Peregrino
interno o la miel amarga
Celso
Medina
Gustavo Luis Carrera tuvo como divisa
mostrarse agradecido con los dones procurados en el fragor de su existencia,
sobre todo la que experimentó en su tierra natal, Cumaná. De esa vida, nacieron
sus cuentos y sus tres novelas: Viaje
inverso, La muerte discreta y Salomón. En esas creaciones literarias
bulle la alegría y la existencia es un fervor gozoso. Con Gustavo Araya y todo
el golfo de Cariaco se convirtieron en portentosas arcadias.
Por ello, lamento haber leído la cuarta
novela de Gustavo, Peregrino interno,
porque el escritor se distrae de esa arcadia para ser el mismo la manteca del
sacrificio de la ficción, porque esa obra se cinceló con un drama vívido, que
nuestro amigo afrontó más con ética que con
fuerza física. Me hubiese gustado que Gustavo Luis Carrera no hubiera
escrito esta extraordinaria novela. Estamos acostumbrados a que toda novela
tenga su génesis en la profusa y profunda imaginación de su creador. No es el caso.
Esta novela que hemos leído casi con pavor, encarnación de un drama que el
propio autor padeció, no solo desvela la fortaleza de Gustavo, sino también el
clima de fariseismo que contamina a la institución judicial y carcelaria
venezolana, alimentada o amamantada por un poder mediático extremadamente
perverso. Ver al hombre preso, es verlo
en su propios límites. Su prisión no es solo física sino también fatalmente
existencial.
Veo en esta novela la misma aventura de
Sherezada. Contar para no morir, y morir no es aquí un hecho físico, sino
existencial. Estar sin libertad, es vivir una vida suspendida, y para no morir
no se tiene sino la palabra, la propia y la ajena, aquella de los grandes
autores a la que Gustavo invoca para persistir en la vida. No hay tumba para el
escritor, porque su reino es sustancialmente el reino de la imaginación.
Peregrino
interno es la odisea de un hombre que hasta su
entrada a la cárcel había vivido. Ahora tenía que sobrevivir, experimentando
una sórdida metamorfosis: doctor, profesor, profe y pure. Pero Gustavo
sobrevivió para vivir. Y como constancia
de su entereza nos entrega esta obra, que leemos como quien saborea una miel
amarga.
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