sábado, 30 de julio de 2016

El libro : su pasado, su futuro

Entrevista con Roger Chartier

Internet, e-book, proyecto Google: Roger Chartier, profesor del Collège de France, analiza estos fenómenos a la luz de la historia. Una pregunta inédita se coloca frente a nosotros: bajo su forma electrónica, el texto quiere beneficiarse de la fijeza, como los libros de papel, ¿o quizás abrirse a las potencialidades del anonimato y de una multiplicidad sin fin? Lo más seguro es que con la multiplicación de los soportes editoriales, de los diarios y de las pantallas diversas las prácticas de una sociedad, al contrario de lo que oímos por aquí y por allá, haga que se lea más.





La Vie des idées: Quisiera evocar con usted la manera como el objeto libro se metamorfosea hoy bajo la influencia de las tecnologías ligadas a Internet (los e-books, las impresiones por demanda, etc.). ¿Puede usted hablarnos sobre alguna de las mutaciones que el libro ha conocido desde la invención del códex?
 Roger Chartier: El primer problema, es ¿qué es un libro? Es una pregunta que se hacía Kant en la segunda parte de Fundamentos de la metafísica de las costumbres, donde definía muy claramente lo que es un libro. De un lado, es un objeto producido por un trabajo de manufactura, cualquiera sea él- copia manuscrita, impresión o eventualmente producción electrónica-, y que pertenece a quien lo adquiere. Al mismo tiempo, un libro, es también una obra, un discurso. Kant dice que es un discurso dirigido a un público, que es siempre propiedad de aquel que lo ha compuesto y que se difunde a través del mandato otorgado a una librería o a un editor para hacerlo circular entre ese público.
Todos los problemas de esta reflexión tienen esta relación compleja entre el libro como objeto material y el libro como obra intelectual o estética, por que, hasta hoy, la relación se establece siempre entre estas dos categorías, entre en estas dos definiciones- de un lado, de las obras que tienen una lógica, una coherencia, una completitud y, por otra, las formas materiales de su inscripción, que puede ser, en la antigüedad y hasta el primer siglo de nuestra era, el pergamino. En este caso, con mucha frecuencia, la obra se ha diseminado entre muchos objetos. A partir de la invención del códex (es decir del libro tal como lo conocemos todavía, con cuadernos, folletos y páginas), una situación inversamente aparece: un mismo códex podría, y era la misma regla, contener diferentes libros en el sentido de la obra.
La novedad del presente es que esta relación entre las clases de objeto y los tipos de discurso se ha roto, puesto que hay una continuidad textual,  dada al leer sobre la pantalla y que la inscripción material sobre esta superficie ilimitada no corresponde más a los tipos de objetos (los rollos de la antigüedad, los codex manuscritos o el libro impreso a partir de Gutenberg). Lo que genera discusiones que pueden tener aspectos jurídicos, sobre el plan del derecho o de la propiedad. ¿Cómo mantenemos las categorías de propiedad sobre la obra, en el interior de una técnica que no circunscribe al antiguo rollo o al códex? Esto también tiene consecuencias sobre el reconocimiento de los estatutos de autoridad científica. En la época del codex, una jerarquía de los objetos podía indicar más o menos una jerarquía en la validez de los discursos. Hay una diferencia inmediatamente perceptible entre la enciclopedia, el libro, el diario, la revista, la ficha, la carta, etc., que eran materialmente dados a leer, a ver, a manejar, y que corresponde a los registros de discursos que se inscriben en esta pluralidad de formas. No obstante, hoy, el único objeto- seguro conseguimos uno en esta oficina- es el ordenador, que porta todos los tipos de discursos, cualquiera sean ellos, y que actúa como una eficiente interfaz entre los lectores y la escritura. Podemos entonces entrar en esas reflexiones contemporáneas, pero teniendo en cuenta esas dualidad, que se olvida frecuentemente. El  libro electrónico rematerializa el género de los objetos. El e-book o el ordenador portátil son objetos únicos para todas las clases de textos. A partir de eso, la relación se coloca en términos nuevos.
La Vie des idées: Michel de Certeau establece una distinción entre el trazo escrito, fijo y duradero, y la lectura, que está en el orden de los efímero 1. Pero, en Internet, los textos no cesan de cambiar y de transformarse. Exagerando un poco, podríamos decir que Internet es un universo de “plagiarios plagiados” 2. ¿Es una ruptura? Pero diríamos que en el curso de la historia, y fundamentalmente en el siglo XVIII, el texto nunca ha tenido una forma estable.
 Roger Chartier : Sí. En su distinción, Michel de Certeau nos remite al lector viajero, que construye la significación desde sus limitaciones, al mismo tiempo que la construye a partir de libertades, es decir que “caza furtivamente”. Si caza de manera furtiva, es porque hay un territorio que está protegido, prohibido y fijo. De Certeau compara frecuentemente la escritura al arado y a la lectura del viajero (o la caza furtiva). Efectivamente, es una visión que ha podido inspirar los trabajos sobre la historia de la lectura o de la sociología y de la antropología de la lectura, cuando la lectura no estaba encerrada en el texto, sino que era el producto de una relación dinámica, dialéctica, entre un lector, sus horizontes de expectativas, sus competencias, sus intereses y el texto que se cazaba.

Pero esta distinción productiva puede también enmascarar dos elementos. El primero, es que este lector, cazador furtivo, está estrictamente determinado por las determinaciones colectivas compartidas por las comunidades de interpretación o de las comunidades de lectura, y por lo tanto esta libertad creadora, este consumo que es producción, tiene sus propios límites; ella es socialmente diferencial. En segundo lugar, como usted ha dicho, este terreno del texto es un terreno más móvil que aquel de una parcela del campo, en la medida en que, por múltiples razones, esta movilidad existía. Las condiciones técnicas de reproducción de textos, por ejemplo la copia manuscrita (que existió hasta el siglo XVIII o XIX), son abiertas a esta movilidad del texto, de una copia a otra. Salvo los textos fuertemente marcados de sacralidad, donde la letra debe ser respetada, todos los textos están abiertos a interpretaciones, a adiciones, a mutaciones. En la primera época de la imprenta, es decir entre la mitad del siglo XV y el comienzo del XIX, por razones múltiples, los tirajes estuvieron siempre limitados, entre 1000 y 1500 ejemplares. A partir de este momento, el éxito de una obra está asegurado por la multiplicidad de las reediciones. Y cada reedición es una reinterpretación del texto, sea en su literalidad, modificable, sea igualmente en sus dispositivos materiales de presentación, que son otra forma de variación. Suponiendo que un texto no cambia una coma, la modificación de sus formas de publicación- caracteres tipográficos, presencia o no de la imagen, divisiones del texto, etc.- crea una movilidad en las posibilidades de la apropiación.
Tenemos entonces poderosas razones para afirmar en esta movilidad de los textos. Hay otras, que son intelectuales o estéticas: hasta el romanticismo, las historias pertenecían a todo el mundo y los textos se escribían a partir de fórmulas que ya estaban allí. Esta maleabilidad de las historias, esta pluralidad de las fuentes disponibles por la escritura, crea otra forma de movimiento, imposible de encerrar en la literalidad de un texto que pretendía ser estable siempre. Y podríamos incluso señalar que el copyright no hace sino reforzar este hecho. Esto es por supuesto paradojal, puesto que el copyright reconoce que la obra es siempre idéntica a ella misma.  Pero, ¿qué es lo que protege el copyright? En los siglos XVIII y XIX protegía todas las formas posibles de publicación impresa del texto y, hoy, todas las formas posibles de publicación del texto, aunque sea una adaptación cinematográfica, un programa de televisión o múltiples ediciones. Tenemos entonces un principio de unidad que cubre justamente la pluralidad indefinida de los estados sucesivos o simultáneos de la obra.
Pienso que hay que resituar la movilidad de lo contemporáneo, con el texto electrónico,  emparentando con el clásico palimpsesto, que es polifónico. Es una concepción de vieja data reveladora de que las movilidades textuales que son muy antiguas.   Es el hecho que ha habido tentativas constantes para reducir esta movilidad en el mundo electrónico. Es la condición para que los productos sean vendibles- un « opus mechanicum », como diría Kant- y es la condición de que los nombres propios sean reconocidos a la vez como creadores y como beneficiarios de la creación. De allí la contradicción muy profunda que ha desarrollado Robert Darnton entre la movilidad infinita de la comunicación electrónica y este esfuerzo por encerrar el texto electrónico en categorías mentales o intelectuales, pero también en formas materiales que lo fijen, que lo definan, que lo transformen en una parcela que el lector quiere cazar furtivamente- pero es una parcela que sería suficientemente estable en sus fronteras, sus límites y sus contenidos. Aquí se sitúa el gran reto, que es el de saber si el texto electrónico debe ser sometido a conceptos heredados y por lo tanto debe ser transformado en su materialidad misma, con  una fijeza y seguridades, o si inversamente las potencialidades de ese anonimato, de esta multiplicidad, de esta movilidad sin fin debe dominar los usos de escritura y de lectura. Creo que allí se sitúa la discusión, las incertidumbres, las vacilaciones contemporáneas.
La Vie des idées: Para terminar este conjunto de preguntas sobre las mutaciones del objeto libro, quisiéramos interrogarle sobre las mutaciones que encierra históricamente este objeto: la biblioteca. En su programa google.books, Google ha digitalizado los libros de veintiocho bibliotecas, entre las cuales están las Harvard, Stanford y  Oxford. Este programa tiene adeptos (críticos) como Darnton y adversarios como Jean-Noël Jeanneney. ¿Cree que Google va a hacer emerger una biblioteca mundial y abierta para todos?
Roger Chartier: Una vez más, conseguimos detrás de este proyecto mitos o figuras antiguas, en particular una biblioteca que comprendería todos los libros. Era el proyecto de Ptolomeo en Alejandría. Google estaría inscrito en esta perspectiva de la biblioteca que contendría todos los libros que se puedan escribir. Técnicamente e idealmente, no hay ninguna razón para pensar que todos los libros existentes bajo una forma u otra podrían no puedan ser digitalizados y por lo tanto integrado en una biblioteca universal.  
Pero una de las limitaciones es que el proyecto de Google está impulsado por una empresa capitalista. Hay lógicas económicas que lo gobiernan, aunque no sean inmediatamente visibles, y que puedan intervenir también los anunciantes o los suscriptores de esta enorme firma. Por otra parte, es un proyecto que, aunque se pretenda universal, es un orgullo de la lengua inglesa. Como lo decía una exgobernadora de Texas, si el inglés ha sido suficiente para Jesús, debe ser suficiente para los niños de Texas.  Ella no ha leído sin duda la Biblia sino en la traducción del rey Jacques y no en las versiones anteriores. El proyecto no se presenta de este modo, pero no obstante, puesto que las cinco primeras bibliotecas escogidas eran anglosajonas, el predominio de los fondos era necesariamente en lengua inglesa.
¿Cuáles son entonces las respuestas posibles? Se ha propuesto que las bibliotecas nacionales y europeas puedan organizarse de modo que tener un proyecto alternativo. Era alternativo en términos de variedad lingüística y también porque era fundamentada más sobre la fuerza pública, y no sobre la empresa privada. Pero podemos suponer que, por esas piezas de bibliotecas universales, se podría arribar a una biblioteca universal, aunque ella no estuviese unificada por un Ptolomeo contemporáneo; y no hay razones para pensar que ella no pueda ser accesible bajo una forma electrónica.
La pregunta, a partir de lo anterior, es no solamente lo de las lenguas y de la responsabilidad, sino también la pregunta de saber si esta biblioteca universal, que potencialmente no requiere ninguna ubicación en la medida en que cada uno con su ordenador, donde quiere que esté, puede solicitar tal o cual título, signa la muerte de las bibliotecas tales como la hemos conocido- un lugar donde los libros son conservados, clasificados y consultados. Creo que la respuesta es no. Los procesos de digitalización ayudan mucho más para el mantenimiento de la definición tradicional, para que volvemos a un punto siempre fundamental, aquel, según la cual, como decía Don McKenzie, las formas afectan los sentidos. El gran peligro del proceso de digitalización es pensar que un texto es el mismo cualquiera que sea su soporte.  Por muy fundamental que sea el acceso a textos bajo una forma digital, lo que  consigue reforzar esta digitalización, es el rol de conservación patrimonial de las formas sucesivas que los textos han significado para los lectores. La tarea de conservación, de catálogo y de consulta de los textos visualizados tal y como se produjeron en su inicial circulación, deviene una exigencia absolutamente fundamental, que refuerza la dimensión patrimonial y conservadora de las bibliotecas.
Las demostraciones pueden ser múltiples. En el siglo XIX, la novela existió en las múltiples formas materiales, bajo la forma de folletín semanal o diarias en los periódicos, bajo la forma de publicaciones por librerías, bajo la forma de libro para gabinetes de lectura, bajo la forma de antología de un solo autor u obras diversas, bajo la formas de obras completas, etc. Cada forma de publicación induce posibilidades de apropiación, de los tipos de horizontes de expectativas, de las relaciones temporales con el texto. La necesidad de reforzar ese rol de conservación de los patrimonios escritos es no solamente buena para los eruditos que quieran reconstruir la historia de los textos, sino también para la relación que las sociedades contemporáneas establecen con su propio pasado, es decir con las formas sucesivas que la cultura escrita ha tomado del pasado.
La más grande discusión alrededor de los proyectos como el de Google, imitados luego por los consorcios de bibliotecas, se tiene en pie. Cuando supieron la existencia del proyecto Google, algunos conservadores de bibliotecas concluyeron que iban a vaciar las tiendas y afectar las salas de lectura. Eso se asoció también con la controversia que hizo furor en Estados Unidos sobre la destrucción de los diarios del siglo XIX y del siglo XX, que se guardaron en  microfilmes; pero el riesgo sería todavía más fuerte con la digitalización.  Las bibliotecas han vendido sus colecciones, o bien han sido destruidas en el curso del proceso de microfilmación. Un novelista americano, Nicholson Baker, escribió un libro para denunciar esta política que ha hecho suya la Library of Congress y el British Library, y en otros lugares para intentar salvar este patrimonio escrito, puesto que ha constituido una suerte de archivo de colecciones de periódicos diarios americanos de los años 1850 a 1950.

¿Qué es leer?
La Vie des idées: Desde la invención de la escritura, las prácticas de lecturas no han cesado de cambiar. Se leía en voz alta en familia, en la vigilia, o solo y silenciosamente. ¿Qué nos puede decir sobre las diferentes formas de leer a través de la historia?
 Roger Chartier: Hay una doble dimensión, morfológica y cronológica. Podemos localizar momentos en los que las condiciones de posibilidad de lectura se transforman masivamente. En un muy extenso desarrollo medieval, los numerosos lectores pudieron leer como nosotros leemos hoy, es decir silenciosamente y por los ojos, en tanto que la lectura oralizada era a la vez una forma normal de compartir el texto entre los letrados y una de las condiciones de comprensión del texto. El progreso de la lectura silenciosa y visual tuvo por causa y consecuencia una nueva forma de inscripción de los textos, en particular la introducción de la separación entre las palabras, lo que no existía en la mayor parte de los textos latinos. Es una de las grandes revoluciones de la lectura.
 Se habla, para el siglo XVIII, de una nueva revolución de le lectura, pero la expresión es discutida. Los objetos leídos se multiplican: es el momento de una circulación importante de periódicos, de la multiplicación de los libelos y panfletos, de un crecimiento de la población libresca en todos los países europeos. Por otra parte, la lectura se separa un poco de la forma de respeto, obediencia y sacralidad que la marcaba fuertemente todavía, para devenir una lectura más desenvuelta, crítica y móvil. Hubo en el siglo XVIII, y los contemporáneos de otros lugares lo sentían, como una fiebre de lectura, como una obsesión de leer. Otra etapa importante está marcada por el siglo XIX. Es el momento en que deviene más fuerte la tensión entre las normas de lectura, impuesta por la escuela, y la proliferación apasionada de lecturas en los medios sociales más extensos. Esta multiplicación de los escritos en el siglo XIX puede verse en una ciudad sobre muros, en los afiches, en  los armarios, en la prensa, que cambia de naturaleza en esta época y, a partir de la segunda mitad del siglo, en las colecciones populares.
Hay entonces una localización posible de las transformaciones, unas ligadas a la morfología de la lectura (silenciosa u oral), las otras a la tensión entre imposición de normas del “buen leer” y las prácticas cotidianas tan apasionadas como múltiples. Los historiadores han discutido la validez de tal o cual de esas rupturas y la posibilidad de calificarlas de “revolución de la lectura”. Por otro lado, la pluralidad que ustedes evocan no es simplemente una pluralidad morfológica y cronológica; en cada una de esas sociedades (medieval, de Las Luces, del siglo XIX),  han observado una diferenciación de lo que podríamos llamar comunidades de interpretación o de comunidades de lectura, organizadas a partir de las mismas competencias, de las mismas expectativas en relación a lo escrito y a las mismas convenciones de lectura. Hay un artículo famoso de Michel de Certeau sobre las comunidades místicas, españolas o francesas, del fin del siglo XVI y del comienzo del siglo XVII, que se unificaron con relación al libro, por las prácticas específicas de lectura, por una adscripción progresiva a la oración. Se puede también intentar localizar lo que podía caracterizar las lecturas “populares”, es decir las lecturas efectuadas por los medios menos alfabetizados o que se confrontaban con los repertorios de textos más limitados. Hay entonces esfuerzos de identificación de esta pluralidad, directamente enraizada en la diferencial social y cultural. Yo creo que la grilla de lectura de las lecturas consistiría en cruzar esta dimensión cronológica y morfológica con una localización de las diferenciaciones socioculturales.
La Vie des idées: Hay un libro muy divertido y penetrante de Pierre Bayard, Cómo hablar de libros que no hemos leído. Después de todo, es verdad que a menudo sabemos de libros de los que hablan los críticos o de libros que adaptan los cineastas. ¿Diría que hoy se leen libros o que se toma conocimiento de sus derivas?
Roger Chartier: La cuestión es saber si hay una innovación alrededor de la idea que podemos conocer libros que han sido leídos, a través de diferentes formas de mediación. Este conocimiento mediado es reforzado con el desarrollo de lugares de mediación. Pero, antes, tales formas existían. Desde ese punto de vista, Don Quijote es sin duda el primer texto que hace entrar en la modernidad de la lectura, primero porque tiene como tema esencial la proyección del texto sobre el mundo y la presencia del mundo incorporado en el texto, pero también porque, muy rápidamente, múltiples lectores han conocido Don Quijote sin haberlo leído. La presencia de los personajes en estas ferias o los carnavales, la circulación de representaciones iconografías de escenas de novela, la adaptación por las representaciones teatrales, pero también la lectura fragmentada del texto,  posibilitadas por su estructura en capítulos, han hecho que, pronto, las referencias a Don Quijote hayan circulado, sin que por ello se pueda concluir que los lectores han leído la totalidad del texto y aún menos la totalidad de las dos partes, cuando en 1615 se publicaba la segunda. Tenemos aquí la primera matriz de estas formas de acceso a los textos por mediaciones, bien sea de lecturas fragmentadas, bien por la presencia del texto fuera del texto. Eso es, en mi opinión, una historia muy importante: como los personajes o las historias salen de las páginas para devenir, sobre la escena, en la fiesta, en los discursos, en realidades dependientes y diferentes de la escritura.
Se podría también pensar en la técnica dominante del humanismo: es la técnica de los lugares comunes, es decir la capacidad de reemplazar los ejemplos, las sentencias, los modelos que sirven en la producción de nuevos discursos. Es una técnica de lectura que desmiembra los textos y que además se apoya sobre desmembramientos hechos por otros, puesto que se pueden consultar las colecciones de lugares comunes; conseguimos en ella recursos retóricos y estilística para sus propias producciones. 
Esta idea que podemos conocer de los textos sin haberlos leído, que la lectura de fragmento se sustituye frecuentemente en la lectura de la totalidad, no es nueva. En las sociedades contemporáneas, sin duda,  se ha ampliado ese fenómeno, son la multiplicidad de las adaptaciones visuales, más allá de las series de estampas, propuestas por el cine y luego por la televisión; ellas han creado una familiaridad con las obras que jamás han sido leídas. Es la modalidad del impacto que ha cambiado.

La Vie des idées: En un artículo reciente, Robert Darnton escribió que es importante tener la sensación física del libro, percibir “la textura de su papel, la cualidad de su impresión, la naturaleza de su empastado. […]  Los libros exhalan también un olor particular” [3] Permítame, para terminar, hacerle una pregunta personal: ¿cuál es su manera de amar los libros? ¿Cómo lee usted?
Roger Chartier: El yo es odioso, ha dicho alguien en alguna parte. Por otro parte, pienso que esta cuestión es una trampa, si se piensa en lo que dice Bourdieu respecto al tema de la ilusión biográfica. Este tipo de pregunta supone que se da una respuesta en la cual, incluso inconscientemente, se construye una imagen de sí. Lo más importante, fundamentalmente en la primera  parte de la observación, es que Darnton se hace eco de su trabajo de historiador. Efectivamente, en el siglo XVIII, como él lo han demostrado varias ponencias, muchos compradores de libros estaban interesados por esa materialidad, la naturaleza del papel, la tinta, etc. Todos esos elementos, que hacen la nostalgia de aquellos que piensan que el libro estaría ya muerto, son la delicia de un cierto número de bibliófilos o de lectores. Para mí, ellos no están tan dispuesto a tomar en esa dimensión afectiva, ese mundo de páginas que hemos perdido, sino que están más bien prestos a tomarlo en su dimensión intelectual: las formas de inscripción de un texto limitante o imponen las posibilidades de su apropiación. Eso comienza por las apropiaciones en el nivel más económico, puesto que de esas formas materiales dependen los precios de venta. Un libro de bolsillo puede tener el mismo precio que una edición de tapa dura. Más allá de las condiciones de apropiación material y económica, hay condiciones de construcción de la significación, que remiten a la escogencia de un formato, a la escogencia de los caracteres, a la división del texto, a la presencia de ilustraciones, etc. Podemos convertir esta visión, que está situada en el plano afectivo de la relación de intimidad con el objeto, en un instrumento de conocimiento.
Porque esta es la segunda cuestión, pienso que la única respuesta es aquella que se evoca a toda hora. Hoy, todo el mundo desarrolla esta pluralidad de relaciones con el texto leído al filo de las preocupaciones, de las ocupaciones, de las actividades o de los deseos. Desde ese punto de vista, leemos intensamente y extensivamente textos que son dignos de ser considerados como lecturas legítimas, y otras que se ponen fuera de esas categorías. Se escucha además un diagnóstico, que consiste en decir que se lee cada vez menos.  Eso es absolutamente falso: nunca sociedad alguna ha leído tanto, nunca se ha publicado tantos libros (aunque los tirajes tiendan a bajar), jamás ha habido tanto material escrito disponible a través de los kioscos o los mercados de periódicos, y nunca se ha leído tanto de hecho en presencia de las pantallas.
Es entonces falso pretender que la lectura se reduce. Al contrario, lo que está en juego en este género de observación, es el hecho que, a menudo, quien posee y recibe la pregunta consideran las mismas cosas dignas de lecturas. Christian Baudelot publicó un libro cuyo título es Y sin embargo, ellos leen, es decir que subraya el contraste entre las declaraciones de los adolescentes, en particular de jóvenes que no quieren de ninguna manera dar una imagen de lectores (porque ello está connotado con la pesadez escolar, las actitudes convenidas, una cultura que ellos rechazan), y sus comportamientos efectivos: en la escuela, ellos leen; delante de la pantalla, ellos leen; y múltiples materiales son leídos por aquellos que declaran no leer nunca. Conseguimos el mismo tipo de análisis en los estudios de historiadores utilizando las entrevistas, con los lectores nacidos al comienzo del siglo XX en los medios urbanos y rurales.
Lo que indica las tensiones entre los discursos sobre la lectura, que siempre se refieren a una norma de legitimidad escolar y cultural, y las prácticas infinitas, diseminadas y múltiples que se emparentan con los múltiples materiales impresos y escritos, a lo largo de una jornada o de una existencia. La definición de la legitimidad, la articulación entre lo que se considera como lectura y la infinita cantidad de prácticas sin cualidad, pero que son por tanto prácticas de lectura, quizás sea el déficit mayor de las sociedades contemporáneas. La multiplicidad de las prácticas diseminadas así como aquellas apropiaciones de lo escrito puede ser considerada como reveladora de las divisiones que fracturan el mundo social y las fuentes fuertemente diferenciadas gracias a las cuales los individuos pueden conocerse mejor o conocer mejor a los otros. No se refieren a la equivalencia de todos los textos leídos, pero no exceptúo de esta tensión entre las lecturas por el trabajo intelectual o por el placer estético y esas innumerables lecturas sin cualidades que se hacen al filo de la jornada, en la prensa o en internet. He aquí una respuesta, donde, me parece, lo individual puede permitir una reflexión sobre las prácticas de conocimiento que constituye el objeto de lo que aquí nos reúne.

Entrevista realizada por Ivan Jablonka
Transcripción : Émilie Boutin. 

Para citar este artículo :

Ivan Jablonka, « Le livre : son passé, son avenir. Entretien avec Roger Chartier », La Vie des idées , 29 septembre 2008. ISSN : 2105-3030. URL : http://www.laviedesidees.fr/Le-livre-son-passe-son-avenir.html. Traducción al español: Celso Medina

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