viernes, 13 de mayo de 2016

No culpables, tampoco inocentes


Celso Medina



Ir donde no llaman
recogiendo pedazos de algo
que no recordamos haber roto;
no responsables, no culpables
tampoco inocentes

Eduardo Gasca


Ilustración: Celso Medina

Miguel de Unamuno en 1911 expuso en la revista La España moderna una angustia que se convertiría en profética. Intuía el sabio español la muerte del hombre y su conversión en masa; muerte cuyos primeros síntomas serían la nulidad del ser, su disociación en entes alienantes como el Estado, los partidos, las creencias... "Ni lo humano ni la humanidad, ni el adjetivo simple, ni el sustantivo, sino el sustantivo concreto: el hombre. El Hombre de carne y hueso, el que nace, sufre y muere" (Unamuno, 1980).
Tal era el reclamo de este filósofo. Moriría y apenas vería el sentido de su profecía. "El sustantivo humani­dad" desplazaría definitivamente al individuo y lo con­vertiría en masa informe, sin posibilidades de sentir y pensar libremente.
Cuando moría Unamuno, en  1936, Cari Gustav Jung  exponía en  una conferencia,   en Alemania,   e] renacimiento de un terrorífico arquetipo; el del Wólan que "produce efectos colectivos" sazonado con el senti­miento belicista albergado en Alemania desde su derrota en la Primera Guerra Mundial y   con el Chauvinismo alentado por el Nacional-Socialismo. Como todo arque­tipo, éste "actuó anónima e indirectamente", prendiendo un fuego vigorosamente sádico en los germanos.
En Mi Lucha, libro que recoge toda la locura e ironía macabra de Adolfo Hitler, éste sostenía que a las masas había que hacerlas sentir gusanos, pero haciéndoles ver que formaban parte de un gran monstruo. Este genio que encarnó Wótan (u Odín) estaba utilizando un arma mortal para ganarse adeptos. Había logrado encender lo que Jung calificó como "epidemia psíquica" y puso en jaque a toda la humanidad.
En uno de los textos más profundos sobre el fas­cismo, Consideraciones sobre la historia actual (1978), puede observarse la lucidez con que Jung analizó el problema de la "deshumanización del hombre". Este libro contiene artículos de variadas fechas (1936 1942, 1945), en los que Jung asienta una preocupación: el desplazamiento del individuo del centro del mundo y la sumisión de éste en el influjo del Estado totalitario. En 1936 decía: “Cuando no es el individuo, sino la masa la que se mueve, entonces acaba toda relación humana y comienzan de nuevo a actuar los arquetipos..." (1978, p.34).
Un político mediocre como Hitler logró la jugarreta más horrenda que conozca la historia. Internamente logró aglutinar un frente portentoso con el que retó a todo el mundo. Ese aglutinamiento tuvo justificación mítica en el pueblo alemán. Según  Jung, el dios nacional (alemán) atacó fuertemente al Dios cristiano. En ese enfrentamiento ganó una deidad arquetípica que se resume en lo colectivo. El cristianismo había ganado adeptos porque se sostuvo en una gran hazaña: "atribuir a cada uno la dignidad de un alma inmortal, mientras que antes sólo la persona única del rey tenía derecho a esta prerrogativa" (Jung. 1978. p. 62). Wótan, el arquetipo rescatado por el Nacional-Socialismo, es el "río represado" que emerge de su lecho primitivo para teñir la bandera del fascismo. Derrotado el dios cristiano, desaparece el individuo. "El hombre particular es anóni­mo...".
Vistos estos planteamientos, podríamos decir que la Segunda Guerra Mundial no produjo el exterminio de la "humanidad", sino del individuo. La "humanidad" sigue campante en toda la expresión de la abstracción que le atribuyó Unamuno. El individuo sí desapareció. Desapareció bajo el aura del Estado, esa "acumulación de nulidades" que presuntamente erigida en la salvación del hombre, lo ha matado.
Esa "humanidad" se vio fortalecida con un nuevo reparto del mundo (convertido en botín de guerra). Esos estados se consolidaron y el individuo, bajó, tranquilo, al sepulcro del anonimato. Esa "Humanidad" justificó los crímenes de la guerra, condenando solamente aque­llos perpetrados por las potencias derrotadas: Alemania, Italia y Japón. Nadie fue condenado por esa horrenda hazaña de la "humanidad", que exterminó a Hiroshima y a Nagasaki y con ellas a más de trescientos mil hombres. El Estado (o la filosofía que lo justifica) sólo condena el crimen individual. Como siguiendo las prédicas de Hitler, los soldados norteamericanos (tan demócratas ellos) lanzaron sus bombas y se sintieron gusanos, pero arropados en un gran monstruo que es su Estado. Mataron a más de trescientos mil hombres (muchísimos de ellos niños) para salvar a la humanidad. Esa misma síntesis de la masa que un día de estos podría incendiar a la tierra, para salvarnos, también.
Las dos guerras mundiales que produjeron más de un centenar de millones de muertos lograron hacer del mundo una inmensa casa. Una casa en donde habitamos en un virtual anonimato. Una casa en la que se ha cometido un horrendo crimen, el asesinato de la individualidad.  ¿Quiénes son los asesinos? Como dice el poema de Eduardo Gasea: no somos culpables, pero tampoco inocentes. De manera que siempre vamos a sentirnos en una casa en la que "se ha cometido el crimen más horrendo de todos los tiempos". La inocencia debernos probarla.  Quizás necesitemos de nuevo  un Dios para la defensa.

Bibliografía
Jung,  Carl G.. (1978). Consideraciones sobre la historia actual. Barcelona: Guadarrama.

Unamuno,  Miguel. (1980). Del sentimiento trági­co de la vida. Madrid: España Calpe.

1 comentario:

Bea dijo...

Algunos gusanos para subsistir ameritan de un cuerpo descompuesto. ¿Hay carroñas sin gusanos? Pareciera que también existen diferencias entre los gusanos de un vulgar cuerpo y los de un cuerpo magnánimo. Posiblemente dicha condición les haga “más” o “menos” gusanos. Lamentablemente cuando llegan, grandes o pequeños, siempre lo hacen en masa (y también atacan a las masas), no son selectivos con sus presas. ¿A quién responsabilizar por la irrupción de los gusanos en un mundo que ha suprimido la responsabilidad individual? Posiblemente sin culpables… pero tampoco inocentes.