sábado, 8 de septiembre de 2018

Prólogo a un libro por venir

Luis Peñalver Bermúdez




  • El año 2012 entregamos a una editorial nuestro libro Historia y literatura; una enemistad fraterna. El país se enredó, las editoriales entraron en crisis. Y el libro no salió. El amigo Luis Peñalver generosamente escribió el prólogo. Por sugerencia de él, lo insertamos aquí. Tenemos proyectado una publicación en una Editorial Digital en los próximos días. Ya daremos más información al respecto. Reitero al amigo Luis mi agradecimiento por sus afectos y generosidad. 




El 14 de noviembre de 2003, por invitación de Celso Medina, leímos y comentamos una conferencia titulada: Otras formas del discurso histórico. Esto sucedió en el seminario La historia y sus discursos, ofrecido por la Maestría en Educación, mención Enseñanza de la Geohistoria, de la Universidad Pedagógica Experimental Libertador – Instituto Pedagógico de Maturín. Y ya eso era extraño: un profesional de la literatura, como Celso, con responsabilidades académicas en un postgrado de enseñanza de la geohistoria, ciencia nueva concebida desde la integración de la geografía y la historia. La geohistoria en Venezuela se ha venido constituyendo  desde los arrebatos disciplinares desde la historia, la geografía y la geografía histórica. Diferencias aparte, especialistas en el área como Beatriz Ceballos[1], Ramón Santaella[2] y Tomás Straka[3], entre otros, desde distintas vertientes, han dado cuenta de del recorrido de la geohistoria nacional.
               En aquel momento, esa invitación de Celso  constituyó para mí un acto de iniciación reflexiva en torno al tema de las concepciones sobre construcción de los discursos en la historia y en la literatura. Mi formación de pregrado en ciencias sociales, con mención en historia, culminada a finales de los setenta, me había anclado en cánones teórico-metodológicos que en su mayoría fueron creados en el siglo XIX,  y la literatura, por alguna vía relacionada con la historia, no era opción. Era, por decir lo menos, impensable. Ya circulaban, al menos en los Pedagógicos de Caracas y Maturín, las propuestas de enseñanza de la historia de Venezuela, con apoyo de importantes obras de la literatura nacional, poniendo en un solo caldero el tema de la objetividad de la historia escrita, fundamentalmente con fuentes escritas de carácter oficial, y el texto literario escrito, precisamente, no para dar explicaciones históricas. En los escenarios donde estas propuestas didáctica-pedagógicas fueron presentadas, las tesis y los argumentos expuestos a favor de esta “tendencia”, no llegaron a cautivar notablemente. Sin embrago, los reintentos y las exploraciones  pedagógicas en este ámbito “histórico-literario”, no ha cesado, afortunadamente.
               Una versión precisamente no desde ángulos pedagógicos de este asunto, con énfasis en las construcciones discursivas para representar realidades, es la que ahora dispone Celso; esgrimiendo de una vez, “que el conflicto entre ellas no es que una es real y otra es irreal, porque más que producir realismo, su función es construir verdades”, fundadas en y desde una estrategia crucial: la ficción. Y saldrá el escándalo categorial para acercarse a temas escabrosos como realidad, irrealidad, verdad y ficción. Como provocador de oficio, en el texto que viene, Celso no solo incita un debate reflexivo sobre estos temas “categoriales”, que también pudieran ser temas filosófico-ontológicos y epistemológicos, sino desde el ángulo de enemistad fraterna entre historia y literatura.
               No hay en el texto de Celso, al menos eso creo, lecciones para amantes de la historia o amantes de la literatura, ni frecuencias de amor-odio u odio-amor, en el ámbito de uno u otro campo del saber. Lo fundamental, como sinuosidad discursiva sin extravíos, es, en síntesis, el tema de la ficción. Pero este debate, como continuum, no puede quedar atrapado en las autarquías discursivas de la historia y de la literatura. El llamado de atención de nuestro prologado, apunta hacia otros territorios como los espacios fronterizos, especie de terra incógnita, donde pueden hallarse, que ironía, cosas que no se buscan. Al mejor estilo foucaultiano, tendremos que armar nuestra propia y particular caja de herramientas y salir ligero de equipaje para esta aventura discursiva. Nada de pañuelos al vuelo, ni lágrimas de última hora. Ud. podrá volver a la historia y a la literatura cuantas veces guste, pero hay que arriesgarse a tomar el camino. Ud. verá la senda que más le convenga.
               Este  calentamiento intelectual de larga data, tiene destacados aportes como el de Aristóteles, donde en lo histórico habitan narraciones reales y en lo ficcional se despliegan acontecimientos imaginarios; Hayden White y Michel Certeau, para quienes narración ficcional y narración histórica acuden a los mismos recursos y Noel Jitrik, quien destaca que tanto en la novela histórica, como en muchos de los géneros literarios,  se acude a la ficción de la historia. Entonces, respetables lectores, el tema se puso realmente interesante.
               Celso, ahora con este texto que titula: Historia y literatura: una enemistad fraterna, sigue fiel a sus principios y, desde antes de aquella fecha que él indica, no hace otra cosa que regalarnos la oportunidad para unas profundas y hermosas reflexiones, como si se trataran de derroches discursivos   para amantes de la historia y amantes de la literatura o de las dos, sin las preocupaciones ridículamente moralistas de la infidelidad. El asunto, entonces, de la enemistad fraterna, que también es paradójica, nos dejará, en acuerdo con Celso, en un espacio realmente cautivador para exploraciones de la palabra de la historia y la palabra de la literatura: el territorio fronterizo, ámbito de lo posible, no necesariamente histórico ni necesariamente literario. Y conste que no me refiero a relaciones convergentes ni interrelacionantes. Eso también tendrá que ser escenario de exploración. ¿Una historia concebida literariamente? ¿Una literatura concebida históricamente? Por supuesto: en el entendido que esto no tenga una réplica de sabor historiográfico.
               El archiconocido Roland Barthes, coloca este tema en la siguiente dimensión, con un tono interrogante de carácter explosivo: “La narración de los acontecimientos del pasado, que en nuestra cultura, desde los griegos en adelante, ha estado sujeta a la sanción de la ciencia histórica ligada al estándar subyacente de lo real, y justificada por los principios de la exposición racional, ¿difiere en realidad con alguna característica indudablemente distintiva, de la narración imaginaria, como la que encontramos en la épica, la novela y el drama?”[4] Y más adelante expone: “tanto el discurso histórico como el de ficción constituyen formas de conocimiento, distintas solo en la medida en que parten de distintos órdenes del ser (acontecimientos reales e imaginarios), pero idénticas en virtud de su significado profundo y configuración: tanto una como otra hablan, a su modo, de las aporías de la temporalidad de la enigmática experiencia humana del tiempo; y lo hacen por medio de la configuración de una trama”[5]
               Otra creación como la de Rolando Bernal, expresa: “El fantasma de la historia ha estado rondando siempre el quehacer literario, pero también el impulso literario ha rondado, desde su origen, el trabajo del historiador”[6]
               Con salidas más atrevidas, si ello pudiera decirse, aparece, por ejemplo, Fernando del Paso, en su novela Noticias del imperio[7]quien en un intento  de conjugar historia y literatura, se arriesga con una inventiva inusual: en los capítulos pares expone el discurso histórico, fundamentado con datos extraídos de repositorios de Europa y de México“y los capítulos impares los dedica al discurso literario. Vaya salida!!!
               Nuestro prologado Celso Medina, en referencia a la novela La Carujada, de Denzil Romero[8], nos recuerda que “se alimenta de una sólida referencia histórica. Tematiza uno de los acontecimientos más polémicos de nuestra historia. E instala una galería de personajes, cuya textura se urde de la densa bibliografía historicista del país y de América Latina. De modo que no hay sorpresas anecdóticas. Todo itinerario vivencial se sabe de antemano”[9].
               Por la vía de la  herramienta ucrónica  de lo que sucedió a Cristóbal Colón, cuando el escorbuto, la desesperación y el motín de sus marinos se dieron cita para empujar, por las bordas de las tres carabelas, el sueño capitalista de llegar hasta Las Indias, Carlos Fuentes[10] da un claro ejemplo del discurso narrado en otras claves. Cristóbal Colón, en su primer acto de ver el Nuevo Mundo, llega a afirmar que “Aquí, solo las bandas de papagayos oscurecen el cielo”; pero también acude a la reflexión por la vía del monólogo in pectore, cuando, por ejemplo, indica que “quería llegar al Paraíso y en el Edén no hay más riqueza que la desnudez y la inconsciencia” o a la imaginación desbordada desde el recuerdo de la redondez de los senos maternos, que culmina con “sus teorías sobre la circunferencia tetona del planeta”. Los capataces de la historia escandalosamente autodenominada “científica”, atrincherados en el archivo, aislados en las academias, en la objetividad, en los circuitos de legitimación / deslegitimación, en el orden del discurso, solo dirían: eso no es historia.
               A propósito del análisis de Las dos Américas, Rodrigo Pardo Fernández nos expresa lo siguiente: “Las diferencias entre el discurso literario y el historiográfico, consideramos, se basan fundamentalmente en las posibilidades de extrapolación del primero, que a partir de una idea equis, o de un hecho “histórico” concreto pueda elucubrar extraordinariamente, enriquecer de manera significativa nuestra percepción del mundo superando con creces las limitadas, en comparación, posibilidades imaginativas de la historia”. Y más adelante: “No deseamos la condena o la alabanza de los conquistadores, antiguos o modernos, sino la reflexión sobre lo que somos ahora como seres humanos, como sociedad”[11] Y esto es un dato en extremo destacado, con mucho calibre de sentido y enunciación: lo que somos como seres humanos ¿importará mucho que sea desde la historia o desde la literatura?
               Solo que Celso nos lleva a otras reflexiones, ya dijimos: como tentaciones discursivas, a lo largo de trece atractivos textos, que no buscan dar cuenta de “algo”, como si de un tema teórico se tratara. El “algo” de Celso es un conjunto: teórico, histórico, literario, filosófico, epistemológico, ético, sociológico y, por supuesto, político, no solo “en el fracaso o la anti épica en dos novelas venezolanas contemporáneas”, como texto de cierre, sino a lo largo de todo su escrito. Pensaba aquí disponer unas claves para tan particular aspecto, pero no. Mejor lea el libro completo y luego podemos conversar. Por supuesto: Más con Celso que con el suscrito.
                
               Luis Peñalver Bermúdez



[1] Origen y estructuración de una disciplina: la geohistoria. Revista Tierra Firme, Nº 24, 1989.
[2] Pensamiento geohistórico de Ramón Adolfo Tovar López. Geoenseñanza, Nº 1, 2005.
[3] Geohistoria y microhistoria en Venezuela… Tzintzun, Revista de Estudios Históricos, Nº 42, 2005.
[4] Roland Barthes, en  Rodrigo Díaz Maldonado. (2001). “El discurso histórico”. Fractal Nº 23, octubre – diciembre, 2001, año VI, volumen VI. México. Disponible en: http://www.fractal.com.mx/F23diaz.html
[5] ídem, p. 3
[6] Rolando Bernal Acevedo. (febrero 2002). “Entre la ficción y la realidad: notas sobre la novela histórica”. Conciencia Nº 8, año 2. México, p. 1
[7] Fernando del Paso. (1987). Noticias del imperio. México: Editorial Diana.
[8] Denzil Romero. (1990). La carujada. Madrid: Planeta.
[9] Celso Medina. (s/f). “La carajada o la historia holográfica”. Invencionero Nº 6. Disponible en:
[10] Carlos Fuentes. (1993). Las dos Américas. México: Alfaguara, pp. 230, 237.
[11] Rodrigo Pardo Fernández. (2001). “La travesía del discurso en las dos Américas de Carlos Fuentes”. Literate Word. Disponible:
http://www.literateworld.com/spanish/2002/especialdelmes/apr/w02/LasDosAmericas.htmlp. 4)

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Historia y literatura, historia y ficcion, dos campos separados por el bisturi de la postura cientificista de la objetividad y la disciplinariedad, que en este libro se sugiere volver a unificar, andar las virtudes tanto de una parte del cuerpo como de otra que al final hacen andar al hombre. ¿Cuánto de ficcion hay en la novela del historiador cientifico, y cuánto de historia -asida en la realidad de las verdades que nunca se alcanzaran- en la ficcion que supera con creces los artilugios de la imaginacion y la fantasia? De por si el mismo discurso los emparenta, el pasado y la cotidianidad, pues, son aguas de un mismo rio: la vida y el transcurso de los humanos. Es interesante reflexionar -y enseñar a obtener esas reflexiones- cuánto nos queda de una y cuánto de otra, cómo armonizar lo desunido sin que se convierta en un caos. Ojalá pronto se edite el libro de Celso para adentrarme en sus inquietudes, y para releer el prologo del buen presentador Luis Peñalver

Nilza Centeno dijo...

Bueno pues, me apunto en la cola a la espera de esta extraordinaria obra que nos presentas, querido Celso. No tengo dudas que será todo un banquete, a juzgar por el prólogo,un excelente abreboca escrito nada más y nada menos que por ese gran maestro: Luis Peñalver Bermúdez.

Nilza Centeno dijo...

Bueno pues, me apunto en la cola a la espera de esta extraordinaria obra que nos presentas, querido Celso. No tengo dudas que será todo un banquete, a juzgar por el prólogo,un excelente abreboca escrito nada más y nada menos que por ese gran maestro: Luis Peñalver Bermúdez.

Luis Emeterio Gonzalez dijo...

En realidad toda historia narrada es literatura y si, además de describir sucesos, lugares y personajes, junta la ficción creadora de quien relata, el resultado será un exquisito manjar literario.
Así que tendré que leer ese análisis del fraterno Celso, para ver donde consigo esa fraterna enemistad.