jueves, 3 de julio de 2008

DESPIERTOS Y SONÁMBULOS



Edgar MorinTraducción del francés al español: Celso Medina










Despiertos, ellos duermen
Heráclito

Somos marionetas maniobradas por manos desconocidas. No somos más que espadas con las que los espíritus combaten
Bucher

La espiritualidad y la sexualidad (…) no son cosas que tú posees y que están en ti, al contrario son ellas las que te poseen y eres tú quien está en ellas, pues ellas son demonios muy poderosos

C.G. Jung

Nos hemos librado de estos dioses, de esos monstruos, de esos gigantes, de nuestros pensamientos; con frecuencia esos terribles rivales arrasan nuestras almas

Víctor Hugo

Somos el tejido del cual se hacen los sueños
Shakespeare



Arribamos al último y antiguo problema: la libertad construye nuestro patrimonio identitario? Disponemos nosotros de la libertad? de libertades?
Habría, primero que todo, que definir el término.
Una libertad aparece cuando el ser humano dispone de posibilidades mentales para hacer elecciones y tomar una decisión, y cuando dispone de posibilidades físicas o materiales de actuar según su opción y su decisión. Mientras más apto para usar estrategias dentro de la acción, es decir de modificar su escenario inicial, más grande es su libertad.

Mientras más elevado sea su nivel de opciones, más grande será el nivel de libertad (la libertad de escoger su carrera es de un nivel más elevado que seleccionar una marca de carro); mientras más diversidad de elecciones posibles, más grande es la posibilidad de libertad (la selección de una residencia cuando hay una gran diversidad de posibilidades comporta una libertad más grande que cuando no hay más que una única alternativa); mientras más posibilidades de decisión y de acción, más hay posibilidades de libertad.
La libertad no puede ejercerse más que en una situación que comporta a la vez orden y desorden; hay, en efecto, un mínimo de estabilidades y regularidades, es decir de certezas a priori, para hacer escogencia y tomar decisiones, y hay un mínimo de desórdenes o azar; es decir, incertidumbre a priori, para elaborar una estrategia. Mucho orden impide la libertad; mucho desorden la destruye. De hecho, es el coctail natural del orden-desorden-organización el que hace posible la libertad.
La posibilidad de la libertad nos es subjetivamente evidente. Nuestra libertad se resiente cada vez que tenemos la ocasión de de escoger y de tomar una decisión. Nos vemos en los otros seres responsables de sus actos, es decir los acompañamos libremente.
Y aquí se retoma la gran y vieja cuestión de la filosofía y de la ciencia. Nosotros escogemos, decidimos y nuestras acciones son verdaderamente libres? No estamos determinados indudablemente, de manera que nuestras posibilidades de escoger no sin sino ilusiones? No nos hacen cuando creemos que estamos haciendo? La libertad no es nuestra gran ilusión subjetiva?
Durante tres siglos, y aún todavía en numerosos improntas, la ciencia ha avanzado en ese sentido. Su principio determinista y su principio de objetividad son obstáculo para concebir un sujeto autónomo. De hecho, sufrimos las limitantes de nuestro medio natural; somos prisioneros de nuestro patrimonio genético que produjo y determinó nuestra anatomía, nuestra fisiología, nuestro cerebro, y además nuestro espíritu; estamos encerrados en nuestra cultura que inscribe en nosotros, desde nuestro nacimiento, sus normas, tabúes, mitos, ideas, creencias, y estamos sometidos a nuestra sociedad que nos impone sus leyes, reglas y prohibiciones. Estamos de igual modo poseídos por nuestras ideas, que se apoderan de nosotros cuando creemos que somos nosotros las que las poseemos. Así, pues, estamos ecológicamente, genéticamente, socialmente, culturalmente, intelectualmente determinados. Como podríamos entonces disponer de las libertades?
De pronto, a pesar y a causa de la misma evidencia de nuestra experiencia subjetiva, la ciencia determinista desde mitad de siglo ve en la libertad la ilusión misma de la subjetividad.
Ahora bien, habría que saber que la autonomía ha podido ser definida psíquicamente luego de medio siglo[1] y que la auto-organización funda la noción de autonomía viva. Sobre esas bases, ratifico la concepción de la autonomía dependiente. Es más, habría que comprender que la noción de sujeto designa la autoafirmación inidividual. A partir de esta base es que examinaremos la posibilidad de una libertad.

El imperio del medio
Podemos sustituir una concepción de la autonomía dependiente a aquella de un medio exterior que impone sus fatalidades a los vivos: la autonomía viviente depende de su medio exterior, en el que ella impulsa la energía, la organización y el conocimiento. Eso por cuanto no hay autonomía que no sea dependiente. No hay autonomía viva que no sea dependiente.
Así, el imperio del medio es aquel que constituye para el ser vive no solamente las limitantes, obstáculos y amenazas, sino también las condiciones de su autonomía.
La existencia social y el desarrollo técnico ha dado a los seres humanos una autonomía considerable en relación al medio natural; las técnicas de la agricultura, de los transportes, de la industria, han constituido conquistas de autonomía para asegurar las energías materiales y la explotación de producciones naturales, conduciendo a una efectiva dominación de la naturaleza, a través evidentemente de una multiplicación de las dependencias, de igual manera como se genera una dependencia global respecto a la biosfera de la que nosotros formamos parte.
Desarrollando su autonomía por la domesticación de la naturaleza, la sociedad histórica impone limitantes crecientes a los individuos (procurando asegurar el mayor número), lo que nos conduce a preguntarnos: la autonomía ganada sobre la naturaleza se perderá, para los individuos, por la dependencia respecto a la sociedad?

El imperio de los géneros
Antes de arribar a esta interrogación, tendríamos que examinar si la autonomía de lo vivo respecto al mundo exterior no comporta ella misma una dependencia interior ineluctable.
Ciertamente, la dependencia de una organización autónoma respecto a sus componentes físicos y químicos es la condición evidente de toda autonomía. Esta dependencia se profundiza en la dependencia genética, que es una dependencia no de origen exterior, como la dependencia ecológica, sino de origen interior puesto que ella es hereditaria. Como los genéticos especifican el rol de los genes por la palabra "programa", entonces la autonomía viva, comprendida la humana, sería programada como aquella de un autómata. Así, la organización genética da al individuo la autonomía para relacionar al medio natural, pero colocándolo bajo su dependencia.
Según una concepción genética integrista, los genes detentan la verdadera soberanía sobre nuestros seres, y la aparente autonomía de los individuos no hacen más que obedecer a los genes.
Recordemos brevemente los argumentos que se oponen a esta concepción imperial:
· No hay dependencia de la organización viva en relación a sus genes, sino autonomía-dependencia recíprocas; por que el puede expresar la información, hacer que un ADN sea orgánicamente integrado en una célula; él depende del citoplasma como el citoplasma depende de él. El ADN aislado de una célula no es más que molécula. Es el conjunto de célula-genoma u organismo-genoma el que permite la actividad de los genes, y el que al mismo tiempo la protege, puesto que son las proteínas ancilares las que reparan la hebra del ADN dañada. De hecho, la relación entre la especie (la reproducción, los genes) y el individuo constituye un circuito generador/regenerador donde cada término es a la vez producido y productor del otro.
· La concepción pangenética pretende que sean los genes los que son autónomos, egoístas, altruistas, inteligentes. Pero eso sería suponer una cualidad del sujeto que no emerge sino del nivel del individuo.
· Es la actividad computacional, propia de la auto-organización de los seres vivos, la que transforma los entramados genéticos programándolo según las necesidades del organismo.
· Lo que está inscrito dentro de esos entramados, es primero la formidable experiencia de nuestro linaje, de nuestra especie (sapiens), de nuestro orden (primate), de nuestra clase (mamífero), de nuestra rama (vertebrado), de nuestro reino (animal), de nuestra organización (vivos). Es así como nuestra dependencia respecto a nuestro capital genético nos da nuestra autonomía.
· El cerebro humano, producido por un proceso genético determinado, está de igual manera en relación de nuestra autonomía-dependencia respecto a los géneros.
· Lo propio del ser humano, por su relación con los otros animales, es la regresión de programas innatos que permiten efectuar comportamientos autónomos. El desarrollo, en los seres humanos, de la aptitud innata al elaborar las estrategias múltiples permite abrir sus campos de libertad. En efecto, podemos accionar de modo autónomo porque disponemos de la actitud innata en las elecciones y en las decisiones.
· Todas las actividades humanas son genéticamente dependientes, psicológicamente dependientes, cerebralmente dependientes. Pero es en el dialogo de estas múltiples dependencias donde surge la autonomía mental del ser humano, capaz de efectuar selecciones y elaborar estrategias.

Así los genes no son los dominantes de los seres vivos: los dominantes serían de hecho la memoria y la experiencia hereditaria entramada en ellos. Los dominantes serían en ese sentido nuestros ancestros. Y esos ancestros muertos nos hacen vivos, nos hacen humanos, nos han dotado de un cerebro de donde emerge el espíritu, la conciencia, la selección y la decisión.
Los genes significan también a la vez heredad y herencia, carga y regalo, determinación y autonomía, limitación y posibilidad, necesidad y libertad. El individuo padece un destino humano que le permite la libertad humana.
Cuando consideramos nuestra doble dependencia, aquella respecto a los Genos (los genes) y aquella respecto al Oikos (el medio), podemos ver que la dependencia respecto al Genos procura la autonomía individual respecto al Oikos, y que la dependencia respecto al Oikos alimenta esta autonomía. El cierre genético del individuo impide ser destruido bajo la invasión de los determinismos o imprevistos exteriores, y su apertura al mundo le permite constituir y desarrollar sus prácticas autónomas.
Mientras más profunda y fundamentalmente, la autonomía del individuo humano se afirma en su cualidad de sujeto. Recordemos que ser sujeto, es auto afirmarse ocupando el centro del mundo. Como la cualidad del sujeto comporta un principio de inclusión en un Nos (la familia, la especie, la sociedad), su auto-afirmación efectúa la apropiación de su inscripción comunitaria (familia, patria), en su inscripción hereditaria, no sólo parental, sino, antropológica, primática, mamiférica, etc. Así, el fatum genético se transforma en destino personal dentro de la auto-afirmación del sujeto.
El querer vivir es no solamente la autoafirmación de la especie a través del individuo sino también la auto- afirmación del individuo a través de la especie. El individuo-sujeto se apropia de su Genos, pero sin cesar de depender de él, pues, ocupando todo el sitio egocéntrico, es de igual manera dialogicamente ocupado por el Genos. El individuo se autonomiza apropiándose de Genos al cual obedece. Su dependencia hereditaria singular, sin cesar de ser dependiente, deviene fundamentalmente de la identidad personal. Es lo que resucita en nosotros nuestras ascendencias como vivimos en nuestras vidas. Así, poseemos los genes que nos poseen.
Y, vamos a verlo ahora, la inscripción del individuo en una cultura y dentro de una sociedad le hace padecer una nueva dependencia, que lo desplaza frecuentemente, pero le ofrece además otra posibilidad de autonomía y de una acceso a nuevas libertades.

La impronta sociológica

La cultura va inscribiendo en el individuo su impronta, impronta matricial a menudo sin desvío que marca desde la pequeña infancia el modo individual de conocer y de comportarse, y que se profundiza con la educación familiar y luego escolar. El impronta fija lo prescrito y lo prohibido, lo santificado y lo maldito, implanta las creencias, ideas, doctrinas que disponen de la fuerza imperativa de la verdad o de la evidencia. Enraíza en el interior de los espíritus sus paradigmas, principios iniciales que comandan los esquemas y modelos explicativos, la utilización de la lógica, y ordena las teorías, pensamientos, discursos. La impronta se acompaña de una normalización que hace callar toda duda o impugnación de las normas, verdades y tabúes.
Impronta y normalización se reproducen de generación en generación: "Una cultura produce modos de conocimientos, reproduce la cultura que produce esos modos de conocimientos". De allí el carácter aparentemente implacable de los determinismos interiores del espíritu.
Pero, en todo individuo, la herencia cultural reencuentra su heredad biológica; ellos se entre combinan y se entre combaten, determinando estímulos o inhibiciones recíprocas que modulan la expresión de esa heredad y de esa herencia. Así, cada cultura, en medio de sus sistema de educación, de sus normas, de sus prohibiciones, de sus modelos de comportamiento, rechaza, inhibe, favores, estimula, sobre determina la expresión de tal aptitud innata, ejerce sus efectos sobre el funcionamiento cerebral y sobre la formación del espíritu, y así interviene para co-organizar y controlar el conjunto de la personalidad.
La heredad biológica y la herencia cultural son complementarias, pero eventualmente antagonistas. Nuestra dependencia genética nos permite no padecer totalmente, no solamente los determinismos ecológicos, sino también los determinismos culturales. Así, la autonomía innata, hija de la heredad biológica, permite resistir a la dictadura del impronta cultural. Inversamente, la autonomía adquirida por la integración de una rica cultura permite sobre pasar el peso de una heredad biológica limitante. El juego entre los caracteres individuales producidos por la heredad biológica y la formación de la personalidad por las normas culturales permite una extrema diversidad de individuos, y ciertamente, reacio respecto de aquellos en los que la mayor parte es aceptada como evidencia, serán no conformistas, desviadas, incluso rebeldes la impronta justamente porque ellos disponen de una fuerte autonomía mental.
Podemos, entonces, concebir las condiciones sociales y culturales de las libertades.
Las culturas de las sociedades arcaicas han permitido el desarrollo de los individuos manteniendo una viva agudeza des los sentidos para captar como signos y mensajes los múltiples indicios y eventos del mundo exterior, y que han podido asegurar su autonomía en su medio natural; ellos han formado a los individuos en las cualidades politécnicas, impronta del arte de fabricar y manipular sus herramientas y sus armas, expertos en estrategias de caza, capaces de edificar sus casas. Los arcaicos son seres "libres" sin estado, pero no-ciudadanos, libres pero sometidos a tabúes y a normas culturales, libres en sus medios pero limitados a ese medio, libres por su policompetencia pero limitado por su sus herramientas.
Las sociedades históricas dotadas de estado esclavizan y son esclavizadas. El estado se inscribe como un super yo del espíritu de los individuos esclavizados instalándose una cámara sagrada consagrada a su devoción. Las libertades son primero privilegios de élites.
Una sociedad autoritaria y sobre todo totalitaria no hace más que oprimir a los individuos prohibiéndole las libertades. Hay, como bien lo había percibido La Boetie, una parte de servidumbre aceptada en la servidumbre padecida, incluso un miedo por la libertad en la medida en que ella es también un riesgo, incertidumbre y responsabilidad. Sin duda también, una muy fuerte marca dominio sobre la infancia conduce al infantilismo social.
No obstante, hay siempre espíritus desviados, mentalmente autónomos, que se arriesgan sufriendo anatemas y corriendo grandes peligros. Esos son los espíritus libres que retan la insumisión y se resisten. Ciertamente, de Giordano Bruno a Soljenitsyne, afrontaron al mismo tiempo el suplicio y la muerte en su revolución contra un orden implacable. Se revelaron abiertamente cuando la normalización se delimitaba.
La alta complejidad social favorece las autonomías individuales; ella limita la explotación, limita el sometimiento, permite la autonomía física, mental y espiritual, y, cuando hay democracia, la libertad de las opciones políticas.
Esta alta complejidad está ligada al desarrollo de las comunicaciones, a los intercambios económicos y a las ideas, al juego de los antagonismos entre intereses, pasiones y opiniones. Entonces, el campo de las libertades humanas se acrecientan con el crecimiento de las elecciones individuales (de los comerciantes, de los pares, de las amistades, del ocio, etc.).
El desarrollo de las pluralidades en el campo económico, en el campo político (democrático), en el campo de las ideas, constituyen así los caldos de la cultura de las libertades individuales.
Es en estas condiciones que el sometimiento de los individuos deviene moderado e intermitente, que las dos cámaras del espíritu comunican, que el super yo no ahoga al yo, que las brechas se multiplican en la impronta cultural y la normalización. Las desviaciones no son siempre eliminadas en el huevo y ellas pueden jugar un rol innovador. Las ideas desconocidas, venidas de ellas o del subsuelo mismo de la sociedad, pueden propagarse.
La democratización de las sociedades constituye un proceso histórico, siempre inacabado, de extensión de los derechos y de las libertades. La democracia y la laicidad abren al ciudadano el derecho de mirar sobre la ciudad y sobre el mundo. El examen y la opinión le son permitidos, mejor, solicitados sobre aquello que ha cesado de ser sagrado: la conducta de los affaire públicos y la reflexión sobre su destino. En lo sucesivo, la parte autónoma del espíritu se introduce en la cámara que ha sido subyugada; el espíritu individual no está más cerrado en el pequeño círculo de decisiones de la vida privada. Los individuos devienen ciudadanos relativamente libres. Ellos son sometidos a sus deberes, pero para poder jugar a sus derechos. De allí la importancia antropológica de la democracia.
La vida cotidiana, en el seno de una sociedad compleja y laizada, abre sus opciones en el matrimonio, el desplazamiento, a veces la residencia y de las profesiones. Ella da libertades para realizar ciertos deseos y ciertas aspiraciones.
Tales sociedades permiten la existencia de una vida cultural, intelectual y a veces políticamente ricamente dialógica, fundada sobre los conflictos de las ideas, del intercambio de los argumentos, y esta vida cultural alimenta la autonomía del espíritu. Cuando las reglas de la democracia se arraigan en la cultura y la política, entonces se arraiga una tradición crítica de libertad de espíritu. La impronta cambia de naturaleza: se prescribe la libertad.
Las sociedades muy complejas comportan sometimiento y sujetamientos múltiples. Las libertades de espíritu son de hecho limitadas. Comprende él prejuicios múltiples; los conformismos corren y a veces dominan, el pensamiento libre debe frecuentemente aceptar la incomprensión y la soledad, y la normalización en el seno de las mega-máquinas no cesa de rechazar las desviaciones. Los derechos se desarrollan en espacios desiguales, aún dentro de las sociedades democráticas de alta complejidad, y las posibilidades de libertad de movimiento, de acción, de placer, de espíritu, son desigualmente repartidas… Las libertades se cultivan más en los márgenes de los artistas, los "originales", las pequeñas comunidades no conformistas. Ciertamene, anómicos, vagabundos, disidentes, pasando a través las mallas de la sociedad, buscando en el subsuelo refugio para su libertad personal, pero perdiendo en la exclusión sus libertades civiles. La libertad puramente egocéntrica, que ignora las reglas y límites sociales como los imperativos morales, devienen criminal. Las libertades que transgreden la ley terminan en prisión.
Con frecuencia, esos que discurren en las mega- máquinas practicando una resistencia colaboracionista, es decir que hacen el mínimo por que las cosas funcionen salvaguardándose en pequeñas playas de privaticidad, esas son las trampas sociales de la libertad. Las resistencias espontáneas de los individuos en los límites y en las servidumbres del orden social constituyen un fermento libertario permanente.
Un podo de todo, hay esfuerzos múltiples y incesantes para la auto expresión de la autodeterminación.
En toda sociedad, los espíritus reacios a la impronta y a la normalización son los depósitos de la libertad del otro.
El individuo no eminentemente libre más que en la medida en que es capaz de responder a la sociedad.
La libertad porta ella misma su transgresión. La libertad sin freno va hacia el crimen, la libertad en rebelión corre el riesgo de morir. Al límite, la libertad mata o está condenada a la muerte.
En ciertos lugares, en ciertos momentos privilegiados, hay un surgimiento de la libertades creativas. Ciertos individuos despliegan entonces sus aptitudes de imaginar y concebir, y, transgreden las normas, se manifiestan como descubridores, teóricos, pensadores, creadores. Esta libertad es aún rara…
Nosotros retomamos aquí la ambivalencia de la relación entre sociedad e individuo. La sociedad posee al individuo, pero el puede ser también co. Poseedor beneficiándose de sus derechos cívicos y participando en su organización. La cultura impone su impronta y al mismo tiempo aporta sus saber_hacer, saber y conocimientos que desarrollan la individualidad; admite, en las sociedades pluralistas, la autonomía de las ideas y la expresión de las creencias o dudas personales. De allí su ambivalencia radical: la cultura sujeta y autonominiza.
La autonomía individual se forma, se entreje, se reprime o se atrofia según el juego entre la dependencia genética y dependencia cultural que a la vez se oponen y se unen. Toda cultura subyuga y emancipa, apresa y libera. Las culturas de las sociedades cerradas y autoritarias contribuyen fortemene a la subyugación, las culturas de las sociedades abiertas y democráticas favorecen la emancipación.
La impronta de la historia
En fin, en tanto que improntas salidas de la sociedad y de la cultura, habría que ajustar la impronta de la historia cuando su curso deviene precipitado, colisionado, turbulento, incierto. Los individuos son entonces proyectados, arrancados, zarandeados en un flujo desencadenante cuyo destino ellos ignoran. Es entonces cuando sus decisiones son tomadas en la locura y la ceguera, donde sus opciones erróneas se multiplican. Así, de 1789 a 1815, cada actor histórico fue arrojado más allá de lo que él quería y esperaba. Las conciencias afronta una doble ceguera, es decir in mandatos éticos contradictorios. Así, dos patriotas se oponen en junio de 1940, uno encaranado por el jefe del estado legalmente electo, mariscal de Francia, el otro por un general rebelde exiliado en Londres. Simultáneamente, dos internacionalismos se oponen: aquella que obedece a la línea del partido comunista partidaria de una alianza definitiva entre Hitler y Stalin, aquella de una minoría disidente del partido que entabla la resistencia contra la ocupación nazi. Estas posturas de pacifistas integrales de 1940 que creía colaborar a una paz alemana durable, contribuyeron de hecho, a partir de 1941, a la máquina de guerra nazie. Ello implicó que estos militantes adheridos al comunismo por la emancipación de la humanidad, devinieran en fanáticos despiadados. La ecología de la acción nos dice que toda acción corre el riesgo de verse desviada de su sentido mismo y al mismo tiempo ir en el sentido contrario a su intención. Innombrables son los ejemplos de estos desvíos que provocó el curso accidentado y atormentado de la historia.
Como dice justamente Rivarol: "Lo más difícil en períodos turbulentos o hacer su deber, sino conocerlo". Que significa la libertad cuando la conciencia es oscuridad y extravío? La aventura de la libertad es un "raro juego", un juego peligroso. Vemos aquí que la libertad corre el mismo riesgo que la verdad: el riesgo del error.
Es evidente que es más fácil, treinta años después, la confusión disipada, de ver claro allí donde tanto espíritus están extraviados.
La impronta de las ideas
Los individuos no están solamente sujetos a la sociedad y a la cultura, ellos tambien están sujetos a sus dioses a sus ideas.
Como nosotros lo hemos visto, los dioses y las ideas han surgido como ectoplasmas colectivos a partir de espíritus humanos, han devenido entidades dotadas de vida y de individualidad, alimentadas por la comunidad de sus fieles. Invocando los espíritus sin los cuales no serían nada, devienen todo. Ellos han adquirido fuerza inusitada hasta el punto de que impactan a nuestras aspiraciones, nuestros deseos, nuestras angustias y nuestras creencias. Hemos hecho secretos a esos seres espirituales, pero ellos nos someten y reinan sobre nosotros. Ellos nos poseen en sentido del vodú y del sentido dostoyeskiano del término.
Las ideas que nos poseen son ideas-fuerzas, ideas-mitos de poder sobre humano y providencial. Las ideas se sirven de los humanos, los encadenan, se desencadenan y los entraña. "Las ideashan fracaso en el siglo XX, incendidado el planete, han hecho hecho correr un Danubio de sangre, deportados millones de hombres", constata Tchossitch. Víctor Hugo ha dicho justamente: "Nos hemos librados de esos dioses, de esos monstruos, de esos gigantes, de nuestros pensamientos; con frecuencia esos terribles rivales arrasan nuestras almas".
Cuántos millones de individuos no han sido víctimas de la ilusión ideológica; creyendo obrar por la emancipación de la humanidad, han terminado por ser sus propios esclavizadotes.
Pero hay también, y con frecuencia bajo el efecto de fulminantes eventos o de experiencias reveladoras, fracturas de ideas, ideologías desinfladas. Ciertamente los hombres han podido liberarse de las ilusiones ideológicas, inmunisarse contra sus errores pasados (pero no siempre contra errores futuros).
No podemos obviar las ideas dominantes, las ideas fuerzas. Pero podemos verificar si ellas nos embaucan, examinar el camino que ellas nos hacen seguir. Entre esas ideas dominantes e ideas fuerzas, hay la idea de la libertad. Y cuando somos poseídos por ellas, nos permite adquirir las libertades.
Algo más, el problema de la libertad se ubica en términos de autonomía- dependencia. Si somos totalmente poseídos por una idea, perdemos la libertad de juzgar, de confrontarla con la experiencia. Deberíamos poder ser autónomos tanto como sea posible, es decir capaz de dialogar de moco crítico y racional con nuestras ideas, sin tener que eliminar totalmente la pasión, incluso el carácter de mito que está incluido en todas las ideologías de emancipación, las cuales nos impelen a obrar por la libertad del otro.
Los caminos de la libertad
La complejidad de la relación entre individuo, especie, sociedad, cultura, ideas es la condición de la libertad. Mientras más grandes son las complejidades de la trinidad humana, más grande es la parte de la autonomía individual, más grandes son las posibilidades de libertad.
La ciencia clásica no podido ver en los humanos más que objetos o máquinas. El pangenetismo ha hecho autómatas programados. Las ciencias humanas que se han formado sobre el modelo de la física antigua se han dedicado a hacer inventario de los determinismos económicos, sociales, culturales, psicológicos, y han ocultado al indvividuo, al sujeto, la autonomía, la iniciativa. En cambio, la concepción espiritualista de la libertad la mitifica haciéndola independiente de las condiciones físicas, biológicas, sociológicas.
He probado concebir las posibilidades de libertad humana en y por sus dependencias ecológicas, biológicas, sociales, culturales, históricas. He intentado ir más allá del genetismo, del culturalismo, del sociologismo, pero integrando el gene, la cultura, la sociedad. He querido situar el problema de la libertad en la relación autónomía-dependencia, posesión, poseedor.
He querido concebir las relaciones ambivalentes, inciertas, cambiantes entre autonomía y dependencia. La autonomía necesita de las dependencias, pero las dependencias pueden determinar los sometimientos que anulan la autonomía.
No puedo ignorar el peso eventualmente trágico de las determinaciones, sometimientos, sujeciones, posesiones.
No he podido ignorar los desvíos y los fracasos que provoca la ecología de la acción.
El tiempo de una vida humana puede estar totalmente sujeta a la necesidad de sobrevivir para vivir, es decir padecer el trabajo sin estar seguro de gozar de su vida, al menos por instantes… Así, en lugar de sobrevivir para vivir, se vive para sobrevivir. Vivir para sobrevivir mata desde la propia raíz las más importantes posibilidades de libertad: es ésta una aplastante mayoría de humanos que, no solamente en la historia pasada, sino todavía hoy por todo el globo, no ha podido vivir para sobrevivir, y, en las sociedades de base compleja, en las peores condiciones.
La máquina no trivial
La autonomía humana y las posibilidades de libertad se producen no ex nihilo, sino por y dentro de la dependencia anterior (patrimonio hereditario), la dependencia exterior (ecológica), la dependencia superior (la cultura), que la coproducen, permitiéndola, alimentándola, todo en sus limitantes, en la subordinación, y arriesgando permanentemente el someter y el destruir.
Las polidependencias, repítamoslo, son las condiciones de la autonomía: la autonomía biológica necesita la dependencia ecológica, la autonomía cerebral realza la dependencia genética, la autonomía mental se alimenta por la dependencia cultural, la autonomía del comportamiento se alimenta por la cultura que genera técnicas y conocimientos eficaces.
Las dependencias genéticas tienden a rechazar las dependencias culturales, y las dependencias culturales tienden a rechazar las dependencias genéticas; es en ese juego que el espíritu, formado por la cultura, puede disponer de una alta autonomía mental para resistir las improntas de la esta cultura.
Más rico e inventiva es la vida psíquica, mientras menos ella es programada (por su relación con los genes, con la sociedad, con la cultura), más abre los campos de la libertad.
Mientras más rica es la conciencia, más ricas son las libertades posibles. La conciencia, emergencia de tantas posibilidades, de tan dependencia productoras de autonomía, meta-punto de vista reflexivo de si sobre sí, de conocimiento del conocimiento, es la condición de la pertinencia de la opción y de la decisión, y finalmente del valor moral e intelectual de la libertad humana.
Es aquí donde nosotros podemos considerar todo aquello que nos diferencia de una máquina trivial. Una máquina trivial es una máquina en la que se predice los comportamientos cuando se conoce la información que de ella se dispone. El ser humano sería una máquina trivial si obedece de modo adivitivo a sus determinaciones ecológicas, biológicas, sociales y culturales. Pero si se concibe el diálogo y el bucle donde se autoafirma su cualidad de sujeto, entonces se trivializa. Somos de hecho máquinas no triviales, porque nuestra auto-afirmación de sujeto dispone de un cuasi-polilógica genética, cultural y egocéntrica.
Cierto, nos comportamos a menudo como máquinas triviales. Sin cesar nos repetimos, nos imitamos, nos recomenzamos. Cada mañana, cada quien hace su toilette según los mismos ritos, toma el metro en la misma estación y según el mismo itinerario, va al taller o a la oficina a una hora prevista, llena el trabajo prescrito según el mismo horario. Sin embargo, si somos aparentemente máquinas triviales, podemos, en caso de perturbación, realizar nuestras programas por medios no triviales. Si uno de nosotros se levanta tarde, no tomará su desayuno; si el Metro está dañado, probará con un taxi; si su vehículo se retrasa debido a un embotellamiento, inventará otro itinerario. Cada vez que utilizamos medios astutos, novedosos, inventivos para contener los obstáculos imprevistos, cada vez que reemplazamos un programa prescrito por una estrategia improvisada, cada vez que nos desenredamos, nos revelamos máquinas no triviales.
De hecho, es en los momentos decisivos de su existencia cuando el ser humano puede escapar al orden trivial. Un hombre, fascinado por una mirada de mujer encontrada en la calle, la abordará y cambiará su vida. En el momento d casarse con un novio que ella no ama, una joven mujer huirá con su amante. En el momento de partir para una guerra que juzga injusta, un soldado deserta. Mujeres resignadas se rebelan y van a militar por los derechos de su sexo. Prisioneros de guerra huyen del su prisión. Disciplinados y sometidos entran en resistencia. El falangista Dionisio Ridruelo inició una resistencia al franquismo yendo a repartir panfletos en las estacions de los trenes de Madrid. Todos los actos de evasión o de resistencia son de naturaleza no trivial.
El ser humano es una máquina no trivial no solamente porque el observador exterior no puede predecir con certeza todos sus comportamientos, sino también porque no él por en sí mismo un principio de incertidumbre que es su principio de libertad. Es intrinsicamente una máquina no trivial porque dispone de una posibilidad de romper las normas, de una potencialidad de catálisis, de descubrimiento, de decisión. Toda invención y creación revela el carácter no trivial del espíritu humano.
En fin, en cada destino, interviene el azar, que, antes del mismo nacimiento, ha contribuido a formar una pareja, luego a repartir los genes parentales; que, a partir de su nacimiento, se manifiesta bajo forma de accidentes, luto, experiencias singulares, reencuentros; que, al interior de cada uno, surge de modo inesperado en sus actos o decisión de máquina no trivial, fundamentalmente la adhesión a una fe o la desconversión.
Nuestras libertades dependen también del azar: ellos pueden realizarse conociendo el azar en vuelo, pero ellas pueden ser a abolidas por el azar. Como nuestras vidas, pueden ser tributarias del cambio y de los malos cambios.
La libertad son opciones, y toda opción siendo aleatoria, arroja nuestras libres decisiones en la incertidumbre y el riesgo.
Y aquí la paradoja: todo se inserta en los procesos transindivuales, genéticos, familiares, sociales, culturales, noologicos, todo estamos sometidos al azar de toda suerte, somos individuos relativamente autónomos, relativamente capaces de proseguir nuestros fines individuales y disponer eventualmente de libertades.
El destino humano se conduce en zigzag, en una dialógica de azar, de necesidad y de autonomía. Tanto azares, tantas necesidades en una vida humana, y además puede obtener posibilidades de auto-construcción de su autonomía:
· a través de la capacidad de adquirir, capitalizar, explotar la experiencia personal (ciertamente también con posibilidades enormes de error e ilusión)
· a través de la capacidad de elaborar estrategias de conocimiento y de comportamiento (es decir, de hacer frente a la incertidumbre y de utilizar el azar);
· a través de la capacidad de seleccionar y de modificar las opciones;
· a través de la capacidad de conciencia

Lo que despierta el espíritu humano a la libertad, es aquello que puede desconectarse a la vez de lo inmediato temporal, el presente, y de lo inmediato espacial, que el pensamiento puede, hasta cierto punto, borrar de la sociedad o del mundo, y que la conciencia puede distanciar relativamente ella misma y colocarse en un meta-punto de vista. Sino, el individuo sería una máquina determinista trivial.
Las libertades del espíritu
El espíritu (mind) de un ser humano es la vez la base de su sometimiento y la base de las libertades. Es la base del sometimiento cuando es prisionera de su herencia biológica, de su heredad cultural, de la impronta padecida, de las ideas impuestas, de un poder de un Super-Yo imperativo al interior de él mismo.
Cuando ciertamente cesan de estar sometidos a otros órdenes, mitos y creencias impuestas y devienen en fin sujetos interrogadores, entonces comienza la libertad del espíritu.
La libertad del espíritu se mantiene, fortificada por:
· las curiosidades y las aperturas hacia los más allá (de aquello que se dice, conocido, enseñado, recibido)
· la capacidad de aprender por sí mismo
· la aptitud de problematizar
· la práctica de las estrategias cognitivas
· la posibilidad de verificar y de eliminar el error
· la invención y la creación
· la conciencia reflexiva, es decir la capacidad del espíritu de autoexaminar, y, por el individuo, de autoconocerse, autopensarse, auto juzgar
· la conciencia moral

Posesión
El problema de la libertad humana se sitúa por encima de las alternativa entre libre albedrío y determinismo. Se debe introducir la concepción de la autonomía, como yo lo he hecho, a todos los niveles. Esta concepción reconoce los determinismos pero excluye el determinismo absoluto. Ella reconoce las libertades pero excluye el libre albedrío absoluto.
Ellos nos permite confrontar posesión y libertad. Somos poseídos por nuestros genes, nuestra cultura, nuestros dioses, nuestras ideas, nuestros amores, pero podemos tomar de un cierto modo posesión de aquello que nos posee. Recordemos que la base egocéntrica del individuo-sujeto incluye la inscripción genocéntrica de la especie, de la familia) y la inscripción sociocéntrica. Todo sucede como si el sujeto humano, poseído por la especie, la familia, la sociedad, se los apropiara al mismo tiempo.
Lo que nos posee permitiéndonos existir, nos impide ser libres, y al mismo tiempo nos permite ser libres. Somos poseídos por el bucle de posesión mutual entre el espíritu, el cerebro, la cultura, la sociedad, los genes, el medio, pero, en nuestros momentos de autonomía, poseemos este bucle que nos posee. La autoafirmación del sujeto se apropia de aquello que lo posee sin que el sujeto cese de ser poseído.
El término de posesión debe ser entendido no solamente ene el sentido de apropiación, como yo lo he hecho precedentemente, sino también en el sentido que él toma cuando el ser humano es habitado por un espíritu, un genio (djinn) o un demonio que se agarra de él. El término demonio toma aquí su sentido griego, en el cual, por ejemplo, Eros es un poderoso demonio. Es en ese sentido que Jung la emplea en la cita de los epígrafes de este capítulo: " La espiritualidad y la sexualidad (…) no son cosas que tú posees y que están en ti, al contrario son ellas las que te poseen y eres tú quien está en ellas, pues ellas son demonios muy poderosos". Complejizamos ateniéndonos a que esos demonios son a la vez exteriores e interiores a nosotros, y que nosotros los poseemos siendo poseídos por ellos.
A través de los genes, aquellos que son nuestros antecedentes, nuestros ancestros nos poseen, y nosotros lo repetimos, los imitamos, los recomenzamos. El culto al ancenstro primordial en los arcaícos, el culto de los ancestros y los parientes en Roma, en China, en Vietnam, son justos homenajes a su presencia viva en nosotros. Somos poseídos por la cultura y por la sociedad, que no son fuerzas anónimas: como yo lo he enunciado más arriba, el ser social es un viviente de tercer tipo, presente en nuestro espíritu, a veces a través del rostro del Fuhrer o del Padre de los pueblos.
Lo mismo y sobre todo un acto creador es la vez autónomo y poseído. Los románticos hablan de una inspiración superior que toma posesión del artista. Los actos creadores comportan a la vez una parte consciente que trasciende la posesión y una posesión inconsciente que trasciende la parte conciente.
Entre el despertar y el sonambulismo
"Despiertos, ellos duermen", dice Heráclito en una fórmula admirable que nos despierta a nuestra condición de durmientes. "Normalmente despierto, el adulto estaría entonces siempre en hipnosis parcial", dice Catherine Lemaire en Sueños despiertos. Somos hecho de una tela común de sueño y de vigilia, como lo decía Shakeaspeare, pero esa tela común, no sabemos decantarla, aislar ni el sueño ni la vigilia. La vida tiene aspectos de sonambulismo. De igual modo hay una materia negra constitutiva del cosmos, hay un sonambulismo de fondo constituido por el ser humano. Pero todo eso no es del todo muy justo. No somos totalmente sonámbulos, pero no estamos totalmente despiertos. Somos como el Petrouchka, el Maure, la Danseuse, del ballet de Stravisnky, esas marionetas que se autononomizan , se evaden de su barraca, hasta que Petrouchka muere bajo el sable de Maure. Somos movidos como por un manipulador, y a veces nos escapamos a nuestras trampas, impulsados por el amor, la rabia, la locura. Cuando Petrouchka es trasnpasado por el sable de Maure, de su vientre no sale sino sonidos. Pero a nosotros, en el momento de morir, nos brota la sangre, el sollozo, el estertor.
Nosotros podemos de modo contradictorio experimentar que nuestro mundo es absolutamente real, en el sentido de que nada es más real que el sufrimiento, el goce, el amor, y que es absolutamente irreal, hecha de apariencias, de milagros, de alucinamientos, ilusiones, lo que traduce los términos de samsara y maya, sentimiento de incompletad de nuestra realidad que nos da este fragmento de un poema vertical de Roberto Juarroz:
El mundo es el segundo término
De una metáfora incompleta
Una comparación
Cuyo primer elemento se ha perdido

Somos sin duda víctimas de nuestro modo de concebir que disyunt. Y opone lo real y lo irreal, y banaliza cada uno de estos términos. No arribamos a concebir sus lugares, sus interferencias, ni a nombrar lo que los une y los separa. Y eso es lo que nos impide concebir como estamos despiertos y sonámbulos.
Somos, en el seno del universo extraño que no es tan familiar, autómatas, sonámbulos, poseídos. Hacemos de modo alucinante nuestra profesión de vivir, como si no fuéramos efectivamente autómatas programados desde siempre, con nuestro corazón que se bate maquinalmente a cada segundo, nuestro organismo que trabaja hiper.-cibertnéticamente con sus órganos y sus miríadas de células, con nuestro enorme computador cerebral cuyas operaciones inconscientes tienen nuestra conciencia su merced.
Nosotros estamos habitados por la vida, por la especie, por nuestros ancestros, por la cultura, por la sociedad, por las ideas. Padecemos la impronta, el paradigma, la ley. Somos máquinas que parecen a menudos triviales. Somos también máquinas a rechazar, a olvidar, ocultar, para ilusionarnos, para mitificarnos, para trampearnos, y sobre todo sobre nosotros mismos.
Podemos escapar a la suerte de mantenernos semi despiertos y semi sonámbulos. Aquí aún nos retiene el termino de histeria, tomado en el sentido no patológico sino antropológico. Nuestro estado entre vigilia y sonambulismo puede ser calificado de historia en el sentido que el da sustancia al mundo que, si no se ve más que su naturaleza fisica, no serían más que ondas y partículas, y que, sino se ve más que sus articulaciones matemáticas, no habría más carne para más que una radiografía. No se puede vivir en la histeria, que da consistencia carnal al mundo a partir de nuestro sufrimiento y de nuestra felicidad. Es en esta histeria que vivimos la intensidad de nuestra realidad y la inmensidad de nuestra ilusión.
Nuestra conciencia es una pequeña llama vacilante que se droga por la falsa conciencia, pero éste es el velador que dispone nuestra existencia sonámbula. El despertar más allá del sonambulismo que ha solicitado Siddharta Cakyamuni, devenido en Buda (que significa "El despierto"), no pude estar más allá del sueño: la nada. No escogemos ni dormir totalmente ni "despertar" totalmente. Sabemos que esta vida es la vez lo que hay más de ilusorio y de real, de lo más precioso y de lo más vano…
Podemos estar consciente de nuestro sonambulismo, de nuestros automatismos. Podemos resistir a la impronta, al paradigma, a la ley. Somos ciertamente impulsados a la enrancia, pero no estamos ineluctablemente condenado al error, a la ilusión, a la falsa conciencia. Tenemos claridad de la lucidez, de los momentos de libertad, a pesar de todas esas virtudes y de una cierta manera gracias a ellas. Por eso somos máquinas no triviales, y eso porque podemos poseer aquello que nos posee.
Esto es evidente para la conciencia que se diferencia de todo animal, el ser humano puede, en ciertas condiciones y ocasiones a veces decisivas, manifestar su libertad.
En la conciencia hay el acto de auto-afirmación del sujeto, y dentro del acto de auto-afirmación del sujeto humano, hay el acto de auto-afirmación de la conciencia. La auto-afirmación del sujeto es el acto dentro del cual el toma posesión de sus posesiones, el acto de apropiación de su destino.
Bien seguro, esta auto-afirmación no nace ex nihilo: yo lo he dicho, es el querer vivir de sus ancestros perpetuándose en el fondo de su muerte, es el querer vivir de la vida que se han implantado en los individuos-sujeto y se afirman. Pero el individuo-sujeto se ha apropiado de la auto-afirmación de la vida y de aquellos de sus ancestros para afirmarse él mismo.
En cuál juego estamos? Estamos en muchos juegos, jugados, juguetes, pero al mismo tiempo jugadores. Toda existencia humana es la vez jugante y jugado; todo individuo es una marioneta manipulada de lo anterior, de interior y del exterior, y al mismo tiempo un ser que se auto-afirma en su cualidad de sujeto.

El método
5. La humanidad de la humanidad
La identidad humana
2005
[1] N. Wiener, Cybernetics, or Control and Communication in the Animal and the Machine, Paris, Hernan, 1958. H. Von Foerster "On self-organizing systems and their enviromen", in Self-Organization Systems, New York, Pergamon, 1960.

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