sábado, 21 de mayo de 2016

La buena y la mala utopía

Cuando el sueño se desvía hacia la pesadilla


Edgar Morin


Ilustración: Celso Medina

Traducción del francés: Celso Medina

La utopía con frecuencia es cuestionada. Las críticas se han intensificado luego del colapso de muchas creencias en un futuro mejor, o más bien de un progreso que se supone nos conduciría a un mundo de felicidad.
Creo no obstante que esas críticas no toman en cuenta de que existen dos tipos de utopías. La primera, es evidentemente la aspiración a una sociedad mejor en la cual las relaciones entre los seres humanos sean menos espantosas, menos ignominiosas, menos fundadas en las relaciones de fuerza, de dominación y explotación;sociedad donde halla más libertad, más fraternidad. A mi entender, esa es la buena utopía.
La mala utopía sería aquella que pretende realizar la armonía perfecta, eliminar el dolor y todo conflicto, hacer que cada individuo sea transparente. Es, de alguna manera, la utopía de tipo soviético, tal y como se manifestó con la idea misma del paraíso soviético. Es la misma utopia que pretendía realizar la China de Mao y sus propagandistas.
Es la mala utopía.¿Por qué? Porque no se pueden eliminar los conflictos. La cuestión es saber cómo los conflictos pueden ser regulados, a través de modos democráticos, por ejemplo. Por lo tanto, no se puede eliminar una parte de la privacidad_ lo privado, la esfera privada_ alrededor de cada individuo. La democracia necesita que el individuo no sea totalmente transparente al otro. La idea de una sociedad quimérica, donde el mal sea excluido es a mis ojos una imbecilidad pura y simple. Es lo que nuestros amigos de la ex Unión Soviética llamaban el "Socialismo de barraca".
Cierto, habría que ser realista. Pero ¿qué quiere decir la palabra realismo? ¿Aquello sobre lo que habría que creer de inmediato? ¿Es lo que por naturaleza es casi inmutable y duradero? Tengo la experiencia de 1940 y sobre todo de 1941: la época de la hegemonía de la Alemania Nazi en toda Europa_ en el curso del verano de 1941, después de haber derrotado las armas soviéticas, Alemania arribo a las puertas de Moscú, de Leningrado, a los pies de Cáucaso. El realismo habría sido haber aceptado ese hecho consumado. Le pareció evidente a muchos, realistamente, que el Reich de cien años, miles de años prometidos por Hitler, se establecieran. Pero en uno o dos años, todo totalmente cambió. Ese imperio se cayó. Del mismo modo se creyó que la URSS era eterna, hasta que implosionó.

Fuerzas subterráneas
No conocemos bien el presente, en realidad. Hay muchas fuerzas subterráneas que trabajan nuestra visión del presente: lo que Hegel (1770_ 1831) llamaba "el viejo topo". José Ortega y Gasset (1883_1935) escribía "... No sabemos lo que pasa, y es esto lo que pasa. Somos "inconscientes" del presente..." Por ello pienso que habría que condenar absolutamente el realismo de la aceptación del hecho consumado y de la adhesión a la superficie del presente. Debemos buscar efectivamente las vías difíciles, no evadir lo real, no estar entre las nubes sin ser prisioneros de esa pretendida realidad. Puede ser esta vía, dialécticamente difícil pero necesaria de trazar, con la que debemos comprometernos. El poeta Antonio Machado escribió: "Todo el que camina, no hace camino, el camino, se hace al andar... " Allí, para mí, se consigue el verdadero realismo.
El problema de lo real es que se le supone bien conocido, a pesar de que esté hecho muy mal. El pasado mismo, nuestro pasado, que se cree absolutamente evidente, no lo es. Así, en lo que conciernen al pasado de nuestro siglo XX, los fenómenos mayores del comunismo y del nazismo han sido poco pensados. La versión soviética_ llamado comunismo_ del marxismo era una utopía en el sentido literal del término; algo que no consigue en ninguna parte. Efectivamente, la palabra comunismo servía para enmascarar una realidad radicalmente opuesta a su ideología. Es evidente que esta realidad es muy difícil de analizar, de comprender, de conocer. Como todas las grandes religiones, el comunismo ha creado sus mártires, sus héroes, sus verdugos y sus perseguidores. Pero esta no es una religión banal: es un fenómeno increíble que devastó y transformó el siglo XX. Vemos que no solamente esta cuestión es poco pensada, sino incluso que ella tiende a disolverse en el pasado.

Lo improbable permite la esperanza
La buena utopía sería entonces la gestión civilizada de los conflictos y no la esperanza de eliminar los conflictos; es otro modo de identificar lo real, de empeñarse en conseguir una realidad más allá de la apariencia. Es también no obstante continuar luchando en tanto que la esperanza no sea el horizonte... en incluso a pesar de una cierta forma de desesperanza.
Por lo tanto, no habría que romper radicalmente con la esperanza y la desesperanza. Porque, en tanto que seres humanos, tenemos un horizonte de desesperanza. Sabemos que el sol morirá, que la tierra morirá, que la vida cesará. Hay este horizonte, pero lo que deseamos no se detiene por una catástrofe que hayamos provocado. Entonces, ¿cuál es la esperanza? En la historia, la esperanza está siempre fundada sobre lo improbable. ¿Qué es lo probable?  Lo que un observador, con los datos y las informaciones disponibles, puede pensar de la procecución de los procesos dominantes. Lo probable en 1941 era la victoria de Alemania. Lo improbable es algo que no aparecerá evidentemente como posible de realizar, sino que justamente permite la esperanza.
En el fondo era improbable que se realizase en 1945, tal y como como sí fue realizado cinco siglo antes de nuestra era, en el momento de las guerras médicas, cuando una pequeña ciudad, Atenas, había sido reprimida dos veces por la enorme armada persa que, normalmente, probablemente, habría debido aplastarla. Gracias a que eso no ocurrió, la democracia y la filosofía nacieron.
La esperanza no siempre ha sido plácida, ni ingenua; ella debe ser alimentada por nuestro querer vivir, por nuestras finalidades, que solo pueden ser fraternales y libertarias.
Cada quien, donde quiera que se encuentre, debe darse a la lucha entera. Cada quien debe actuar como si esa lucha no dependiera sino de él. Debe haber en él mismo la idea de que participa en algo que lo desplaza mucho y que le concierne a la humanidad.


Tomado de L´atlas des utopies. 25 siécles d´histoire. Paris: Editions La Decouverte. 2013. Pp. 20-21.

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