El fracaso o
la anti épica en dos novelas venezolanas contemporáneas: El pasajero de Truman y Sumario
Celso Medina
Los novelistas venezolanos Federico Vegas y Francisco Suniaga |
… el hombre es el animal a quien esencialmente le corresponde la posibilidad de caer
José Luis Pardo
La novela y el ensayo son los grandes géneros que en
Venezuela han hecho patente la idea del fracaso.
Decíamos en otro oportunidad (Medina, 2006) que la
novelística venezolana de los siglos XIX y XX se amparó en concepciones
sociopolíticas, en especial las del positivismo y las del vitalismo
nietzcheano, reduciendo su “mirada a la de un ojo crítico, más pendiente de las
ideas que de la estética” (751). Dos novelas las emblematizan: Peonía (1890) e Ídolos Rotos (1901). Las mismas están facturadas desde el
pesimismo. Sus dos protagonistas, Carlos y Alberto Soria, flanqueados en sus
visiones liberales y vitalistas, escenifican el fracaso del individuo ante una
sociedad negada a la modernización de la ciencia y de las artes.
En lo que concierne al ensayo, podemos decir que con
él los intelectuales venezolanos se dedicaron especialmente a diagnosticar la
sociedad venezolana, ofreciendo, desde sus diversas tendencias, la imagen de
una Venezuela destinada al fracaso. Dos textos son representantes de esas
visiones: Cesarismo democrático, de
Laureano Vallenilla Lanz (1919) y Mensaje
sin destino(1951), de Mario Briceño Irragory. Desde el positivismo y desde
un humanismo de tendencia existencial, estos autores muestran cómo las utopías
independentistas fracasan ante una historia nacional caracterizada por una alta
tendencia entrópica.
Pero en esta oportunidad vamos a ocuparnos de la
novela venezolana como género que pulsa ese sentimiento de fracaso. Y lo
haremos a partir de la lectura de dos novelas novísimas, que reactualizan ese
tema.
No es gratuito el uso de la novela como instrumento
para patentizar el fracaso. Este género en sí mismo nace amparado en el clima
de pesimismo que originó la sociedad moderna. Valiéndonos de la imagen de José
Luis Pardo (1996), diríamos que la novela es el relato de un equilibrista, conjurando su caída. Y es a la
vez la narración del héroe caído, del hombre “degradado, actuando en un medio
degradado”, para decirlo en frases de Lucien Goldmand (1971). Por ello,
disentimos de Lukács cuando afirma que la génesis de la novela es la epopeya;
creemos más bien que es la tragedia su origen. Sólo que su fatum agudiza su impronta trágica cuando se entrevera con elementos
de la comedia, haciendo de la risa un rictus
que esconde la amarga vida del héroe caído.
En Venezuela la novela nace en 1842 con Los
Mártires de Fermín Toro. La militancia de su autor en el Socialismo Utópico
inglés hace que su novela tenga el sello del pesimismo. Sus héroes son
aplastados por la crisis social que caracterizaba la Inglaterra de los años 30,
espacio histórico donde interactúan los personajes torianos. El pionero de la novelística venezolana
prefirió escribir sobre una exótica realidad. Pero pensamos que no lo hizo con un
afán escapista. Al describir un ambiente europeo plagado de injusticias,
parecía estar advirtiendo que la propuesta política para Venezuela debería
distanciarse de aquel ambiente.
Ese sentimiento de naufragio se intensifica en Venezuela con el nacimiento
de su novela histórica. Ella acentúa esa lucha por los protagonismos de los
personajes fracasados. Introduce en
nuestra literatura una compleja aporía. La ficción se deja conquistar por la
historiografía, problematizando la relación de las “entidades históricas” con
las “entidades anónimas”. Para Paul
Ricouer (1996): “El historiador se dirige a un lector desconfiado que espera de
él no sólo que narre, sino que también autentique su narración” (297). El
lector de la historia aspira a lo
plausible, cuya verosimilitud le dé certezas. Aspiración que falla,
cuando surge la Novela Histórica como género. Lukács (1971) la definió como
“representación artísticamente fiel de un período histórico concreto" (89).
Concepto que lleva en sí su aporía: “artísticamente fiel” es una frase que construye un oxímoron. ¿Cómo
puede ser fiel el arte a la realidad, sin traicionar su propensión a lo
imaginario? Ese género surge del fracaso
de la historia; su hermenéutica falla en el campo de la historiografía, y se ve
obligada a invadir el campo de la ficcionalidad, para, a través de los
imaginarios, explicitar sus verdades.
Uno de los novelistas venezolanos más avanzados de nuestra vanguardia,
Arturo Uslar Pietri, escribe una novela histórica para hacer patente esa tendencia
pesimista de nuestra novelística: Las
lanzas coloradas (1931), en la que se ofrece lo que pudiéramos calificar
como la clara anti épica de la lucha pro independentista venezolana.
Pero donde viene a adquirir más profundidad esa idea de fracaso es en la
novela política venezolana. Según Irwing
Howe (1957) este género nace
Para hacer que las ideas e ideologías cobren vida, para
dotarlas con la capacidad de agitar a los personajes dentro de gestas
apasionadas y sacrificios, e incluso más, para crear la ilusión de que tienen
una especie de movimiento independiente, de manera que los mismos- esos
derechos abstractos o ideas o ideologías- parezcan convertirse en personajes
activos… (34)
En el caso de Venezuela, la Novela Política,
tendencia en la que ubicamos las obras que vamos a analizar aquí, convierte a los protagonistas históricos en
personajes, los dota de caracteres, los desaloja de su ámbito público,
arrojándolos en un espacio donde las “razones de estado” se supeditan al famoso
síndrome de La Nariz de Cleopatra. Recordemos lo que Blaise Pascal nos dice
sobre ese síndrome: “Si Cleopatra hubiera tenido una nariz más corta hubiera
cambiado la faz del mundo”.Ese determinismo configura la trama, pues toda la
acción depende de las peripecias del hombre de estado, sobre quien pesa la
responsabilidad de cambiar o mantener “la faz del mundo”. Es la acción de él lo que hace que “las ideas
o las ideologías cobren vida”. Pero el
político es un hombre, a quién “le corresponde la posibilidad de caer”, siguiendo
a Pardo.
La novela venezolana vive actualmente un revival de
lo histórico. Su retorno al pasado aparece en medio de un clima político donde
la historia se ha hiper ideologizado. Algunos críticos han destacado cierto
utilitarismo en esta tendencia. Al respecto afirma Juan Carlos Santaella, en
una entrevista ofrecida a Daniel Centeno:
Ocurre que muchas personas ven en la novela
histórica una vía de aprendizaje académico. Es decir, creen que están leyendo
grandes verdades en estos libros. Olvidan que los escritores mienten y que no
saben nada de historia ni de filosofía ni de política (Centeno,2009: 28)
Santaella parte del hecho de que solo la historia, la
filosofía y la politología pueden hablar de “grandes verdades”; por ello tilda
a los novelistas que acuden al género de mentirosos, afirmándose en un dogma:
el escritor sólo debe ficcionalizar. En cambio, una escritora practicante de la
novela histórica, Ana Teresa Torres afirma: “… es la historia una suerte de
ancla, de sentimiento de que hay algo a la que aferrarse” (2009, p. 28).
Esa ancla parece ser el
instrumento al que algunos narradores venezolanos contemporáneos acuden para
auscultar el presente venezolano.
Venezuela a partir de la llamada era chavista (desde
1999 o tal vez a partir del intento de golpe que comandó Hugo Chávez en 1992)
vive una intensa experiencia con el ejercicio de la política. Se puede decir que como nunca esta actividad
se ha democratizado. Y esa politización ha tenido un alto componente
historicista.
Para los afectos al presidente Chávez, en el pasado hay
importantes iconos que sirven de modelo a lo que llaman la Revolución Bolivariana.
El más importante de ellos es Simón Bolívar, el Libertador. A su alrededor se
ha puesto a girar un panteón de héroes (Miranda, Sucre, Zamora, etc.)
reconstituyendo la práctica ideologista de la historia romántica, impulsora de
la Historia Patria.
Los opositores
al presidente Chávez tejieron,por
su parte, una trama historicista que ha
abandonado la historiografía general de Venezuela, indagando en lo íntimo los personajes históricos, procurando
restarle la majestuosidad a sus heroísmos. Bajado de su mármol, los héroes se truecan
en verdaderos elementos que sirven para desarrollar el símil del
pasado-presente. Por ello se hace uso de una tradición genérica: la novela
histórica política. Se arma un símil: el
presente es como el pasado. Y ante la impotencia de vencer el presente, se le
asesta un duro golpe a lo pretérito. Reviviendo algunos tópicos del ensayo positivista
venezolano, la novelística escrita por escritores afectos a esta posición
política se han sustentado en una narrativa de tesis, que sostiene que en
virtud de que Venezuela es actualmente víctima del militarismo, hay que
reavivar el civilismo.
Federico Vegas y Francisco Suniaga son escritores
con una explícita tendencia antichavista, que se expresa en sus declaraciones
de prensa, en la firma de algunos manifiestos, etc. Son ellos los autores de
las novelas que estudiaremos aquí, para hacer patente la idea contemporánea del
fracaso en la literatura venezolana.
Diógenes Escalante y Carlos Delgado Chalbaud son dos
políticos importantes del siglo XX que protagonizan las novelas de Suniaga (El Pasajero de Truman, 2008) y Vegas (Sumario,
2010) que conforman un interesante boom
de la novela histórica política que hoy hace su aparición en la historiografía
literaria venezolana. En ellas podemos percibir el desarrollo de un símil ¿Cuáles
son sus elementos? Por supuesto, uno es el presente (sutilmente elidido) y el
otro es la coyuntura política que va de la muerte del dictador Juan Vicente Gómez, quien gobernó al país
desde 1908 a 1935, al magnicidio de Carlos Delgado Chalbaud (en 1950).
La década
que sigue a la muerte del dictador Juan Vicente Gómez generó una enorme expectativa. El país venía
de haber sufrido una cruenta dictadura que duró 27 años. Por ello su
desaparición, hizo que irrumpiera en el espacio público una abundante discusión
acerca del destino de Venezuela. Nacieron los partidos políticos contemporáneos
y la política se ejerció una inusitada libertad. Pero el Gomecismo no
desapareció abruptamente; pasó por un proceso que poco a poco intentaba servir
de transición a gobiernos completamente civiles, lo que no pudo cumplirse sino
el año 1958, cuando, caída la última dictadura venezolana (la de Marcos Pérez
Jiménez) se eligió presidente a un civil, Rómulo Betancourt. El experimento
democrático de Rómulo Gallegos fue efímero: fue el primer presidente electo por
voto secreto y universal (febrero de 1947), se encargó del gobierno en febrero
de 1948 y en noviembre del mismo año fue depuesto.
Varias
figuras y varios eventos fueron forjando ese camino. Dos de esas ellas fueron
Diógenes Escalante y Carlos Delgado Chalbaud; el primero civil, el segundo
militar. En ellos estuvo centrado el interés de la política venezolana. Pero
ambos desaparecieron de esa escena de manera intempestiva: uno enloqueció, en
víspera de convertirse en el primer presidente civil del siglo XX; el
otro fue asesinado en un complot que aún la historiografía no ha podido
dilucidar.
Estos
personajes son objeto de ficcionalización por parte de los dos novelistas
venezolanos ya nombrados. Ambos dan cuenta de cómo esa expectativa concluyó en
un estridente fracaso. Fracaso que sirve de elemento del símil pasado-presente
en las novelas de Vegas y Suniaga.
La
concepción de la novela histórica que manejan ambos autores parece distanciarse
de la tradición del género. Para éste “Los vacíos historiográficos son su punto
de partida. Completarlos es su trabajo” (Medina, 2005, p. 14). Esas novelas se
alejan de los “realemas”(Evenzohar, 1980). Ni la
historia ni los personajes son “unidades mínimas de realidad”. La realidad
historiográfica es presentada en forma prolija. Abundan los datos, el registro
de eventos; pero no es el deseo de llenar “vacíos historiográficos”, lo que
mueve a estos escritores, sino una especie de bulimia historicista; un hartazgo
de datos que derivará en un gran fracaso: en una hermenéutica fallida, donde la
historia termina oscureciéndose. No en vano, en ambas novelas la principal
acción diegética es la búsqueda. Un periodista quiere completar el affaire
histórico de Diógenes Escalante; y un escribiente secretario quiere aclarar las
oscuridades del juicio contra el asesino de Carlos Delgado Chalbaud, Rafael Urbina.
Aquí se devela el primer fracaso: la historia es un fenómeno condenado a la
inefabilidad. De ella se pueden derivar moralejas, mas no verdades.
En El Pasajero de Truman Francisco Suniaga teje su trama a partir del
encuentro de Román Velandia y Humberto Ordoñez; el primero
periodista-historiador, el segundo diplomático, secretario privado de Diógenes
Escalante, embajador de Venezuela en Estados Unidos y candidato del entonces
presidente de Venezuela, Isaías Medina Angarita a sustituirlo. A pesar de que sus
nombres son ficticios, al final de la novela el autor anota:“quería expresar mi
más profunda gratitud a Ramón J. Velásquez y Hugo Orozco” (los personajes
reales que estuvieron muy cerca a Diógenes Escalante, en la hora de su
desgracia).
La novela se ocupa de
desandar, 60 años después de los hechos,
el hilo de lo sucedido “cuando ambos trabajaron juntos durante la semana
al lado del hombre que vino a salvar a la patria y no pudo” (2008: 9). Velandia
tiene 90 años y su interlocutor, 80. Éste se ayuda “con un bastón que parecía
una pieza imprescindible para su equilibrio” (2008:13). Velandia es periodista
(historiador de lo presente) e historiador (historiador de lo pasado), testigo
y participante de la desgracia que se erigiera sobre el infausto Diógenes
Escalante. Está convencido de que:
Es
necesario que usted y yo, que fuimos parte de la peripecia más infortunada
vivida por Venezuela en el siglo XX, aclaremos algunas cuestiones oscuras en
esta historia (2008:16).
Leemos, pues, el
desandar de una historia en la que habrá una rica polifonía: la voz de los dos
que dialogan en la casa del exsecretario del político infortunado, la de los
recuerdos del Dr. Escalante, y las voces que este activa cuando rememora su
vida familiar y sus avatares políticos, al lado los presidente de
Venezuela Cipriano Castro, Juan Vicente
Gómez, Eleazar López Contreras y Medina Angarita. Todo gira alrededor de las
últimas tres semanas que permaneció en Venezuela Escalante antes de que
enloqueciera, y en “el viaje de regreso a Washington, derrotado, en su
interminable camino hacia el olvido” (p. 19).
La novela construye un
Sísifo criollo: un ser con ambición, pero resignado. Tres veces estuvo a punto
de ser presidente del país: con Gómez, con Eleazar López Contreras y con Isaías
Medina Angarita. Este último, para procurar cambiar la tradición de los
presidentes militares, le ofrece que deje la embajada en Estados Unidos y asuma
la candidatura a presidente, posición que a la que accedería sin problemas,
porque el Congreso, a quien le tocaba elegirlo, estaba en manos del entonces
presidente. Esa propuesta la medita; la consulta con su familia, con los
voceros de la política contemporánea más calificada. La novela nos muestra a un
personaje conflictuado, casi abúlico. De boca de Ordóñez, oímos esto: “debió
escuchar muchas veces la ironía de que vinieran a ofrecerle la posición que más
quiso cuando ya no podía quererla” (2008:18). Cuando parece que va a detener la
eterna piedra (su deseo de ser presidente), enloquece.
En algunas
oportunidades el autor parece deslizarse en las palabras del personaje central.
Resulta históricamente poco verosímil pensar en Diógenes Escalante como un
hombre de grandes ideas democráticas. Sobre todo si tomamos en cuenta que fue funcionario privilegiado de los
dictadores Castro y Gómez, y que en el postgomecismo le tocó asumir un
ministerio importante, el de Relaciones
Interiores, y que ocupó las embajadas más emblemáticas de la diplomacia
venezolana, como son las de Estados Unidos e Inglaterra. El narrador pone en
boca de Escalante sus planes:
Ese
es uno de los planes que me propongo ejecutar si acepto la Presidencia,
disponer de la renta petrolera para crear una clase empresarial fuerte,
entrenada en hacer negocios y dispuesta a generar riqueza (…) el problema de un
gobernante no es que haya ricos, sino que haya pobres. (…) Lo que ha existido
es una renta petrolera que está allí por un accidente geológico y que el Estado
administra (2008: 118).
Ideas éstas que salen
más de la intrautoría, que de la misma diegésis. El narrador no es sino un
ventrílocuo de los numerosos discursos que pueblan el presente y el pasado
liberalista venezolano, y en especial de uno sus más notables propulsores,
Arturo Uslar Pietri, cuyo artículo “Sembrar el petróleo”, publicado el año
1936, en el Diario Ahora, es
emblemático y se repite casi a diario en Venezuela en estos días de
hiperpolarización política. Hay en esa polifonía una coincidencia: la
preocupación por una supuesta entropía, vista como natural en la sociedad
venezolana; ideas que no se divorcian para nada de las que en los años 20
exponían Ignacio Arcaya y Vallenilla Lanz, nuestros ensayistas del Positivismo.
En el telón de fondo de
la novela, gravita el rechazo al mesianismo militar. Ordóñez encomia en
Escalante el deseo de “crear instituciones fuertes y autónomas, que frenara esa
tendencia, tan nuestra, (subrayado
nuestro) de hacer lo que nos vengan en gana” (p. 121). Insistimos que más que
ideas de Escalante, parecieran ideas del autor. Y enfatizamos que en ese “tan
nuestra” se deja ver una visión un poco maniquea: ¿de qué tendencia habla? ¿La
que describen los positivistas de nuestras razas? No se conocen textos ni discursos
en los que el personaje histórico dejara registro de esas ideas. El autor (no
el narrador) está intentando hacer una narrativa de tesis: se trata de culpar al
mesianismo militarista de todos los males nacionales. Y en ese afán, se vuelve
prisionero del famoso síndrome de La Nariz de Cleopatra, al poner en la voz de
Ordóñez estas palabras:
Cuando veo lo que ha acontecido
aquí desde 1945 es cuando más me convenzo de que el descalabro del doctor
Escalante fue un gran infortunio para Venezuela (2008: 121).
Si Escalante hubiese
sido presidente de Venezuela, entonces nos hubiéramos evitado los cuatro golpes
subsiguientes y los gobiernos dictatoriales de Carlos Delgado Chalbaud y de
Marcos Pérez Jiménez. Por eso el fracaso
de ese personaje de la política venezolana, fue el fracaso de toda Venezuela.
Por esa vía estaríamos rechazando un mesianismo (militar), alabando otro
(civil). La historia sería, en esa visión, la urdimbre de los azares. Toda se
reduce a “que el militarismo
representaba la gran dificultad a vencer por quienquiera que fuese a ocupar la
Presidencia”. Se da por sentado que sin
la locura de Escalante esos avatares serían conjurados.
En la misma tendencia a
reivindicar a ciertos dictadores haciéndolos simpáticos, se teje también
algunos tópicos que refuerza un lugar común que puso a correr en el imaginario
nacional el positivismo: Juan Vicente Gómez duró 27 años en el poder gracias a
sus “inteligencia natural”, y a que “no tenía una visión heroica de sí mismo” (2008:141).
Los contextos históricos se eliden; lo novelesco quiere urdir la idea de que la grandeza de Gómez fue que no quiso
parecerse a un militar: “Conocía muy bien al género humano y estaba plenamente
consciente de cuáles eran sus propias debilidades y fortalezas” (2008: 141). He
aquí la bandera del horror a lo entrópico enarbolándose.
En Sumario Federico Vegas trabaja con un evento: el asesinato de Carlos
Delgado Chalbaud; y más que ese crimen, se interesa en reflexionar en cómo hizo
la historia para ensombrecerlo, a pesar de la cantidad de datos y documentos
que circularon sobre el caso.
Es importante esbozar
algunos elementos biográficos del personaje que focaliza el interés de esta novela:
Carlos Delgado Chalbaud, hijo de otro personaje también novelado por Vegas,
Román Delgado Chalbaud (Véase Falke, 2005),
quien ve morir a su padre en una invasión destinada a deponer el gobierno de
Juan Vicente Gómez en 1929. Después del fallido intento
de golpe, regresa a París, donde se forma como ingeniero. Luego de la muerte del acérrimo enemigo de su padre, el
dictador Juan Vicente Gómez, el presidente que lo sustituye, Eleazar López
Contreras, lo invita a que se incorpore al ejército de Venezuela. Ya como
militar logra obtener importantes posiciones en el ejército. Participa junto a
civiles ligados a Acción Democrática en el golpe de estado que depone al
presidente Isaías Medina Angarita. Luego de ser electo como presidente
democrático el novelista Rómulo Gallegos, es
nombrado Ministro de la Defensa. En esa condición lidera el golpe de
estado que depone al mismo Gallegos, presidiendo desde 1948 la Junta Militar de
Gobierno, al lado de Marcos Pérez Jiménez y Felipe Llovera Páez. El 13 de
noviembre de 1950 es secuestrado y asesinado, por un grupo de hombres a cuya
cabeza estaba Rafael Urbina.
Vegas sostiene que esta
novela se puede calificar como “hiperhistórica” (2010). Afirma que más del
cincuenta por ciento de los hechos provienen de la edición del expediente que se
hizo con motivo del asesinato de Delgado Chalbaud, cuyo titulo es también Sumario, publicado por el dictador Pérez
Jiménez. En el más ortodoxo esquema de la novela histórica, Vegas yuxtapone
personajes ficcionales (Francisco Rueda, su familia, el juez y el periodista) a personajes reales. Los
testimonios de estos últimos son tomados literalmente del expediente nombrado.
La hiperhistorizada novela abunda en detalles; como el mismo autor lo señala, en
una sobre exposición de los hechos. Allí reside, precisamente, la idea del
fracaso en la novela: en sobreabundar datos, para dejarnos al final en medio de
incertidumbres. De manera que no es del fracaso del personaje central de la
novela, Carlos Delgado Chalbaud, de lo que quiere hablar Vegas, sino del
verdadero fracaso de la verdad histórica, que aunque la busca un periodista, un
juez, un secretario y una arquitecto
(Emilia, hija de Rueda) trocada en sabueso policial, termina totalmente desfigurada.
Esta novela se narra en
primera persona. Francisco Rueda siente que la historia se le mete en su casa.
El hombre caído (Delgado Chalbaud) es amigo de su padre. Su muerte interrumpe
la operación de Alesia, hermana del narrador, porque los médicos que debían
atenderla tienen que afrontar la emergencia que implicaba el asesinato del
presidente de la Junta Militar. Ese 13 de noviembre de 1950, esa fallida
operación coincidió con el único magnicidio que ha tenido Venezuela. Así, pues,
la historia gruesa se entrevera con la intrahistoria de la familia Rueda.
Luego de 50 años,
Francisco Rueda, acicateado por su hija, Emilia, decide hacerse hermeneuta de
un evento del que él fue testigo. Como secretario del tribunal, le tocó escribir
el expediente; ahora mira su escritura desde un espacio impersonal, procurando
entender qué motivos y por qué ocurrió el magnicidio. En los relatos de la
novela se despliega una poliédrica complejidad. Por ella discurrirán varios
conflictos: el de Rafael Urbina, el autor intelectual de asesinato, a quien
mata la policía alegando razones poco convincentes;y el retrato de su esposa y
numerosos hijos, que fueron estigmatizados cruelmente. También es de destacar
la misma tragedia dela viuda de Chalbaud, a quien se le presenta como una mujer
sensible, muy vinculada a las artes, y frente a la cual el gobierno de Pérez
Jiménez tiene una displicente actitud.
Alejandro Teurel (2010)
afirma que en dicha novela
La
atmósfera tiene mucho de tragedia shakesperiana como apunta el propio juez de
la causa, pero también tiene mucho de espesa tragedia griega, donde la
multiplicidad de voces del coro comenta y lamenta las acciones de un
desdichado,indeciso y desubicado Hamlet criollo.
En
el juego shakesperiano, más estético que historicista, Vegas pone al hijo
(Carlos) frente a su padre (Román). Hamlet hijo busca a Hamlet padre: el poder
negado a éste, le ha sobrado a su descendiente. Al ejercerlo, no deja sentir
alguna pena por el fracaso del hombre que arriesgó todo, incluso el bienestar
de su familia, por vengar la afrenta del dictador Gómez.
Pero
diríamos que también estamos frente aun Macbeth víctima del poder, derrotado
por su soledad más que por sus amigos militares. Una soledad devenida de la
incomprensión de sus compatriotas; la misma incomprensión de la fue víctima
también el embajador enloquecido (Escalante) que nos describe Francisco
Suniaga.
La
novela surge de una depresión. Francisco Rueda, ya octogenario, siente que le
invade un vacío. Y su hija, Emilia, le impele a llenarlo con la escritura de
una novela sobre el asesinato de Carlos Delgado Chalbaud. No es gratuita la
imagen: el hermeneuta quiere interpretar lo que hace 50 años escribió. Cuando
era secretario del tribunal instructor del expediente, era “Hombre de ojos
secos”. Quizás eso le impedía ver lo que escribía cuando era joven escribiente.
Ahora intima con las hijas de Rafael Urbina; ve venir el año 1998 (el año en
que ganó las elecciones Hugo Chávez Frías). Tal vez necesita saber qué pasó en el
50 para procurar comprender su presente.
Federico
Vegas sostiene que “Como en toda obra literaria, lo importante no es la
solución del acertijo sino el significado del acertijo” (2010). Buena definición de lo que es la novela: una
narración sobre el indagar sin apuros por obtener certezas.
No
podía escapar esta novela a la crítica implícita al mesianismo militarista, y
una inclinación por el Mesías Civil. Así
como Suniaga encomia a Diógenes Escalante como el héroe civil caído, Vegas va
construyendo con su relato de Delgado una imagen desmilitarizada. Interesante
los pasajes en lo que piensa construyendo puentes en París, y luego haciéndose
militar más por las circunstancias que por vocación. En contraste, el verdadero
Militar (el forjado para eso), Marcos Pérez Jiménez es calificado
categóricamente por su hija Emilia como “un Bobo”. Vegas quiere condonarle a
Chalbaud los dos golpes en los que estuvo involucrado; su participación (su
traición a Gallegos, de quien decía tener grandes deudas afectivas) en tales
eventos fue producto de un medio político venezolano aún nostálgico de Juan
Vicente Gómez.
Las
dos novelas en cuestión tematizan el fracaso desde dos perspectivas:
1.
Consideran que
la historia es una empresa inviable para abordar los eventos históricos que
narran. A pesar de la abundancia de
datos, de la polifonía que hace patente los hechos, no hay certezas. Los hechos
más que configurarse, se desconfiguran en una laberíntica madeja de versiones. Allí
parecen coincidir con las prácticas desconstruccionistas derridianas: la
realidad no se deja atrapar por significados absolutos.
2.
La otra idea del
fracaso conlleva la adscripción a un tópico que estereotipa la historia
venezolana. Se hace al amparo del ya citado síndrome de La Nariz de Cleopatra y
de cierta visión positivista, quizás determinista: el país tiene una tendencia
natural a la entropía social; su propensión al caos es el producto de que en la
dirección de su Estado predominó (y según su moraleja implícita aún predomina,
con el Chavismo) el Mesías Militarista. Las dos novelas relatan cómo el país
perdió la oportunidad de, bajo el aura de un Mesías Civil, romper con esa
tradición entrópica.
No
se podría obviar las analogías existentes entre los dos personajes históricos a
los que Vegas y Suniaga recurren: Diógenes Escalante y Carlos Delgado Chalbaud.
Ambos con formación europea. Graduados en Francia e Inglaterra. Extranjeros en
su propia patria. A los que se les califica de incomprendidos por sus
contemporáneos. En ningún momento estos autores se preguntan si la comprensión
debe ser bilateral. ¿Comprendieron ellos a laVenezuela pretérita y a la
emergente?
Pero
ninguna nación fracasa. Fracasan sus utopías. Un país es la suma de creaciones,
impulsadas por telos que fracasan o que triunfan. Alguien gana, cuando uno de
esos proyectos gana; pero también otros pierden. El poder que hace posible esos
proyectos tiene una materialidad ideológica.
Esas
novelas proyectan el hombre al que “le corresponde la posibilidad de
caer”. Y ese hombre náusico, enfrentado
a la muerte o a la locura no es sino el ser que apuesta a vivir atrapado en su
doble destino de hombre político y de ser la manteca del sacrificio, el mismo
rol que James Joyce le atribuía al artista contemporáneo.
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Vegas. Federico, 2005, Falke, Caracas, Mondadori.
Vegas, Federico, 2010, Sumario, Caracas, Alfaguara.
1 comentario:
Celso, leí con mucho interés tus opiniones con respecto a estas dos novelas y las envié a Tonito y a Teodoro para hablar sobre ello luego. Las haré del conocimiento de Suniaga para oír sus opiniones al respecto, en este momento está en Nueva York con Truman y Escalante, cuando regrese al Mamey en La Asunción lo conversaré con él. Saludos. Gracias por informarme sobre las publicaciones en tu blog.
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