El libro : su pasado, su futuro
Entrevista con Roger Chartier
Internet, e-book, proyecto
Google: Roger Chartier, profesor del Collège de France, analiza estos fenómenos
a la luz de la historia. Una pregunta inédita se coloca frente a nosotros: bajo
su forma electrónica, el texto quiere beneficiarse de la fijeza, como los
libros de papel, ¿o quizás abrirse a las potencialidades del anonimato y de una
multiplicidad sin fin? Lo más seguro es que con la multiplicación de los
soportes editoriales, de los diarios y de las pantallas diversas las prácticas
de una sociedad, al contrario de lo que oímos por aquí y por allá, haga que se
lea más.
La Vie
des idées: Quisiera evocar con usted la manera como el
objeto libro se metamorfosea hoy bajo la influencia de las tecnologías ligadas
a Internet (los e-books, las impresiones por demanda, etc.). ¿Puede usted hablarnos
sobre alguna de las mutaciones que el libro ha conocido desde la invención del
códex?
Roger Chartier: El primer problema, es ¿qué es un libro? Es
una pregunta que se hacía Kant en la segunda parte de Fundamentos de la metafísica de las costumbres, donde definía muy
claramente lo que es un libro. De un lado, es un objeto producido por un
trabajo de manufactura, cualquiera sea él- copia manuscrita, impresión o
eventualmente producción electrónica-, y que pertenece a quien lo adquiere. Al
mismo tiempo, un libro, es también una obra, un discurso. Kant dice que es un
discurso dirigido a un público, que es siempre propiedad de aquel que lo ha
compuesto y que se difunde a través del mandato otorgado a una librería o a un
editor para hacerlo circular entre ese público.
Todos los problemas de
esta reflexión tienen esta relación compleja entre el libro como objeto material
y el libro como obra intelectual o estética, por que, hasta hoy, la relación se
establece siempre entre estas dos categorías, entre en estas dos definiciones-
de un lado, de las obras que tienen una lógica, una coherencia, una completitud
y, por otra, las formas materiales de su inscripción, que puede ser, en la
antigüedad y hasta el primer siglo de nuestra era, el pergamino. En este caso,
con mucha frecuencia, la obra se ha diseminado entre muchos objetos. A partir
de la invención del códex (es decir del libro tal como lo conocemos todavía,
con cuadernos, folletos y páginas), una situación inversamente aparece: un
mismo códex podría, y era la misma regla, contener diferentes libros en el
sentido de la obra.
La novedad del
presente es que esta relación entre las clases de objeto y los tipos de
discurso se ha roto, puesto que hay una continuidad textual, dada al leer sobre la pantalla y que la
inscripción material sobre esta superficie ilimitada no corresponde más a los
tipos de objetos (los rollos de la antigüedad, los codex manuscritos o el libro
impreso a partir de Gutenberg). Lo que genera discusiones que pueden tener
aspectos jurídicos, sobre el plan del derecho o de la propiedad. ¿Cómo
mantenemos las categorías de propiedad sobre la obra, en el interior de una
técnica que no circunscribe al antiguo rollo o al códex? Esto también tiene
consecuencias sobre el reconocimiento de los estatutos de autoridad científica.
En la época del codex, una jerarquía de los objetos podía indicar más o menos
una jerarquía en la validez de los discursos. Hay una diferencia inmediatamente
perceptible entre la enciclopedia, el libro, el diario, la revista, la ficha,
la carta, etc., que eran materialmente dados a leer, a ver, a manejar, y que corresponde
a los registros de discursos que se inscriben en esta pluralidad de formas. No obstante, hoy, el único objeto- seguro conseguimos uno en esta
oficina- es el ordenador, que porta todos los tipos de discursos, cualquiera
sean ellos, y que actúa como una eficiente interfaz entre los lectores y la
escritura. Podemos entonces entrar en esas reflexiones contemporáneas, pero teniendo
en cuenta esas dualidad, que se olvida frecuentemente. El libro electrónico rematerializa el género de
los objetos. El e-book o el ordenador portátil son objetos únicos para todas
las clases de textos. A partir de eso, la relación se coloca en términos
nuevos.
La Vie
des idées: Michel de Certeau establece una distinción
entre el trazo escrito, fijo y duradero, y la lectura, que está en el orden de
los efímero 1. Pero, en Internet, los textos no cesan de cambiar y de
transformarse. Exagerando un poco, podríamos decir que Internet es un universo
de “plagiarios plagiados” 2. ¿Es una ruptura? Pero diríamos que en el curso de
la historia, y fundamentalmente en el siglo XVIII, el texto nunca ha tenido una
forma estable.
Roger Chartier : Sí.
En su distinción, Michel de Certeau nos remite al lector viajero, que construye
la significación desde sus limitaciones, al mismo tiempo que la construye a
partir de libertades, es decir que “caza furtivamente”. Si caza de manera
furtiva, es porque hay un territorio que está protegido, prohibido y fijo. De Certeau compara frecuentemente la escritura
al arado y a la lectura del viajero (o la caza furtiva). Efectivamente, es una
visión que ha podido inspirar los trabajos sobre la historia de la lectura o de
la sociología y de la antropología de la lectura, cuando la lectura no estaba
encerrada en el texto, sino que era el producto de una relación dinámica,
dialéctica, entre un lector, sus horizontes de expectativas, sus competencias,
sus intereses y el texto que se cazaba.
Pero esta distinción
productiva puede también enmascarar dos elementos. El primero, es que este
lector, cazador furtivo, está estrictamente determinado por las determinaciones
colectivas compartidas por las comunidades de interpretación o de las
comunidades de lectura, y por lo tanto esta libertad creadora, este consumo que
es producción, tiene sus propios límites; ella es socialmente diferencial. En
segundo lugar, como usted ha dicho, este terreno del texto es un terreno más móvil
que aquel de una parcela del campo, en la medida en que, por múltiples razones,
esta movilidad existía. Las condiciones técnicas de reproducción de textos, por
ejemplo la copia manuscrita (que existió hasta el siglo XVIII o XIX), son
abiertas a esta movilidad del texto, de una copia a otra. Salvo los textos
fuertemente marcados de sacralidad, donde la letra debe ser respetada, todos
los textos están abiertos a interpretaciones, a adiciones, a mutaciones. En la
primera época de la imprenta, es decir entre la mitad del siglo XV y el
comienzo del XIX, por razones múltiples, los tirajes estuvieron siempre limitados,
entre 1000 y 1500 ejemplares. A partir de este momento, el éxito de una obra
está asegurado por la multiplicidad de las reediciones. Y cada reedición es una
reinterpretación del texto, sea en su literalidad, modificable, sea igualmente
en sus dispositivos materiales de presentación, que son otra forma de
variación. Suponiendo que un texto no cambia una coma, la modificación de sus
formas de publicación- caracteres tipográficos, presencia o no de la imagen,
divisiones del texto, etc.- crea una movilidad en las posibilidades de la
apropiación.
Tenemos entonces
poderosas razones para afirmar en esta movilidad de los textos. Hay otras, que
son intelectuales o estéticas: hasta el romanticismo, las historias pertenecían
a todo el mundo y los textos se escribían a partir de fórmulas que ya estaban
allí. Esta maleabilidad de las historias, esta pluralidad de las fuentes
disponibles por la escritura, crea otra forma de movimiento, imposible de
encerrar en la literalidad de un texto que pretendía ser estable siempre. Y
podríamos incluso señalar que el copyright no hace sino
reforzar este hecho. Esto es por supuesto paradojal, puesto que el copyright
reconoce que la obra es siempre idéntica a ella misma. Pero, ¿qué es lo que protege el copyright? En
los siglos XVIII y XIX protegía todas las formas posibles de publicación
impresa del texto y, hoy, todas las formas posibles de publicación del texto,
aunque sea una adaptación cinematográfica, un programa de televisión o
múltiples ediciones. Tenemos entonces un principio de unidad que cubre justamente
la pluralidad indefinida de los estados sucesivos o simultáneos de la obra.
Pienso que hay que resituar la movilidad de lo
contemporáneo, con el texto electrónico,
emparentando con el clásico palimpsesto, que es polifónico. Es una
concepción de vieja data reveladora de que las movilidades textuales que son
muy antiguas. Es el hecho que ha habido tentativas
constantes para reducir esta movilidad en el mundo electrónico. Es la condición
para que los productos sean vendibles- un « opus mechanicum », como diría Kant-
y es la condición de que los nombres propios sean reconocidos a la vez como
creadores y como beneficiarios de la creación. De allí la contradicción muy
profunda que ha desarrollado Robert Darnton entre la movilidad infinita de la
comunicación electrónica y este esfuerzo por encerrar el texto electrónico en
categorías mentales o intelectuales, pero también en formas materiales que lo
fijen, que lo definan, que lo transformen en una parcela que el lector quiere
cazar furtivamente- pero es una parcela que sería suficientemente estable en
sus fronteras, sus límites y sus contenidos. Aquí se sitúa el gran reto, que es
el de saber si el texto electrónico debe ser sometido a conceptos heredados y
por lo tanto debe ser transformado en su materialidad misma, con una fijeza y seguridades, o si inversamente
las potencialidades de ese anonimato, de esta multiplicidad, de esta movilidad
sin fin debe dominar los usos de escritura y de lectura. Creo que allí se sitúa
la discusión, las incertidumbres, las vacilaciones contemporáneas.
La Vie
des idées: Para terminar este conjunto de preguntas
sobre las mutaciones del objeto libro, quisiéramos interrogarle sobre las
mutaciones que encierra históricamente este objeto: la biblioteca. En su
programa google.books, Google ha digitalizado los libros de veintiocho
bibliotecas, entre las cuales están las Harvard, Stanford y Oxford. Este programa tiene adeptos
(críticos) como Darnton y
adversarios como Jean-Noël Jeanneney. ¿Cree que Google va a hacer emerger una biblioteca
mundial y abierta para todos?
Roger Chartier: Una vez más, conseguimos detrás de este
proyecto mitos o figuras antiguas, en particular una biblioteca que
comprendería todos los libros. Era el proyecto de Ptolomeo en Alejandría. Google estaría inscrito en esta perspectiva de la biblioteca que
contendría todos los libros que se puedan escribir. Técnicamente e idealmente,
no hay ninguna razón para pensar que todos los libros existentes bajo una forma
u otra podrían no puedan ser digitalizados y por lo tanto integrado en una
biblioteca universal.
Pero una de las limitaciones es que el
proyecto de Google está impulsado por una empresa capitalista. Hay lógicas
económicas que lo gobiernan, aunque no sean inmediatamente visibles, y que
puedan intervenir también los anunciantes o los suscriptores de esta enorme
firma. Por otra parte, es un proyecto que, aunque se pretenda universal, es un
orgullo de la lengua inglesa. Como lo decía una exgobernadora de Texas, si el
inglés ha sido suficiente para Jesús, debe ser suficiente para los niños de Texas. Ella no ha leído sin duda la Biblia sino en
la traducción del rey Jacques y no en las versiones anteriores. El proyecto no
se presenta de este modo, pero no obstante, puesto que las cinco primeras
bibliotecas escogidas eran anglosajonas, el predominio de los fondos era
necesariamente en lengua inglesa.
¿Cuáles son entonces las respuestas posibles?
Se ha propuesto que las bibliotecas nacionales y europeas puedan organizarse de
modo que tener un proyecto alternativo. Era alternativo en términos de variedad
lingüística y también porque era fundamentada más sobre la fuerza pública, y no
sobre la empresa privada. Pero podemos suponer que, por esas piezas de
bibliotecas universales, se podría arribar a una biblioteca universal, aunque
ella no estuviese unificada por un Ptolomeo contemporáneo; y no hay razones
para pensar que ella no pueda ser accesible bajo una forma electrónica.
La pregunta, a partir de lo anterior, es no
solamente lo de las lenguas y de la responsabilidad, sino también la pregunta
de saber si esta biblioteca universal, que potencialmente no requiere ninguna
ubicación en la medida en que cada uno con su ordenador, donde quiere que esté,
puede solicitar tal o cual título, signa la muerte de las bibliotecas tales
como la hemos conocido- un lugar donde los libros son conservados, clasificados
y consultados. Creo que la respuesta es no. Los procesos de digitalización
ayudan mucho más para el mantenimiento de la definición tradicional, para que
volvemos a un punto siempre fundamental, aquel, según la cual, como decía Don
McKenzie, las formas afectan los sentidos. El gran peligro del proceso de
digitalización es pensar que un texto es el mismo cualquiera que sea su
soporte. Por muy fundamental que sea el
acceso a textos bajo una forma digital, lo que consigue reforzar esta digitalización, es el
rol de conservación patrimonial de las formas sucesivas que los textos han
significado para los lectores. La tarea de conservación, de catálogo y de
consulta de los textos visualizados tal y como se produjeron en su inicial circulación,
deviene una exigencia absolutamente fundamental, que refuerza la dimensión
patrimonial y conservadora de las bibliotecas.
Las demostraciones pueden ser múltiples. En el
siglo XIX, la novela existió en las múltiples formas materiales, bajo la forma
de folletín semanal o diarias en los periódicos, bajo la forma de publicaciones
por librerías, bajo la forma de libro para gabinetes de lectura, bajo la forma
de antología de un solo autor u obras diversas, bajo la formas de obras
completas, etc. Cada forma de publicación induce posibilidades de apropiación,
de los tipos de horizontes de expectativas, de las relaciones temporales con el
texto. La necesidad de reforzar ese rol de conservación de los patrimonios
escritos es no solamente buena para los eruditos que quieran reconstruir la
historia de los textos, sino también para la relación que las sociedades
contemporáneas establecen con su propio pasado, es decir con las formas
sucesivas que la cultura escrita ha tomado del pasado.
La más grande
discusión alrededor de los proyectos como el de Google, imitados luego por los
consorcios de bibliotecas, se tiene en pie. Cuando supieron la existencia del
proyecto Google, algunos conservadores de bibliotecas concluyeron que iban a
vaciar las tiendas y afectar las salas de lectura. Eso se asoció también con la
controversia que hizo furor en Estados Unidos sobre la destrucción de los
diarios del siglo XIX y del siglo XX, que se guardaron en microfilmes; pero el riesgo sería todavía más
fuerte con la digitalización. Las
bibliotecas han vendido sus colecciones, o bien han sido destruidas en el curso
del proceso de microfilmación. Un novelista americano, Nicholson Baker, escribió
un libro para denunciar esta política que ha hecho suya la Library of Congress
y el British Library, y en otros lugares para intentar salvar este patrimonio
escrito, puesto que ha constituido una suerte de archivo de colecciones de
periódicos diarios americanos de los años 1850 a 1950.
¿Qué es
leer?
La Vie
des idées: Desde la invención de la escritura, las
prácticas de lecturas no han cesado de cambiar. Se leía en voz alta en familia,
en la vigilia, o solo y silenciosamente. ¿Qué nos puede decir sobre las
diferentes formas de leer a través de la historia?
Roger Chartier: Hay una doble
dimensión, morfológica y cronológica. Podemos localizar momentos en los que las
condiciones de posibilidad de lectura se transforman masivamente. En un muy
extenso desarrollo medieval, los numerosos lectores pudieron leer como nosotros
leemos hoy, es decir silenciosamente y por los ojos, en tanto que la lectura
oralizada era a la vez una forma normal de compartir el texto entre los
letrados y una de las condiciones de comprensión del texto. El progreso de la
lectura silenciosa y visual tuvo por causa y consecuencia una nueva forma de
inscripción de los textos, en particular la introducción de la separación entre
las palabras, lo que no existía en la mayor parte de los textos latinos. Es una
de las grandes revoluciones de la lectura.
Se
habla, para el siglo XVIII, de una nueva revolución de le lectura, pero la
expresión es discutida. Los objetos leídos se multiplican: es el momento de una
circulación importante de periódicos, de la multiplicación de los libelos y
panfletos, de un crecimiento de la población libresca en todos los países
europeos. Por otra parte, la lectura se separa un poco de la forma de respeto,
obediencia y sacralidad que la marcaba fuertemente todavía, para devenir una
lectura más desenvuelta, crítica y móvil. Hubo en el siglo XVIII, y los
contemporáneos de otros lugares lo sentían, como una fiebre de lectura, como
una obsesión de leer. Otra etapa importante está marcada por el siglo XIX. Es
el momento en que deviene más fuerte la tensión entre las normas de lectura,
impuesta por la escuela, y la proliferación apasionada de lecturas en los
medios sociales más extensos. Esta multiplicación de los escritos en el siglo
XIX puede verse en una ciudad sobre muros, en los afiches, en los armarios, en la prensa, que cambia de
naturaleza en esta época y, a partir de la segunda mitad del siglo, en las
colecciones populares.
Hay entonces una localización posible de las
transformaciones, unas ligadas a la morfología de la lectura (silenciosa u oral),
las otras a la tensión entre imposición de normas del “buen leer” y las
prácticas cotidianas tan apasionadas como múltiples. Los historiadores han
discutido la validez de tal o cual de esas rupturas y la posibilidad de calificarlas
de “revolución de la lectura”. Por otro lado, la pluralidad que ustedes evocan
no es simplemente una pluralidad morfológica y cronológica; en cada una de esas
sociedades (medieval, de Las Luces, del siglo XIX), han observado una diferenciación de lo que
podríamos llamar comunidades de interpretación o de comunidades de lectura,
organizadas a partir de las mismas competencias, de las mismas expectativas en
relación a lo escrito y a las mismas convenciones de lectura. Hay un artículo
famoso de Michel de Certeau sobre las comunidades místicas, españolas o
francesas, del fin del siglo XVI y del comienzo del siglo XVII, que se
unificaron con relación al libro, por las prácticas específicas de lectura, por
una adscripción progresiva a la oración. Se puede también intentar localizar lo
que podía caracterizar las lecturas “populares”, es decir las lecturas
efectuadas por los medios menos alfabetizados o que se confrontaban con los
repertorios de textos más limitados. Hay entonces esfuerzos de identificación
de esta pluralidad, directamente enraizada en la diferencial social y cultural.
Yo creo que la grilla de lectura de las lecturas consistiría en cruzar esta
dimensión cronológica y morfológica con una localización de las
diferenciaciones socioculturales.
La Vie
des idées: Hay un libro muy divertido y penetrante de
Pierre Bayard, Cómo hablar de libros que
no hemos leído. Después de todo, es verdad que a menudo sabemos de libros
de los que hablan los críticos o de libros que adaptan los cineastas. ¿Diría
que hoy se leen libros o que se toma conocimiento de sus derivas?
Roger
Chartier: La cuestión es saber si hay una innovación
alrededor de la idea que podemos conocer libros que han sido leídos, a través
de diferentes formas de mediación. Este conocimiento mediado es reforzado con
el desarrollo de lugares de mediación. Pero, antes, tales formas existían.
Desde ese punto de vista, Don Quijote
es sin duda el primer texto que hace entrar en la modernidad de la lectura,
primero porque tiene como tema esencial la proyección del texto sobre el mundo
y la presencia del mundo incorporado en el texto, pero también porque, muy
rápidamente, múltiples lectores han conocido Don Quijote sin haberlo leído. La presencia de los personajes en
estas ferias o los carnavales, la circulación de representaciones iconografías
de escenas de novela, la adaptación por las representaciones teatrales, pero
también la lectura fragmentada del texto, posibilitadas por su estructura en capítulos,
han hecho que, pronto, las referencias a Don
Quijote hayan circulado, sin que por ello se pueda concluir que los
lectores han leído la totalidad del texto y aún menos la totalidad de las dos
partes, cuando en 1615 se publicaba la segunda. Tenemos aquí la primera matriz
de estas formas de acceso a los textos por mediaciones, bien sea de lecturas
fragmentadas, bien por la presencia del texto fuera del texto. Eso es, en mi
opinión, una historia muy importante: como los personajes o las historias salen
de las páginas para devenir, sobre la escena, en la fiesta, en los discursos, en
realidades dependientes y diferentes de la escritura.
Se podría también pensar en la técnica
dominante del humanismo: es la técnica de los lugares comunes, es decir la
capacidad de reemplazar los ejemplos, las sentencias, los modelos que sirven en
la producción de nuevos discursos. Es una técnica de lectura que desmiembra los
textos y que además se apoya sobre desmembramientos hechos por otros, puesto
que se pueden consultar las colecciones de lugares comunes; conseguimos en ella
recursos retóricos y estilística para sus propias producciones.
Esta idea que podemos conocer de los textos
sin haberlos leído, que la lectura de fragmento se sustituye frecuentemente en
la lectura de la totalidad, no es nueva. En las sociedades contemporáneas, sin
duda, se ha ampliado ese fenómeno, son
la multiplicidad de las adaptaciones visuales, más allá de las series de
estampas, propuestas por el cine y luego por la televisión; ellas han creado
una familiaridad con las obras que jamás han sido leídas. Es la modalidad del
impacto que ha cambiado.
La Vie
des idées: En un artículo reciente, Robert Darnton
escribió que es importante tener la sensación física del libro, percibir “la
textura de su papel, la cualidad de su impresión, la naturaleza de su
empastado. […] Los libros exhalan también
un olor particular” [3] Permítame, para terminar, hacerle una pregunta
personal: ¿cuál es su manera de amar los libros? ¿Cómo lee usted?
Roger Chartier: El yo es odioso, ha dicho alguien en alguna parte. Por otro parte,
pienso que esta cuestión es una trampa, si se piensa en lo que dice Bourdieu
respecto al tema de la ilusión biográfica. Este tipo de pregunta supone que se
da una respuesta en la cual, incluso inconscientemente, se construye una imagen
de sí. Lo más importante, fundamentalmente en la primera parte de la observación, es que Darnton se
hace eco de su trabajo de historiador. Efectivamente, en el siglo XVIII, como
él lo han demostrado varias ponencias, muchos compradores de libros estaban
interesados por esa materialidad, la naturaleza del papel, la tinta, etc. Todos
esos elementos, que hacen la nostalgia de aquellos que piensan que el libro
estaría ya muerto, son la delicia de un cierto número de bibliófilos o de
lectores. Para mí, ellos no están tan dispuesto a tomar en esa dimensión
afectiva, ese mundo de páginas que hemos perdido, sino que están más bien
prestos a tomarlo en su dimensión intelectual: las formas de inscripción de un
texto limitante o imponen las posibilidades de su apropiación. Eso comienza por
las apropiaciones en el nivel más económico, puesto que de esas formas
materiales dependen los precios de venta. Un libro de bolsillo puede tener el
mismo precio que una edición de tapa dura. Más allá de las condiciones de
apropiación material y económica, hay condiciones de construcción de la
significación, que remiten a la escogencia de un formato, a la escogencia de
los caracteres, a la división del texto, a la presencia de ilustraciones, etc. Podemos
convertir esta visión, que está situada en el plano afectivo de la relación de
intimidad con el objeto, en un instrumento de conocimiento.
Porque esta es la segunda cuestión, pienso que
la única respuesta es aquella que se evoca a toda hora. Hoy, todo el mundo
desarrolla esta pluralidad de relaciones con el texto leído al filo de las
preocupaciones, de las ocupaciones, de las actividades o de los deseos. Desde
ese punto de vista, leemos intensamente y extensivamente textos que son dignos
de ser considerados como lecturas legítimas, y otras que se ponen fuera de esas
categorías. Se escucha además un diagnóstico, que consiste en decir que se lee
cada vez menos. Eso es absolutamente
falso: nunca sociedad alguna ha leído tanto, nunca se ha publicado tantos
libros (aunque los tirajes tiendan a bajar), jamás ha habido tanto material
escrito disponible a través de los kioscos o los mercados de periódicos, y
nunca se ha leído tanto de hecho en presencia de las pantallas.
Es entonces falso pretender que la lectura se
reduce. Al contrario, lo que está en juego en este género de observación, es el
hecho que, a menudo, quien posee y recibe la pregunta consideran las mismas
cosas dignas de lecturas. Christian Baudelot publicó un libro cuyo título es Y sin embargo, ellos leen, es decir que
subraya el contraste entre las declaraciones de los adolescentes, en particular
de jóvenes que no quieren de ninguna manera dar una imagen de lectores (porque
ello está connotado con la pesadez escolar, las actitudes convenidas, una
cultura que ellos rechazan), y sus comportamientos efectivos: en la escuela,
ellos leen; delante de la pantalla, ellos leen; y múltiples materiales son
leídos por aquellos que declaran no leer nunca. Conseguimos el mismo tipo de
análisis en los estudios de historiadores utilizando las entrevistas, con los
lectores nacidos al comienzo del siglo XX en los medios urbanos y rurales.
Lo que indica las tensiones entre los
discursos sobre la lectura, que siempre se refieren a una norma de legitimidad
escolar y cultural, y las prácticas infinitas, diseminadas y múltiples que se
emparentan con los múltiples materiales impresos y escritos, a lo largo de una
jornada o de una existencia. La definición de la legitimidad, la articulación
entre lo que se considera como lectura y la infinita cantidad de prácticas sin
cualidad, pero que son por tanto prácticas de lectura, quizás sea el déficit
mayor de las sociedades contemporáneas. La multiplicidad de las prácticas
diseminadas así como aquellas apropiaciones de lo escrito puede ser considerada
como reveladora de las divisiones que fracturan el mundo social y las fuentes
fuertemente diferenciadas gracias a las cuales los individuos pueden conocerse
mejor o conocer mejor a los otros. No se refieren a la equivalencia de todos
los textos leídos, pero no exceptúo de esta tensión entre las lecturas por el
trabajo intelectual o por el placer estético y esas innumerables lecturas sin
cualidades que se hacen al filo de la jornada, en la prensa o en internet. He
aquí una respuesta, donde, me parece, lo individual puede permitir una
reflexión sobre las prácticas de conocimiento que constituye el objeto de lo
que aquí nos reúne.
Entrevista realizada por Ivan Jablonka
Transcripción
: Émilie Boutin.
Para citar este artículo :
Ivan Jablonka, « Le livre : son passé, son avenir. Entretien avec Roger Chartier », La Vie des idées , 29 septembre 2008. ISSN : 2105-3030. URL : http://www.laviedesidees.fr/Le-livre-son-passe-son-avenir.html. Traducción al español: Celso Medina
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