sábado, 30 de abril de 2016

El pueblo como coartada


Celso Medina

La democracia contemporánea enfrenta un reto acuciante: navegar en contradicciones que cada día se multiplican, una de ellas es su definición de pueblo. Su arquetipo ideal, la democracia griega, no previó ese concepto.
No es cierto, pues,  que etimológicamente la palabra democracia signifique “gobierno del pueblo”. En efecto, significa gobierno de los ciudadanos. Y la ciudadanía era un privilegio de quienes vivían en la ciudad, y vivir en la ciudad significa tener propiedad, ser habitante privilegiado de la polis. La igualdad, entonces, era entre iguales. Aristóteles define al hombre libre como aquel que no depende de nadie, que no necesitatrabajar para poder existir, que tiene todo el tiempo para ejercer su libertad. En oposición, estaban los que trabajan para él. En el ágora hablaban “los iguales”.
La democracia fue un concepto obliterado por muchos siglos. Son los filósofos ilustrados y la Revolución Francesa los que intentan reponer la antigua institución griega en  Occidente.
Guy Debord sostiene que “Todo lo que era absoluto se ha tornado histórico”. Al historizarse el concepto democracia, su configuración fue víctima de las grandes contradicciones. Los ilustrados pensaron en una ciudadanía universal, concibiendo al hombre como un ser cuya naturaleza es tener derechos. Se llegaba a ser hombre naciendo. Pero ese tratado de buena voluntad se estrellaba contra la realidad. El mundo no fue de iguales, sino más bien de desiguales. Y la contradicción mayor es que la minoría dominaba en ese mundo de desequilibrios, unas veces sustentados con argumentos cínicos y otras veces con perversos sistemas de opresión.
La burguesía se vio obligada a revisar la democracia griega, sobre todo en aquello del ocio como principio de acción. Para esta clase social la libertad vale bien poco si ella limita su preocupación esencial: crear riquezas. Ese propósito bien pronto cambió: todo terminó creando ricos, más que riquezas. Le convino más las ideas de Darwin, en el sentido de hacerse fuerte para imponerse a los débiles. Y leyó tardíamente a Rousseau, en lo atinente a la necesidad de un pacto social que permitiera que la sociedades no fueran objeto fácil de la entropía (desorden). Se trataba de reinar, pero con nuevos garrotes, los garrotes ideológicos de la nueva democracia revestida de una institucionalidad donde todos se creyeran iguales.
Para esa ilusión de igualdad tuvo que inventarse el concepto de pueblo, que tiene una acepción distinta a la de ciudadanía universal, creada por los ilustrados. El pueblo era la mayoría “minorizada”. La que no protagonizaba la historia, pero la realizaba: los campesinos que creaban nuestras comidas, los soldados que morían por la patria, los obreros que hacían crecer las arcas de “la inmensa minoría de ricos”, etc.; en síntesis, la base de la pirámide del capitalismo.
De esa base preterida emergerán algunos sectores sociales que servirían de mediadores entre el ápice y la base de la referida pirámide. Algunos de abajo hasta han alcanzado ese ápice. Los mediadores por excelencia han sido los integrantes de la llamada clase media. Ellos han sido los más entusiastas teóricos del concepto de pueblo. Para su elaboración se han situado en tres vertientes: los denostadores,  los hagiógrafos y los cínicos.
Los denostadores piensan en el pueblo como una tara. Piensan que su pobreza tiene un origen natural. Según ellos nacieron bajo la impronta desu topología: los campos infértiles y los cerros. Su destino está fijado, son seres resignados. Por ello la democracia no va con él, porque se mantiene en una permanente minoría de edad. Su existencia se justifica porque alguien tiene que hacer la labor sucia. Estos  denostadores tienen problemas de conciencia cuando hablan de democracia. Como tienen que moverse en lo correctamente político, blanden los programas de educación y salud al pueblo, pero en el fondo su propuesta de formación no avizora a ese pueblo más allá de la instrucción en las destrezas que refuercen su vasallaje; los quieren sanos para que rindan en sus trabajos, no para que vivan con la misma plenitud que sus amos. A regañadientes aceptan que voten en igualdad de condiciones.
Los hagiógrafos del pueblo han creado una visión idealizada del mismo, hasta el punto de que a veces lo caricaturizan. Impulsan la tesis rousseaniana del “buen salvaje”: sus integrantes son seres inocentes, incapaces de tener conciencia del mal o del bien. Por ello adoptan lo que Zygmunt Bauman llama el carnaval de la compasión y de la caridad.
Los cínicos temen que algún día el pueblo deje ser pueblo. Por ello recurren a todos los esfuerzos para que no se muevan de ese estadio. Recurren a algunos recursos de los hagiógrafos, alabándolos, encomiando su cultura reduciéndola a folklor. Su meta fundamental es desmovilizarlo. Conciben al pueblo como la cárcel de la resignación. Los principales cínicos son los políticos. Por supuesto que hay otros: los empresarios, las religiones, etc. Pero son los políticos los cínicos más implacables. Sobre todos nuestros políticos, para los que la cosa pública es un botín. Y para ilustrar esa aseveración recurro a Castoriadis: “Los políticos son impotentes. (…) Ya no  tienen un programa. Su objetivo es seguir en el poder”.
El concepto de pueblo no es un concepto social. Es fundamentalmente cínico. Ha sido una coartada para justificar la discriminación. Hay que deconstruir ese concepto, y para hacerlo deberíamos penetrar a la esencia de su origen. El que lo creó (¡vaya usted saber quién lo hizo!) tenía una idea de política como sinónimo de caridad. Tú pueblo, yo líder. Tú, conforme con tu reducido mundo material y simbólico; yo pleno de recursos, para que tú puedas soñar con ellos.
En lo particular, me inclino por abolir este término tan tramposo. Creo más en la ciudadanía, más que en el pueblo. Por ello pienso en la necesidad de volver a los principios ilustrados del universalismo, que tejen al ser humano como un ser que tiene derecho a tener derecho. La palabra pueblo da la idea inmediata de verticalidad; de unos que están arriba y otros, abajo. El de ciudadano es un concepto que me sugiere horizontalidad. Bien, quitémosle la vieja rémora de habitante de ciudad, y pongámosle el de habitante del mundo, y hagámosle honor a la frase de la filósofa Hannah Arendt, para quien se “trata del estar juntos y los unos con los otros de los diversos”.
Para esa idea de ciudadanía que sustituirá a la de pueblo, es necesario rescatar la política. Hacerla un hecho cotidiano, sin que necesariamente hablemos de ella. La política solo debe dedicarse a resguardar la libertad. Pero ésta “solo puede ser producto del trabajo colectivo” (Bauman).
La filósofa alemana citada sostiene que “el punto central de la política es siempre la preocupación por el mundo no por el hombre”. Ese “mundo” debe estar habitado por un ser-sujeto; es decir, un ciudadano pleno de derechos, responsable de cómo lo administra.Así, podremos desterrar ese concepto de pueblo, que hasta ahora no ha sido sino  una coartada para justificar aberrantes desigualdades. Tendremos espacios para discutir estas ideas en el marco del actual proceso histórico que vive Venezuela. 

3 comentarios:

Beatriz dijo...

Un chiste Profe:

-¿Sabe usted lo que es democracia?
-No, no sé.
-¿Se va a lanzar usted como diputado y no sabe lo que es democracia?
-¿A poco usted sí lo sabe?
-Pues me lo imagino.
-¿Y qué es?
-Democracia, mire usted, según la lengua española traducida al castellano, quiere decir demo, como quien dice dimo y dimo con qué nos quedamos. Y cracia, que viene a ser igual, porque no es lo mismo “Don Próculo se va a las democracias”, que “demos cracias que se va Don Próculo”.

CANTINFLAS

Franco César dijo...

Buena idea Celso. Un abrazo desde la tierra de los azules eternos

Luisgoza dijo...

Saludos hermano Celso.
Me gusta tu Blog (generalmente me gustan los blogs, aunque me detengo poco en ellos, como en tantas otras buenas cosas que me gustan. A veces por falta de tiempo, de dinero o de un lugar para ocios como este).
Leí tu ensayo y como casi todas las cosas tuyas que he leído, lo encuentro consistente, documentado, amén de bien escrito y reflexivo. Aunque disiento en lo relativo a cambiar el término pueblo por ciudadano. Yo mas bien procuraría elevar su dimensión hasta otorgarle la dignidad que se merece. Para mi, pueblo es esencia nutricia de la condición humana, es raíz y simiente... Ciudadano es una elaboración mas formal, un deber ser, obediente de leyes y convencionalismos, para una convivencia social. Bueno, pero esa podría ser una conversa más bilateral y productiva, ...con unos tragos, (tal vez tu prefieras vino o escocés, y yo cocuy de penca o guarapo ta), y no un diálogo de Internautas. Me gusto tu poema, leo que has madurado en este genero, ya te he leído en otras publicaciones y lo disfruto. Pero también disfrute toparme con el discurso de Fernando Delpaso. Una joya de irónica sapiencia. Lástima que le siga(n) rindiendo pleitesía a una corona desteñida y a una sociedad de ciudadanos, que cada día se parece más a un mausoleo, que a una democracia donde tomar los ejemplos que pretenden darnos.
Te reitero mi afecto y respeto. Siempre es agradable encontrarte, aunque sea en-red-ado entre el pretexto de tus textos. Un abrazo. LG.