Naturaleza y muerte en Julián Padrón
(A propósito de Candelas de Verano)
Celso Medina
La
historiografía literaria venezolana tiene aún pendiente la tarea de fijar
los hitos que delimiten las fronteras entre el costumbrismo y el cuento
contemporáneo venezolano. ¿Cuándo nuestra cuentística dejó de ser “Cuadro de
costumbre”, “Estampa criolla”, “Relato de tradición”, etc. para adquirir
estatura estética autónoma? Luis Barrera
Linares sostiene que en esa frontera habría que situar al Criollismo como
movimiento en que se acunó la génesis de nuestra cuentística definitiva.
Dice Barrera que
Dice Barrera que
los criollistas lograron no sólo
formular y practicar una estética bien definida, sino también determinar una
manera de elaborar y desarrollar el cuento que todavía hoy subsiste bajo el
rubro general de neo-criollismo, reformulada y revalorizada, obviamente, por
los vaivenes del transcurrir de más de nueve décadas. (1998:142)
El cuento moderno venezolano nace preocupado por
crear una poética narrativa al margen de cualquier parasitismo realista, pero
procurando dejar sentado en el cuerpo de los textos narrativos la existencia de
un país con sus costumbres, sus geografías y sus avatares políticos. Por ello,
según el citado crítico y narrador venezolano: “… comienza a distanciarse de la realidad, pero
recreándola,sin llegar a lo fantástico.” (1998:142)
Barrera habla de un “modernismo-criollismo”, que
define como un movimiento donde la realidad nacional se factura con el discurso
metafórico e imaginístico del modernismo latinoamericano y europeo. La
superación de esa primera etapa de nuestra cuentística, en la que se ubican
Manuel Díaz Rodríguez, Luis UrbanajeAchelpolh, Pedro Emilio Coll y Rufino
Blanco Fombona, será impulsada por de un
movimiento que Barrera denomina
Neo-Criollista, en el que se podrían ubicar Rómulo
Gallegos, Julio Ramos, entre otros. No da muchas pistas de cuál sería el
idiolecto aproximado de ese nuevo movimiento.
En lo particular no veo homogeneidad en nuestros cuentistas
criollistas. Gallegos y Ramos hacen del paisaje un tema esencial, pero pienso
que ese paisaje se subsume en los propósitos de un proselitismo idealista, que
presenta una geografía misteriosa a la que se le teme. Por eso la narración de esa cuentística está sostenida por un
correlato ideológico entrampado en la famosa dicotomía facundiana de
Civilización y Barbarie. Lo bárbaro no
es lo que hay que vencer, sino lo que
hay amparar y convertir en “civilizado”.
De allí que las costumbres y la geografía se observen siempre con
reservas, algunas veces con un pintoresquismo paternalista.
A pesar de las deudas de Julián Padrón (1910-1954), con
esa tradición, no veo su narrativa, en especial su cuentística, encerrada en el
maniqueísmo facundiano. Uno puede situar su literatura en ese Neocriollismo, o
en un Neonativismo, por el telurismo de sus imágenes, pero en ella se celebra
el espacio rural con un especial regocijo, sin complejos de paternalismo.
Para Padrón narrar no es oficio de mimesis, acción
que reporta realidades, sino instrumento de subjetivación, que genera un universo
donde la anécdota atenúa su sentido referencial para introducir al lector en un
clima sugerente y sugestivo. Esa poética narrativa está presente tanto en su
novelística como en su cuentística. La ambientación de sus relatos es el locus rural. La mayoría de la
historiografía literaria venezolana ubica a Padrón en el movimiento criollista
venezolano, como émulo de la estética galleguiana. Y muy lejos lo vemos: no
juega con estereotipos ni mucho menos ideologiza su narración. Sus personajes
son la imagen patente de la complejidad. Sus narraciones no son cantos dolidos
contra una tierra que aplasta. Es la combinatoria de complejidades, donde más
que una estereotipiase forja su ontología; es decir un mundo en el que el
campesino venezolano es visualizado como
protagonista esencial de su complejidad.
Por supuesto, hay una geografía omnipresente, no imponente, que fragua los conflictos, pero
el drama narrativo deviene de personajes con sus caracterizaciones llena de
tensiones.
La narración para Padrón es una puesta en
escena. Hay en ella un clima, un deseo
de darle protagonismo a la sensación, a la impresión. El sensualismo se
escenifica en sus textos.
Cuando leemos el primer libro de cuentos de Padrón, Candelas de verano (1937), compuesto por
un relato publicado en 1935, “Manrufo” y tres cuentos más: “Candelas de
verano”, “Insolación” y Biografía de un niño”, corroboramos la poética
padrodiana antes enunciada.
Cuatro tópicos disímilesalimentan el referido libro:
el terror de la fuerza arbitraria, la impotencia masculina, el incesto y el
dolor por la muerte de un niño (hermano), que son temas poco comunes en la
literatura criollista.
El primero ya lo habíamos visto en la narrativa
criollista, que se alimentó de la protesta y de la denuncia. Pero su
tratamiento dista mucho de la narrativa de ideas que esta literatura preconizó.
Se enfoca no en el gran poder, sino en el micropoder, en los intersticios donde
la arbitrariedad y la opresión se hacen presentes. Nos atreveríamos a señalar
un cambio interesante en la mirada del paisaje venezolana por parte de la
narrativa, que podríamos denominar de Neonativismo, cuya orientación esencial
es redefinir el paisaje literario venezolano, ya no utilizándolo como simple
telón de fondo de los hechos narrados, sino como escena donde la realidad es
una enorme complejidad. Aquí la geografía es agente esencial en la construcción
de sugestividades. Hay una conjunción con la estética simbolista, en el sentido
del manejo de la palabra como disparadora de un multimaginismo, que refuerza el
trabajo efectivo que Padrón hace al impregnar con un alto sentido de
subjetividad su paisaje natal (San Antonio de Capayacuar).
Y para llevar a cabo esa estética, la estrategia de
Padrón es no referir la realidad que narra, sino dejar que ésta hable desde sus
voces. Padrón en un ensayo sobre la novela venezolana, deploraba en ella una
tendencia a sostenerse en “la simple invocación de lo criollo y en ingenuas
disertaciones contemplativas sobre lo típico venezolano “(1957:124). Sus
personajes procura que no sean títeres del autor, sino seres capaces de
encarnar a través de la palabra. Su trabajo creativo se centra, entonces, en
crear personajes verosímiles, capaces de debatirse con sus propias
contradicciones. Por ello pocas veces
recurre a la tercera persona, dejando que los relatos discurran desde la
conciencia de los personajes. En el mismo ensayo ya citado, Padrón, al hablar
de los personajes de Manuel Díaz Rodríguez, sostiene que su creación narrativa
es “débil y los personajes se pierden a menudo en el discurso y la disertación
del autor que con esto les roba actuación” (1957: 127). Allí radica la
diferencia con esa tradición literaria, muy dada a robarle la voz a sus
personajes y a hacerlos prisioneros de lasideologías.
La primera muestra de ese juego de subjetividad y de
sugestividad, lo encontramos en el cuento inicial del libro que aquí estudiamos: “Manrufo”, donde un “negro inglés”, que no es inglés sino
trinitario, protagoniza una leyenda
terrorífica. La anécdota del relato es sencilla: luego de desatar una
carnicería en la que mueren varios campesinos, huye. Se organiza un grupo para
atraparlo. Pero lo interesante es cómo esa anécdota es narrada: a través de la conciencia de un
niño. Éste dice:
Manrufo no me es
desconocido. No lo es para ningún muchacho de los caseríos y pueblos
venezolanos. Nosotros los muchachos conocemos tanto a Manrufo, que aunque no lo
hayamos visto por primera vez, lo identificamos al tropezarlo (2010: 97).
El poder entra en juego aquí, pero en su
manifestación microfísica. No hay gobierno que oprima, ni soldados, ni
comisarios, emisarios de un estado opresor, sino un hombre solo, que se dedica
a aterrorizar. Manrufo es presentado como un atrabiliario cuyo poder es su
fuerza física y su capacidad de suscitar el temor de los demás. Imbuido del
imaginario colectivo que se ha formado sobre Manrufo, el niño más que mirar al
personaje lo presiente. Lo ve llegar a
la bodega de la familia, sembrando el pánico en su madre. El miedo se incrementa y la sensación de
muerte se le hace patente. Pero surge otro poder: el del padre, tan arrojado
como el negro trinitario. Al venir su padre, todo cambia para el niño y su
madre. “El negro inglés” aminora su soberbia.
Su padre lo “saca a patadas” de
la bodega. Tal vez subyazca entre líneas la metáfora de que la opresión
arbitraria surge concretamente del hombre, y su superación es también una
acción humana.
Al final no habrá sino ese encanto del niño, la
sensación de seguridad de un padre que rompe el miedo creado por la imaginería
popular. Esa sensación va de la mano de la voz de un niño, creador de todo el
clima narrativo. El aleccionamiento al que nos tiene acostumbrado el criollismo
no está presente. El paisaje no es una simple escena en la que se mueven los
personajes; es el espacio donde se patentiza esa sensación que se nos transmite
a través de una conciencia infantil.
Julián Padrón bebe sagazmente el ambiente estético
de su época. Su labor intelectual lo llevó a ser un hombre que se plenó de la
riqueza artística que insurgió en el gomecismo y luego en el postgomecismo,
época en la que la cultura venezolana se repensaba. Por ello no sería osado
intuir que un cuento como “Candelas de Verano” fuera concebido bajo la égida de
la plástica del Círculo de Bellas Artes,
que cultivó el Impresionismo en Venezuela en los años 20 del siglo XX, y
revitalizó la plástica nacional. Pero a esa paleta impresionista también se unió su contraparte
estética, el expresionismo, por cuanto Padrón no se queda en el colorismo, sino
que hace éste establezca puente con el irracionalismo y el inconsciente, que
experimentamos cuando el personaje principal se ve arrasado por el fuego del
llano. Éste es un cuento de muchas
imágenes y gamas: Rojo y amarillo se
enfrentan al gris. También la anécdota es sencilla: el joven Manuel Urpía es
víctima de las “candelas del verano”, al ser “mancado por la candela”:
Ya no siente
hambre. Ni sueño.
Ya no tiene
ganas de acicalarse.
Y ni siquiera se
atreve a visitar a la novia.
Ni menos a
ponerse en contacto con las mujeres.
¡Mancado por la
candela! 2010: 131).
Llama la atención como la metamorfosis llena el relato
de símbolos que van sembrando la información dramática: la naturaleza cambia,
en concordancia con el estado de ánimo del protagonista. Una metáfora se erige
como anticipación trágica: “El camino sube el cerro haciendo culebra” (2010: 117).
En esa primera página, se describe al protagonista como “… hombre alto,
fornido, simpático. Viene a caballo, extasiándose en el paso fino de su buena
bestia” (2010: 117). La naturaleza
despliega su metamorfosis: al principio ésta es la visión idílica: “Por allí,
por los fondos de las casas debe estar cantando el río, en el temblor de las
ramas de la orilla”. (2010: 117). Luego de esos cantos, la luz solar va
adquiriendo otros tonos: “Todo hombre en el cerro es blanquecino o gris, aunque
venga vestido de amarillo o de azul” (2010: 122). Esa “culebra” mancará (lo
dejará impotente) a Urpía, “agrisará” su vida. El relato es un tramado de
imágenes más que de peripecias. El arco del conflicto se cierra con el
protagonista yaciendo “en medio de la sabana”, “En la sien derecha dos balazos
habían expulsado la vida” (2010: 137).
Este cuento se cierra con una imagen
que pone en acción una estética narrativa que se expresa mostrando:” ¡Y
bajo el cielo, sobre los árboles, ya dos zamuros volaban negros contra el sol!”
(2010: 137).
En este final pictórico, el impresionismo padroniano
lanza un sutil guiño a la estética expresionista: muestra el mundo no para
regodearse en él, sino para angustiarse con él. Alguien podría ver reflejado el
estigma devorador de la naturaleza, tan presente en Gallegos o en Güiraldes,
los padres de la narrativa telúricalatinoamericana. El llano que atrapa a
Lorenzo Barquero, la selva que devora a Segundo Sombra, ¿equivalen a esta
candela que “manca” a Urpía? Tal vez
haya afinidad, y no sea sino una vieja deuda de Padrón con el motivo de la
naturaleza vengadora del naturalismo de comienzos del siglo XX. Pero el tema
del suicidio es novedoso aquí. En el criollismo tradicional hay más pudor con
esos temas. La muerte proviene del otro: o de la naturaleza o del enemigo;
jamás se da esa auto determinación. Esto nos demuestra el grado de complejidad
presentes en los personajes padronianos.
El cuento “Insolación” tiene un correlato real,
según confesión del autor y de los coterráneos del escritor que vivieron en la
región de su infancia. El hilo intertextual es el expediente que da cuenta del
proceso abierto con motivo de un asesinato. Se experimenta aquí un tema
típicamente urbano inserto en el locus
rural.Y por esa vía la narración toma el camino del absurdismo, en su
sentido filosófico. Se reaviva una hybris trágica: dos hermanos cometen incesto
impelidos por una fuerza azarosa.
La lectura de “Insolación” nos arroja la certeza de
que Padrón es un autor que trasciende la estética realista tradicional. En este
relato se entrevera la heroicidad con el sentimiento de la nada. La lógica de
la tragedia atraviesa otros rumbos: no hay dioses que castiguen porque la
posibilidad del bien o del mal pertenece al reino del territorio humano. La caída en el espacio trágico parece devenir
de una fuerza interior, potenciada por el sensualismo geográfico, típico en
toda la narrativa padroniana. En este cuento de Padrón la insolación parece actuar como fuerza que
obliga a los dos hermanos a cometer incesto: “El sol aprovechó aquel trayecto
para descargar sobre ellos toda la intensidad de sus rayos implacables” (2010: 160).
“Ebria del bochorno”, la hermana se entrega a su hermano:
Y en aquel
cansancio de la huida, el calor del día la sofocaba. Entonces le nacieron
fogosos deseos de que batiera una fuerte brisa sobre el campo, para arrancarse
el vestido y acostarse en la brisa a recibir todo el fresco de la tierra (p.
161).
Lo trágico se teje. De ese hecho original se pasa al
asesinato: el hermano para borrar lo “imborrable” mata al esposo de su hermana,
Pedro Pablo. La hybris se desata,
anula a los personajes, convirtiéndolos en marionetas de lo fortuito: debe matar
a su cuñado para esconder el incesto; nada ni nadie puede impedir ese hecho.
Como lo es también pagar la culpa por tal crimen. El narrador del relato
rubrica ese sentido del absurdo, nos presenta al errabundo hermano condenado, cabalgando:
“arrastra por las sabanas el espanto de un hombre que, como poseído por la
locura, busca una hermana bajo las reverberaciones del sol del mediodía (2010: 165).
Ésta no es, precisamente, la caracterización de los
personajescriollistas; lo es, más bien, de la visión ontológica, que ausculta
al ser en su conflictividad interna. La naturaleza no es el aditamento
ornamental que sirve de escena al personaje. Ella parece ser la fuente que
motiva sus emociones, llevándolo algunas veces por espacios de crueles caídas. En el más estricto apego al espíritu del
absurdo de Camus, gravita en estos personajes ese camino a la nada. El hombre
se visualiza como el más huérfano de los seres, aquel que José Luis Pardo define como alguien “que
puede caer”. Esa caída no deviene sino
de la propia interioridad compleja del hombre campesino que puebla los cuentos
de Julián Padrón.
“Biografía de un niño” cierra este libro de cuentos.
Se trata de una biografía del hermano niño del narrador. Asistimos a la
historia de las sensaciones que fueron produciéndose en el testigo ingenuo.
“Nació con una pelusa floja como la del durazno”: con esa sinestesia, que
desata sensaciones visuales-tactiles, Padrón juega con una estrategia que le es
muy efectiva: la metamorfosis. El niño-oruga es a la vez una fruta que madura y
se apresta a la muerte. No deja de ser irónico el nombre de ese niño: César
Augusto, grandilocuente nombre de quien es contrariamente un “ser para la
muerte”, para el sacrificio: “Todo el cuerpo era transparente bajo el cutis y
parecía una fruta rosada a la que manos hábiles han desollado” (2010: 198).
Resulta altamente sugestivo todo el universo que se
entrevera en la tragedia de este niño que ve morir a un hermano también niño.
Un universo intrahistórico se carga de las especies vivenciales que van dando
la idea de un espacio geográfico rural.
Esta ruralidad no huye de su espacialidad, pero la forma como se narra escenifica el sensualismo que hemos venido
destacando en toda la narrativa padroniana. La culebrilla que mata al niño es verduga
cruel. El sino trágico adquiere esplendor en la batalla de la comadrona por
salvar el niño. Este pasaje es signo de la maestría con que nuestro autor narra
con el propósito de forjar su sensualismo trágico:
Y el lápiz de la
comadrona andaba, andaba sobre el cuerpecito de mi hermano menor, siguiendo la
trayectoria viva de la culebrilla. Pero ahora parecía que la culebrilla, al
sentirse conjurada, se revolvía sobre sí misma rabiosamente y con la cola se
ahorcaba la cabeza y con la cabeza se trozaba la cola.
(…) se alargaba
inconmensurablemente, abrazando el pecho de mi hermano menor y ahorcándole el
corazón. (2010: 222).
El relato no se propone desplegar una
trama empeñada en lo cronológico. Apunta a ofrecer las sensaciones generadas por una
experimentación muy sensible.
La muerte es el hilo
constelador de este libro de Julián Padrón.
Por supuesto no es un tema ajeno a la literatura rural venezolana. Pero sí lo es la contextualidad que presenta.
Asistimos en estos relatos a la cruenta lucha del existir. La naturaleza es el
espacio donde se vive con el peligro de caer, no por el peligro de sus charcas,
ríos o selva,etc. sino porque el hombre,
como diría Heidegger, es un “ser para la muerte”.
Un suicidio, un
asesinato y la muerte de un niño: esos hechos tejen la red de una literatura
sustentada en una tierra, que se explaya más como una espiritualidad que como una excrecencia física. Es así como
Julián Padrón asume la impronta de una tradición narrativa criollista deseosa
de dar cuenta de la identidad de Venezuela. En fin, estamos en presencia de una práctica de lo
criollo desde una visión bastante idiosincrática.
Bibliografía
Padrón, Julián (1957). Panorama
de la novela venezolana. En Obras
completas. México. Aguilar. Pp. 122-131.
___________ (2010). Candelas de verano y otros cuentos.
Maturín: Biblioteca de Temas y Autores Monaguenses.
BarreraLinares. Luis. “Costumbrismo, modernismo y criollismo en el
cuento”. Anales de Literatura Hispanoamericana,
n.’ 27: 141-159.
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