sábado, 16 de julio de 2016

Melancolía

Émile Cioran
Ilusstsración: Celso Medina


Todo estado del alma tiende a adaptarse a una exterioridad correspondiente a su género, o bien a transformarlo en función de su propia naturaleza.  Todo estado esencial y profundo desarrolla en efecto una correspondencia íntima entre los planes subjetivos y objetivos. Sería absurdo concebir un entusiasmo imbricado en un medio chato y cerrado;  en el caso en que eso se produzca, a pesar de todo, sería debido a una plenitud excesiva, tendiente a subjetivar el medio entero.  Los ojos del hombre ven en el exterior lo que es, de hecho, una tortura interior. Ello resulta de una proyección subjetiva, sin la cual los estados del alma y las experiencias intensas no pueden conseguir su acompañamiento.  El éxtasis nunca es un fenómeno puramente interno- él transporta al exterior la ebriedad luminosa del adentro. Es suficiente mirar el rostro de un místico para comprender toda su tensión espiritual.
¿Por qué la melancolía exige un infinito exterior? ¿Por qué su estructura comporta una dilatación, un vacío, en el cual no se podría fijar fronteras? El desplazamiento de los límites puede realizarse de manera positiva o negativa. El entusiasmo, la exuberancia, la cólera, etc. – lo que hay allí son estados de desahogo,  cuya intensidad rompe toda barrera y rompe el equilibrio habitual.  Impulso positivo de la vida, que resulta de un suplemento de vitalidad y de una  expansión orgánica. Cuando la vida se consigue más allá de sus determinaciones normales, lo que no es para negarse ella misma, sino  para liberar energías latentes, que corren el riesgo de explotar.  Todo estado extremo es un derivado de la vida, contra cuyo desvío ella se defiende contra ella misma. Cuando en el desplazamiento de los límites salidos de los estados negativos, toma otro sentido: no procede de la plenitud, sino, al contrario, de un vacío en los bordes indefinibles, y por lo tanto más que el vacío parece surgir de las profundidades del ser para extenderse progresivamente como una gangrena. Proceso de disminución más que de cruzamiento; en la oposición a la dilatación en la existencia, constituye un retorno hacia la nada.
La sensación de vacío y de la proximidad a la Nada- sensación presente en la melancolía- tiene un origen más profundo aún; una fatiga característica de los estados negativos.
La fatiga separa al hombre del mundo y de las cosas. El ritmo intenso de la vida disminuida, las pulsiones orgánicas y la actividad interior pierden de esta tensión que particulariza la vida en el mundo y que hace un momento inmanente de la existencia.  La fatiga representa el primer determinante orgánico del saber, no obstante ello engendra las condiciones indispensables de una diferenciación del hombre en el mundo; a través de ella, se junta esa perspectiva singular que ubica el mundo delante del hombre.  La fatiga te hace vivir por debajo de la altitud habitual de la vida y no te concede más que un presentimiento de tensiones vitales. La fuente de la melancolía se consigue, en consecuencia, en una región donde la vida es cambiante y problemática. Así te explica su fertilidad por el saber y su esterilidad por la vida.
Si en las experiencias corrientes domina la intimidad ingenua con los aspectos individuales de la existencia, la separación con ellos engendra, dentro de la melancolía, un sentimiento vago del mundo, con la sensación de lo vago de este mundo. Una experiencia secreta, una extraña visión anulan las formas consistentes y las sujeciones individuales y diferenciadas, por un hábito de transparencia inmaterial y universal. La limpieza progresiva de todo lo que es concreto e individualizado te eleva a una visión total, que gana en extensión lo que pierde en precisión.  No hay estados melancólicos sin esta ascensión, sin una expansión hacia las cimas, sin una elevación más allá del mundo. Lejos de aquello que anima el orgulloso o la desconfianza, la desesperanza o la inclinación desenfrenada por la negatividad, esta ascensión sale de una larga reflexión y de un sueño difuso nacido de la fatiga.  Si se le dota al hombre de alas en la melancolía, no es para jugar en el mundo, sino para estar solo. ¿Cuál es el sentido que toma la soledad de la melancolía?  ¿No está ligado al sentimiento de infinito, tanto interior como exterior? Le mirada melancólica queda inexpresiva tan pronto es concebida sin la perspectiva de lo ilimitado. Lo ilimitado y la vacuidad interior, que no hace asimilar la infinitud fecunda del amor, reclaman imperiosamente una extensión donde los límites están insatisfechos. La melancolía comporta un estado vacuo, sin ninguna intención determinada. Las experiencias corrientes tienen necesidad de objetos palpables y de formas cristalizadas. El contacto con la vida se hace, en este caso, a través de lo individual; es el contacto estrecho y seguro.
La limpieza de la existencia y el abandono de sí a lo ilimitado elevan al hombre para arrancarlo de su medio natural. La perspectiva de lo infinito lo deja solo en el mundo. Mientras más la conciencia de infinitud del mundo es aguda, más es el sentimiento de su propia finitud se intensifica. Si, en ciertos estados, esta conciencia deprime y tortura, ella deviene, en la melancolía, menos dolorosa gracias a una sublimación que hacen la soledad y el abandono menos pesados, y le confiere de la misma manera, además, un carácter voluptuoso.
La desproporción entre la infinitud del mundo y la finitud del hombre es un motivo serio de desesperanza; cuando se la considera, no obstante, dentro de una perspectiva onírica- como en los estados melancólicos- ella cesa de ser torturante, por cuanto el mundo es revestido de una belleza extraña y malévola. Los sentidos profundos de la soledad  implican una suspensión del hombre en la vida- un hombre atormentado, en su aislamiento, por su pensamiento de la muerte. Vivir solo significa no pedir nada, no esperar nada de la vida. La muerte es la única sorpresa de la soledad. Los grandes solitarios no se retiran nunca para preparase para la vida, sino al contrario, para esperar, resignados, el desenlace. No sabría traer de los desiertos y de las grutas, un mensaje para la vida. ¿No condenan todas las religiones a quienes han conseguido allí sus fuentes? ¿No hay en las iluminaciones y en las transfiguraciones de los grandes solitarios, una visión del fin y de la caída, opuesta a toda idea de la aureola y de esplendor?
La significación de la soledad de los melancólicos, bien menos profundas, va hasta tomar, en ciertos casos,  un carácter estético. ¿No se habla de melancolía dulce y voluptuosa? ¿La actitud melancólica misma, por su pasividad y su desapego no está teñida de esteticismo?
La actitud del esteta frente a la vida se caracteriza por una pasividad contemplativa que goza de lo real en un grado de subjetividad, sin normas ni criterios, y que hace del mundo un espectáculo en el cual el hombre se sienta pasivamente. La concepción “espectacular” elimina lo trágico y las antinomias inmanentes a la existencia, que, una vez reconocida y experimentadas, te acercan, en un doloroso vértigo, al drama del mundo. La experiencia de lo trágico supone una tensión inconcebible para un amateur, pues nuestro ser se implica totalmente y decisivamente, hasta el punto que cada instante deviene un destino, no más una impresión. Presente en todo estado estético, el sueño no constituye el elemento central de lo trágico. No obstante, lo que hay de estético en la melancolía se manifiesta, precisamente, en la tendencia al sueño, a la pasividad y al encantamiento voluptuoso. Sus aspectos multiformes nos impiden, no obstante, asimilar integralmente la melancolía a un estado estético.  ¿No aparece ella frecuentemente bajo su forma negra?
Pero ¿qué es, primero que todo, la melancolía dulce? ¿Quién no conoce la extraña sensación de placer de los medio día de verano, cuando se abandona a sus sentido fuera de toda problemática definida y que el sentimiento de una eternidad serena procura al alma un sosiego de los más inhabituales?  Pareciera que todas las preocupaciones de este mundo y las incertidumbres espirituales se redujeran entonces al silencio; como ante un espectáculo de una excepcional belleza cuyos encantos convierten todo problema en inútil. Más allá de la agitación, de los tormentos y de la efervescencia, una disposición tranquila gotea, con una voluptuosidad retenida, todo el esplendor del ambiente. Entre los elementos esenciales  de los estados melancólicos figura la calma, la ausencia de una intensidad particular. La pena, parte integrante de la melancolía, explica esta ausencia de intensidad específica. Si la pena, además, persiste no tendrá nunca, a contrario, suficiente intensidad para provocar un sufrimiento profundo. La actualización de ciertos eventos o tendencias pasadas, la adición a nuestra afectividad presenta ahora inactivos, la relación de la tonalidad afectiva  de las sensaciones y el medio donde ellos nacen para abandonarlos en seguida- todo eso es esencialmente determinado por la melancolía. La pena expresa sobre un plan afectivo un fenómeno profundo: el avance en la muerte por el hecho de vivir. Me apena aquello que es muerte en mí, la parte mortal de mí mismo. No actualizo sino el fantasma de la realidad y de experiencias ya idas, pero eso no es suficiente para mostrar la importancia de la parte difunta. La pena revela la significación demónica del tiempo que, por efectos de las transformaciones que suscita en nosotros, entraña implícitamente nuestra aniquilación.
La pena hace al hombre melancólico sin paralizarlo, sin hacer fracasar sus aspiraciones, pues la conciencia de lo irreparable que él supone no se aplica más que al pasado, el porvenir transcurre, de cierta manera, abierto. La melancolía no es un estado de gravidez riguroso, salido  de una afección orgánica, pues ella no tiene nada de la terrible sensación de irreparable que cubre la existencia toda entera y que se consigue en ciertos casos de tristeza profunda. La melancolía, incluso las más negra, es más que todo un humor temporal que un estado constitutivo;  lo que no excluye nunca totalmente el sueño, y permite entonces asimilar la melancolía a una enfermedad.  Formalmente, la melancolía  dulce y voluptuosa presentan aspectos idénticos: vacío interior, infinitud exterior, borrado de sensaciones, sueño, sublimación, etc. La distinción no aparece de manera evidente con respecto a la tonalidad afectiva de la visión. Y eso ocurre porque la multipolaridad de la melancolía se sustenta en la estructura de la subjetividad  más que en su naturaleza. El estado melancólico reviste entonces, habiéndose dado su borrado, formas diversas siguiendo a los individuos. Desprovisto de intensidad dramática, este estado varía y oscila más que cualquier otro. Sus virtudes son más poéticas que activas, tiene como una gracia retenida (por ello es más frecuente en las mujeres) que no se podría localizar en la tristeza profunda.
Esta gracia aparece igualmente en los paisajes  en la coloración melancólica. La amplia perspectiva del paisaje holandés o del Renacimiento, con sus eternidades de sombra y de luz, con sus valles cuyas hondonadas simboliza el infinito y sus rayos de sol que confieren al mundo un carácter de inmaterialidad, las aspiraciones y las penas de los personajes, esbozan una sonrisa de comprensión y de benevolencia- esta perspectiva refleja una gracia ligera y melancólica. En tal marco, el hombre parece decir, resignado y lleno de pena: “¿Qué quieres tú? Es todo lo que tenemos”. Al cabo de toda melancolía, se levanta la posibilidad de una consolación o de una resignación.  
Esto es lo que contribuye necesariamente a lo irreparable, en tanto que la melancolía se sustenta sobre el sueño y sobre la gracia. 

Traducción del francés al español: Celso Medina

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