sábado, 28 de mayo de 2016


La familia va de crónicas

En mayo del año pasado, Kaouru Yonekura estuvo con nosotros en Maturín, desarrollando un taller sobre crónicas. Catorce participantes estuvimos dos semanas gozando del humor y la pericia pedagógica de esta muy joven maestra. Para dar testimonio de lo bien que nos la pasamos en este taller, la familia Medina Guilarte, pone aquí una de las crónicas que redactaron sus integrantes bajo el cobijo de Kaouru . CM




Ilustración: Celso Medina

Si Juan Rulfo te hubiese conocido, 

Petra Antonia

Amarilis Guilarte Fermín



Si Juan Rulfo hubiese conocido a Petra Antonia, aún ella recorrería Comala con zapatos clásicos     de tacón alto, traje y chaqueta.  No le habría importado el sol, ni el polvo de los caminos. Taconearía por todo el pueblo con su prestancia y su cartera. En una errancia cotidiana, hacía el camino desde El Valle a Porlamar en la Isla de Margarita. Por ahí viene Petra Antonia. Algunos cerraban la puerta, otros la dejaban entrar. El pelo recogido en la nuca, el turbante, algún collar y el ruido de sus tacones. ¿Tienes hambre, Petra?- Hambre, hambre, hambre. No, no, no. Dame un pan. El pan llegaba a sus manos y lo desmenuzaba con paciencia. Lo comía con parsimonia mientras rumiaba unas palabras, lentas al principio, torbellino después.
Los vecinos decían que era hija de un tal General Bermúdez. Que era de buena familia, que un amor imposible… no hay certezas. Solo los ojos de un marrón infinito hablaban de su soledad. La mirada perdida era su mejor defensa ante el mundo. Salía de las casas tan impávida como entraba. El carriel, como ella lo llamaba, colgando de su antebrazo y el ruido de sus tacones taladrando los pisos. Algunas veces los muchachos le lanzaban piedras. Y ella gesticulaba como si espantara un enjambre de abejas. Una vez una fuerte pedrada en la espalda la hizo detenerse. Pero luego continuó calle abajo taconeando sin cesar.
-Petra, regañé a los muchachos que te pegaron la piedra. ¿Te dio duro? ¿Te dolió?
-uhmmhu, duro, duro, duro. ¿Y qué llevas en esa cartera?
-Mi carriel, me lo regalaron. La señora, la señora, la señora.
-Petra, te estás poniendo más vieja. ¿No tienes novio?
-No, no, no.
Y caminaba hacia la puerta para marcharse.
El sol del mediodía era inclemente, solo hacía sombra en el abismo de sus ojos.  La calle, casi desierta la envolvía con un vaho caliente. Iba sola, indefensa.
Si Juan Rulfo te hubiese conocido, Petra Antonia, caminarías infinitamente por Comala, taconeando y hablando con otros fantasmas como tú. Pero no te conoció y tú sigues sola. Con la intemperie alojada en el alma, rumiando por siempre un atropellado monólogo dramático



A mí, que me devuelvan mi plata

Jesús A. Medina G.

Hacía tiempo que no se sentía tanta ilusión por una pelea. El anuncio del enfrentamiento entre Mayweather y Pacquiao representaba esa chispa que reavivaría la llama de pasión  boxística perdida durante tantos años.  Entonces empecé a contar los días para que llegara el tan ansiado evento. Despegaba las hojas del calendario con la misma emoción que experimentan los niños en la espera del 24 de diciembre. Con una sonrisa de oreja a oreja noté que caería sábado, 2 de mayo encima, en medio del puente del día del trabajador. No había excusa, ese día no podía pasar por debajo de la mesa.
Y entonces llegó.  Después de seis años de espera, tras el fallido intento por concertar el combate en 2009, por fin se enfrentarían Floyd MayweatherJr y Manny Pacquiao. Por fin mi generación tendría su “Pelea del Siglo”.Parecía mentira, finalmente ahí estaba, en pleno 2 de mayo, con la adrenalina a millón. Hice todas las diligencias temprano. En la calle, sorprendido, me di cuenta de que la emoción no solo me embargaba a mí sino que era compartida por las personas más insospechadas. Abuelas, niños, amas de casa, evangélicos, todos habían sido invadidos por una repentina sed de sangre.
Cuando ya el reloj estaba por dar las once en la casa estábamos en frente de los televisores, mordiéndonos las uñas, más impacientes que nunca. Vimos los asientos del MGM Grand,copados por una bulliciosa marea humana, y al tipo canoso de toda la vida con su “get reeeadyyy to rrrrrumble”. Con una sonrisita maliciosa escuchamos el dato que nos lanzó el narrador: en otros lados para ver la pelea hubo que pagar 85.5 dólares (10 dólares más si se optó por la versión en high-definition). Definitivamente el Dios del Boxeo estaba con nosotros. Aquí, en la capital de los dvds y cds quemaítos hace tiempo que los gringos desistieron de sacarnos plata con estas cosas. Pero, por supuesto, ni cortos ni perezosos, nosotros teníamos que aportar algo a la fiesta y así lo hicimos: unos pasapalitos, un par de cajitas de cerveza,  unas botellitas de ron, e incluso una botellita de whiskey guardada para ocasiones especialísimas. 
Suena la campana y casi se nos atraganta el tequeño.  Contenemos el aliento y esperamos, expectantes el desarrollo de la pelea.Salen los tipos al ring por fin. La cosa empieza algo lenta. Mayweather tiene una ligera ventaja, pero hasta ahora no se han dado de verdad verdad. “Se están estudiando” decimos. Al tercer round Pacquiao consigue al fin conectar un puñetazo  con contundencia. Nos emocionamos de verdad entonces, ahora sí parece que se avecina lo bueno, se huele una pelea inolvidable, algo que contaremos a nuestros nietos, tal y como nuestros padres y abuelos nos hablaban de aquella batalla a muerte entre Ali y Foreman. Nada más lejos de la realidad, a partir de ese momento el combate es un cuadro más bien gris: Mayweather bailotea con tranquilidad alrededor del ring, Pacquiao intenta atacar de vez en cuando, sin mucho éxito; cuando se producen estos ataques del filipino, Mayweather  conecta siempre un par de puñetazos a contragolpe. Así hasta al final. Mayweather gana por decisión. El final de la pelea es completamente anticlimático, uno no puede evitar sentir decepción, como si la llamada “Pelea del Siglo” se hubiera ganado a pellizcos. Perplejos, empezamos a recordar la risita amistosa de Pacquiao en la ceremonia de pesaje el día anterior. ¿Cómo no lo vimos venir?  ¿Qué se puede esperar de un tipo que aparte de boxear se dedica a grabar canciones de pacotilla y a perder elecciones de diputado? ¿O del otro con su mala juntilla con Justin Bieber? Al igual que los fantasmas, los boxeadores amistosos tienen algo que no termina de cuadrar. Lejos quedaron los tipos serios como Mike Tyson que le decían a sus rivales cosas como: “ te voy a arrancar el corazón y me voy a comer a tus hijos”.   Ese día, estos dos nos vieron la cara de pendejos.
Al abrir el periódico pocos días después pude conocer a los pobres Stephane Vanel y Kami Rahbaran, dos pendejos como nosotros, o peor. Aquel 2 mayo estuvieron sentados entre la multitud allá en el MGM Grand. Ambos residentes de Nevada decidieron que comprar entradas para ser testigos, en el mismísimo lugar de los acontecimientos, de una pelea que quedaría para la historia era un gasto más que justificado. Como nos pasó a nosotros, a lo largo de la velada su ilusión se fue desvaneciendo poco a poco hasta ceder paso al desencanto. Esa noche, muy probablemente para ellos aquel ring de Las Vegas se asemejara a una gigantesca pira en donde ardían trescientos millones de dólares y lo peor de todo es que puede que reconocieran sus propios billetes entre las llamas. Para colmo de males a la mañana siguiente,se descubrió que Pacquiao había peleado con una lesión que había afectado de manera notable su rendimiento. Al enterarse de la noticia por la tele era de esperarse que la desilusión se tornara en indignación. Entonces dieron con una manera de al menos intentar aplacar tal sentimiento: demandar. Vanel y Kami decidieron convertirse en los paladines de los desengañados por la infausta pelea, en nombre de “todas las personas que compraron entradas; pagaron la transmisión pay-perview; o apostaron dinero en el evento” pidieron a Manny Pacquiao, Top Rank Promotions, y al manager Michael Koncz una compensación de más de cinco millones de dólares por el presunto ocultamiento de la lesión antes de la noche combate.
La demanda, es de suponerse, no prosperará. Pero al menos una voz se eleva contra este asesino de ilusiones que es el siglo XXI. Uno no puede más que apoyar con gran simpatía la iniciativa de estos intrépidos caballeros. A pesar de que no pagamos ni medio por ver la pelea, también sentimos que nos han robado algo. Estamos unidos a Vanel y a Kami por los mismos hilos de indignación e impotencia. 
Rumiando lentamente esta arrechera difícil de explicar, sigo pasando las páginas del periódico. Luego freno en seco en las noticias de espectáculos y noto que un frío empieza a subirme por la espalda: van a filmar Rocky VII.





Medio feliz

Celso Medina

¿Puede ser uno medio feliz? Y sobre todo, ¿vivir medio día feliz y otro infeliz, por la misma causa? Pues, sí. Me sucedió a mí, en mis tiempos de lejanísima infancia. Vivía la fiebre de la radionovela Los Tres Villalobos, que pasaban todos los medio días por Radio Rumbos. Apenas llegaba de mi clase mañanera, me quitaba mis alpargatas, y con la comida en las piernas me plantaba al frente de la radio a oír la aventuras de Miguelón, Machito y Rodolfo, héroes que no comían cuentos para acabar contra malos malísimos, que azotaban a los pobres de un pueblo imaginario. Y un día nos enteramos de que el cinecito de Caiguire traía la versión de esa radionovela. Y de inmediato me entusiasmé. Iba a verle los rostros a Miguelón, Machito y Rodolfo. Me guardé mi medio para pagar las entradas y no sé quién me prestó el banquito para sentarme a ver a mis ídolos. Llegó el ansiado día, me levanté temprano. Hice las tareas con mucho entusiasmo. Al mediodía, era feliz: oía a Rodolfo, lo sentía cabalgar en su caballo adivinaba cómo lo vería esa noche,  con mis ojos. Llegó la hora. Con mi banquito al hombro, y tocando mi mediecito en el bolsillo, me planté frente al cine. Cerré los ojos, era feliz. Y una voz dijo: "Coño, se dañó el proyector". No hay película, y repararlo cuesta un bolón. Y esa es la historia de media felicidad, lo más parecido a un coito interruptus.

















               
                

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