«La escuela no necesita una asignatura de educación emocional o de felicidad, sino cultura y conocimiento»
Alberto Royo realiza en su última obra una ácida crítica a las nuevas corrientes educativas
CARLOTA FOMINAYA-
Me parece interesante la entrevista y el libro de este educador español. Pone en debate los temas candentes de la emocionalidad y el autoayudismo que viene sustituyendo a la enseñanza en nuestras escuelas. Algunas referencias me producen reticencia, como la “excelencia” y la “meritocracia”, provenientes de la cultura empresarial, que concibe lo educativo como un proceso de “habilitación de competencias”. Esta entrevista se publicó hoy en el diario ABC, de España. CM
Alberto Royo realiza en su última obra una ácida crítica a las nuevas
corrientes educativas
Guitarrista clásico. Musicólogo. Profesor de Instituto. Así se
define en su perfil de Twitter Alberto Royo, autor del libro «Contra la nueva educación», donde hace una ácida crítica a
las nuevas corrientes que inundan el sector de la enseñanza.
Página tras página, el autor repasa de forma mordaz los principales dogmas
pedagógicos posmodernos, y elabora una defensa apasionada, pero no pasional, de
una instrucción pública «dotada de una efectiva función de palanca para la
mejora personal de las personas, y alejada de supercherías y propuestas
excéntricas mejor o peor intencionadas».
—Reforma
educativa, tras reforma educativa, los resultados parecen ser siempre los
mismos. Igual tasa de abandono, igual de malos resultados en PISA. ¿Es que dan
igual las leyes educativas?
—No se
puede esperar un vuelco en los resultados con leyes que son conceptualmente
similares. La LOE es la LOGSE y la LOMCE es las anteriores pero con diferente
vestimenta. En el fondo, ninguna de ellas sitúa el conocimiento en un lugar
preferente. Por otra parte, si bien no todo ha de estar condicionado por PISA,
los informes sí nos indican que las cosas no se están haciendo bien.
—Usted
asegura que entre los más graves errores cometidos quizá esté el de rebajar el
nivel de exigencia: el igualitarismo hacia la mediocridad, el desprecio del
conocimiento, la desconsideración hacia el esfuerzo y la aversión al mérito.
¿Esto sería con lo primero que hay que acabar? ¿Cómo?
—Recuperando el valor del conocimiento, asumiendo que no es
posible aprender sin esfuerzo, reivindicando la meritocracia (que los mejores
lleguen más lejos, no solo los que tengan mayor capacidad, sino los más
perseverantes y, claro, los más honrados, los que más lo merezcan en
definitiva, procedan de una situación mejor o peor), siendo ambiciosos y no
conformándonos con un nivel medio para todos sino apostando por la excelencia (lo que no va en detrimento,
faltaría más, del apoyo a los alumnos con mayores dificultades).
Y, por último, aclarándonos sobre qué queremos que sea la escuela: un lugar en
el que se aprenden conocimientos y valores o un centro de entretenimiento y
sociabilización, que «guarde niños» y evite problemas porque no están en la
calle.
—¿Es
prudente que un país que se encuentra a la cola de la OCDE en educación, y
tiene tal tasa de abandono, centre casi todos sus esfuerzos en imponer la lengua
de Shakespeare?
—Cuento
en el libro cómo el actor argentino Ricardo Darín explicaba en una entrevista
por qué no ha querido trabajar en Hollywood: porque pensar en otro idioma es
muy difícil y porque estaría renunciando a una herramienta muy valiosa. Este
mismo razonamiento sirve para la enseñanza. Un profesor ha de dominar la
herramienta más importante que tiene: la palabra. Y hacer que sus alumnos la
dominen. Va a ser su mejor medio laboral y profesional. Sin que eso suponga
despreciar el conocimiento de otros idiomas. La enseñanza del inglés (o del
francés, alemán o chino…) debe suponer un plus, no una sustitución. No puede
ser que la finalidad de una enseñanza secundaria sea hacer que nuestros alumnos
chapurreen un idioma extranjero y ya.
—Hay
una corriente de pedagogos que insiste en acabar con la enseñanza tradicional.
Pero usted apunta en su libro que, al final, el único sistema cuyos resultados
están demostrados es el del aprendizaje a través de la lección tradicional, la
clase magistral, los exámenes, los programas por objetivos… ¿Cierto?
—No es que sea el único sistema válido. Lo que pienso es que un
buen docente puede serlo utilizando una metodología tradicional o innovadora.
Lo que defiendo es que se deje de presionar al profesor insistiendo en lanecesidad de la
innovación sin tener
en cuenta si esta va a mejorar o no el aprendizaje de nuestros alumnos. Hoy
tenemos congresos de innovación, cursos de innovación, premios de innovación... el profesor que no innova es tachado de
inmovilista, mientras se premian metodologías extravagantes.
Déjennos a los profesores que hagamos uso de nuestra libertad de cátedra y
enseñemos como mejor consideremos, según nuestra forma de concebir la
educación. De lo que se trata no es de
enseñar a lo antiguo o a lo moderno sino de enseñar bien.
En cuanto a la clase magistral,
es ridículo estar en contra de ella porque no es más que una clase excelente. La palabra magistral se ha
llenado de connotaciones negativas absolutamente injustas. En
todos los ámbitos (artísticos, laborales, deportivos, empresariales…) se busca
a un «maestro» que pueda explicar cómo mejorar en conocimientos, técnicas o
proyectos. ¿Por qué no en educación? Cuando he impartido clases magistrales
como intérprete (o cuando las he recibido) a nadie se la ha ocurrido pensar que
iban a ser soporíferas o perjudiciales. Al contrario, en el mundo de la música
una clase magistral es una oportunidad de aprender, un disfrute, un lujo.
Una clase, en el contexto que sea (un curso de interpretación
musical, un instituto, una universidad) no puede ser magistral si es aburrida,
monótona, plana... denostar la clase magistral es
un ejercicio de anti intelectualismo. Estoy seguro de que solo
desprecia la clase magistral, entendida, insisto, como una clase
extraordinaria, quien no es capaz siquiera de dar una buena clase. Para aspirar
a impartir una clase magistral (y digo aspirar porque no es sencillo) hay que
estar muy preparado.
—Su
libro Contra la Nueva Educación insiste en que lo nuevo vende, lo viejo no, y
que lo peor de estas corrientes es que sobrevaloran lo emocional, la empatía,
lo original e infravaloran el esfuerzo, la constancia o el rigor.
—Sería urgente cambiar esto restableciendo algunas certezas,
algunas convicciones. ¿Cómo? Recurriendo a la razón y a la experiencia.
Entendiendo que nada hay más reaccionario que
un sistema público de enseñanza que iguale a todos en la vulgaridad.
La cultura y el conocimiento se devalúan si se regalan, si no se pide a cambio
interés y voluntad. Pero demostramos desconfiar de su valor cuando lo edulcoramos
y lo aligeramos para facilitar su adquisición. Además es
profundamente injusto socialmente hablando. Los alumnos que viven en
un ambiente familiar donde hay cultura, conocimientos, absorben estos de manera
habitual: leen en casa, escuchan música, visitan un museo, aprenden un
vocabulario culto, leen la prensa, comentan y escuchan comentarios de distintos
temas… Mientras que los alumnos que se mueven en ámbitos social y
económicamente difíciles solo pueden llegar a «aprender», a conocer estos
saberes en la escuela. Si no se los dan allí, carecerán de ellos siempre y
partirán con una desventaja notable.
—Una
de esas corrientes aboga por la introducción de la educación emocional en todas
las escuelas. ¿Esto sucede a costa de tiempo para las Matemáticas?
—Es posible porque nuestros dirigentes, con intención o no de
idiotizar a la sociedad, no confían en el valor del conocimiento, así que, si
el conocimiento no es importante y la escuela no es el lugar en el que
transmitirlo ni el profesor quien lo atesora, toca buscar otras metas: una de
ellas es la educación emocional, como si fuera posible separar la emoción de
cualquier actividad que uno haga. Soy músico, ¿le parece que es
posible enseñar mi asignatura sin emoción? Hay más emoción en el aria de las
Variaciones Goldberg que en treinta congresos de educación emocional. No necesitamos una asignatura
de educación emocional.
Necesitamos educación, conocimiento y cultura. Y esto en sí mismo ya es
emocionante. Apasionante.
—También
hay quien aboga por enseñar en la escuela a ser felices a los hijos.
—Cuando me dicen que los chicos tienen que ser felices en la escuela,
me pongo enseguida en guardia. Yo también quiero que mis alumnos sean felices,
claro. Mis alumnos, mi familia, usted, el mundo... pero la escuela no es ni debe ser un
centro de psicología positiva, autoayuda y terapias alternativas y la felicidad
no puede ser el fin de la escuela. Es absurdo. Cuando preparé
mi oposición no estudié nada sobre felicidad y sí mucho sobre música. Porque
ese es mi cometido: enseñar música. A mí la música me apasiona y sin duda
contribuye a mi felicidad, como estoy convencido de que es importante para la
formación de mis alumnos y que puede proporcionarles cualidades valiosas que
les podrán procurar disfrute en el futuro: el desarrollo de la sensibilidad
artística, el cultivo del paladar musical y del gusto estético... o, al menos,
una cierta cultura que, pese a que para algunos parece que estorba o que no es
«útil», nunca está de más. Pero esto es algo que se alcanza con el tiempo y no
de forma inmediata y en cuyo proceso no siempre lo pasa uno en grande.
Supeditar todo aprendizaje a la comodidad, al bienestar y al placer es una
irresponsabilidad que puede convertir a nuestros alumnos en ignorantes
narcisistas.
—Usted
advierte en su obra que hay cierta ofuscación con la innovación, la tecnología
y lo digital.
—Parece que es una buena forma de ganar dinero y fomentar el
consumo. Voy a ponerle un ejemplo, ahora que se empieza a criticar también la
escritura a mano y todo debe hacerse con el ordenador: cuando uno toma apuntes
en el ordenador, la propia rapidez de la pulsación hace que anote cuanto
escucha sin apenas darle importancia. Sin embargo, tomar apuntes a mano, dada
la menor rapidez con que la mano puede escribir, te obliga a pensar y
seleccionar lo más importante. Ya estás haciendo un trabajo importante de cada
al estudio que no puedes hacer con un portátil. La tecnología es una herramienta que, como todas, debe utilizarse
cuando mejore el desempeño de una actividad, pero no por imposición.
—También
hay cierta ofuscación con la innovación, la tecnología y lo digital. ¿Por qué?
—Porque es una buena forma de ganar dinero y fomentar el
consumo. Voy a ponerle un ejemplo, ahora que se empieza a criticar también la escritura a
mano y todo debe hacerse con el ordenador: cuando uno toma apuntes
en el ordenador, la propia rapidez de la pulsación hace que anote cuanto
escucha sin apenas darle importancia. Sin embargo, tomar apuntes a mano, dada
la menor rapidez con que la mano puede escribir, te obliga a pensar y
seleccionar lo más importante. Ya estás haciendo un trabajo importante de cada
al estudio que no puedes hacer con un portátil. La tecnología es una
herramienta que, como todas, debe utilizarse cuando mejore el desempeño de una
actividad, pero no por imposición.
—Dice
usted que sir Ken Robinson, apoyado en la teoría de las inteligencias
múltiples, proclama que «todos los niños tienen talento». ¿Cuál es su opinión
al respecto?
—Que entiendo que es mucho más tranquilizador decir que todos
somos igual de inteligentes y que el talento está repartido a partes iguales.
El problema es que es mentira. Desgraciadamente el
conocimiento, la inteligencia y la capacidad no son democráticos,
aunque sí meritocráticos porque alguien que no tenga una gran capacidad, una
inteligencia o un gran talento puede llegar a desarrollar alguna actividad
razonablemente bien si tiene interés y persevera. Luego, cada uno puede
confiarse al esfuerzo o a las múltiples inteligencias. La elección es libre.
—También
hay modas en lo que respecta a cómo debe enseñar. Se habla de pedagogos
innovadores de la innovación, de profesores artistas, de docentes que dan
importancia al alumno porque este a veces sabe más que él y tiene todo el
conocimiento a su disposición, del profesor motivador…
—El conocimiento no es hoy más accesible que antes. Tenemos internet como ya
teníamos las bibliotecas. Un alumno formado encontrará en
internet muchas posibilidades de aprender. Un alumno ignorante solo tendrá más
oportunidades para perderse, quizá más que antes porque resulta facilísimo
tener millones de informaciones al alcance de una tecla. El alumno siempre va a
necesitar aprender a comprender lo que lee, a seleccionar lo que encuentra, a
relacionarlo con otras cosas, a confrontarlo con algunas más, a resumirlo o
expresarlo, a que sea punto de partida de su propio razonamiento o deducción.
—Por
último, señala usted que vivimos en una sociedad sin exigencia intelectual, en
la que quien se esmera no siempre encuentra recompensa y quien busca atajos
muchas veces llega el primero. ¿Cómo lograr que nuestra aspiración sea
conseguir una meritocracia ética, una sociedad que posibilite que, quien se
conduce de forma honrada y tenaz llegue más lejos que quien no se comporta así?
—Es difícil. Los modelos sociales no ayudan. Sin embargo, creo
que debemos hacer lo posible por inculcar en nuestros hijos (y nuestros
alumnos) estos valores: la honradez, el esfuerzo, el
amor por el conocimiento, el gusto por el trabajo bien hecho.
Tenemos la obligación moral de convencerles de que nada es más satisfactorio
que lo uno mismo consigue por sus propios medios.
1 comentario:
Celso, este es un tema de debate muy interesante. De acuerdo con tu reticencia a los términos y te comento que aquí en la UDO hay una buena cantidad de profesores a los que les suena mejor autodenominarse y hacerse llamar COACH, un término muy de moda a nivel empresarial y una especie de "ángel de la guarda" que permite "bien orientar" para alcanzar niveles de excelencia en el desempeño y habilitar para las competencias como tu mencionas.
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