sábado, 23 de julio de 2016

El maestro que vendrá

Celso Medina

Fotograma de la Película La Pared, de Pink Floid



Casi fue una profecía aquella noticia lapidaria de Friedrich Nietzsche en Así hablaba Zaratustra en la que se nos informaba que Dios había muerto. Muerte que no fue forjada solo por los filósofos vitalistas de finales del siglo XIX, también de alguna manera Comte y Spencer habían contribuido a construir esa tumba contra lo religioso. Su religión de la ciencia y del dato infestó la modernidad de una incredulidad aguda. De manera que con  Nietzsche y con los positivistas nos quedamos sin salvavidas, en medio de una orfandad trágica. Todo el siglo XX nos la pasamos sufriendo  de ella. Los dioses hebreos fueron perdiendo su espacio en Occidente. Valéry decía a comienzos del pasado siglo "Hemos descubierto que somos mortales". Y esa conciencia de precariedad, lejos de volcarnos hacia una nueva mirada a lo divino, nos hizo más soberbio, reinstaló la primacía del mito del Titán, dios vencedor, que utiliza el poder para dominar, no para hacer que circule democráticamente la autoridad de las instituciones.

Con Dios moría también la figura del maestro, nacido al calor de las prédicas religiosas. Se le confundió con el académico, con el intelectual, con el tutor, etc. Su misión ya no era formar, sino ofrecer algunas herramientas de un saber que previamente se había acotado, bajo el imperio de una nueva máquina de aprendizajes: los currículos escolares.
La escuela, entonces, se convierte en el recinto donde se reparten las desigualdades. En el espacio de una gran paradoja: se pretende incluir, intentando homogeneizar a seres sobre los cuales se tiene plena conciencia de que son diversos.
Y ahora asistimos a la reafirmación de ese  entierro: el del maestro. Todo el sistema escolar internacional viene cediendo terreno a la cultura empresarial. El ciudadano no es el norte, sino el futuro empleado. Una pareja de fonemas liderizan la dialéctica de la discusión de lo educativo: aCtitud vs. aPtitud. El primer fonema pierde cada día terreno por el segundo. Ya no aspiramos a hombres o a mujeres actos para hacerse un espacio en el mundo, sino a un homo faber apto para adaptarse, una especie de camaleón capaz de amoldarse a los colores de su ambiente, para pasar desapercibido y refugiarse en su cúpula egoica. Las asignaturas pierden su especificidad, convirtiéndose en módulos para la mano y el cerebro apto. El modelo de la inteligencia artificial  ha convertido la ergonomía cognitiva en religión. El conocimiento pierde complejidad, y se convierte en máquinas de alisar la realidad, ofreciendo verdades "amigables", comestibles, como si fuese un menú de McDonal. Ya no habrá necesidad de formar maestros, pues esa profesión se habrá diluido y 'democratizado'. Bastará con dejar al educando en manos del computador o cuando se requiera más atención, llamar al coaching (si es ontológico, mejor) para que asista al descarriado, o también podría ser una salida dejarle en sus manos los tratados de Walter Risso o entusiasmarlo con la filosofía de Paulo Coehlo.
Asistimos a un matrimonio extraño, se casa Comte con un Krisnamurti modosito. La inteligencia ya no es un atributo de los hombres, sino de los objetos. Y el hombre debe ser como ellos, predecibles y perder la esperanza de vivir; tócale tan solo sobrevivir. La educación será entonces ese soma que se le ofrecía a los personajes de la novela de Aldoux Husley (Un mundo feliz), que hará que todos seamos felices. Es allí donde lamentaremos la ausencia del maestro: sus libros, su pizarra serán sustituidos por un gotero, para que cada quien reciba democráticamente su dosis para que el reino de la felicidad se haga patente en esta realidad, donde no habrá necesidad ni de de dioses ni ninguno de esos fantasmas que crean las pesadilla de las que nos alertó Goya en sus acuarelas negras. 
  

1 comentario:

Unknown dijo...

EXCELENTE CONTRIBUCIÓN AL DEBATE EN TORNO A LA EDUCACIÓN Y EL MAESTRO, ANTE UNA REALIDAD CULTURAL QUE SE NOS QUIERE MOSTRAR MEDIÁTICAMENTE COMO LISA, LINEAL Y ACRÍTICA. UN ABRAZO.