La familia va de crónicas
En mayo del año pasado, Kaouru Yonekura estuvo con nosotros en Maturín, desarrollando un taller sobre crónicas. Catorce participantes estuvimos dos semanas gozando del humor y la pericia pedagógica de esta muy joven maestra. Para dar testimonio de lo bien que nos la pasamos en este taller, la familia Medina Guilarte, pone aquí una de las crónicas que redactaron sus integrantes bajo el cobijo de Kaouru . CM
Si Juan Rulfo te hubiese conocido,
Petra Antonia
Amarilis
Guilarte Fermín
Si Juan Rulfo hubiese conocido a Petra Antonia, aún
ella recorrería Comala con zapatos clásicos
de tacón alto, traje y chaqueta. No le habría importado el sol, ni el polvo de
los caminos. Taconearía por todo el pueblo con su prestancia y su cartera. En
una errancia cotidiana, hacía el camino desde El Valle a Porlamar en la Isla de
Margarita. Por ahí viene Petra Antonia. Algunos cerraban la puerta, otros la
dejaban entrar. El pelo recogido en la nuca, el turbante, algún collar y el
ruido de sus tacones. ¿Tienes hambre, Petra?- Hambre, hambre, hambre. No, no,
no. Dame un pan. El pan llegaba a sus manos y lo desmenuzaba con paciencia. Lo
comía con parsimonia mientras rumiaba unas palabras, lentas al principio,
torbellino después.
Los vecinos decían que era hija de un tal General
Bermúdez. Que era de buena familia, que un amor imposible… no hay certezas.
Solo los ojos de un marrón infinito hablaban de su soledad. La mirada perdida era
su mejor defensa ante el mundo. Salía de las casas tan impávida como entraba. El
carriel, como ella lo llamaba, colgando de su antebrazo y el ruido de sus
tacones taladrando los pisos. Algunas veces los muchachos le lanzaban piedras.
Y ella gesticulaba como si espantara un enjambre de abejas. Una vez una fuerte
pedrada en la espalda la hizo detenerse. Pero luego continuó calle abajo
taconeando sin cesar.
-Petra, regañé a los muchachos que te pegaron la
piedra. ¿Te dio duro? ¿Te dolió?
-uhmmhu, duro, duro, duro. ¿Y qué llevas en esa cartera?
-Mi carriel, me lo regalaron. La señora, la señora, la
señora.
-Petra, te estás poniendo más vieja. ¿No tienes novio?
-No, no, no.
Y caminaba hacia la puerta para marcharse.
El sol del mediodía era inclemente, solo hacía sombra
en el abismo de sus ojos. La calle, casi
desierta la envolvía con un vaho caliente. Iba sola, indefensa.
Si
Juan Rulfo te hubiese conocido, Petra Antonia, caminarías infinitamente por
Comala, taconeando y hablando con otros fantasmas como tú. Pero no te conoció y
tú sigues sola. Con la intemperie alojada en el alma, rumiando por siempre un
atropellado monólogo dramático
A mí, que me devuelvan mi plata
Jesús A. Medina G.
Hacía tiempo que no se sentía tanta
ilusión por una pelea. El anuncio del enfrentamiento entre Mayweather y
Pacquiao representaba esa chispa que reavivaría la llama de pasión boxística perdida durante tantos años. Entonces empecé a contar los días para que
llegara el tan ansiado evento. Despegaba las hojas del calendario con la misma
emoción que experimentan los niños en la espera del 24 de diciembre. Con una sonrisa
de oreja a oreja noté que caería sábado, 2 de mayo encima, en medio del puente
del día del trabajador. No había excusa, ese día no podía pasar por debajo de
la mesa.
Y entonces llegó. Después de seis años de espera, tras el
fallido intento por concertar el combate en 2009, por fin se enfrentarían Floyd
MayweatherJr y Manny Pacquiao. Por fin mi generación tendría su “Pelea del
Siglo”.Parecía mentira, finalmente ahí estaba, en pleno 2 de mayo, con la
adrenalina a millón. Hice todas las diligencias temprano. En la calle,
sorprendido, me di cuenta de que la emoción no solo me embargaba a mí sino que
era compartida por las personas más insospechadas. Abuelas, niños, amas de
casa, evangélicos, todos habían sido invadidos por una repentina sed de sangre.
Cuando ya el reloj estaba por dar las
once en la casa estábamos en frente de los televisores, mordiéndonos las uñas,
más impacientes que nunca. Vimos los asientos del MGM Grand,copados por una
bulliciosa marea humana, y al tipo canoso de toda la vida con su “get reeeadyyy
to rrrrrumble”. Con una sonrisita maliciosa escuchamos el dato que nos lanzó el
narrador: en otros lados para ver la pelea hubo que pagar 85.5 dólares (10
dólares más si se optó por la versión en high-definition). Definitivamente el
Dios del Boxeo estaba con nosotros. Aquí, en la capital de los dvds y cds quemaítos
hace tiempo que los gringos desistieron de sacarnos plata con estas cosas.
Pero, por supuesto, ni cortos ni perezosos, nosotros teníamos que aportar algo
a la fiesta y así lo hicimos: unos pasapalitos, un par de cajitas de cerveza, unas botellitas de ron, e incluso una
botellita de whiskey guardada para ocasiones especialísimas.
Suena la campana y casi se nos
atraganta el tequeño. Contenemos el
aliento y esperamos, expectantes el desarrollo de la pelea.Salen los tipos al
ring por fin. La cosa empieza algo lenta. Mayweather tiene una ligera ventaja,
pero hasta ahora no se han dado de verdad verdad. “Se están estudiando”
decimos. Al tercer round Pacquiao consigue al fin conectar un puñetazo con contundencia. Nos emocionamos de verdad
entonces, ahora sí parece que se avecina lo bueno, se huele una pelea
inolvidable, algo que contaremos a nuestros nietos, tal y como nuestros padres
y abuelos nos hablaban de aquella batalla a muerte entre Ali y Foreman. Nada
más lejos de la realidad, a partir de ese momento el combate es un cuadro más
bien gris: Mayweather bailotea con tranquilidad alrededor del ring, Pacquiao
intenta atacar de vez en cuando, sin mucho éxito; cuando se producen estos
ataques del filipino, Mayweather conecta
siempre un par de puñetazos a contragolpe. Así hasta al final. Mayweather gana
por decisión. El final de la pelea es completamente anticlimático, uno no puede
evitar sentir decepción, como si la llamada “Pelea del Siglo” se hubiera ganado
a pellizcos. Perplejos, empezamos a recordar la risita amistosa de Pacquiao en la
ceremonia de pesaje el día anterior. ¿Cómo no lo vimos venir? ¿Qué se puede esperar de un tipo que aparte
de boxear se dedica a grabar canciones de pacotilla y a perder elecciones de
diputado? ¿O del otro con su mala juntilla con Justin Bieber? Al igual que los
fantasmas, los boxeadores amistosos tienen algo que no termina de cuadrar.
Lejos quedaron los tipos serios como Mike Tyson que le decían a sus rivales
cosas como: “ te voy a arrancar el corazón y me voy a comer a tus hijos”. Ese día, estos dos nos vieron la cara de
pendejos.
Al abrir el periódico pocos días
después pude conocer a los pobres Stephane Vanel y Kami Rahbaran, dos pendejos
como nosotros, o peor. Aquel 2 mayo estuvieron sentados entre la multitud allá
en el MGM Grand. Ambos residentes de Nevada decidieron que comprar entradas
para ser testigos, en el mismísimo lugar de los acontecimientos, de una pelea
que quedaría para la historia era un gasto más que justificado. Como nos pasó a
nosotros, a lo largo de la velada su ilusión se fue desvaneciendo poco a poco hasta
ceder paso al desencanto. Esa noche, muy probablemente para ellos aquel ring de
Las Vegas se asemejara a una gigantesca pira en donde ardían trescientos
millones de dólares y lo peor de todo es que puede que reconocieran sus propios
billetes entre las llamas. Para colmo de males a la mañana siguiente,se
descubrió que Pacquiao había peleado con una lesión que había afectado de
manera notable su rendimiento. Al enterarse de la noticia por la tele era de
esperarse que la desilusión se tornara en indignación. Entonces dieron con una
manera de al menos intentar aplacar tal sentimiento: demandar. Vanel y Kami
decidieron convertirse en los paladines de los desengañados por la infausta
pelea, en nombre de “todas las personas que compraron entradas; pagaron la
transmisión pay-perview; o apostaron dinero en el evento” pidieron a Manny
Pacquiao, Top Rank Promotions, y al manager Michael Koncz una compensación de
más de cinco millones de dólares por el presunto ocultamiento de la lesión
antes de la noche combate.
La demanda, es de suponerse, no
prosperará. Pero al menos una voz se eleva contra este asesino de ilusiones que
es el siglo XXI. Uno no puede más que apoyar con gran simpatía la iniciativa de
estos intrépidos caballeros. A pesar de que no pagamos ni medio por ver la
pelea, también sentimos que nos han robado algo. Estamos unidos a Vanel y a
Kami por los mismos hilos de indignación e impotencia.
Rumiando lentamente esta arrechera
difícil de explicar, sigo pasando las páginas del periódico. Luego freno en
seco en las noticias de espectáculos y noto que un frío empieza a subirme por
la espalda: van a filmar Rocky VII.
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