en ella.
A la muerte, miedo no le  tengo. Como están breve. Cuando llegue, que llegue. Eso no agita, no me estremece. Nunca he pensado en ella. No  me  interesa.
¿Cielo o el infierno? Estoy más cerca de Stephan Hawkins que  de Madame Bablascky. Comparto. No soy un devoto ni del miedo, ni del amor puro.

Recuerdo también a  mi  abuela, la mama de mi mama, que fue el último  vestigio puro  de la etnia. Ella no pudo  asimilar el cambio. Le decíamos Mama Juana. Ella es una imagen que  no  he podido  borrar. Ella era el nexo indiscutible con lo de allá. Todo lo que hablaba era de allá.

Tomado del libro Gente que hace escuela, publicado por Banesco y compilado por Antonio López Ortega, el año 2012. Pp. 228-237.


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