sábado, 23 de abril de 2016

Cervantes o la sabiduría moderna

Celso Medina




¿Quién fue Miguel de Cervantes Saavedra (1547-1616)?  Un hombre sabio de los siglos XVI y XVII, que actúa como bisagra entre el Renacimiento y el Siglo de Oro Español. Un hijo de un hogar medio, que no quiso ser cirujano como su padre y sus abuelos, con un hogar nómada, que le impidió que su infancia fijara algunas raíces.
De pocos estudios académicos, pero impenitente aprendiz de una vida compleja y arriesgada. Soldado y víctima de la Guerra de Lepanto, de donde además de su heroicidad, heredó el sobrenombre de manco. Apresado por unos árabes y conducido a Argel fue esclavo durante cinco años. Luego de su liberación regresa a su España y prolonga la historia errante de sus padres. Oficia muchas profesiones, una de ellas, la de recaudador de impuesto, lo hace caer en la tentación de la corrupción. Y por ello es apresado también unos años. Mientras eso ocurre, nuestro sabio se va formando en el oficio de literato. Intenta entrar al complejo mundo de los escritores españoles, con muchas decepciones. Escribe poemas, teatro, novelas pastoriles, etc. No tuvo éxitos en su afán de ser dramaturgo, como su contemporáneo Lope de Vega, y sus obras de teatro nadie las escenificó. Igualmente ocurrió con sus poemas, desdeñados por sus contemporáneos.  En prisión ideó la aventura de escribir un voluminoso libro titulado El ingenioso Don Quijote de la Mancha, que se constituirá después de la Biblia en el libro más leído en el mundo. Al parecer su texto quiso ser una burla al género literario más prestigioso de su época: las novelas de caballerías. Pero su voluntad lo superó, y podemos decir que esa obra da el cimiento más vital a lo que es hoy el idioma español y la partida  de nacimiento de la modernidad occidental, al potenciar el género literario más efectivo para dar cuenta de la vida: la novela.
El signo de la modernidad es la obsesión por conocer. Antes, el mundo venía servido por el dogma de lo religioso. El hombre se aventuraba poco; por ello era un ser de límite, forjado a imagen y semejanza de su creencia. Su exploración de la vida se subordinaba al sistema de normas que había heredado de muchos años de enajenación.
Cervantes hace patente un importante triunfo humano en la modernidad. Me refiero al triunfo del conocimiento sobre el dogma, cuyo testimonio más evidente es la novela. Tendríamos que reconstruir el término mismo, para fijar sus coordenadas: proviene de novella, que significa novedades, nuevas noticias, entre otros significados. En esencia, encierra la tendencia  natural del ser humano a narrar, a contar los hechos dando a conocer al prójimo la crónica del existir. Ese narrar había sido secuestrado por la epopeya y la tragedia, que urdían la historia a partir del imaginario de los nobles, reyes, y dioses cuya acción metaforizaba una moral social.
Cervantes y su obra hacen que irrumpa en el espacio histórico la figura impugnadora del personaje, en lugar del héroe y del noble. El personaje es una invención que Cervantes perfecciona, convirtiéndolo en  ser de carne y hueso, que da fe de la trama del "mundo de la vida".
La ruptura entre el relato épico y lo novelesco no es un mero cambio de protagonista. También es una metamorfosis de la forma, en especial de su lenguaje, y de igual manera implicó una nueva relación del público con el arte de relatar.
La principal marca de lo que hemos denominado lo novelesco es el juego de lo polifónico. La lengua que habla Cervantes (al igual que Shakespeare) es la lengua de lo diverso. Sus personajes (el Quijote, en especial) se expresan en su propio nombre, no en el de su creador. La palabra de estos escritores es el inventario de un viaje, cuya relación no privilegia aspecto alguno. Diríamos que es una puesta en escena de la existencia. Contrario al relato épico, exclusivista y centralizador, la vida discurre en sus obras para compendiar el movimiento de la vida. Y ese movimiento es, por supuesto, atravesado por la ironía. Esa es la manera como Cervantes escapa a la trivialidad de la comedia. Esta hace humor para moralizar; la ironía se propone otra cosa: trazar la realidad con un velo ambiguo, donde la tragedia no sólo se mezcle con lo cómico sino que confunda todo, para hacer un inventario agridulce de la vida. Por ello no nos angustiamos cada vez que apalean al Quijote o a Sancho, porque nuestra risa coquetea a veces con la tragedia, generando en nosotros una confusión del terror con la risa.
Harold Bloom ubica en su canon a Cervantes y a Shakespeare, esencialmente por haber transfigurado los tópicos del príncipe y del caballero. Ha dicho que difícilmente los personajes ficticios que la literatura ha creado en los últimos cuatro siglos escapen al influjo de esos dos prototipos:
El caballero y el príncipe van a la búsqueda de algo, pero no lo saben muy bien, por mucho que digan lo contrario. ¿Qué pretende realmente don Quijote? No creo que se pueda responder. ¿Cuáles son los auténticos motivos de Hamlet? No se nos permite saberlo. Puesto que la magnífica búsqueda del caballero de Cervantes posee una dimensión y una repercusión cosmológica, ningún objeto parece fuera de su alcance. La frustración de Hamlet es que se ve limitado a Elsinore y a una tragedia de venganza.

Esas dos figuras emblemáticas de la tradición clásica, caballero y príncipe, perfilan una firme decisión de hacer del arte del relato un camino hacia el conocimiento, cuyo trazo no se subordina a ninguna teleología. La vida como trama es su lema. Y para la inmersión en esa trama, la lengua literaria debe abrir sus poros para que la vida la atraviese sin pudor. Para tal efecto hay que matar al héroe, para que en su lugar emerja el hombre como protagonista de su propia tarea de vida: el hombre arrojado a la vida, miedoso, temeroso pero presto siempre a romper límites.
Pero a la vez que muere el héroe en estos escritores, el autor entra en crisis. Este ya no es un genio, que trae de la nada sus historias. No está interesado en ser original, su oficio es, más bien, versionar la realidad, y para reportarla importa poco quién se entere primero. Lo interesante es que es él quien la trae a la escena del texto. Por ello vemos a Cervantes tratando de evaporarse detrás de su historia, sosteniendo que el verdadero autor de la narración quijotesca es un tal Cide Hamete Benengeli, cuyo manuscrito árabe ni siquiera lee en original, sino gracias a un traductor, poco culto, por cierto. De modo que no se sabe quién habla en estas obras. Por lo tanto, el sabio autor es sólo un mediador, alguien que pone en la escena escritural una trama vital cuya construcción de sentido corresponderá al espectador o al lector.
La moral novelesca es un camino ético. Es el camino de la libertad. Para tal efecto Cervantes traza la vida como experimentación. Ese camino no tiene más límites que la voluntad infinita de sus personajes. Por ello los pone frente a nosotros de manera natural, borrándose como autor.
La obra cervantina es inmensa. Pero de él se habla esencialmente por El Quijote ¿Para qué leer este libro hoy? Esa novela da al hombre una convicción: el conocimiento tiene su riesgo. El protagonista es Don Alonso Quijano, que de tanto leer libros de caballerías se convierte en Don Quijote de la Mancha, un alocado personaje que camuflado en sus disparates va fijando la nueva sabiduría del mundo moderno.
La génesis de El Quijote ilustra en buena medida la historia de la irrupción de la novela y de lo novelesco en el mundo occidental. Veinte años antes de aparecer esta obra Miguel de Cervantes había publicado La Galatea, pieza pastoril intrascendente, que despertó una tímida recepción en los lectores españoles. Hay quienes dicen que la gran obra del español nace de una frustración: fracasado como poeta, como dramaturgo, como narrador pastoril, recurre a un género absolutamente desprestigiado como lo es la novela, un género destinado a la diversión, mixtura de la comedia con la historia. Pero advino un fenómeno: la literatura, que hasta ese momento no había contado con público numeroso, se vio arrojado a un auditorio inmenso, donde se asomaba el vario pinto mundo de la sociedad europea. En el mismo siglo XVII esta obra se imprimió treinta veces, y luego vendrían las traducciones, que hizo del caballero de la triste figura una imagen familiar. Cervantes entonces hace de su fracaso el gran invento de la modernidad literaria: la novela. Lo mismo hizo Shakespeare, quien se vio obligado a tramar su mundo a imagen y semejanza del ser encarnado. Y con él también nace el teatro, que se vio obligado a ofrendarse al público, no sólo agrandando sus espacios escénicos, sino también haciendo plausible el héroe trágico, colocando su conflicto en el marco vital.
El Quijote  como toda obra clásica, tiene muchísima fama, pero pocos lectores. Eso sí, de él se habla. En todas las bibliotecas de los hogares suele estar, pero muchas veces solo adornando con su tapa solemne las estanterías. Un libro de mil seiscientas páginas difícilmente concite el interés hoy, en pleno éxtasis de la llamada sociedad de la información, una sociedad apurada, arrojada a los placeres de un internet, que ha abaratado el saber, que ha sustituido la lectura por una navegación en un mar digital cuya recompensa es el naufragio.
Creo que deberíamos leer El Quijote para hacernos sabios. Un sabio es un hombre esencialmente de paciencia. Su sabiduría no le viene por obra y gracia divina. El trabaja su saber. Invierte mucho tiempo en crearlo. Podemos sacar muchos dividendos pasar días o meses recorriendo esas mil seiscientos páginas cervantinas, para no hacerle ninguna concesión graciosa a la realidad. Y vivir la vida del Quijote no para enloquecer con él, sino para tener los ojos siempre prestos a la imaginación. Por ello termino, replicando aquí la apuesta de Sancho, quien doliéndose ante su amo,  dice:
-¡Ay! -respondió Sancho, llorando-: no se muera vuestra merced, señor mío, sino tome mi consejo y viva muchos años, porque la mayor locura que puede hacer un hombre en esta vida es dejarse morir, sin más ni más, sin que nadie le mate, ni otras manos le acaben que las de la melancolía.


2 comentarios:

Maury dijo...

hola, muchachón, gracias por el texto con él iniciaré mi programa radial mañana, claro con sus respectivos créditos. un abrazo margariteño.

Indira Mujica dijo...

Prendada de la contundente afirmación "La moral novelesca es un camino ético. Es el camino de la libertad"... palabrear al Quijote hoy, en nuestra afanosa cotidianidad es un acto subversivo en contra de la inmediatez, intenta desacelerar la locura de la idiotez junto a un loco extraordinario que mueve y conmueve... gracias mi profesor-poeta por compartir tan enriquecedoras reflexiones. Me las robo para iniciar con buen pie las clases de este semestre!