sábado, 28 de mayo de 2016

La anti pedagogía parece devenida de
un conjunto de lugares comunes no cuestionables 

Ilustración: Celso Medina

Philippe Mierieu



Se podría considerar, desde hace unos años, el fenómeno como puramente francés. Hannah Arendt había descrito en los Estados Unidos, desde 1954, “la crisis de la educación” (en La crisis de la cultura) y denunciaba la pedagogía libertaria que confundía al alumno con un ciudadano, dejando que se desarrollara la tiranía entre pares y, bajo el pretexto de “respetar al niño”, le negaba “presentarle el mundo”. Trilladas y plagiadassin cesar, estas pocas páginas han servido de manifiesto a la anti pedagogía, sin nunca hacer una verdadera puesta en perspectiva de la pedagogía ni desarrollar sobre ella un trabajo crítico profundo (Cfr. El capítulo 6 Pedagogía: el deber de resistir). Y luego Allan Bloom y El Alma desarmada- El declinamiento de la cultura general, aparecido en Francia en 1987 (Julliard): un texto altamente interesante pero ampliamente desconectado de toda estudio sólido de la realidad escolar y de los trabajos pedagógicos.
Sin embargo, Francia parecía tener el monopolio de la denuncia de la pedagogía, con una puja inocua en la violencia de los ataques, ampliamente reportado, desde 2002, por ministros como Luc Ferry o Gilles de Robien. Pero, desde hace algunos meses, otros países se nos han unido: el último año, el movimiento ha provocado, en el canto de Ginebra, una “votación” contra las reformas pedagógicas y ha originado la supresión de los ciclos y la reintroducción de las notas.
Hoy, el Québec toma la misma vía: la nueva Ministra de Educación, Michelle Courchesne, después de haber impuesto una revisión del boletín escolar evacuando ampliamente “el modelo por competencia” y reintroduciendo medios y clasificaciones, desencadenó una polémica importante por sus propósitos en una emisión de televisión de amplia audiencia. En una carta abierta a la ministra, un importante sindicato de educadores (el ( SPPMEM) resume así lo que ha pasado: “Usted ha demostrado vuestra ignorancia del mundo de la educación y, particularmente, de la reforma escolar, dando a entender. Notablemente, que ella consiste en servir a niño-rey, en eliminar el esfuerzo, el rigor, que el modelo por competencia evacua toda adquisición de conocimientos, que los estudiantes no reciben enseñanza magistral, etc. (…Usted manifiesta el deseo de volver al viejo sistema, un sistema caduco que no permite ni la accesibilidad, ni el éxito de todos”.
Hay que tomar nota de la evolución: la anti pedagogía, aunque constituye una tradición francesa (Henri Marion, Premio Nobel, a quien Jules Ferry y Ferdinand Buison confió la primera cátedra de “Ciencias de la Educación” en la Sorbona, pagando el precio), ya no es un fenómeno hexagonal. Toca a Ginebra- la patria de Ferrière, fundador de la Liga Internacional de la Educación Nueva, y de Piaget, considerado como el gran teórico cel “constructivismo”-, pero también el Québec que muchas veces pensó en ser un país de vanguardia en la investigación pedagógica, poniendo en práctica reformas sobre la base de un amplio consenso universitario, social y político. Eso nos obliga a repensar la situación. La anti pedagogía parece devenir en un conjunto de lugares comunes no cuestionables y los pedagogos son considerados como dinosaruios en vías de extinsión: perversas bestias que tomado posesión del sistema y estarían irremediablemene condenados a desaparecer, afortunadamene víctimas de un cambio climático irreversible. Habría, evidentemente, que matizar un poco el propósito… Por una parte, los pedagogos están habituados a la marginalidad y son, con mucha frecuencia, considerados como peligrosos agitadores por todo tipo de  bien pensantes.  De Sébastien Faure à Célestin Freinet, de Fernand Deligny a Paulo Freire, los “pedagogos históricos”, han tenido problemas con las autoridades y los cuerpos constituidos: tomar partido por los más frágiles, afirmar la educabilidad de todo, inventar nuevos métodos para facilitar el acceso a los saberes le desagrada a los partidarios del “desorden establecido, según la expresión de Emmanuel Mounier.
Por otra parte, como lo destaca Daniel Hameline, los pedagogos tienen “el espíritu complicado” y no sasben casi defenderse en el debate público: ellos están de lado de Rousseau y de sus justificación interminable cuando la opinión espera y aplaude las palabras del espíritu de Voltaire. Por otro lado, el pedagogo se resiste sistemáticamente a redycur sus ambiciones a perfomancias contables: error mayor en el momento en que ¡“el gobierno por la evaluación” es todopoderoso! Él afirma regularmente la importancia de los valores que defiende y considera. Por ejemplo, señala que aunque se mejorara la capacidad en la lectura o en las matemáticas poniendo a los alumnos bajo electrodos o hipnosis, eso no autorizaría a hacer cualquier cosa. En síntesis, el pedagogo no tiene nada de “intelectural desinhibido” y gestiona, gracias a sus escrúpulos permanente, para granjearse enemigos políticos e ideologicos en todos los órdenes.
Habría que decir, un poco tentado por el vértigo del “buen sufrimiento”, como decía Vladimir Jankélévitch : “¡Qué bueno es estar solo, rechazado e infeliz cuando estamos seguros de tener razón!” Podemos gozar de esta postura o,incluso, encerrarnos en la teorización pretenciosa de sus propios fracasos: “Si no tenemos éxitos, es que no era posible! ¡Hemos llegado demasiado pronto y estamos condenados por un mundo que  no nos quiere!”… Pero es un poco cómodo no hacer nada, me parece, y continuar evadido en ese pesimismo sentimental o epistemológico en los relentes narcisistas preocupantes. En cambio, habría, me parece, que intentar comprender lo que pasa y sacar conclusiones sin negarnos a lo que está sucediendo.
Neil Postman (Enseñar, es resistir, Le Centurion, 1981) propuso una teoría de la institución escolar que podr´´ian aclararse bien: afirma que la escuela tiene un rol termoestático; ella debe, de alguna manera, tomar el contra pie de la temperatura ambiente. En esta perspectiva, se puede comprender que una sociedad que tiene sistemas de normalización muy poderosos (ideológicos, religiosos, instituicionales, familiares…) ha podido promover prácticas pedagógicas “liberales” o “emancipatorias”. En cambio, cuando los sistemas normativos exteriores se desfondan, parece necesario que la escuela invista un rol poderosamente normativo que se convierta en un bastión contra todo el crecimiento de las desviaciones. Si seguimos esta hipótesis, es perfectamente comprensible que los intelectuales del comienzo del siglo 20 hayan sostenido masivamente las “experiencias pedaógicas” de entonces (llegando a apoyar pedagogías tan discutibles como la de de Summerhill), en tanto que los intelectuales del siglo XXI defienden un retorno a la autoridad. De igual modo para la opinión pública: los padres,en dificultad con la educación de sus hijos, inquietos por los desbordamientos de estos últimos, ansiosos frente al futuro que le es reservado, solicitan a la escuela asegurar un rol de “contención” que nadie asume en nuestra sociedad.
Por lo tanto, creo que razonando así, nos hacemos una falsa ruta. Primero, porque ignoramos el reto esencial que constituye la formación del ciudadano en nuestras democracias: no se puede preparar los hombres y las mujeres en la deliberación colectiva, en la elaboración del bien común, en el compromiso en los proyectos solidarios con una educación fundada en la contención autoritaria. Nadie podría pasar del estatuto de sujeto pasivo al estatuto de ciudadano o acceder a la mayoría civil por obra de una vara mágica el día de su salida de la escuela. La libertad se forma en la temporalidad, por la exploración progresiva de los posibles en el seno de marcos definidos por los educadores.

Pero, por otra parte y corolariaemente, hacemos falsa ruta porque ignoramos la realidad de los sistemas político mediáticos que están en vía hacerse un lugar bajo nuestros ojos. En el seno del “capitalismo pulsional”. Según la expresión de Bernard Stiegler, se desarrolla “el ciclo infernal del liberaismo y del autoritarismo, hoy resueltamente solidarios”. La maquinaria publicitaria enfrenta todas las desviaciones tanto como la normalización política los reprimas… Libertad para los mercaeres de lo excitantes, represión para los excitados. Pero  también, en el dominio política: libertad entre los establecimientos y autoridad en el seno de los establecimientos… libertad de escoger los padres del establecimiento y sanción contra los padres “renunciantes”. Y, quizás incluso, más astutamente: libertad para los profesores y autoridad para los alumnos.
En estas condiciones, no es cuestión de rechazar la pedagogía de la compra pues ella es, precisamente, la que trabaja en la cuestión del tema y de su emergencia en educación. La pedagogía refleja la manera como el ejercicio de la autoridad puede contribuir a “autorizar” el nacimiento de la libertad. Toda su historia, todos los dispositivos que propone no tiene otra meta. Contra “la pulsión” que reduce el individuo a pareja estimulo/respuesta, contra el triunfo del “consumidor”, en todos los dominios, y la organización del capricho mundializado… ella promete “el deseo” que se pone en juego en la temporaldiad, el placer de la inteligencia que comprende el mundo, la organización del colecivo en busca del bien común.
Pero, la pedagogía tiene necesidad de renovarse. Debe abandonar algunos hábitos dogmáticos: no se pueden rechazar lo que digan los anti pedagogos porque lo digan ellos. Nuestros adversarios pueden tener razón sobre tal o tal punto (la baja de la ortografía o las dificultades de atención de los alumnos, por ejemplo), ellos continúan siendo nuestros adversarios en tanto que estemos claros en la cuestión de los valores que nos distinguen… La pedagogía debe también afirmarse claramente del lado de la cultura: ella lo ya extenso, podría hacerlo más.
Tomando sistemáticamente sus distancias con todas las referencias behavioristas que pululan hoy y que reducen los aprendizajes a “comportamientos sin contenido”. Mostrando de qué moco la cultura debe irrigar las prácticas a fin de que los saberes enseñados tomen sentido en la historia de los hombres y no sean reducido a “utilidades escolares” en lo que Paulo Freire nombraba una “pedagogía bancaria”… La pedagogía debe, en fin, reinscribirse claramente en un compromiso democrático. Porque, no lo dude, es la democracia la que está en cuestión hoy a través de la crítica de la pedagogía. La democracia que Claude Lefort define así: “La democracia es una forma de sociedad en la cual los hombres reconocen que no hay garantía definitiva del orden social… en la cual los hombres consentirán en vivir en la prueba de la incertidumbre, (…) En estas condiciones, el lugar del poder es reconocido como un lugar vacio (…) Allí donde se indica un lugar vacío, no hay concensación entre el poder, la ley y el saber, ni la seguridad posible de sus fundamentos. El ejercicio del poder es materia de un debate interminable… Las aventuras totalitarias nos han enseñado cual atractivo  ejerce la dominación, de lo alto a lo bajo de la burocracia… En el presente, es la expansión del mercado, supuestamente auto regulador en la escala del planeta, que porta un reto al poder democrático” (Le temps présent, Belin, 2007).
Y. puesto que comencé evocando el caso del Québec y de Suiza, quisiera conclir resituando nuestro debate educativo en un contexto aun más extenso: vengo de pasar diez días en América Latina, en Argentina y en Brasil.      Inútil decir que nuestras querellas parecen aquí desnudas de toda significación. Por lo tanto, mucho más que nosotros quizás, la sociedad se inquieta de la suerte de su juventud, echada al encanto de una cultura mediática completamente americanista, profundamente repartida entre las clases sociales cuyas diferencias de riquezas son inocuas, manipuladas frecuentemente por los caudillos para los cuales ninguna otra ley existe que la violencia, fascinada además por las sectas cuya influencia es considerable.
Pero los educadores han conocido aquí los efectos desbastadores de la dictadura, ellos saben que la democracia es infinitamente frágil, que ella es sin cesar en reconstrucción y que no se puede lograr sin una educación emancipadora. La pedagogía, para ellos, es una necesidad. Una inmensa cantera donde cada quien pueda aportar su piedra. Una cuestión política de primera importancia…Ellos miden las dificultades que han sabido sobrellevar, pero ellos no imaginan poder y ayuda sin una verdadera movilización educativa. No tienen miedo de su juventud. Piensan que lo podemos acompañar en el camino de la verdadera libertad. Tienen razón. Y, nosotros, viejos países fatigados, haremos bien en estar en esta zona al menos, para inspirarnos en ellos.

Philippe Meirieu, « Pédagogie et anti-pédagogie : comprendre et résister », Journal du droit des
jeunes 2008/3 (N° 273), p. 10-12.

Traducción del francés: Celso Medina

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