No culpables, tampoco inocentes
Celso Medina
Ir donde no llaman
recogiendo pedazos de algo
que no recordamos haber roto;
no responsables, no culpables
tampoco inocentes
Eduardo Gasca
Ilustración: Celso Medina |
Miguel de Unamuno en 1911 expuso en la
revista La España moderna una angustia que se convertiría en
profética. Intuía el sabio español la muerte del hombre y su conversión en
masa; muerte cuyos primeros síntomas serían la nulidad del ser, su disociación
en entes alienantes como el Estado, los partidos, las creencias... "Ni lo
humano ni la humanidad, ni el adjetivo simple, ni el sustantivo, sino el
sustantivo concreto: el hombre. El Hombre de carne y hueso, el que nace, sufre
y muere" (Unamuno, 1980).
Tal era el reclamo de este filósofo.
Moriría y apenas vería el sentido de su profecía. "El sustantivo humanidad"
desplazaría definitivamente al individuo y lo convertiría en masa informe, sin
posibilidades de sentir y pensar libremente.
Cuando moría Unamuno, en 1936, Cari Gustav Jung exponía en
una conferencia, en Alemania, e] renacimiento de un terrorífico arquetipo;
el del Wólan que "produce efectos colectivos" sazonado con el sentimiento
belicista albergado en Alemania desde su derrota en la Primera Guerra Mundial
y con el Chauvinismo alentado por el
Nacional-Socialismo. Como todo arquetipo, éste "actuó anónima e
indirectamente", prendiendo un fuego vigorosamente sádico en los germanos.
En Mi Lucha, libro que
recoge toda la locura e ironía macabra de Adolfo Hitler, éste sostenía que a
las masas había que hacerlas sentir gusanos, pero haciéndoles ver que formaban
parte de un gran monstruo. Este genio que encarnó Wótan (u Odín) estaba
utilizando un arma mortal para ganarse adeptos. Había logrado encender lo que
Jung calificó como "epidemia psíquica" y puso en jaque a toda la
humanidad.
En uno de los textos más profundos sobre
el fascismo, Consideraciones sobre la historia actual (1978),
puede observarse la lucidez con que Jung analizó el problema de la
"deshumanización del hombre". Este libro contiene artículos de variadas
fechas (1936 1942, 1945), en los que Jung asienta una preocupación: el
desplazamiento del individuo del centro del mundo y la sumisión de éste en el
influjo del Estado totalitario. En 1936 decía: “Cuando no es el individuo, sino
la masa la que se mueve, entonces acaba toda relación humana y comienzan de
nuevo a actuar los arquetipos..." (1978, p.34).
Un político mediocre como Hitler logró
la jugarreta más horrenda que conozca la historia. Internamente logró aglutinar
un frente portentoso con el que retó a todo el mundo. Ese aglutinamiento tuvo
justificación mítica en el pueblo alemán. Según
Jung, el dios nacional (alemán) atacó fuertemente al Dios cristiano. En
ese enfrentamiento ganó una deidad arquetípica que se resume en lo colectivo.
El cristianismo había ganado adeptos porque se sostuvo en una gran hazaña:
"atribuir a cada uno la dignidad de un alma inmortal, mientras que antes
sólo la persona única del rey tenía derecho a esta prerrogativa" (Jung.
1978. p. 62). Wótan, el arquetipo rescatado por el Nacional-Socialismo, es el
"río represado" que emerge de su lecho primitivo para teñir la
bandera del fascismo. Derrotado el dios cristiano, desaparece el individuo.
"El hombre particular es anónimo...".
Vistos estos planteamientos, podríamos
decir que la Segunda Guerra Mundial no produjo el exterminio de la
"humanidad", sino del individuo. La "humanidad" sigue
campante en toda la expresión de la abstracción que le atribuyó Unamuno. El
individuo sí desapareció. Desapareció bajo el aura del Estado, esa
"acumulación de nulidades" que presuntamente erigida en la salvación
del hombre, lo ha matado.
Esa "humanidad" se vio
fortalecida con un nuevo reparto del mundo (convertido en botín de guerra).
Esos estados se consolidaron y el individuo, bajó, tranquilo, al sepulcro del
anonimato. Esa "Humanidad" justificó los crímenes de la guerra,
condenando solamente aquellos perpetrados por las potencias derrotadas:
Alemania, Italia y Japón. Nadie fue condenado por esa horrenda hazaña de la
"humanidad", que exterminó a Hiroshima y a Nagasaki y con ellas a más
de trescientos mil hombres. El Estado (o la filosofía que lo justifica) sólo
condena el crimen individual. Como siguiendo las prédicas de Hitler, los
soldados norteamericanos (tan demócratas ellos) lanzaron sus bombas y se
sintieron gusanos, pero arropados en un gran monstruo que es su Estado. Mataron
a más de trescientos mil hombres (muchísimos de ellos niños) para salvar a la
humanidad. Esa misma síntesis de la masa que un día de estos podría incendiar a
la tierra, para salvarnos, también.
Las dos guerras mundiales que produjeron
más de un centenar de millones de muertos lograron hacer del mundo una inmensa
casa. Una casa en donde habitamos en un virtual anonimato. Una casa en la que
se ha cometido un horrendo crimen, el asesinato de la individualidad. ¿Quiénes son los asesinos? Como dice el poema
de Eduardo Gasea: no somos culpables, pero tampoco inocentes. De manera que
siempre vamos a sentirnos en una casa en la que "se ha cometido el crimen
más horrendo de todos los tiempos". La inocencia debernos probarla. Quizás necesitemos de nuevo un Dios para la defensa.
Bibliografía
Jung,
Carl G.. (1978). Consideraciones sobre la historia actual. Barcelona:
Guadarrama.
Unamuno,
Miguel. (1980). Del sentimiento trágico de la vida. Madrid:
España Calpe.
1 comentario:
Algunos gusanos para subsistir ameritan de un cuerpo descompuesto. ¿Hay carroñas sin gusanos? Pareciera que también existen diferencias entre los gusanos de un vulgar cuerpo y los de un cuerpo magnánimo. Posiblemente dicha condición les haga “más” o “menos” gusanos. Lamentablemente cuando llegan, grandes o pequeños, siempre lo hacen en masa (y también atacan a las masas), no son selectivos con sus presas. ¿A quién responsabilizar por la irrupción de los gusanos en un mundo que ha suprimido la responsabilidad individual? Posiblemente sin culpables… pero tampoco inocentes.
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