Melancolía
Émile
Cioran
Ilusstsración: Celso Medina |
Todo
estado del alma tiende a adaptarse a una exterioridad correspondiente a su
género, o bien a transformarlo en función de su propia naturaleza. Todo estado esencial y profundo desarrolla en
efecto una correspondencia íntima entre los planes subjetivos y objetivos. Sería
absurdo concebir un entusiasmo imbricado en un medio chato y cerrado; en el caso en que eso se produzca, a pesar de
todo, sería debido a una plenitud excesiva, tendiente a subjetivar el medio
entero. Los ojos del hombre ven en el
exterior lo que es, de hecho, una tortura interior. Ello resulta de una
proyección subjetiva, sin la cual los estados del alma y las experiencias
intensas no pueden conseguir su acompañamiento. El éxtasis nunca es un fenómeno puramente
interno- él transporta al exterior la ebriedad luminosa del adentro. Es
suficiente mirar el rostro de un místico para comprender toda su tensión
espiritual.
¿Por
qué la melancolía exige un infinito exterior? ¿Por qué su estructura comporta una
dilatación, un vacío, en el cual no se podría fijar fronteras? El
desplazamiento de los límites puede realizarse de manera positiva o negativa.
El entusiasmo, la exuberancia, la cólera, etc. – lo que hay allí son estados de
desahogo, cuya intensidad rompe toda
barrera y rompe el equilibrio habitual. Impulso positivo de la vida, que resulta de un
suplemento de vitalidad y de una
expansión orgánica. Cuando la vida se consigue más allá de sus
determinaciones normales, lo que no es para negarse ella misma, sino para liberar energías latentes, que corren el
riesgo de explotar. Todo estado extremo
es un derivado de la vida, contra cuyo desvío ella se defiende contra ella
misma. Cuando en el desplazamiento de los límites salidos de los estados
negativos, toma otro sentido: no procede de la plenitud, sino, al contrario, de
un vacío en los bordes indefinibles, y por lo tanto más que el vacío parece
surgir de las profundidades del ser para extenderse progresivamente como una
gangrena. Proceso de disminución más que de cruzamiento; en la oposición a la
dilatación en la existencia, constituye un retorno hacia la nada.
La
sensación de vacío y de la proximidad a la Nada- sensación presente en la
melancolía- tiene un origen más profundo aún; una fatiga característica de los
estados negativos.
La
fatiga separa al hombre del mundo y de las cosas. El ritmo intenso de la vida
disminuida, las pulsiones orgánicas y la actividad interior pierden de esta
tensión que particulariza la vida en el mundo y que hace un momento inmanente
de la existencia. La fatiga representa
el primer determinante orgánico del saber, no obstante ello engendra las
condiciones indispensables de una diferenciación del hombre en el mundo; a
través de ella, se junta esa perspectiva singular que ubica el mundo delante
del hombre. La fatiga te hace vivir por
debajo de la altitud habitual de la vida y no te concede más que un
presentimiento de tensiones vitales. La fuente de la melancolía se consigue, en
consecuencia, en una región donde la vida es cambiante y problemática. Así te
explica su fertilidad por el saber y su esterilidad por la vida.
Si
en las experiencias corrientes domina la intimidad ingenua con los aspectos
individuales de la existencia, la separación con ellos engendra, dentro de la
melancolía, un sentimiento vago del mundo, con la sensación de lo vago de este
mundo. Una experiencia secreta, una extraña visión anulan las formas
consistentes y las sujeciones individuales y diferenciadas, por un hábito de
transparencia inmaterial y universal. La limpieza progresiva de todo lo que es
concreto e individualizado te eleva a una visión total, que gana en extensión
lo que pierde en precisión. No hay
estados melancólicos sin esta ascensión, sin una expansión hacia las cimas, sin
una elevación más allá del mundo. Lejos de aquello que anima el orgulloso o la
desconfianza, la desesperanza o la inclinación desenfrenada por la negatividad,
esta ascensión sale de una larga reflexión y de un sueño difuso nacido de la
fatiga. Si se le dota al hombre de alas
en la melancolía, no es para jugar en el mundo, sino para estar solo. ¿Cuál es
el sentido que toma la soledad de la melancolía? ¿No está ligado al sentimiento de infinito,
tanto interior como exterior? Le mirada melancólica queda inexpresiva tan
pronto es concebida sin la perspectiva de lo ilimitado. Lo ilimitado y la
vacuidad interior, que no hace asimilar la infinitud fecunda del amor, reclaman
imperiosamente una extensión donde los límites están insatisfechos. La melancolía
comporta un estado vacuo, sin ninguna intención determinada. Las experiencias
corrientes tienen necesidad de objetos palpables y de formas cristalizadas. El
contacto con la vida se hace, en este caso, a través de lo individual; es el
contacto estrecho y seguro.
La
limpieza de la existencia y el abandono de sí a lo ilimitado elevan al hombre
para arrancarlo de su medio natural. La perspectiva de lo infinito lo deja solo
en el mundo. Mientras más la conciencia de infinitud del mundo es aguda, más es
el sentimiento de su propia finitud se intensifica. Si, en ciertos estados,
esta conciencia deprime y tortura, ella deviene, en la melancolía, menos
dolorosa gracias a una sublimación que hacen la soledad y el abandono menos
pesados, y le confiere de la misma manera, además, un carácter voluptuoso.
La
desproporción entre la infinitud del mundo y la finitud del hombre es un motivo
serio de desesperanza; cuando se la considera, no obstante, dentro de una
perspectiva onírica- como en los estados melancólicos- ella cesa de ser
torturante, por cuanto el mundo es revestido de una belleza extraña y malévola.
Los sentidos profundos de la soledad implican
una suspensión del hombre en la vida- un hombre atormentado, en su aislamiento,
por su pensamiento de la muerte. Vivir solo significa no pedir nada, no esperar
nada de la vida. La muerte es la única sorpresa de la soledad. Los grandes
solitarios no se retiran nunca para preparase para la vida, sino al contrario,
para esperar, resignados, el desenlace. No sabría traer de los desiertos y de
las grutas, un mensaje para la vida. ¿No condenan todas las religiones a
quienes han conseguido allí sus fuentes? ¿No hay en las iluminaciones y en las
transfiguraciones de los grandes solitarios, una visión del fin y de la caída,
opuesta a toda idea de la aureola y de esplendor?
La
significación de la soledad de los melancólicos, bien menos profundas, va hasta
tomar, en ciertos casos, un carácter
estético. ¿No se habla de melancolía dulce y voluptuosa? ¿La actitud
melancólica misma, por su pasividad y su desapego no está teñida de
esteticismo?
La
actitud del esteta frente a la vida se caracteriza por una pasividad
contemplativa que goza de lo real en un grado de subjetividad, sin normas ni
criterios, y que hace del mundo un espectáculo en el cual el hombre se sienta
pasivamente. La concepción “espectacular” elimina lo trágico y las antinomias
inmanentes a la existencia, que, una vez reconocida y experimentadas, te
acercan, en un doloroso vértigo, al drama del mundo. La experiencia de lo
trágico supone una tensión inconcebible para un amateur, pues nuestro ser se
implica totalmente y decisivamente, hasta el punto que cada instante deviene un
destino, no más una impresión. Presente en todo estado estético, el sueño no
constituye el elemento central de lo trágico. No obstante, lo que hay de
estético en la melancolía se manifiesta, precisamente, en la tendencia al
sueño, a la pasividad y al encantamiento voluptuoso. Sus aspectos multiformes
nos impiden, no obstante, asimilar integralmente la melancolía a un estado
estético. ¿No aparece ella
frecuentemente bajo su forma negra?
Pero
¿qué es, primero que todo, la melancolía dulce? ¿Quién no conoce la extraña
sensación de placer de los medio día de verano, cuando se abandona a sus
sentido fuera de toda problemática definida y que el sentimiento de una
eternidad serena procura al alma un sosiego de los más inhabituales? Pareciera que todas las preocupaciones de este
mundo y las incertidumbres espirituales se redujeran entonces al silencio; como
ante un espectáculo de una excepcional belleza cuyos encantos convierten todo
problema en inútil. Más allá de la agitación, de los tormentos y de la
efervescencia, una disposición tranquila gotea, con una voluptuosidad retenida,
todo el esplendor del ambiente. Entre los elementos esenciales de los estados melancólicos figura la calma,
la ausencia de una intensidad particular. La pena, parte integrante de la
melancolía, explica esta ausencia de intensidad específica. Si la pena, además,
persiste no tendrá nunca, a contrario, suficiente intensidad para provocar un
sufrimiento profundo. La actualización de ciertos eventos o tendencias pasadas,
la adición a nuestra afectividad presenta ahora inactivos, la relación de la
tonalidad afectiva de las sensaciones y
el medio donde ellos nacen para abandonarlos en seguida- todo eso es
esencialmente determinado por la melancolía. La pena expresa sobre un plan
afectivo un fenómeno profundo: el avance en la muerte por el hecho de vivir. Me
apena aquello que es muerte en mí, la parte mortal de mí mismo. No actualizo
sino el fantasma de la realidad y de experiencias ya idas, pero eso no es
suficiente para mostrar la importancia de la parte difunta. La pena revela la
significación demónica del tiempo que, por efectos de las transformaciones que
suscita en nosotros, entraña implícitamente nuestra aniquilación.
La
pena hace al hombre melancólico sin paralizarlo, sin hacer fracasar sus
aspiraciones, pues la conciencia de lo irreparable que él supone no se aplica más
que al pasado, el porvenir transcurre, de cierta manera, abierto. La melancolía
no es un estado de gravidez riguroso, salido de una afección orgánica, pues ella no tiene
nada de la terrible sensación de irreparable que cubre la existencia toda
entera y que se consigue en ciertos casos de tristeza profunda. La melancolía,
incluso las más negra, es más que todo un humor temporal que un estado
constitutivo; lo que no excluye nunca
totalmente el sueño, y permite entonces asimilar la melancolía a una
enfermedad. Formalmente, la
melancolía dulce y voluptuosa presentan
aspectos idénticos: vacío interior, infinitud exterior, borrado de sensaciones,
sueño, sublimación, etc. La distinción no aparece de manera evidente con
respecto a la tonalidad afectiva de la visión. Y eso ocurre porque la multipolaridad
de la melancolía se sustenta en la estructura de la subjetividad más que en su naturaleza. El estado
melancólico reviste entonces, habiéndose dado su borrado, formas diversas
siguiendo a los individuos. Desprovisto de intensidad dramática, este estado
varía y oscila más que cualquier otro. Sus virtudes son más poéticas que
activas, tiene como una gracia retenida (por ello es más frecuente en las
mujeres) que no se podría localizar en la tristeza profunda.
Esta
gracia aparece igualmente en los paisajes
en la coloración melancólica. La amplia perspectiva del paisaje holandés
o del Renacimiento, con sus eternidades de sombra y de luz, con sus valles
cuyas hondonadas simboliza el infinito y sus rayos de sol que confieren al
mundo un carácter de inmaterialidad, las aspiraciones y las penas de los
personajes, esbozan una sonrisa de comprensión y de benevolencia- esta
perspectiva refleja una gracia ligera y melancólica. En tal marco, el hombre
parece decir, resignado y lleno de pena: “¿Qué quieres tú? Es todo lo que
tenemos”. Al cabo de toda melancolía, se levanta la posibilidad de una
consolación o de una resignación.
Esto es lo que
contribuye necesariamente a lo irreparable, en tanto que la melancolía se
sustenta sobre el sueño y sobre la gracia. Traducción del francés al español: Celso Medina
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