sábado, 4 de junio de 2016

Peregrino interno o la miel amarga

Celso Medina



Gustavo Luis Carrera tuvo como divisa mostrarse agradecido con los dones procurados en el fragor de su existencia, sobre todo la que experimentó en su tierra natal, Cumaná. De esa vida, nacieron sus cuentos y sus tres novelas: Viaje inverso, La muerte discreta y Salomón. En esas creaciones literarias bulle la alegría y la existencia es un fervor gozoso. Con Gustavo Araya y todo el golfo de Cariaco se convirtieron en portentosas arcadias.
Por ello, lamento haber leído la cuarta novela de Gustavo, Peregrino interno, porque el escritor se distrae de esa arcadia para ser el mismo la manteca del sacrificio de la ficción, porque esa obra se cinceló con un drama vívido, que nuestro amigo afrontó más con ética que con  fuerza física. Me hubiese gustado que Gustavo Luis Carrera no hubiera escrito esta extraordinaria novela. Estamos acostumbrados a que toda novela tenga su génesis en la profusa y profunda imaginación de su creador. No es el caso. Esta novela que hemos leído casi con pavor, encarnación de un drama que el propio autor padeció, no solo desvela la fortaleza de Gustavo, sino también el clima de fariseismo que contamina a la institución judicial y carcelaria venezolana, alimentada o amamantada por un poder mediático extremadamente perverso.  Ver al hombre preso, es verlo en su propios límites. Su prisión no es solo física sino también fatalmente existencial.
Veo en esta novela la misma aventura de Sherezada. Contar para no morir, y morir no es aquí un hecho físico, sino existencial. Estar sin libertad, es vivir una vida suspendida, y para no morir no se tiene sino la palabra, la propia y la ajena, aquella de los grandes autores a la que Gustavo invoca para persistir en la vida. No hay tumba para el escritor, porque su reino es sustancialmente el reino de la imaginación.

Peregrino interno es la odisea de un hombre que hasta su entrada a la cárcel había vivido. Ahora tenía que sobrevivir, experimentando una sórdida metamorfosis: doctor, profesor, profe y pure. Pero Gustavo sobrevivió  para vivir. Y como constancia de su entereza nos entrega esta obra, que leemos como quien saborea una miel amarga. 

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