viernes, 6 de junio de 2008

DEUDORES DEL MAR, ESCLAVOS DE LA TIERRA: LA POESÍA DE CELSO MEDINA




Monte Avila acaba de publicar el libro Sólo el mar, que recoge toda mi poesía que había publicado hasta ahora, incorporando un poemario inédito: Mar encallado y otros naufragios. La edición contiene dos prólogos. Uno de Lubio Cardozo y otro de Carmen Ruiz Barrionuevo. Publicamos a continuación el texto de esta última, catedrática de la Universidad de Salamanca.


Es para mí una gran satisfacción presentar en este IX Encuentro de Escritores Venezolanos a Celso Medina, que ha vivido tantos de los pasados encuentros con nosotros y ha recibido y presentado a los escritores de estos últimos años, y ahora, retornado a su país, hace una importante labor la Universidad Pedagógica Experimental Libertador. Además, como todos sabemos, en este momento está ocupando la Cátedra de Literatura Venezolana "José Antonio Ramos Sucre" de nuestro Departamento en la que está demostrando sus conocimientos dentro de la narrativa. Y sin embargo Celso Medina también es poeta, conoce la poesía por dentro y por fuera, la escribe, la enseña y la analiza.

En un ensayo de 1999, "La poesía en el desierto posmoderno" reflexionaba acerca de cómo la lírica frente a la épica y el teatro, "se centró en el sujeto hablante" y al desarrollar sus posibilidades, "sus temas desdeñan lo mítico y se hunden en la contemporaneidad". Es decir que frente a la búsqueda del pasado por parte de otros géneros, la poesía lírica "exalta el presente. De manera que un poema no es lo que ocurrió en otros tiempos, sino lo que está ocurriendo ahora, en el momento en que el lector se pone frente a las imágenes que le ofrece el poeta". Para Medina, en la poesía no sucede nada porque es una "urdimbre de imágenes", pero en todo caso la literatura es el camino esencial y la poesía lírica que es su cumbre y mayor posibilidad, es la "resguardadora del hombre en el desierto de la postmodernidad", de ahí la propuesta del título de su ensayo, indicativo del alto concepto en que considera a la poesía.
Y es muy cierto que estas ideas son válidas para referirme a los dos libros que conozco del poeta, Epígrafes para el ave de la sed (1994) y el inédito Mar encallado y otros naufragios. Antes había publicado Misterios gozosos (1979) y Oleaje (1977). En este último encontró el crítico Rafael Rattia dentro de la economía sintáctica de su lirismo una persistencia en la ontologización de los objetos y también la línea marina que advertimos se prolonga en estos dos poemarios. En efecto, los cinco apartados que componen el primer libro citado asedian una serie de temas fundamentales, yo diría que obsesivos en el autor, el mar o el agua, el paisaje y la tierra, el hombre y su transcurso.
En el primero de los citados, el título que abre el poemario, es justamente "Animal marino" que está introducido por dos expresivos versos en los que se afirma que "La poesía es el diario de un animal marino / que vive en la tierra y anhela volar por el aire", ellos nos dan la pista para observar que este poema inicial constituye una intencionada propuesta en la que la poesía toma las riendas para vincularse a un nacimiento de la memoria mediante un sujeto poético acusadamente acuático, por lo que se instala en trayectorias como las que indica este verso: "Como algas abriéndose a la boca del pez voy", y mediante su efecto se confirma ese espacio poético brotado de la superficie del agua, como reflejo de la imagen del Narciso mítico, —recordemos que Lezama ya había nombrado a ese mismo espacio como cantidad hechizada— y que, de igual modo, en Medina al vincular a esta necesidad su poética, se combina la memoria y la muerte: "Nado con la muerte encima / Zorro pez liebre / Una flecha irrumpe en algas" (16), son imágenes que se deslizan en busca del cuerpo deflo poético, de la confirmación de ese cuerpo, cosa que se trasluce en la segunda parte como inquietante pregunta: "Dime / Dónde zarpó tu cuerpo / Qué huesos urdieron el velamen / Qué sirena te sedujo (17). Preguntas, restos, fragmentos, intentos de respuestas, frágiles, huidizas, que se expresan mediante el efecto anafórico de la tercera parte del poema, en la balbuciente comunicación de ese sujeto poético, que poco después expresa sus deseos, sus posibilidades y esperanzas para concluir en el apresamiento de un "animal marino" lleno de múltiples y contradictorias posibilidades, siempre arriesgadas, cargadas de muerte pero también de exigencia de vida.
Es en "Nostalgia de piedra", colocado bajo un epígrafe de Pessoa, donde da inicio al canto del paisaje y de la tierra, pero la tierra entendida en toda la extensión de sus elementos sobre la que se eleva ese sujeto poético. Viento, piedra, montaña, árbol, raíz, son palabras genesíacas, esencializadas, sobre las que el poema alza su gozne, para buscar al otro necesario y dialogante:
Que te nombran como la mujer raíz
La mujer serpeante
La mujer cristalizante
La mujer humus
La mujer mujer
Porque de nuevo el viento sopla
Sobre esta memoria galáctica (28)
Ruego, conjuro y letanía, y términos semejantes nos afloran para definir este poema cuando se pliega a la oración: "Señora, sí soy digno / Señora, a su diestra esta piedra que soy" (32). En contraste con éste el titulado "Esqueletos del gran crepúsculo" es un poema a la ancianidad, observada sin embargo como esperanzada meta en la que cabe la duda sobre la propia y contradictoria salvación, y sin embargo "Huesos eso eres, huesos / para tallar la piedra del alba" (43). En este como en los poemas precedentes se nos confirma sin duda la intencionalidad simbólica que los elementos naturales como el árbol, y sobre todo el agua, tan implicados en su visión del mundo, concitan en su poesía. Es el caso también de "La última hendija" que parte de la imagen del árbol como motivo simbólico de esa continuidad de la vida cuyo decurso se convierte en un reto a la divinidad, una divinidad que necesita y nos necesita, en la convicción de que ese cuerpo "es semen ávido / mojando la piel de la eternidad" (57).
El cierre del libro, más corto, "El que tiene las siete estrellas en su diestra" viene a ser una especie de epílogo que continúa el crecido diálogo, el mismo tono de desconcertada beligerancia inconforme que reside en ese ángel de \nal, dios u hombre, con vocación de vida, pero lastrado en la muerte, cuyo horizonte marca también el destino del poeta, "Apenas eres un hombre / Si has caído protege tu raíz" (63) porque a pesar de ello "Y agonizas en gerundio" (63).
Creo ver en Mar encallado y otros naufragios un cambio de tono asegurado por el juego temporal pasado presente, por la inserción de un sujeto poético en gozosa y conflictiva relación con su entorno, pero que actúa dentro de las mismas constantes que en el libro precedente. Lo que varía es el ritmo de presentación de ese mundo, producido quizás por el ingreso en una mayor serenidad y por la desaparición de ese tono abstracto del primer libro citado, como es bien visible en la mayor parte de los poemas que combinan una doble temporalidad, un pasado infantil atraído a un presente cuestionado. Ello se puede apreciar en el expresivo y emotivo título "Saludos a la calle de Greda" donde asedian lugares concretos y tangibles en la figura del amigo y en los espacios recuperados del tiempo infantil por efecto de la memoria. "Nuestras calles y nuestros ríos /Dos cruces que se anudan a nosotros /como cuerdas de alpargatas"(4). De este modo el espacio abierto y natural del libro precedente se concretiza en un más íntimo espacio que funciona como piedra sacra, especie de ara o altar en que oficia la memoria y que clarifica la experiencia. La misma duplicidad sucede en el poema "La colina de los osarios" en el que el juego pasado presente se convierte en pregunta lacerante, y en el titulado "Cerro ocre" en el que la tierra y el mar se identifican con el paraíso perdido, del que brotan anécdotas que combinan la nostalgia y el sentimiento de lo irrecuperable, porque sin duda en la poética de Medina el hombre remite a su origen marino, es el desterrado de las fértiles praderas oceánicas y está condenado al recodo estéril de una tierra sedienta y agrietada. Pero a la vez, asumido su destierro en el inevitable carácter terreno, tierra, piedra y seres vivos se constituyen en preguntas urgentes, desasosegantes. Un paso más se produce en "Fénix" donde el espacio de la isla remite a una esperanza deseada, creada y alimentada a expensas de ese yo itinerante y dinámico, que "bordeando los vértigos" ("Orillas del vértigo"), o como en "Sol unánime" insiste sobre el "ciego navegante" (44) que camina hacia la luz para hartarse de tierra y construir así sus preguntas poéticas. La temática marina condiciona desde su título "Pez de tierra firme", duplicación de un sujeto poético que se siente réplica y comunicante fidelidad: "Algo de ti tengo / pero me falta tu oxígeno / tu cuerpo alimentado de algas frías / que se crispa con el simple roce de la vida" (10), y en el que en esa comunicación que todos los seres vivos ejercen, creo ver «un homenaje al "Testamento del pez" del cubano, también universal, Gastón Baquero. Otro poema marino: "El mar", expresa parecido gozo ante el agua, asumido por el ejercicio de nadar, y en el contacto físico y sensible que sin embargo contamina el entorno, una contaminación que ha de entenderse de forma ecológica pero también como simple esfuerzo de pervivencia en un itinerario en el que los mapas no existen y los trazos, inestables, se borran. Y sin embargo esos elementos naturales dependen de ese sujeto que los nombra, deben confiar en el cuerpo que los limita y en la mente que los organiza. Porque ese sujeto experimenta una responsabilidad radical ante el entorno en el que surge consciente de su lucha, de su inagotable caminar, pero también de su final, el encallamiento terrero del ser que emergió del mar.
Para terminar dos alusiones a la tierra que vivimos y que habitó Celso Medina hace unos años, en dos poemas "Plaza mayor" y "Piedras y memorias" incardinados en este universo líquido, son poemas que aprehenden el calor y el frío de la ciudad, ambientados en el contexto pétreo y monumental. Fechado el último en diciembre de 1999 en Salamanca, plantea en abandono al presente en la confluencia del pasado como imposibilidad ante la piedra salmantina, el mar azuza en la memoria pero el presente de piedra insiste:
Dejo que el frío caliente mi alma
Almaceno las sorpresas
Procuro ser fuerte en la fragua lenta
de esta tierra plantada de monumentos
Y aprendo su paso (23).
Así, con este homenaje a la ciudad de Salamanca, termino esta breve presentación de la poesía de Celso Medina, una poesía que, como han visto se construye en abierta polaridad, entre esa humedad primigenia y esa sequedad necesaria de la tierra. Ayer en su comentario acerca la poesía venezolana, Leonardo Ruiz comentaba que "el paisaje, en la poesía venezolana, forma parte de las referencias existenciales, y no sólo porque se lo humanice, sino por amalgamar simbólicamente sus elementos a 1 devenir del sujeto poético". En este caso también se cumple, con ambos elementos, agua y tierra elabora un verso rotundo pero también frágil, como la misma fragilidad que todo ser vivo acrisola.

CARMEN RUIZ BARRIONUEVO

Salamanca, 28 de noviembre de 2003 Cátedra J. A. Ramos Sucre

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