sábado, 21 de julio de 2018


Simón Sáez Mérida, poeta

Celso Medina






Simón Sáez Mérida se debatió entre la historia política y la poesía. Para él la política y la historia se hilvanan con grandes columnas, que tejen la vida de los grandes manejadores del poder. Su acción tiene como escenario la ideología. En cambio, la poesía la consideraba un oficio minimalista, que registra el asombro ante fragmentos de la realidad que sintetizan un sueño de absoluto. La política es profesión que se ejerce en el circo público; la poesía es una mística que se forja en la soledad.
El poeta es un ser que se aísla para mirar el inmenso mundo que pasa desapercibido por el común de los ojos.  Estar atento es su oficio. El universo está hecho de instantes, que se pierden en el tremedal de la rutina. El poeta existe para dar fe de la plenitud que se nos escapa, porque vivimos infectados de racionalidad.

El poeta Charles Baudelaire dijo una vez que la naturaleza es un bosque simbólico, y la poesía es el visitante por excelencia de ese bosque. De él el poeta regresa para que se reinstale en el equilibrio que hemos perdido con la naturaleza.
Leyendo el libro La piedra, nada más (2005),  editado por la Editorial La Espada Rota, refuerzo esa admiración por este amigo. Habíamos leído y comentado algunos libros y poemas suyos publicados en diversos medios impresos. En uno de los comentarios críticos llamamos la atención de cómo un pensador marxista escribe una poesía prácticamente religiosa, amparándose en una estética hermosamente cimentada en una metafísica muy sui generis.
En este libro Sáez Mérida corrobora esa prédica baudelairiana. Hay en él una religión de lo natural, pudiéramos sostener que una especie de teísmo. El título es una clave que nos ayuda a navegar por ese bosque simbólico: la palabra piedra no puede ser más significativa para franquear esa metafísica de Simón. Piedra remite al fundamento, a los cimientos, y también a la simplicidad.
Nos seduce de este poemario, en primer lugar su sentido de totalidad. No es sólo un libro que compila unos poemas, sino un libro que respira un cosmos, al que enaltece y por el que padece. Y en segundo lugar, es clave la austeridad de un lenguaje que no se deja tentar por los rebusques discursivos. La palabra quiere comulgar con el bosque simbólico de la naturaleza poniéndole el nombre más simple a las cosas. Trabaja esencialmente con imágenes, pero una gran metáfora sirve de hilo  conductor al poemario: la metáfora del bosque memorioso, donde el hombre va reencontrarse con el alma perdida. El poema I se inicia de esta manera:
Algún día
la muerte ya no tendrá más pan
en la memoria
y será apenas
la flor azul de las alegorías

El poeta parece compartir la tesis de que el hombre es tal porque tiene memoria; una memoria que vence a la muerte. Este paso es claro en la vida pública de Simón Sáez, pero se refuerza en su poesía, en la que no sólo transita un ecologista sino también un ser sensibilísimo, capaz extraer importante lecciones de su mirada. El poema III dice:
Otra vez
la montaña cabalga
sobre los alambres del telégrafo
y los pájaros tristes
no tienen piedra donde morir

 Es interesante cómo el poeta tensiona su simbología, contrastando la piedra, signo de dureza y perseverancia, con la fragilidad. La montaña, también símbolo de persistencia, se torna espacio quebradizo ante una modernización (alambres del telégrafo). Y la ciudad, aposento donde la naturaleza es negada, enmudece. De allí que diga:
La ciudad
no tiene nada que decir,
sus motores mueren
sin lluvia que tomar
sin vientos
la ciudad
mató sus gallos
al amanecer
La ciudad
es de tierra cocida

No sabemos qué vivencias alimentan estos poemas; si su bucólico San Diego, donde vivió sus últimos días o su Aragua de Maturín, su patria infantil, de la que no sólo escribió historia sino también fue capaz de poetizar.
Hemos asomado cierto minimalismo en la poesía de Simón Sáez Mérida. Bueno es que aclaremos el término. Entendemos como tal un ejercicio estético que extrema la simplicidad para celebrar el instante más desapercibido. El poeta no hace sino pintar con palabras lo que extasía su mirada. Leamos íntegro el poema XIII:
La carreta
Se puebla de bambúes
Y los balcones
Ya no están en el viento.
La tía volvió a su traje negro
Y al gato de cartón,
Antonia, la bella de la esquina,
Disfruta los samanes
Y sus golondrinas.
Sobre la calle,
El tiempo muere sin aullidos.

Esta estampa revela a un poeta casado con la historia no histórica, sino más bien intrahistórica, ésa que escucha el devenir en la gente  que no se obsesiona con la heroicidad. Su escenario tiene el aliento sabio de la cotidianidad que se historiza en las almas de los hombres que recuerda.  
Esa tensión entre lo que persevera y lo que trasciende, atraviesa todo este poemario. La patria tierra (quizás en el sentido de Edgar Morin) es un espacio de goce y dolor, en el que el poeta se siente sensiblemente implicado. Los ecologistas deberían leer estos poemas de Simón Sáez, para que refuercen su ideología naturalista, que se emparenta vitalmente con una religión, dándole fuerza al origen de esta palabra: religare; es decir, ejercitar la comunión. El poeta Simón quiere ser un árbol que crece hacia sus raíces. De allí esta confesión:
Íngrimo,
Veo que dios cabalga
En los gusanos
Y la vida regresa
En grandes mariposas,
Que hay un alambre
Bajo la luna
Y la noche se muere
Con los pájaros

La vida como dinámica absoluta, como cuenca donde dios es un macrocosmos capaz de sentetizarse en un gusano, y las mariposas alardean trascendencia. La piedra sin más eufemismo sigue produciendo los símbolos que sirven de proscenio de la morada de la poesía.
Conocimos al hombre que escribió estos poemas. Fue un ser muy sencillo, conversador imaginativo. Capaz de hablar de política y de béisbol, y de muchas cosas más. Recuerdo mi última conversación con él. Fue sobre el poeta colombiano León de Greif. Era asombroso la sabiduría de este hombre. Apenas me vio el libro de este poeta, comenzó una extraordinaria disertación que me descubrió al hombre que además de leer  los libros de Marx, Braudel, Max Broch bebía con gran placer la gran poesía del mundo. Fue prudente con sus poemas. No los publicitó. Se los enseñaba a los amigos o los publicaba en modestas ediciones. Alguien que no haya leído los poemas de Simón, puede prejuiciarse.  A lo mejor esperaba de él el tono panfletario y discursivo, que se le suele pedir a los poetas revolucionarios. Él fue - claro que lo fue- un gran revolucionario. De eso nadie debe dudar. Su vida fue sencilla, sin las ostentaciones. Pocos han sido tan coherentes con su pensamiento. Y como poeta también fue un revolucionario, que no hizo concesiones al facilismo discursivo; por lo contrario, afinó su verbo de tal manera que sus palabras son tan lucidas que al leerse despiertan en nosotros un efecto de reflexión plena.
Queremos insistir en que Simón Sáez Mérida fue un habitante de lo simple. Allí vivió ayudado por el ejercicio de la poesía.

5 comentarios:

Nilza Centeno dijo...

Sigo dando gracias a la vida porque la mía cruzó sus pasos con los de Simón Sáez Mérida por allá por los años 90 en Maturín. Lo recuerdo así como lo presentas en esta brillante narrativa, con la coherencia de un revolucionario que irrumpió en el Carupanazo y conoció los siglos semanales de la tortura. Con la fuerza de un poeta que vibraba con los versos de aquel poemario: El Estupor de los Girasoles, que entonces nos presentó, y dedicó a su amada hermana. Lo recuerdo ahora, a través de tu palabra, pidiéndome que le cantara "Yo no conozco el mar", de Horacio Guarany. Me lo pedía evocando en la mía, la voz de Gina María Hidalgo y Johan Báez. Vaya, cómo no darle gracias a la vida!... "No conozco el mar pero si es su verde es como el verde nuestro del cañaveral...y si allá no alcanza como aquí los ojos a ver el final y se siente entonces una angustia extraña por su inmensidad, sí conozco el mar, sí conozco el mar, sí conozco el mar" Yo conocí a Simón Sáez Mérida, ese ser sensibilísimo, capaz extraer importante lecciones de su mirada, como bien lo dices. Esas miradas que hoy hacen un guiño a la nostalgia. Gracias, poeta Celso!

Unknown dijo...

Yo conocí en las aulas de la escuela de Sociología (UCV) a Simón Såez Mérida. Ęl fue mi profesor de la cátedra Formación Histórica. Såez Mérida fue estudioso y conocedor de la historia política venezolana desde el discurso colonizador(1498) hasta su partida física de este mundo terrenal. Tuvimos una gran amistad. Fui siempre su compañero de viaje en su viejo Malibú de Caracas a Maturįn y viceversa. En esos viaje Simón me daba una cátedra de historia comtecontempo. Conocí sus vivencias como secretario general de AD en la clandestinidad perejimenista. Todos los cuentos de Rómulo Betancourt. Del maestro Prieto. De ęl Simón me dijo que era "un sectario y jalabola de Betancourt. Me dijo que Prieto había cambiado políticamente después de la división de AD y en 1968, cuando fundó el Movimiento Electoral Del Pueblo. Gracias Celso Medina por las reseñas poéticas sobre este inolvidable amigo cómo lo fue Simón Såez Mérida, alía el "el cabezón" como le decíamos sus amigos en los pasillos de la escuela de sociología en la Universidad Central De Venezuela.


Unknown dijo...

Luis Cabrera

Judit Gerendas Kiss dijo...

Judit Gerendas:

La muerte de Simón Sáez Mérida, a los 76 años, fue trágica e indignante. Desde un cerro lanzaron un objeto de metal de unos dos kilos, que atravesó el cristal del carro en el que Sáez Mérida transitaba por la Autopista Coche-El Valle. Manejaba su esposa, Inés Castillo de Sáez. El objeto impactó en la cara del profesor. Su esposa lo llevó a la Clínica Attías, donde le diagnosticaron fractura del maxilar inferior. Sometido a una operación de cinco horas y pasado a terapia intensiva, falleció luego de una larga agonía.
Luchador por el pueblo, preso y torturado cuando Pérez Jiménez, ¿podemos decir que lo asesinó el pueblo? ¿O decimos que lo hizo el hampa, que tenía ese modus operandi por la zona, para saquear y robar a los vehículos, obligando a los conductores a detenerse y bajarse del carro?
No me atrevo a responder esta pregunta.
Mis respetos a Inés Castillo, viuda de Sáez Mérida. Su vida no ha sido fácil. Su padre, el compositor Castillo Bustamante, estuvo preso en el campo de concentración de Guasina, cuando Pérez Jiménez, al mismo tiempo que su madre, llamada Inés también, lo estaba en una cárcel. La niña era la que les llevaba cartas al uno y a la otra. Una vez que no dejaron pasar una, Castillo Bustamante se desesperó y de ahí salió el bellísimo bolero "Escríbeme".
Inés Castillo entregó letra y partitura a un muy joven Alfredo Sadel, quien se presentó sorpresivamente en el Show de las Doce, de Víctor Saume y, con el apoyo de éste, la cantó. Corrieron riesgo todos los que intervinieron en este acto, puesto que era sabido que Castillo Bustamante era un preso político.

Pausides Reyes dijo...

Gracias Celso por este extraordinario trabajo